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29 DE OCTUBRE: DEL PRELUDIO A LA SONATA

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Por José Ignacio Moreno Gómez para elmunicipio.es

El corsé de retórica estereotipada con que el franquismo vistió a José Antonio fue algo tan empobrecedor y poco fiel a la memoria del fundador de la Falange como la reducción a meros tópicos deleznables que resultó del abuso de muchas de sus frases, sobadas hasta la saciedad y desgajadas del léxico genuino del que procedían. La urdimbre doctrinal con la que se entrelazan tales frases impide que se corten retales de ella y que se utilicen luego para poner remiendos a conveniencia. Además, las consignas que se enuncian un día puede que no sean comprensibles ni útiles al día siguiente, si se desvinculan del cuerpo de ideas de donde han salido. Pero no solo esto: hay que tener también en cuenta que las ideas, si se desenvuelven en una atmósfera de libertad, y se oxigenan convenientemente, evolucionan y crecen. Y, como ocurre con las piedras de molino, sus perfiles se van haciendo cada vez más pulidos, hasta llegar a producir esas ideas redondas que tanto recomendaba Ganivet. Pues las ideas han de emplearse a la faena, ardua, de moler el grano que supone interpretar e intentar transformar la realidad a la que vienen a servir. De otro modo, se vuelven triviales y sirven, a lo sumo, como remedos de fósiles, para contarnos historias pasadas, acaso muy pasadas, y definitivamente sepultadas. Ese fue el triste destino de los enunciados de la doctrina falangista, embalsamada a base de alcanforados discursos conmemorativos, y desconectada -por ausencia de una organización libre que la sirviese- de la España viva, con la que había de dialogar y a la que debía de transformar. Él discurso que más se nos repetía y conmemoraba era el de la Comedia, es decir, el anterior a la existencia misma de la Falange; el menos comprometedor por su indefinición, todavía, en puntos clave; y el más aplaudido por todos los que, a derecha e izquierda, deseaban una Falange de cartón piedra. Y no es que el discurso del 29 de Octubre haya de ser considerado como una pieza menor, ni mucho menos como cosa desdeñable. Tiene el inmenso valor de un punto de partida, y su factura es impresionante en elegancia y estilo. Pero, desde el punto de vista de la trayectoria ideológica de José Antonio, el discurso de la Comedia no es, desde luego, el más importante. Es tan solo una declaración de intenciones. Tenía el calor y la irresponsabilidad de la infancia, nos dirá el mismo más tarde. Fue un preludio donde quedaron esbozadas las líneas maestras por las que habría de discurrir todo el desarrollo posterior. Lo pronunció José Antonio en compañía de sus dos compañeros del Movimiento Español Sindicalista, Ruiz de Alda y García Valdecasas, en medio de la campaña electoral de 1933, donde él, aunque sin fe y sin respeto, era candidato independiente en una lista monárquico-conservadora. F.E (Falange Española) aparecería como organización política unos días más tarde, el 2 de Noviembre. Este hecho haría exclamar a María Zambrano: “Nos han quitado la FE”. Se refería la intelectual malagueña a que, tanto las iniciales (F.E), como los estatutos y, sobre todo, buena parte de las ideas allí esbozadas, eran las mismas del Frente Español, fundado por ella y por varios discípulos de Ortega, como el catedrático granadino Alfonso García Valdecasas, José Antonio Maravall, Antonio Bouthelier o Eliseo García del Moral (los cuatro pasarían a formar parte de la organización falangista).

De este discurso conviene, no obstante, subrayar su enorme componente orteguiana, en su ánimo “vertebrador” de una nación rota en su unidad de cuerpo social y sometida a la lucha entre derechas e izquierdas, ajenas ambas al “superior interés de España”. La “renación (sic) española” (son frases sacadas del manifiesto del Frente Español) necesitaría, según el grupo orteguiano, de un “sistema corporativo de trabajo, bajo la sindicación de productores”. Como es fácil comprobar para cualquiera, estos jóvenes seguidores del filósofo madrileño anduvieron sin grandes complejos, en la frontera de un fascismo a la española. Supuestamente, fue éste el motivo que indujo a María Zambrano a disolver al grupo.

