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Liberalismo según Leonardo Castellani

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28. El liberalismo, con sus falsos dogmas de sus falsas liber­tades, es un protestantismo larvado y un catolicismo adulterado. Eso ha debilitado política y socialmente a las naciones católicas de Europa: la ficción del catolicismo. En Austria, España, Italia y Francia, como entre nosotros, la masa se llamaba católica, pero, en realidad, la mitad eran católicos de corazón y la otra mitad cató­licos de nombre y protestantes y masones de veras. Tenían unidad aparente y una profunda división ideológica de fondo.

29. Dios, que no ama las confusiones, permitió que naciera del maridaje del liberalismo con la plutocracia, un bichito colorado más bravo que el ají, que se llama comunismo, el cual, después de volverse contra sus padres, pues no hay nada más desmadrado que él, proyectó la destrucción de todo el orden existente, por todos los medios posibles, incluso el engaño, la violencia, la traición y la ma­sacre. Maldijo de Dios y se le vio la punta de diablo.

30. El pueblo de esas naciones no estaba unido ni concorde, llamándose católico; muchísimos eran anticatólicos, hipócritas o inconscientes, hacían como Mitre y Sarmiento, que se llamaban ca­tólicos (y quizá lo creían), pero el día antes de tomar el poder de presidentes, echaban un discurso en la Logia Francmasónica, por lo cual quedaban excomulgados, según los cánones de la Iglesia. Y lo más triste era que el clero de aquel tiempo, por interés o por co­bardía, se callaba la boca.

31. ¿Qué hay que hacer? Hoy esa duplicidad ya no es posi­ble, porque la presión enorme del acontecer mundial (es decir, Dios que anda limpiando el barbecho) lleva al mundo a las afirmaciones categóricas: “sí, sí; no, no”, como mandó Cristo.

32. No se trata de imponer la fe por la fuerza al que no la tiene; sino al que no la tiene que no la toque; y el que la tiene, que la practique.

33. El liberalismo en su comienzo tenía algo de bueno, pues no hay error tan grande que no tenga algo de verdad, ni herejía que no se base en un dogma cristiano (en la corrupción de un dogma cristiano). Las tres divisas del liberalismo: libertad, igualdad, fra­ternidad, no eran más que las tres palabras cristianas: orden, je­rarquía y caridad, que habían colgado la sotana, como nuestros fa­mosos curas liberales.

34. Lo que había de bueno en el liberalismo de antaño (1820-1860), era una especie de ímpetu juvenil, contra un montón de cosas que tenían que morir; a saber: a) el absolutismo de los reyes, in­ventado por los reformadores protestantes; b) el despotismo de­masiado cerrado de los gremios y corporaciones medievales; c) una decadencia de la religión, que originó en Inglaterra el deísmo[1] y en Francia el filosofismo[2].

35. La juventud europea de principios del siglo pasado se conmovió con la palabra libertad, porque se sentía apretada, estrecha y cansada; y al decir “queremos libertad”, de hecho, querían signi­ficar: “queremos salir de esto”. Lo que no sabían del todo, era qué se ocultaba detrás de esa dorada y sonrosada libertad del liberalismo; había primero un error, después una ficción y después una herejía: el error de la libertad de comercio, la ficción de la soberanía del pueblo y la herejía de la religión de la libertad —opuesta, aunque derivada de la religión de Cristo.

36. Un hombre de nuestra raza, Larra, es el primer tipo li­beral que —como Alberdi— se burla de la Libertad con mayúscula. “Aquí está la bandera idolatrada” —y que confiesa que en España el liberalismo es anticlericalismo y el anticlericalismo es irreligión. Eso de que en el fondo el liberalismo es una herejía, es muy im­portante.

37. Mucho antes que los señores liberales del siglo XIX, cabezas enteramente humosas, hubieran inventado sus fórmulas ambiguas de libertad de opinar y libertad de esto y lo de más allá, existía en nuestra raza una fórmula recortada, breve y limpia de libertad es­pañola y cristiana, que decía simplemente: ¡Ley pareja!

38. Todavía se la oye resonar en la criollidad con la fuerza de un taco y la ley de una onza de oro. Esa es la fórmula católica, que con fina filosofía no dice: ¡ley igual!, porque sabe que no hay ley igual en este mundo de cosas desiguales, sino ley proporcionada, puesto que un varón y una mujer, por ejemplo, no son ni deben ser iguales, pero por eso mismo, son ambos hijos de Dios y her­manos de Cristo, y si se eligen bien, forman pareja.

39. Las otras fórmulas de la libertad salidas de la cabeza des­cangallada de un suizo francés, que no era ni suizo ni francés ni católico ni protestante, ni varón del todo (según sospechan), J. J. Rousseau[3], hay que fumigarlas como a polilla y arrinconarlas cuanto antes.

R. P. Leonardo Castellani, “Sentencias y aforismo poíticos”, Edición del grupo Patria Grande

Buenos Aires, 1981.

 

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