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Samuel Ros: Prosista y poeta falangista

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Por José Mª García de Tuñón Aza para elmunicipio.es   

Samuel-Ros
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Este autor, olvidado por la historia literaria,  nació en Valencia el 9 de abril de 1904 y siendo muy joven inicio su carrera como escritor con la novela, en 1923, Las sendas, que dedicó a su padre. Le seguiría el libro de cuentos Bazar, publicada en 1928, y despuésEl ventrílocuo y la muda, Marcha atrás y El hombre de los medios abrazos. A los doce años, leía la Historia de la Literatura de Pompeyo Giner y «en su imaginación de niño le espantaba, más que el castigo en la otra vida, el programa con que le pintaban la vejez; se resistía a creer que un Dios de bondad le proporcionaría tal amargura, y, sin querer, saltaba en su mente la seguridad de que no le habría de llegar tanto dolor. Su complejo el de toda su vida se inició entonces; temería y amaría la muerte, no con el sentido quejumbroso e inefable de los románticos, sino con el buen gusto de librarse de lo que suponía ilógico y absurdo, alejado de la belleza y del amor». Estudió en el colegio de los jesuitas donde termina el bachillerato. Casi a continuación emprende  viaje por algunos países europeos: Inglaterra, Alemania y Francia serían sus destinos. En la capital de este último país permanece casi dos años: «Recuerdo una postal del Louvre, iluminada con fósforo, que compré en mi primer viaje a Paris a los dieciséis años». Cuando regresa a España y después de cumplir el servicio militar escribe el cuento Sencillo Dios que recibe el premio José Nogales que otorgaba el diario El Liberal, de Madrid, lo que le anima ir a la capital de España donde inicia los estudios de Derecho que terminaría, pero que nunca ejerció: «Jamás he vestido la toga, ni pertenezco al Colegio correspondiente, ni he releído el artículo de un Código para enfrentarlo con otro artículo del mismo Código» En Madrid llevaba una vida tranquila, casi bohemia, sin apuros económicos y publicando artículos en El Sol, Estampa, Crónica y Abc, lo que hace que poco a poco vaya afianzándose en su carrera literaria. Los sábados, después de cenar, participa en la famosa tertulia Pombo en la calle Carretas, que instauró Ramón Gómez de la Serna y de quien sería gran amigo. Era la tertulia más importante y más seguida de Madrid  que solía durar hasta altas horas de la noche. En el viejo sótano alumbrado con gas y careciente de calefacción, se reunían un grupo de conterturlios.

Cuentan que cuando Samuel Ros escribe hay en su prosa una mezcla rara de ironía y ternura. Dice el falangista Eugenio Montes: «… el mundo de Samuel no es un mundo de cosas, sino, sobre todo, de personas, de almas, con sus emociones, sus anhelos, sus melancolías, sus esperanzas. Es decir, de personas dramáticas» Por otra parte, su cuñado e íntimo amigo Carlos Blanco Soler, escribe: «En todos sus libros y escritos campean ironía y seriedad. La ironía nace, a nuestro juicio del contraste entre el mundo del poeta y el mundo de la realidad, entre cuanto quería decir y no podía, entre sus afanes y la limitación que la naturaleza notarial le imponía. Su espíritu no cabía dentro de su cuerpo, y la ironía era la condescendencia de su alma a tener que morar en recinto tan estrecho». Samuel era una figura dominante. «Él era un escritor “lanzado” que tenía a la espalda cuatro o cinco libros y figuraba en el Espasa», nos cuenta Dionisio Ridruejo. En uno de ellos, El hombre de los medios abrazos, habla por primera vez de la que sería la mujer de su vida, Leonor Lapoulide, a la que cita muy de pasada. Su traviatta, como la llamaría Samuel más tarde, «era bella, era joven y era mujer». Con ella acude el 29 de octubre de 1933 al teatro de la Comedia a escuchar a José Antonio y descubre Falange que también es poseía en prosa. Se afilia después y Leonor seguiría el mismo camino: «Ella llevaba en su blusa, junto al emblema de la Falange, mi nombre bordado… Como teoría de sus amores decía refiriéndose a ambos signos: “Son lo mejor”». Samuel Ros había encontrado «a un verdadero poeta  José Antonio y unos propósitos políticos en prosa que sirven a la mejor intención poética que ha tenido España desde hace muchos años».

