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La violencia privatizada

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Por Kiko Mendéz-Monasterio

La teoría política moderna habla de que es el Estado el que goza del monopolio de la violencia. Pero la práctica en España es que la izquierda ha privatizado ese privilegio público desde la Transición.

De vez en cuando hay que explicar el epíteto de la izquierda violenta. Nostálgicos de veinte años que se sueñan milicianos de otro siglo, y también -o a la vez- simplemente chusma amiga de la impunidad de la masa. Sorprende que a alguien le sorprenda que los que marchan bajo banderas rojas, alzando el puño de la ira, terminen sus manifestaciones tratando de linchar a los policías. Nunca han hecho otra cosa. El neocomunismo apenas ha tenido que aggiornarse, ahora leen a Lenin en breves tuits: “Contra los cuerpos la mentira, contra las almas la violencia” decía la momia, y sus fanáticos se afanan en replicar esa lucha dual, a ladrillazos contra la policía, a pura demagogia y falsedad en los medios de comunicación. 

Nos ha faltado explicar el gulag con el mismo detalle que Auschwitz. Quizá ha sido imposible, porque cuando Solzhenitsyn vino a España la izquierda intelectual dijo entender los campos de concentración, y Juan Benet hasta exigió que se vigilaran mejor, para que gente como el premio Nobel no pudiera escaparse. Lo cierto es que la concordia de la que se habla estos días sólo fue posible enterrando a los militares de madrugada, y sentando a los terroristas en el Congreso. 

La teoría política moderna habla de que es el Estado el que goza del monopolio de la violencia. Pero la práctica en España es que la izquierda ha privatizado ese privilegio público desde la Transición, cuando la amnistía ponía en la calle a terroristas que habrían de volver a asesinar, en mitad de una aplauso infame del congreso. A veces ni siquiera lo niegan, lo de la privatización, sólo esbozan media sonrisa y medio argumento revolucionario institucional. En su versión extrema han parido todas las organizaciones criminales de las últimas cuatro décadas, del Frap y el GRAPO a los comandos anticapitalistas, de pintorescos ejércitos gallegos hasta el Gal y ETA -que ahora se ha disfrazado de alcalde y maneja buena parte del presupuesto-. En su terrorismo de baja intensidad son piquetes sindicales, radicales futboleros, universitarios que no estudian y energúmenos pateando antidisturbios; y, por último, su columna gafapasta se encarna en tertulianos repitiendo que también es violencia la de los mercados, o la del fascismo, que es la palabra con la identifican al judío de turno, ya puede ser un periodista independiente o un tío de Tarrasa que se empeña en ser español.

El Ministerio del Interior todavía no nos ha explicado porque no cumplió e hizo cumplir la ley, y quién es el responsable de que los agentes de la autoridad fuesen linchados en plena Castellana. Debe hacerlo. Y después nacionalizar de nuevo el uso de la fuerza.

Artículo publicado en La Gaceta

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