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Presentación del libro “Rosas de Plomo”

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Por Juan Echevarría

Barcelona, 16 de abril, 2015

MARGARITA SÁEZ DE LA CALZADA

La Residencia de Estudiantes

LOS RESIDENTES

ACCIÓN  CULTURAL ESPAÑOLA

CONSEJO  SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

 PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

Pág.123

El mayor  auge de la afición  futbolística  tiene  lugar  en 1922-1923. El residente José Díaz-Ambrona  recuerda que, por esos años y en cierta  ocasión, organizó “un partido de fútbol  entre la  Facultad  de  Derecho  y el equipo  de  la  Residencia. Jugaron por aquéllos  – entre otros- José Antonio y Miguel  Primo de  Rivera. Y en  aquella  tarde presenté  al estudiante José Antonio al incipiente poeta Federico García Lorca. El paso de los años no ha podido borrar estos recuerdos”

ISABEL PÉREZ-VILLANUEVA TOVAR

La Residencia de Estudiantes

LOS RESIDENTES

ACCIÓN  CULTURAL ESPAÑOLA

CONSEJO  SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

Pág. 546-547

En el bienio 1916 -1917, por ejemplo, la Asociación de Fútbol organizó partidos  con varios equipos de estudiantes en el campo  de la Residencia y en otros de Madrid  y El Escorial  El antiguo residente  José Díaz-Ambrona ofrece  un  recuerdo interesante. recogido  por  Margarita Sáenz  de  la  Calzada,  de  uno  de  esos  encuentros. el  que enfrentó en los años veinte al equipo residencial y a otro de alumnos de la Facultad de Derecho, en el que jugaban José Antonio y Miguel Primo de Rivera. Fue en esta ocasión cuando se conocieron, según  Diaz-Ambrona, el fundador de Falange Española y Federico Garcia  Lorca, que  estaría  allí muy  probablemente como simple  espectador, dada su escasísima inclinación deportiva”.

Al  leer  en  algún  diario  la  noticia  comentada  de  la publicación del libro “Rosas de Plomo” de Jesús Cotta, decidí adquirirlo de inmediato- y ya van diez ejemplares­ como suelo hacer siempre con los textos que puedan referirse a José Antonio. E irlos leyendo, como siempre, también, lápiz en mano, para ir señalando lo que estimo más importante, corregible, ampliable.

Así aumenta mi lealtad cognitiva y consciente a quien considero como la figura más importante – y hoy más que nunca- nacida  en   España  desde   1.903.  La  más importante, la más digna, la más burlada también y más escarnecida. La que puede definirse en una copla que pudo ser lorquiana. La que canta “Nos mataron al amigo, al mejor hombre de España”.

Aún niño,  tuve  la  suerte  de  cursar  desde  tercero  de bachiller en adelante en el Instituto Menéndez y Pelayo, en Barcelona, que fue a mi entender el mejor centro de Enseñanza media  de  nuestra  docencia.  Lo  dirigía  un catedrático de latín, D. Manuel Marín y Peña que unía al ejercer su profesión el amor y el rigor como componentes indispensables de toda labor educativa. En aquel centro, que en sus paredes aún existe, descubrí en 1.939 a Lorca y a José Antonio. A José Antonio sin ditirambos, a Lorca sin aires de clandestinidad.

Un día le pedimos a D. Manuel un lema para una centuria de la O.J. y nos dio a elegir entre “Per aspera ad astra” y “Sic itur ad astra”. La primera nos pareció imperativa y elegimos la segunda, porque es exhortativa, invocación del cómo, del meta-nodos, del modo de llegar a los luceros como meta más alta. A la vez, sin secretismos ni políticos ni de moral pacata, supimos del error de quien se llevó al río a la mozuela, creyendo que era soltera, pero que tenía marido. Y de que si a la mitad del camino tiras limones al  agua llegas a ponerla de oro.

De oro, no de plomo como fueran las rosas convertidas en balas en el pequeño intervalo de dos meses, y por una y otra de las retaguardias que partieron el pecho a Federico y a José Antonio en 1.936.