La influencia fascista aparece también, y nuestra perspectiva actual no nos da título para escandalizarnos de ello, en el José Antonio de 1933, que aprecia valores universales, perfectamente asumibles, en el proceso seguido por la Italia mussoliniana. Siendo dicha influencia recibida, en su aspecto más intelectual, a través de la reflexión sobre la situación de nuestra patria hecha por el grupo de García Valdecasas y por el propio Ortega, aunque éste nunca cruzase la frontera del liberalismo y repudiase al fascismo. No obstante, fue Ortega quien había expresado un año antes, en 1932, el deber de quebrar todo interés parcial en beneficio del destino común de los españoles, y la necesidad de un gran movimiento nacional como elemento imprescindible para que de él emanase el poder apto para instaurar con toda plenitud un nuevo Estado. Era el momento de rectificar a la II República española y el fascismo era una tentación.

Pero dado que, ni del discurso de sus promotores, ni de las proclamas de la organización que surgiría en los días posteriores al mitin de la Comedia, se desprendían aún propuestas concretas de cambio de sistema económico, las referencias a cambios sociales y de modelo económico, sonaron a algunos a pura retórica; fueron acogidas con alivio y celebradas por ciertos sectores de la derecha, quienes imaginaron que podrían convertir al movimiento recién creado en una partida de mamporreros a su servicio, ante la amenaza de revolución socialista.

Aquel discurso fue el preludio, pero la sonata, mucho más armónica, vendría después. Así, en el discurso en el cine Madrid de 1935, José Antonio afirmaría que el hombre europeo, por obra del capitalismo, había perdido su patrimonio y su individualidad; el jefe de la Falange se comprometía a desmontar el sistema de propiedad capitalista para sustituirlo por la propiedad individual, familiar, comunal y sindical; se comprometía a hacer la reforma agraria expuesta ante el Parlamento y la reforma crediticia que nos librase de la usura bancaria. Estas cosas ya gustaron bastante menos a las derechas, que comprobaron que la Falange no era, ni por asomo, lo que ellos se habían figurado. Más tarde, en la Conferencia del Círculo de la Unión Mercantil, expondría aún más perfilado su pensamiento y denunciaría la burla de los corporativistas que pretenden armonizar capital y trabajo. Apuntó, como única solución, la desaparición de la relación bilateral capital-trabajo, pues el trabajo humano no se debe enajenar como una mercancía más. Y, en otro orden de cosas, la misión del Estado, hacia adentro, no había de ser otra que hacer más felices, más humanos, más participantes en la vida humana a un mayor número de hombres. La revolución total, la organización total de Europa, debía de comenzar por el individuo, que era quien más había padecido, hasta quedarse sin sustancia, sin personalidad, sin existencia, sin percibir las ventajas de la vida. En 1936 llegaría a sentenciar con rotundidad que el fascismo es fundamentalmente falso pues aspira a sustituir la religión por una idolatría y es falso, además, en lo económico, pues conserva la dualidad patrono-obrero.

No sabemos hasta donde habría llegado la evolución de un José Antonio vivo, reflexionando y ahondando en sus lecturas de Ortega, de Unamuno, de Maeztu y de los clásicos españoles; de los Duguit, Man, Marx, Sorel, Spengler; y, claro está, de los que vinieron después. Y sobre todo, de un José Antonio, de una falange de seguidores suyos, en diálogo permanente con la realidad de su tiempo y de su pueblo. Lo que es seguro es que la Falange, su Falange, se habría consolidado en cosa duradera y no habría venido a quedar encerrada en el gueto en el que, aunque nos duela, se encuentra en la actualidad. Sacarla de él es una tarea política, pero, primordialmente, es intelectual y social. Habrá que tomar las notas que quedaron flotando en el aire y, a partir de ellas recomponer la pieza, con ritmos actuales, cuyos primeros compases sonaron en el Teatro de la Comedia de Madrid un 29 de Octubre de 1933.

José Ignacio Moreno Gómez

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