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Así secuestraron y mataron a Calvo Sotelo, cuyo recuerdo ha ordenado borrar Carmena

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Apelan a una ley sobre la Guerra Civil para ocultar un crimen cometido antes

Sin el menor pudor, la alcaldesa comunista de Madrid Manuela Carmena ha ordenado retirar dos placas en memoria del líder del partido monárquico y conservador Renovación Española, secuestrado y asesinado por elementos policiales a las órdenes del gobierno izquierdista del Frente Popular el 13 de julio de 1936. Muchos historiadores coinciden en apuntar que este brutal crimen fue el que provocó el estallido de la Guerra Civil Española unos días más tarde. Paradójicamente, la burda ocultación de este crimen ordenada por el gobierno madrileño de ultraizquierda se hace apelando a una Ley de Memoria Histórica referida a la Guerra Civil y el franquismo, cuando Calvo Sotelo fue asesinado días antes de la contienda. Lo que hace el Ayuntamiento de Madrid es tan indefendible que ayer la Concejala de Cultura del Ayuntamiento, Celia Mayer, era incapaz de explicar esta decisión, y se limitaba a invocar “una serie de informaciones técnicas” sobre las que no daba ni la más mínima información. La realidad es evidente: el recuerdo del crimen Calvo Sotelo pesa como una losa para una izquierda que se empeña en vendernos la Segunda República como una democracia ejemplar, algo que desde luego no fue. Repasemos los hechos.

Los datos de la ola de desórdenes que se vivió con el Frente Popular

España vivía una situación convulsa. En febrero de 1936 había ganado las elecciones el Frente Popular, una coalición de partidos de izquierda encabezada por el PSOE y el Partido Comunista. El 16 de junio de 1936 José María Gil Robles, jefe del partido mayoritario de la oposición (la derechista CEDA), exponía así la situación: “Habéis ejercido el poder con arbitrariedad y total ineficacia. Los datos estadísticos lo prueban: desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio último un resumen numérico arroja los siguientes datos: iglesias totalmente destruidas, 160; asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos e intentos de asalto, 251; muertos, 269; heridos de diferente gravedad, 1.287; agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215; atracos consumados, 138; tentativas de atracos, 23; centros políticos y particulares destrozados, 69; idem asaltados, 312; huelgas generales, 113; huelgas parciales, 228; periódicos totalmente destruidos, 10; asaltos a periódicos e intentos de asaltos y destrozos, 33; bombas y petardos que estallan, 146; recogidos sin estallar, 78.

Amenazado de muerte en las Cortes por un socialista y una comunista

Después de la intervención de Gil Robles, José Calvo Sotelo dio su último discurso en las Cortes denunciando la responsabilidad del gobierno ante los desórdenes. Una de su palabras más famosas de ese discurso fueron las siguientes: “Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: ‘Señor, la vida podéis quitarme pero más no podéis”. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio.“ La referencia del diputado conservador a la muerte no era baladí. En esa misma sesión, refiriéndose a Calvo Sotelo, la diputada comunista Dolores Ibárruri, también conocida como La Pasionaria, sentenció: “Este hombre ha hablado por última vez”. Las amenazas no cesarían ese día. En la sesión parlamentaria del 1 de julio, el diputado socialista Ángel Galarza, creador de la Guardia de Asalto, dijo a Calvo Sotelo: “Pensando en Su Señoría, encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida”. Se montó un gran tumulto entre los diputados de centro y derecha, pero el socialista se negó a retirar sus palabras. Al fin y al cabo, parafraseaba la amenaza lanzada en las Cortes por el fundador del PSOE, Pablo Iglesias, contra Antonio Maura en 1910, que se tradujo dos semanas más tarde en un intento de asesinato del político conservador.

Guardias de Asalto y miembros del PSOE perpetraron el crimen

La noche del 12 al 13 de julio, un grupo de guardias de asalto y de miembros de las milicias del PSOE acudió en una camioneta de la Guardia de Asalto, la número 17, al domicilio del dirigente de Renovación Española Antonio Goicoechea y, después, al del líder de la CEDA, Gil Robles. Como no se encontraban en sus casas, fueron a buscar a Calvo Sotelo. A las tres de la madrugada llegaron a su domicilio, diciéndole que le llevaban detenido a la Dirección General de Seguridad. El diputado monárquico protestó: “¿Detenido? ¿Pero por qué? ¿Y mi inmunidad parlamentaria? ¿Y la inviolabilidad de domicilio? ¡Soy Diputado y me protege la Constitución!“ Uno de los captores se identificó como guardia civil, lo que tranquilizó a Calvo Sotelo, que precisamente había defendido recientemente a la Benemérita de las calumnias de la izquierda ante las Cortes. El diputado se despidió de su familia y prometió llamar en cuanto pudiese “a no ser que estos señores se me lleven para darme cuatro tiros”. Calvo Sotelo bajó tranquilo, vistiendo un traje gris y un sombrero del mismo color. Sus captores subieron al diputado a la camioneta, sentándolo en el tercer banco.