Por entrometerme en los libros que leo, estoy aquí intentando presentar el que Jesús Cotta ha escrito y nominado “Rosas de Plomo” porque al escribirle una nota de gratitud a través de la Editorial Stella Maris – nombre egregio – la leyó Eduardo Notario, y se armó todo este lance.

Casi siempre al presentar un libro está el autor presente y esto encierra un riesgo cierto. Porque creo que cada lector imagina su libro sobre el libro escrito. Al presentarlo suele pasar  aquello del cocinero pedante, que pretende enseñar a su abuelita a freír un huevo.

Al autor, a Jesús, debo pedirle excusas por si acaso no reconoce a su libro en mis palabras.

Empezaré diciendo que a mi entender su propósito ha sido el de escribir un libro de armonía, dotado de un concreto y reiterado estribillo.

La  armonía  entendida  como  unión  y  combinación  de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes. Porque los sonidos, las  voces, de Federico. y  José Antonio se emiten de forma simultánea, durante los mismos años, con término distintos, pero acordes. Y van dirigidos a su pueblo, al mismo pueblo español.

Uno emplea la poesía que rima, empleando según el caso tradición o vanguardia. El otro sabe y repite que a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas. Y aunque lee sin parar poesía y aún compone poemas alicortes, conoce la métrica más que alguno de los poetas conocidos y para prometer a su pueblo la Patria, el pan y la justicia, eleva su poesía al imperativo poético que exige entre dos situaciones elegir la más difícil si es además la más bella. Convierte en consigna a cumplir el “Sicur ad astra” del comienzo.

Un día en 1935, Marichu de la Mora, nieta de D. Antonio Maura, invita a Dionisio Ridruejo a una tertulia en la casa que en S. Rafael dejó en herencia el político, y le anuncia una sorpresa. Marichu y  Dionisio son  falangistas, pero Dionisio no conoce a José Antonio. A esa tertulia, reforzada por la poetisa hoy poeta Ernestina de Champourcín, comparecen como sorpresa prometida Agustín de Foxá y José Antonio. Después del asombro de Dionisio comienza una justa poética. Foxá recita de memoria su  “Coche  de Caballos”. Dionisio se arranca con su obra y sus duros sonetos. Cuando Dionisio calla y espera los plácemes de rigor, José Antonio le dice Dionisio: “Los versos agudos al final de los tercetos arruinan el ritmo delicadísimo del endecasílabo”. Dionisio, se asombra, calla y se evade diciendo “leo mucho a Quevedo” y José Antonio le invita lee más  a  Ronsard”. Ronsard que  era  entonces muy desconocido, el de la Pleyade, que convirtió para siempre la  lengua francesa en la  más clásica y  a la  vez  más moderna, por haberla conservado más latina.

Federico y José Antonio

Uno y otro se destinan al pueblo no a la plebe. Al pueblo del que uno dice que no tiene un gesto inútil ni una palabra ociosa. Al pueblo que entiende, aplaude y vitorea a España al contemplar unos Autos Sacramentales, del Siglo de Oro que Federico les muestra en la Barraca, protagonizados por estudiantes cultos y no por cómicos de la legua.

¿A qué España vitorean aquellos campesinos?

¿A  la  que  sufren  en  sus  carnes  atormentadas  por  el hambre y por pequeños caciques?

¿A la del Siglo de Oro que están reconociendo?

A la que no existe, pero que puede llegar a ser, aunque no sea. A España.

Federico y José Antonio son casi coetáneos en su nacimiento. Uno nace en 1.898, otro en 1.903 y van a ser absolutamente coetáneos en su muerte en 1.936.

Ahí están nuestros hombres coetáneos que tienen como destinatario al mismo pueblo. Al que quieren con delirio hasta la muerte, aunque a veces al ver a este pueblo seducido al engaño tenga que decir uno de ellos “hay que cambiar el modo de ser de los españoles”. Y para que así sea emplean la  poesía.  No  politizándola  como  harán Neruda  con su Canto General, ni  Alberti con su oda  a Stalin, ni Antonio Machado con su soneto a Lister, sino impregnado poéticamente a la política.

Uno de los exabruptos más acreditado del prosaico y feo Gil Robles fue el que decía “José Antonio lleva a la muerte a sus hombres por vender a quince céntimos las ideas de Platón”.

