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La identidad como coartada

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Pedro-Conde-Soladana
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ABC / Cuando el significado de identidad traspasa el terreno de lo común, como concepto definidor de lo semejante o parecido, para adentrarse en la frontera de lo histórico con que se intenta deslindar o especificar un conjunto de características, rasgos, antecedentes, datos, etc., que diferencien a un grupo humano o pueblo del resto, se corre el peligro de acabar en la hipérbole, en la mentira o en la simple coartada. La política es el campo más abonado y propicio para esta deformación de la identidad que puede acabar en la ridiculez, la patraña y la deformidad.

El caso de España, nuestra patria, es hoy paradigmático en estos extremos. Con pasmo, si no con sarcasmo y fruición de nuestros inveterados enemigos históricos, se contempla en el mundo el triste espectáculo de esta vieja nación que escribió páginas imborrables de la Historia Universal, dejando sembrada de nombres hispanos la toponimia de todo el globo terráqueo antes que ninguna otra nación del mundo. Hoy, esta España y a estas alturas de los tiempos, siglo XXI, está a punto de ser descuartizada no por un enemigo externo sino por hijos parricidas que levantan ominosas banderas de supuestas identidades nacionales arrebatadas, izándolas sobre sus masías, sus caseríos, sus pazos…

Identidad. He ahí la palabra mágica o talismán con que unos demagogos en oficio de políticos intentan arrastrar a las inmundas corrientes de sus intereses particulares y de grupo a los pueblos de esta tierra plural que comenzó a forjar su identidad como nación hace más de dos mil años en las ubres de la loba de Roma. España es una de esas tres o cuatro “naciones-guía”, que de los Reyes Católicos acá dejó escritas crónicas indelebles de esa Historia Universal y diseminó sus genes por el mundo hasta formar la “raza cósmica”, como llamó a la hispana, como núcleo de aquella, el mejicano José Vasconcelos.

A esta España que fue grande, y que no ha dejado de serlo por su imponente y abarcadora Historia, le han nacido de un siglo largo acá unos liliputienses, enanos de espíritu, que levantan pendones de identidad cuyas raíces no profundiza más allá del cerebelo de unos cuantos lunáticos, algunos racistas y de un puñado de mercachifles de la política, tocados todos de una megalomanía a la altura de sus vacuas, simples y falaces doctrinas.

Naturalmente todos nacemos con una identidad singular que nos distingue; identidad individual que se resuelve, como en círculos concéntricos, en estratos humanos y sociales hasta formar entes superiores de categoría universal que nos han distinguido y definido a través de los tiempos como ciudadanos de una nación secularmente reconocida. Pero esa común identidad puede convertirse en un concepto peligroso y estérilmente provocador. Es la identidad enfermiza de quienes pretenden reducirla al círculo vicioso de una casta o clase política en la que lo meramente económico y mercantil se opone a los lazos fraternales de raíz histórica que durante siglos se han ido entrelazando en el escenario de un plural y entrañable contexto geográfico.

La más restallante prueba de la inconsistencia de esa recurrente y obsesiva identidad es que estos modernos fabricantes de nuevos reinos de taifas tienen que acudir a la falacia y la tergiversación más burda de su propia historia. Solo el lamentable analfabetismo funcional de una gran parte de la ciudadanía que los sufre explica el ominoso silencio de rebaño que les acompaña y consiente.

Pues ¿no osan ahora, estos inventores de futuras nacioncitas paradisíacas, mandar decir a sedicentes historiadores en plantilla que esa Historia no fue así y que, por ejemplo, Cristóbal Colón fue un catalán que descubrió América o que El Quijote lo escribió otro catalán, Miquel Servent, hijo del famoso sabio valenciano, Miguel Servet, o dan por definitivamente cierto que la senyera es la bandera de Cataluña sin otro origen ni raíz, cuando está demostrado que es y fue siempre la bandera propia del reino de Aragón de la que aquella, Cataluña, fue un condado? ¿Para qué seguir haciendo inventario del cúmulo de despropósitos que hasta día de hoy se siguen inventando oportunistas y demás ralea, capaces de negar a su propia madre a cambio de un surtido mendrugo? La manipulación el día de la Diada de la figura de Rafael Casanova i Comes, español hasta la médula que defendía la corona de Austria para el reino de España, haciéndole pasar por el héroe del independentismo catalán, es como para que se levantara de la tumba y les demandara ante el tribunal de la Historia por tan aberrante calumnia.

Son tantos los hechos históricos tergiversados y manipulados por arribistas y ruines políticos que resulta cansino poner sobre la mesa decenas de documentos y libros escritos por rigurosos e imparciales historiadores y estudiosos.

Recientemente, en la prensa se ha publicado lo que podía considerarse como el punto de partida u origen de lo que es esa gigantesca macana histórica que no se merece la verdadera y querida Cataluña. Próspero de Bofarull i Mascaró que fue director del Archivo de la Corona de Aragón decidió, sobre 1847, “tachar y rescribir el Llibre del Repartiment del Regne de Valencia”, escrito en la Edad Media, con el fin de dar mayor protagonismo a los catalanes en la conquista de este reino por Jaime I, cuyo testamento, por cierto, se hizo desaparecer también. “Próspero suprimió del histórico volumen apellidos aragoneses, navarros y castellanos para dar más importancia numérica a los catalanes”. Las barrabasadas de este individuo no quedaron ahí; mas no da este espacio para narrar todas.

Señores separatistas ¿no podrían parar ya de tanta falsedad e impostura que les deja a la altura de su ética? Porque esa es otra: estos caudillitos “taifeños” de inexistentes naciocintas irredentas están tocados por un virus, la corrupción más escandalosa, que, como el de quirófano, puede afectar a quien entra en las salas de la política sin la fortaleza moral de quien sabe que es solo un servidor de su pueblo y no un heredero patrimonial de su hacienda. Los Pujol, los Artur Mas, los Duran y Lérida…en Cataluña. Los Chaves, Griñanes, Guerras, etc., en Andalucía; sin que en el resto de España falten ejemplos de tan indecente y dañina conducta. Es la enfermedad característica de la política, la corrupción ética y moral, que entra a muchos que acuden a ella sin otro bagaje que su ambición desmedida; sostenida por una espectacular mediocridad.

¿Se puede crear una nación sobre los cimientos de una historia no solo inexistente sino desvergonzadamente falsaria? ¿Se han preguntado estos pútridos mentecatos qué distancia cabría en el tiempo desde su nacimiento a la tragedia?

Pedro Conde Soladana

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