Tras matarle de un tiro en la nuca, le abandonaron en un cementerio

Camino de la DGS, le mataron de un disparo en la nuca, con salida por el ojo izquierdo y pérdida de masa encefálica, según dictaminaron los forenses, doctores Piga y Águila, en la autopsia realizada en la mañana del día 14. Sus asesinos le echaron la chaqueta americana hacia atrás, de forma que no pudiese mover los brazos para defenderse. El autor de los disparos fue el paisano Luis Cuenca Estevas, miembro de las Juventudes Socialistas y de “La Motorizada”, una unidad de las milicias del PSOE que servía de escolta a los dirigentes del partido. Cuenca estaba sentado en el cuarto banco de la camioneta, justo detrás de Calvo Sotelo, cuando hizo el disparo. El cadáver fue abandonado a las cuatro de la madrugada del 13 de julio en el Cementerio del Este, siendo depositado en una mesa del depósito. Los guardias de asalto dijeron a los vigilantes del camposanto que se trataba de un sereno muerto en un atentado, y que más tarde mandarían la documentación, por lo que los vigilantes no hicieron preguntas. Como el muerto no llevaba encima documentación, los vigilantes avisaron al Juez de Guardia, que no apareció por allí hasta el mediodía, cuando la noticia del crimen ya recorría todo Madrid. Al enterarse por el propio Cuenca del asesinato, el editor del diario El Socialista Julián Zugazagoitia comentó: “Ese atentado es la guerra”.

El atentado que encendió la mecha de la Guerra Civil Española

El atentado conmocionó a la sociedad española. El 14 de julio a las cuatro de la tarde fue el entierro del asesinado, al que acudió una multitud. No cabía ninguna duda de que miembros de las fuerzas policiales al servicio del gobierno habían cometido el crimen. El asesinato de Calvo Sotelo era lo que le faltaba para estallar a una sociedad en plena ebullición. Tras lo ocurrido, muchos españoles que confiaban en que la República fuese capaz de moderarse y garantizar las libertades de todos perdieron, definitivamente, toda esperanza en ese régimen. No pocos militares, hasta entonces aún dubitativos, decidieron sumarse al golpe de Estado que estaba preparando el general Mola. Aunque el gobierno republicano abrió una investigación, los implicados en el crimen no fueron castigados. Sí que se detuvo en las horas siguientes a docenas de personas de derechas. Además, un decreto del Presidente de la República suspendió las sesiones parlamentarias durante ocho días. En la mañana del 15 de julio se reunió la Diputación Permanente de las Cortes para debatir la ya quinta prórroga de uno de los 23 Estados de Alarma que se declararon durante ese régimen en cinco años (en las cuatro décadas que llevamos ahora de democracia sólo ha habido uno), y que servían para imponer la censura gubernativa a la prensa, que fue la tónica dominante desde la proclamación de la República hasta el inicio de la contienda civil.

Los escoltas de Calvo Sotelo tenían órdenes de desampararle

De hecho, en la Diputación Permanente Gil Robles denunció la censura por el gobierno el día anterior de la publicación en un periódico de unas palabras del asesinado. Pero el líder de la CEDA hizo una declaración aún más llamativa sobre la situación en la que se encontraba Calvo Sotelo antes de su asesinato:

“El miércoles pasado, señores diputados –hace hoy exactamente ocho días–, el señor Calvo Sotelo me llamó aparte, en uno de los pasillos de la Cámara, y me dijo: “Individuos de mi escolta, que no pertenecen ciertamente a la Policía, sino a uno de los Cuerpos armados, han recibido una consigna de que en caso de atentado contra mi persona procuren inhibirse. ¿Qué me aconseja usted?”. “Que hable usted inmediatamente con el Ministro de la Gobernación”. El señor Calvo Sotelo fue a contárselo, el miércoles o el jueves, al señor Ministro de la Gobernación, el cual, según mis noticias tenidas por el señor Calvo Sotelo, dijo que en absoluto de él había emanado ninguna orden de esa naturaleza. Pero el señor Calvo Sotelo tuvo una confidencia exactísima.“

Gil Robles también recordó lo que le había dicho al diputado Juan Ventosa Calvell, de la Lliga Regionalista Catalana -presente en esa sesión de la Diputación Permanente-, antes del asesinato del diputado de Renovación Española:

“Contra el señor Calvo Sotelo se prepara un atentado. Ha habido parte de organismos dependientes del Ministerio de la Gobernación, nunca del Ministro de la Gobernación, órdenes para que se deje impune el atentado que se prepara. Usted lo sabe; usted y yo somos testigos de que esta advertencia se ha hecho al Gobierno, de que esa amenaza se está cerniendo sobre la cabeza del señor Sotelo.”

Tres días más tarde ocurría lo previsible: se alzaba la guarnición de Marruecos, y al día siguiente otras plazas españolas. Comenzaba la Guerra Civil Española, en cuyo estallido tuvo una enorme responsabilidad el gobierno del Frente Popular, que prefirió volcar todos sus esfuerzos en reprimir y perseguir a la oposición en vez de poner orden, buscar la concordia y la convivencia y velar por los derechos y libertades de todos. Algunos, lamentablemente, parece que no han aprendido nada de la historia y, lo que es peor, da la sensación de que quieren condenarnos a repetirla.

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