Posiblemente, aunque sin riesgo de muerte, no valían más de quince céntimos los folletos con las poesías de Federico vendidas en quioscos.

Pero Gil Robles y con él la derecha no leía a Federico más que para escandalizarse falsamente, ni leían tampoco las nuevas ideas de Platón, por la que otros, por venderlas, se jugaban la vida. También es verdad que Gil Robles en el bar del Congreso mojaba galletas María en su café con leche, rebañando la taza con cuchara.

También es cierto que en el mismo bar donde además del café  con  leche  y  la  zarzaparrilla  y  los  malos  licores, consumo generalizado de sus señorías, Prieto tomaba cognac francés y José Antonio era el único que consumía whisky.

Hablé hace ya rato del que llamé estribillo. El estribillo de Rosas de Plomo” es para mí el desfile de personajes que afirman o niegan o ponen en duda la amistad de Federico y José Antonio.

Unos con buena fe, otros con mala. Algunos es posible por envidia y celos.

De lo que quedó constancia escrita es de un encuentro fugaz de unos Federico y José Antonio muy jóvenes. Uno era poeta incipiente, el otro un delantero centro mejorable del equipo de fútbol de la Facultad de Derecho madrileña. Y el encuentro tuvo lugar en la Residencia de estudiantes “La  Resi” que en la colina de los chopos dirigía Alberto Jiménez Fraud, según las pautas pedagógicas de Giner de los Ríos.

Aunque algunos ahora lo callen, La Resi fue visitada y ayudada decisivamente por D. Miguel Primo de Rivera padre de José Antonio.

Pero lo importante es lo que fueron conociendo y sabiendo al paso de los años el uno del otro. Federico y José Antonio se siguieron los pasos a medida que iban configurando sus vidas, paralelas en defender con medios dispares, objetivos comunes, de redención del pueblo español sin halagarle. Echándole una mano para que en la poesía y en la política poetizada encontrara razón de orgullo y no de odio y de desesperación.

Federico y José Antonio se siguieron los pasos. Mas José Antonio a Federico. Porque José Antonio era más decidido, más valiente y traía entre manos algo más que poesía y le importaba, menos que a Federico cargar con las consecuencias de sus actos. Además, la poesía puede y debe vivir sin la política, mientras que la política, al menos para José Antonio no podía vivir sin la poesía.

Por esta razón, al coincidir sin verse en un mismo restaurante, José Antonio le envía a Federico una nota así: “Federico, ¿no crees que con tus monos azules y nuestras camisas azules se podría hacer una España mejor?” Esta nota sería la invitación a Federico para que asumiera la capitanía de los poetas de la Falange.

Es imposible que Federico y José Antonio no supieran el uno del otro. Eran famosos, adulados, y destacaban por originales entre los destacados de aquella generación de poetas, la del 27 y de aquella generación o degeneración de políticos del 31.

Frecuentaban los mismos lugares. La Ballena Alegre. La casa de Carlos Morla Lynch. Los mismos teatros para ver las mismas funciones: Bodas de Sangre por ejemplo, que escribió Federico.

Los estribillos convertidos en personajes son los que Jesús Cotta recoge en su libro.

Felipe Ximénez de Sandoval, del que he escuchado una vez más en estos días su conferencia sobre la frustrada amistad de Federico y José Antonio por el “Sí se enteran de Federico”.

Gabriel Celaya que en 1963 rebusca en su diario y dice que el 8 de marzo de 1936, tras negarse a dar la mano al gran arquitecto y artista José Manuel Aizpurúa que había sido su amigo, por serlo ahora de José Antonio, cosa que le costó la vida, Federico le dice “José Manuel es como José Antonio otro buen chico ¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Solemos salir juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo ni a mí me conviene que me vean con él.

Celaya es lo bastante Celaya como para decir verdad o no decirla. Para haber callado por no liberar a Federico en su fama falsa de mártir de la izquierda o para decirlo en 1963 con la intención de quitarle a Federico el escabel de poeta puro al que Celaya pretendió escalar.

Lo que sí es absolutamente cierto es que José Manuel Aizpurúa, quién hizo que Picasso y José Antonio se conocieran  y  apreciaran, corroboró  al ser  asesinado en 1936 aquellos versos de Luys Santa Marina.

