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JUECES Y LA CUARTA PATA

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

Empeñarse en sostener lo insostenible puede ser cosa de pazguatos, desinformados, logreros, afectos a la causa, expectantes de sinecuras o instalados; palabra ésta última que en el más vulgar y reciente argot del lenguaje político tiene un sinónimo estabulario: pesebreros.

Lo que el sistema político vigente en España tenga de estado de derecho, que se lo pongan de adorno en el mismo sito que el de la nueva estatua de aquel patrono, milagrero según el pueblo, al que un mozo del mismo le reconvenía así: “Árbol que recientemente fuiste ciruelo en la huerta de mi abuelo, los milagros que tú hagas que me los cuelguen de…”. Y seguía un vocablo procaz con el que todo el mundo adivinará cómo terminaba el monólogo.

Pues eso y que nadie se enfade; aunque yo ya no puedo contenerme. Este estado se parece a uno de derecho lo que un gato a un cocodrilo.

Lo inaguantable, hasta la rabia, es que quienes viven de sus prebendas quieren convencernos desde sus poderosos y chalanescos medios de comunicación, a todos y todos los días, de que el derecho rige en este estado y que este estado lo es de derecho. Lo pregonan con un descaro que te hace pensar si estos individuos no habrán elevado el cinismo a categoría de pensamiento político. Qué desvergüenza; qué deshonestidad. Acabo de enterarme mientras escribo que el juez Grande Marlaska, el que con su voto de calidad permitió la anulación de la doctrina Parot, ha sido premiado por los partidos, en su reparto partidario para la elección de jueces, con un puesto en el Consejo General del Poder Judicial. ¡Qué limpio todo! ¡Qué democrático! ¡Qué repugnante!

Después de tanta tabarra con las libertades democráticas, la igualdad ante la ley, los derechos de los ciudadanos, etc., etc., hasta los niños de teta saben que un estado de derecho ha de tener tres patas para serlo. Se ha repetido tanto desde que tenemos democracia -¡esta es otra y tal para cual!- que hasta el tonto de mi pueblo alega derechos sobre los tomates de la huerta del vecino. Pero, mira, no será tan tonto mi paisano cuando se ha dado cuenta también de que a este estado le falta una pata. Me preguntaba el otro día que dónde estaba; pero lo que me pasmó fue la segunda pregunta: “¿Quién la ha robado?”. ¡Ah, no sé, le contesté, habrá que acudir al juez!”. La carcajada fue tan sonora que me sonrojé y caí en la cuenta en ese momento que el más tonto de los dos era yo.

Uno legisla, el otro imputa y el tercero ejecuta. Ahora viene la pregunta de este acertijo de tres patas: ¿quién se lleva el gato al agua? “El cocodrilo es la respuesta, señores. Mil millones, dos billones, lo que quieran para el ganador del concurso, que ha sido el maestro domador de cocodrilos”.

¿Lo tomamos a risa o nos lo tomamos en serio? Si supiéramos al menos cuántos sensatos hay en este país, podríamos echar cuentas. Si fueran muchos, deberíamos dejar las bromas para otro día. Y si fueran pocos, mejor seguir con la risa floja que nos ha entrado. ¡No comeremos; pero nos reímos más!

En el tiempo en que vengo elaborando este texto y en el contexto en que lo hago, me bullen varias y nebulosas ideas: los jueces y la cuarta pata, la inquietud de un enigma, la duda de una desaparición, la equiparación con el equilibrio de una mesa con solo tres patas y, finalmente, el interrogante de si esto es posible.

El sentido común que ya no aguanta el silencio estalla en mi mente con la idea de que toda mesa guarda mejor el equilibrio con cuatro patas que con tres. ¿Por qué esa cuarta pata, en un auténtico estado de derecho no ha de ser el sedicente pueblo soberano que, harto de los desequilibrios de la mesa, le quite el martillo al juez, golpee en la mesa del estrado y, gritando al público de la sala, diga: “¡Hasta aquí hemos llegado!”.

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