El 7 de diciembre de 1933 se publica el primer número de F.E. «única publicación de nuestro movimiento…», dice en su editorial. En el mismo ya aparece la primera colaboración de Samuel Ros que titularía A la media vuelta, donde habla de lidiar el toro ibérico en el hemiciclo del Congreso. En el número dos no hay ninguna colaboración, pero sí en el siguiente  que titula Un hombre, un libro, dedicado a Gregorio Marañón. En el número cuatro hay un magnífico artículo titulado Carta a un condiscípulo, del que transcribimos sólo este párrafo:

«Tu carta querido condiscípulo, me mueve a contestarte públicamente. Mientras escribí pensando en el problema del hombre frente a la incertidumbre de su último destino, jamás os preocupasteis de mí. Ha sido preciso que escriba sobre el problema del hombre frente a la incertidumbre de su inmediato destino para que yo sepa que mi nombre escolar llegó a vuestros oídos en su significado profesional… Y, ¡ay!, por lo que veo he perdido tu admiración y, lo que es peor, tu estima y la de otros condiscípulos con los que tú te comunicas: «Nosotros te leímos siempre con especial atención y te estimábamos profundamente, pero ahora ya no podemos, porque te has hecho fascista». Así me lo dices».

Samuel vuelve a colaborar en  F.E. con otro artículo  que habla de las palabras que se lleva el viento: «Vientos de la nueva España, vientos nacidos entre todos los pliegues en sus sierras y en el seno de todos sus mares, derribaron en una mañana las listas electorales del censo liberal para que todos los ojos pudieran ver que se había consumado íntegramente su destino: A la vieja política se la llevó el viento…».. Samuel seguía preocupado por lo que estaba pasando en su Patria, el asesinato del estudiante Matías Montero le había impresionado: «Y España, sola en su cama de hospital se muere abandonada después de haber tenido el cielo como espejo natural. Y el sol como lumbre de su sueño turnado en los continentes. Pero… Hay quien no quiere salvar la República ni restaurar la Monarquía, y esto en dos formas distintas y opuestas de no querer: los marxistas y los antimarxistas. Y quiérase o no la batalla está empeñada en ese terreno y es imposible evitarla […]. Es imposible continuar eternamente en esta tarde de domingo en la que el enamorado no puede hablar de amor, ni el estudiante de textos, ni el inventor de fórmulas ni el filósofo de teorías, ni el industrial de negocios, ni el escritor de libros,  ni el viajero de itinerarios, ni el legislador de leyes, ni el obrero de jornales… Porque España está enferma» Publicaría todavía otro artículo en F.E. que titulado El sufragio en la calle.  El último  número de esta publicación falangista sería el que apareció el 19 de julio de 1934 y que haría un total de XV. Todo esto ocurría después de varias suspensiones gubernativas y «una censura continua y frecuentes atropellos en la calle».

Le sustituiría Arriba que aparece el 21 de marzo de 1935, pero esta nueva publicación ya no contaría con ninguna colaboración de Samuel Ros debido, sin duda, a la desgracia que tuvo que cambió su vida. Dejó de existir Leonor el 4 de julio de 1935, aquella encantadora mujer que amó locamente el poeta. «Era una muchacha de alegría irradiante, rubia flexible, un poco llena de cara. Se parecía a la actriz alemana Anny Ondra», dice Dionisio Ridruejo; quien añade: «La frase que figura en la dedicatoria de Los vivos y los muertos, “Leonor, tengo tantas cosas que contarte…”, la había escrito mucho antes –de verdad– sobre el yeso que cubría el nicho de Leonor en el cementerio del Este. Le acompañé más de una vez. Llegaba allí, besaba la pared de la muerta, encendía dos cigarros y dejaba uno en el reborde del nicho, humeando, mientras él, sentado en una lápida, fumaba el suyo, llorando sin ruido, sin sacudidas, como una fuente que gotea».