Los  prudentes, los sensatos naturalmente quedaron en pie.

Más de los nuestros

De cada cuatro, cayeron tres.

Pepín Bello y varios más desfilan en el libro que me complazco en presentar.

Pepín Bello

60 años después decía:

“En el drama vital que era España entonces, me atrevo a sostener, estoy seguro, que la única persona que podía comprender a Federico en toda su gigantesca extensión era José Antonio Primo de Rivera”.

Federico le dijo a Celaya algo que para nosotros no era sorpresa pero que a Celaya lo dejó planchado, tan planchado que 70 años después seguía perplejo.

Pero una  presentación ha de ayudar  a que  el libro se venda y no a que deje de venderse porque en la presentación se le recite.

Jesús  Cotta  se  pregunta  ¿Y  qué  explica  que  ambos tuvieran un mismo trágico final?

Creo que de haber sobrevivido a la contienda, podríamos preguntarnos hoy que ya no existirían por la ley natural de vida ¿Qué explicaría que en aquella baraúnda de las dos retaguardias de la guerra civil subsistieran Federico y José Antonio sin haber renunciado ni un ápice a su personalidad ni a su obra?

Si analizamos quienes mandaban en la zona  del Frente Popular, veremos que era imposible salvar a José Antonio.

El  Presidente de  la  Republica, Manuel  Azaña, al  que recurre  Elisabeth  Asquith,  por  matrimonio  Princesa Bibescu, le dice ”yo no puedo hacer nada. Soy también un prisionero”. Por lo sucedido fue siempre un prisionero. Durante los 25 días que duran entre octubre y noviembre de 1.936 las sacas de las cárceles madrileña Modelo, San Antón y Porlier, en un katin español que vacía las cárceles y repleta las fosas de Paracuellos del Jarama.

Y el 11 de agosto de 1.938, la guerra ya perdida, en que se fusilan en las fosas de Santa Elena del Castillo de Montjuich en Barcelona a 62 jóvenes entre 18 y 30 años que salen de sus celdas cantando el Credo, en catalán, que es mucho más solemne.

El Presidente, 23 días antes, el 18 de julio, había pronunciado en el Palacio de la Generalidad su patético e inútil discurso de Paz, Piedad, Perdón. Ni nadie le hace caso, ni nada hace él porqué se cumpla. Y en su huida, simultánea con los asesinatos masivos del Colell, busca la seguridad del Hotel Jorge V de Paris para presentar sin riesgo su tan dilatada dimisión.

Así podrá disimular su cerúlea carnadura, que en frase del gran fisiólogo Juan Negrín, delata el constante pavor del Presidente.

El Presidente del Gobierno, Largo Caballero, al que en halago burlesco denominaron el Lenin español, hendido de odio, rencor  e  ingratitud con  los  Primo de  Rivera,  niega  haber firmado el preceptivo enterado de la condena a muerte de José Antonio, y achaca a exceso de celo del gobernador de Alicante el fusilamiento.

El salteador de bancos y asesino confeso Juan García Oliver, en funciones de Ministro de Justicia en sus gruesas memorias “El eco de los pasos” desmiente a Largo y se excusa diciendo que él como Ministro de Justicia nunca recurrió, salvo la de un niño de 14 años, las sentencias de muerte que en solicitud del “enterado” llegaban a la mesa del Consejo de Ministros.

La verdad es que de hecho José Antonio estaba en capilla desde el 14 de marzo día en que fue detenido, hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1.936.

¿Y cómo era la retaguardia que asesinó a Federico?

Para su caso igual de cerril y fanática pero menos estructurada.

Aquí no hay Tribunal Popular con jurado integrado por los partidos y formaciones   políticas que aseguran por anticipado la sentencia que dicte el Tribunal formado a posta, como en el caso de José Antonio.

En la zona en la que se mata a Federico las cosas discurren, al menos en este caso, con mayor sencillez.

El poeta que llega a Granada por creer más segura.

Que se refugia en casa de los Rosales, en la que le acogen José ”Pequinique” y Luis que son falangistas y Luis, además, poeta.

