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CONFIESO QUE SOY ESPAÑOL

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Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

Confieso que soy español. Desde luego reconozco que hoy por hoy en esta vieja nación europea, esta es una afirmación que no tiene, de alguna forma, una amable consideración, pero yo no puedo a estas horas de mi vida cambiar ni un ápice la emoción que siento al decir que soy español. Si, confieso que me emociona escuchar mi himno, el de España, aun a pesar de que no tiene letra y me entra la envidia cuando oigo cantar la Marsellesa, o la canción estadounidense. Confieso, que mis ojos se encienden al ver la bandera bicolor, roja y gualda -símbolo de siglos de historia-, de victorias y derrotas, de honor y felonías, de imperios y catolicidad, de donceles y de pícaros, de santos y agnósticos, historia y contra historia, de españoles al fin- Confieso que estoy enamorado de sus paisajes áridos o mesetarios, y también verdes, o el multicolor en sus vegas y huertas de flor, de sus horizontes amarillos por el trigo que nos da el pan.

Os confieso que por ser español me asaltan las lágrimas cuando recuerdo los poemas de San Juan de la Cruz, de santa Teresa, o me lleno de sensible atención al leer las gestas del Quijote cervantino, de las escenas creadas por Lope o Calderón, y mi alma se engrandece ante los versos de Lorca, Juan Ramón o Espriú. Confieso que me siento orgulloso de ser español al contemplar los cuadros de Velázquez, Sorolla, de Goya, Picasso o de Dalí, y es que España es todo eso. Y mucho más. Y me vienen las imágenes de Blas de Lezo, y de Gonzalo de Córdoba, reflejo tal vez de los legendarios Indívil y Mandonio, de Viriato, de esos españoles que combatieron al invasor en Las Navas, y más tarde en Bailén andaluz y en el Bruch catalán; orgulloso de ser de la tierra de quienes en uno y otro bando entregaron sus vidas en la casa de campo o en el Ebro, por una patria mejor.

Claro que tenemos claroscuros, jornadas de tristeza junto a días de gloria, pero eso es España. La riqueza de sus lenguas autóctonas, la cultura específica de sus tierras, el sentido de lo transcendente. La España de aciertos y errores, pero lo confieso, por encima de nuestras propias debilidades, de nuestras fortalezas, confieso que soy español que, como afirmaba un hombre excepcional, era una de las pocas cosas serias que se podían ser en la vida. España es así, en ocasiones sublime, en otras contradictoria, y embargo nos queda la existencia de un país digno de amarse. Sí, es verdad, que nuestra patria, ha sido y lo es también hoy, en ocasiones, un país del que sentirse ajeno, porque en su piel subsisten hechos tan deleznables como la traición de Minuro y Ditalcón, asesinos de Viriato, y el conde Julían visigodo que permitió la derrota de Guadalete, y los Bellidos Dolfos de cada época, los insurrectos de La Beltraneja, los afrancesados de la anti España (con sus matices), o los equivocados de una guerra civil que nos ha causado tantos lamentos. Esta es España. Con sus Saguntos y sus Tarracos, sus Numancia, Tolosa, Bailén o Gerona, la del Alcazar o Santa María de la Cabeza, y también, por qué no, la gesta dual en el Ebro de 1939. Es la España secular.

Y ahora mismo, en tiempos de tribulación mundial, aunque existan los podemitas con sus mensajes ambiguos, y hasta sus frases inasumibles por un español de a pié, España vive con la fuerza de su destino. No importa que soportemos la des–hispanidad que sufrimos, el rebote separatista, la indiferencia general en valorar lo que fuimos y somos, no debe de sorprendernos el mantra antiespañol nacido hace siglos por los Bartolomé de las Casas modernos, España es mucho más, y como decía un Bismark desconocido, es tan fuerte su sentido nacional que ni los españoles más conspicuos han conseguido romperla,

Me siento español. Soy español, y creo que justo ahora, debemos de enunciarlo con toda el alma y la pasión, porque así lo merece dos mil años de historia, al menos, forjando el espíritu y la verdad de un pueblo que siempre ha buscado la libertad.

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