A los pocos días Ros pide a Ridruejo un poema dedicado a Leonor, quería organizar para ella un libro de amigos. El poeta, que lo admiraba profundamente, accede y escribe Elegía de Leonor, cuyos primeros versos dicen así:

Este cobre en delirio

me lo hace luna el paso de la carta

donde escriben tu muerte.

Y la azucena blanca se hace lirio

y el agua ha ensimismado en los pozos de sombra

la pena de no verte…

Después de la pérdida tan enorme que supuso para él la muerte de Leonor, Samuel emprende viaje por Italia, Portugal y Francia; estudia literatura en estos países, pero no encontró consuelo en nada ni en nadie. «La vida fue desde entonces para el poeta un rédito que se paga a la muerte. El sufrimiento, una necesidad para llegar a ésta sin temor, y hasta con deseos. ¿Habría ido demasiado lejos en su amor? De seguro que convendría que ir demasiado lejos es tan malo como no ir bastante lejos».. Sus amigos le recomiendan cuidarse, pero él siempre contestaba que su debilidad era su fortaleza.

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Cuando regresa de nuevo a su Patria estalla la Guerra Civil que dividió a España en dos. «Su espíritu heroico, que le llevó al grupo de poetas soñadores de Falange, hizo que fuera Samuel perseguido». Su casa es saqueada y pasa por diversas vicisitudes hasta que consigue refugiarse en la embajada de Chile donde permanece hasta que el 14 de abril de 1937, con cincuenta compañeros, consiguiendo salir de Madrid con destino a Chile. En este país consigue que su salud mejore poniendo su talento al servicio de España, siendo entonces nombrado delegado de Prensa y Propaganda del Gobierno Nacional español, colabora también en varias publicaciones, obtiene una Lectoría de Español en la Biblioteca Nacional y funda la revista España Nueva además de convertir Voz de España en semanario. «A mi llegada encontré la Voz de España en manos ajenas a la Falange. Yo he vertido en la publicación el credo nacional-sindicalista y he procurado que todos sus números tengan un estilo falangista». En este país se hizo realidad su novela Los vivos y los muertos. «Allí mismo escribí el prologuillo que acompañaba y explicaba el proceso y los azares de la novela». Con Ros se encontraba Eugenio Montes, quien llega a escribir: «Allá, en Santiago del Extremo, en tierras del Arauco, una tarde, al pie de la sombra de los Andes, lejos del temblor de luces del cerro de Santa María, me pidió Samuel que escribiese una página para el prólogo de su libro Los vivos y los muertos. Y yo escribí con pulso estremecido: “el arte es largo; corta la vida; recta la vocación”». El éxito del libro fue rotundo; se publicaron críticas elogiosas de la novela y poco antes de abandonar Chile, en 1938, se hace una segunda edición.

Al dejar el país que tan bien le había acogido es despedido por un grupo de personas, no sin antes haber recibido varios homenajes. A su llegada a Madrid se lanza a la lucha de las letras y de la guerra. El 17 de noviembre pronuncia unas palabras en Radio Nacional de España: «Porque sólo Falange supo hacer la poesía lo mismo que la realidad, y la pobreza lo mismo que la riqueza, y el trabajo lo mismo que la ciencia… Y por ello hoy nos es permitido a los camaradas de la Falange sentir con igual plenitud el llanto del cuerpo, por el cuerpo caído, y el gozo del alma por el alma ascendida». Estrena La felicidad empieza mañana e inicia un romance con la actriz María Paz Molinero con la que llegaría a tener un hijo que fallecería en 1971 a los veintinueve años. Samuel adapta,  una obra de éxito de Aurora Clara Boothe. La titula Mujeres. La obra alcanzó unas doscientas representaciones y en ella trabajó María Paz Molinero. Publica Cuentos de humor y al año siguiente estrena Víspera. Los críticos le ponen reparos importantes, pero tres testimonios de excepción la elogian: Azorín, Melchor Fernández Almagro y Ángel Valbuena Prat. Fue director de la revista Vértice, durante dos años, desde 1940, en sustitución de Manuel Halcón, hasta que le pasó el relevo a José María Alfaro; colaboraba en revistas como la propia Vértice, Legiones y Falange, Escorial, donde publica su obra En el otro cuarto, que se llegó a estrenar en el teatro Jovellanos de Gijón. En estos años escribió un artículo que tuvo gran acogida entre la clase política española. Lo tituló Sentido de la Revolución:

En 1940 se publica el libro A hombros de la Falange, que escribe Samuel Ros en colaboración con Antonio Bouthelier. Se trata de la historia del traslado de los restos de José Antonio desde Alicante a la Basílica de El Escorial. «Nosotros habíamos fijado el itinerario, las personalidades que debían discurrir por él, las horas que correspondía llevar las andas a cada una de las Falanges, la forma ritual con que deberían efectuarse los relevos, los símbolo que deberían perpetuarlos y los signos por los que el pueblo entero de España tenía que conocer la marcha solemne del cortejo. Lo que nosotros no pudimos fijar era el feliz desvelo y llanto de pueblos enteros en largas horas de espera y adiós a José Antonio, ni la incesante peregrinación de gentes humildes de los más apartados pueblos del camino hacia un lugar de presencia y de duelo al paso del Cortejo que le llevaba. Eran los que no habían de faltar, gentes de España, de corazón tan íntegro y libre de vanidad que sólo para esta ocasión apartaban el paso del surco donde siembran el pan…».  

Sin embargo, nunca Ros tuvo aspiraciones políticas porque consideraba que el verdadero poeta sólo debe crear la emoción colectiva en beneficio de la idea.. Al poeta le repugna la lucha, a veces brutal y casi siempre al ras del suelo, de la cosa pública. Lo único que le importaba era escribir, y lo hacía en el nuevo diario Arriba en su sección Arriba y Abajo que aparecía casi todos los días y que vino a ser algo así como su diario íntimo. En febrero de 1944 los medios de comunicación españoles recogen la  noticia de que le habían concedido el Premio Nacional de Literatura 1943 por un tomo de cuentos titulado Con el alma aparte.  Y como el tiempo no se detiene ni tan siquiera para escuchar, como él escribió, llegó el final de sus días. Fue en enero de 1945, media hora antes de que terminara el día de Reyes. Era, pues, el día de la Epifanía y nevaba intensamente. Samuel invitó a su madre a separar los visillos de la ventana y pudo ver la nieve. «¡Qué bonito es morirse un día tan blanco!», murmuró   «Es verdad que esta blancuraañadió me presagia el perdón de Dios, y me recuerda que nada en la vida ha podido romper la verdadera pureza de mi alma; pero tengo la añoranza de aquel sol de Valencia, que doraría mi sueño y serviría de camino a mi pensamiento hasta el Todopoderoso. ¡El pensamiento! Lo único que peca y lo único que nos salva si anida en el corazón». Y otro día, mucho antes de su muerte, había dejado escrito: «Cuando os diga adiós de verdad, seguro estoy que no sabréis cómo os lo digo».. Seguro también que, después de su partida, se le habrán borrado las sombras y sus ojos habrán visto la luz.

                                                                                        JOSÉ Mª GARCÍA DE TUÑÓN AZA

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2 COMENTARIOS

  1. Otro artículo interesante y clarificador de José María García de Tuñón Aza, que nos devuelve la memoria de un gran escritor falangista que nuestros contemporáneos, quizá no lo conozcan, pero queda su obra que desmiente una vez más el páramos intelectual con que algunos acusan a la Falange, cuando en realidad fue siempre un crisol de artistas y poetas, de nuevo mi gratitud a este enamorado de la verdad y de la cultura azul.

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