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Eben Alexander: “La vida tras la muerte existe y la ciencia debe tomarlo en serio”

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Lo ha vuelto a hacer. Después de convertir su libro La prueba del cielo (Planeta) en uno de los grandes éxitos editoriales de los últimos dos años y conseguir que vaya a ser adaptado a la gran pantalla, el neurocirujano Eben Alexander vuelve a abordar su tema preferido, la vida después de la muerte. Y si consigue ser al menos la mitad de exitosa que su anterior entrega, que encabezó el top del New York Times durante cuatro semanas, a buen seguro que le servirá al menos para tener una lujosa vida antes de su muerte.

Confidencial / Con el título de El mapa del cielo: cómo la ciencia, la religión y la gente común están demostrando el más allá, la nueva obra del cirujano de Harvard va un paso más allá y se propone dar voz a todos aquellos que, como él, vivieron una ECM (experiencia a cercana a la muerte), aderezadas con la explicación que algunos científicos intentan dar a tales episodios. Si en su aclamada obra Alexander explicaba cómo, durante la semana que estuvo en coma, visitó otra realidad patentemente real, en esta ocasión son los demás los que cuentan sus propias historias.

Aunque el libro no ha sido aún publicado, la revista Time ha publicado un adelanto en el que queda meridianamente claro el objetivo del doctor, que no es otro que denunciar que la ciencia apenas está teniendo en cuenta estas experiencias, salvo por “un pequeño pero selecto grupo de científicos, que ha decidido tomárselas de manera seria”. Las cualidades de estos son la capacidad de “ponderar, con la combinación de un fuerte rigor intelectual y una apertura de mente vigorosa y empírica que exige toda la buena ciencia”, averiguar qué significan las ECM.

Trascendencia en la era de la razón

Para Alexander, el debate que tiene lugar en la sociedad está planteado en términos incorrectos. Este suele enunciarse como una lucha entre la religión y la ciencia, en la cual toda defensa de la vida después de la muerte pertenecería a la primera y sería rechazada categóricamente por la segunda. ¿Por qué no estudiar estos casos de la misma manera que cualquier otro objeto de estudio científico, y sin dejar que la superstición enfangue el camino? El cirujano recurre a una cita del físico alemán Werner Heisenberg para defender la pertinencia de dicho enfoque: “Los conceptos científicos existentes cubren siempre tan sólo una parte muy limitada la realidad, y todo aquello que aún no ha sido entendido es infinito”. Es el caso de las ECM.

Por el momento, el debate se encuentra en el terreno de la ideología. En concreto, en la impuesta por “aquellos que ‘saben’ que tienen razón, y que están determinados simplemente a rechazar, o a abroncar a sus oponentes” (adivinen a quiénes se está refiriendo Alexander). Para el neurocirujano, debajo de este debate “que no lleva a ninguna parte”, se encuentra otra discusión fascinante, que ha sido posible gracias a todos los que han vivido alguna experiencia después de la muerte, paradigmas del cambio en la ciencia que pronto se producirá si se les escucha. “Cuando una persona que ha estado clínicamente muerta vuelve a la vida y describe a los demás su viaje a otros mundos mayores, necesitamos escuchar lo que esa persona tiene que decir y preguntarnos no si suena estúpido o no (los descubrimientos verdaderamente nuevos siempre lo hacen), sino si puede haber algo de verdad en ello”, defiende Alexander.

Pero esta lucha no se produce únicamente entre la razón y la fe, sino también, dentro de nosotros mismos. Alexander utiliza el ejemplo de una viuda que, recién fallecido su marido, no puede creer que el ser humano que tanto amó haya desaparecido sin dejar rastro: lo sabe, tiene el sentimiento de que hay un mundo más allá de lo físico, según los términos del neurocirujano. Sin embargo, en otros momentos, la duda le atenaza y la parte científica comienza a tomar el control. “Sí, ella amaba a su esposo”, explica. “Pero el amor es una emoción, una experiencia subjetiva generada por los procesos electroquímicos de nuestros cerebros, y las hormonas y otros químicos”. En consecuencia, nosotros mismos llegamos a la conclusión de que el amor no es real, y de que el vínculo entre dos almas es “una fantasía”. En definitiva, “no es ciencia”. Y por eso descartamos cualquier posibilidad de que pueda haber vida ultraterrena.

La nueva era de la exploración

De igual manera que Europa vivió la gran era de los descubrimientos entre el siglo XV y el XVII, podemos estar a punto de entrar en una época semejante, siempre y cuando no desconfiemos de esos intrépidos aventureros del más allá, explica Alexander. “Los nuevos descubrimientos serán impactantes, pero también profundamente confortables y sanadores”, explica en dicho adelanto. “Lo sé porque he estado en el límite de ese nuevo mundo y he vuelto. Sé que el amor, la belleza y el bien son reales, y que el alma también es real”. El problema a la hora de creer estas historias, señala el cirujano, es que las vivencias no son vagas ni abstractas, sino tan reales como “la lluvia, la madera, la piedra o la barra de mantequilla de tu desayuno”. En definitiva, “tan ‘teóricas’ como una caja de pollo frito”.

¿Cómo es el otro mundo que vio Alexander en la semana que pasó en coma? Aunque reconozca que pueda sonar “loco”, hay “árboles y flores”, así como “campos y animales”. También hay “agua en abundancia” que fluye en ríos y desciende en forma de lluvia, donde los peces pueden nadar. “Peces no matemáticos, sino reales”. Los objetos pueden parecer tan terrenos como los que vemos en nuestra vida diaria, pero “están más cerca de la fuente, del verdadero centro de nuestro cosmos espiritual/material”.  Un más allá que se parece sospechosamente a Minecraft o al fondo de escritorio de Windows.

Por encima de todo, recuerda Alexander, se encuentra el amor. “Nada está alienado, nada está abandonado, y a nadie se les permite la desesperación”, explica. Una vez que comprendamos todo ello, recuerda, los problemas del mundo real como la contaminación, el odio o la sobrepoblación seguirán existiendo, pero serán vistos desde un nuevo prisma, mucho más consolador. Cuando la viuda anteriormente citada piense en su marido, sabrá “con esa certeza que deja de lado todos los argumentos escuálidos y vitriólicos de nuestro actual momento, que la verdadera persona, que el ser espiritual cuyos ojos ha mirado durante tanto tiempo, sigue viviendo”. Un consuelo cercano al que durante siglos ha postulado el cristianismo, sólo que con un delgado barniz científico.

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