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Democracia y totalitarismo

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Por Juan Manuel de Prada

Los mozos de Madrid y los de Kiev defienden la misma versión de la democracia

ENTENDER qué cosa es la democracia resulta, en verdad, muy lioso; y, escuchando a quienes se llenan la boca con esta palabra, uno llega a la conclusión de que la democracia es una asignatura de libre configuración. En sus aquelarres contra la gramática, yo he escuchado a ciertos tertulianeses –habitualmente progres de derechas– decir que los mozos de la plaza de Maidan, en Kiev, eran «demócratas»; y enseguida me hice un croquis con los rasgos más llamativos de aquellos mozos que me ayudara a entender el busilis de la democracia fetén. Así, descubrí que los mozos ucranianos eran tipos que se habían rebelado contra un gobierno elegido en las urnas hasta lograr deponerlo; que acusaban a tal gobierno de querer devolverlos a la época estalinista, mediante el sometimiento a Rusia; y que, para lograr imponer la democracia, habían asesinado a unos cuantos policías. Con este croquis me fui a la «Marcha de la Dignidad», para ver si aquellos mozos se ajustaban al molde de democracia que provoca tales fervorines tertulianeses. Descubrí que, en efecto, los mozos reunidos en Madrid se rebelaban contra un gobierno elegido en las urnas (pero sólo reclamaban su dimisión, sin pretender deponerlo); descubrí que acusaban a tal gobierno de querer devolvernos a la época franquista (algo más benigna que la estalinista, digo yo); y descubrí que, en vez de asesinar policías para imponer la democracia, sólo habían tenido un rifirrafe con ellos, saldado con unos pocos coscorrones y cardenales.

Consideré, pues, que los mozos de la «Marcha de la Dignidad», sin alcanzar las cotas de democratismo fetén de los mozos ucranianos, podían considerarse, al menos, dignos representantes de una democracia moderadita y atenuada. Mi sorpresa fue mayúscula cuando los tertulianeses, en lugar de calificar a estos mozos autóctonos de «demócratas» como a los ucranianos, los tildaban de «violentos», «totalitarios» y no sé cuántas enormidades más. Puesto a rastrear diferencias entre los mozos de Kiev y los de Madrid (aparte del diverso brío y grado de entusiasmo con que defienden la democracia), sólo logré encontrar una: mientras los «demócratas» de Kiev se allanan ante la plutocracia internacional y el europeísmo, los «totalitarios violentos» de Madrid arremeten contra ellos. Esta única diferencia basta para que los «totalitarios violentos» de Madrid provoquen en mí mayor simpatía –o siquiera menor repudio– que los «demócratas» de Kiev; pero a los tertulianeses les ocurre exactamente lo contrario, lo cual me resultaba en verdad misterioso. Gracias a Dios, vino a remediar mi perplejidad el gran Leonardo Castellani, que en un hilarante repertorio de las diversas formas de democracia menciona «la demos-gracias de los mercaderes, que se aprovechan de todo régimen político débil para hacer sus grandes baraterías». Esta demos-gracias, que con las migajas de sus baraterías unta a sus paladines, es la forma de democracia que gusta en ciertos ambientes tertulianeses; y así se explica que a los mozos de Kiev los llamen «demócratas» y a los de Madrid «totalitarios violentos».

Porque, en lo demás, los mozos de Madrid y los de Kiev defienden la misma versión de la democracia, a saber: una religión antropoteísta (y generosamente untada) que se funda en la exaltación de la voluntad como ley suprema (¡libertad!) y en la sublimación de la envidia como virtud cívica (¡igualdad!). Sólo que cuando el unte se agota, el demócrata se cabrea y se hace comunista (o «antisistema», diríamos hoy). Con razón Agustín de Foxá advertía que combatir a los comunistas con la democracia es como ir a cazar un león llevando como perro a una leona preñada de león.

Artículo publicado en ABC

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