Que  un  rechazado  por  José  Antonio,   Ramón  García Alonso, por ser un obrero amaestrado de la CEDA y pedigüeño, se ha convertido en converso y en autoridad complementaria de un Gobernador Valdés militar y nueva guardia, de los de después del 16 de febrero y ahora señor de horca y cuchillo.

Que en Federico encuentra el García Alonso, la venganza que le hubiera gustado conseguir en José Antonio y en Pequiñique Rosales.

Y tantas cosas más.

El contraste entre los que juzgan a José Antonio, y los que envían al paredón a Federico, respecto a sus víctimas, es tal que, como en las tragedias griegas el final resulta ineludible.

Federico se resiste a morir citando como amigos suyos a Azaña y José Antonio.

Uno sí que de verdad era también un prisionero, con su condena a muerte en ciernes y segura.

El otro, Azaña  esta vez  sí  que no podía hacer nada, aunque se hubiese atrevido, cosa extraña.

Federico reza a la Virgen, la misma Virgen de Antoñito el Camborio. “Acuérdate de la Virgen, porque te vas a morir”.

¿Qué versos  de  los  suyos  de  la  muerte pudo  recordar Federico en aquel trance?

De haber sabido de sus dudosas futuras sepulturas

Su Memento:

Cuando yo me muera,

enterradme con mi guitarra

bajo la arena.

Cuando yo me muera,

entre los naranjos

y la hierbabuena.

Cuando yo me muera,

enterradme si queréis

en una veleta.

 

¡Cuando yo me muera!

Y en cualquier caso el de sus

Rayos

Todo es abanico

Hermano, abre los brazos

Dios es el punto

 

José Antonio es detenido el 14 de marzo de 1.936 y con subterfugios legales sigue en prisión hasta la muerte en Alicante donde fue trasladado para aislarle.

No había salido elegido a Diputado a Cortes. Sólo cinco mil votos por Madrid. Llenaba plazas, cines y teatros. No urnas con papeletas. Le ofrecían la vida y la entregaban. Le negaron los votos.

Así hasta  el  20  de  noviembre, después  de  intentos, gestiones, complots y juicio con condena a muerte.

Han matado los unos al Poeta.

Los otros van a matar al Caballero.

Va a ser imposible por tiempo indefinido mirarnos a la cara.

Ojalá fuera la mía, dice en su testamento, la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.

Se ha dicho que en capilla tenía José Antonio con la Biblia y Obras de Marañón, las Doloras de Campoamor y en la que dice “Mi agonía es la bárbara agonía, del que quiere evitar lo inevitable” había apostillado “gran verdad esta”.

Hace casi 70 años escribí y publiqué en un envío a José Antonio “supieran lo que hicieran al matarte y al dejarte matar” y “no te queremos mito, porque mito es aquello en lo que se cree a ojos cerrados y nosotros debimos tenerlos bien abiertos”.

Dionisio Ridruejo escribió más tarde “si queremos ser fieles ética y personalmente a José Antonio, tendremos que serie infieles políticamente”.

Hace unos años, en un vuelo transatlántico coincidí con un antiguo  comisario  político transformado  en  elegante hombre de negocios.  ¿Por qué, le pregunté, matásteis a José Antonio? Y me respondió “teníamos que matar al hombre para matar la idea”.

Pero es imposible matar las ideas compartidas con aquella corte literaria que fue de José Antonio, Foxá, Montes, Sánchez  Mazas, Samuel y  Félix Ros, Miquelarena, Ridruejo, la de casi todos lo que le compusieron aquella famosa corona de sonetos y con la otra corte, como la de Guillén, Cernuda, Machado, Alberti, Hernández, Federico, que José Antonio consideró también como de sus poetas, aunque en algunas ocasiones parecieran no serlo.

No morirán las ideas del hombre al que Kipling dijo: sí.

Jesús, tu sabes bien que un libro, un buen libro como el tuyo, despierta  recuerdos, ideas, sentimientos. Y ese paradójicamente paralelismo convergente del Poeta y  el Caballero, despierta el dolorido sentir.

Ojalá sirva como contribución a una España más limpia, más alegre y tolerante. Y más culta.

La cultura entendida como el sistema del tiempo que nos toca vivir.

Gracias Jesús, muchas gracias.

Visto en Plataforma 2003

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