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¿Es Lutero un «testigo del Evangelio»?

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Por Pedro Fernández Barbadillo

El monje agustino Martín Lutero (1483-1546) comenzó su rebelión contra la Iglesia católica el 31 de octubre de 1517, cuando expuso en Wittenberg sus 95 tesis contra las indulgencias. Junto con otros teólogos, como Juan Calvino y Ulrico Zwinglio, Lutero rompió en la primera mitad del siglo XVI la Cristiandad de Occidente, que a comienzos del siglo XV había superado el Cisma de Occidente.

Los protestantes propinaron un golpe demoledor a la unidad de los católicos, destrozaron todo intento de mantener unos principios morales y políticos de unidad entre las naciones europeas y causaron guerras de religión desde Francia a Suecia. En algunos casos, los monarcas aprovecharon este cataclismo, que suele recibir el nombre de la Reforma, para, como hizo Herodes con Juan el Bautista, sacudirse todo límite a su voluntad, ya política, ya sexual. Sobre esta última pueden citarse dos ejemplos patéticos: Enrique VIII, honrado por el papa León XI en 1521 con el título de Defensor de la Fe por un libro contra las teorías luteranas, instauró una iglesia propia para divorciarse de su esposa, hija de los Reyes Católicos, y casarse con su amante, y Felipe de Hesse practicó la bigamia con la bendición de Lutero (sólo le impuso la condición de que la mantuviera en secreto) y del amigo de éste Melanchthon.

Iconoclastia protestante

Los cultos protestantes difundieron el ‘cesaropapismo’, en que el monarca imponía a su pueblo la religión que él escogía y además adquiría la condición de obispo o cabeza de la nueva iglesia. Los reformados, inflamados por su fanatismo, instauraron dictaduras confesionales atroces en Ginebra y Múnster, y no vacilaron en despedazar a los católicos que no abjuraban y se les unían. Igualmente, también se mataban entre ellos: los anabaptistas eran ahogados en ríos y lagos alemanes y suizos. La libertad para interpretar las Escrituras (principio que no aparece en ellas) se la negaban a los católicos y a los demás protestantes.

Otra obra de su despotismo fue la destrucción de un inmenso patrimonio artístico (iglesias, vidrieras, cuadros, libros, estatuas, retablos…) de una magnitud tal que sólo se superó en la revolución francesa y las guerras napoleónicas. Podemos hacernos una idea de los tesoros perdidos por la iconoclastia protestante con piezas supervivientes, como las vidrieras de la iglesia de San Juan Bautista de la ciudad holandesa de Gouda (aparece Felipe II como rey consorte de Inglaterra); el resto del templo fue saqueado.

La unión del cesaropapismo y del fanatismo condujo a la exclusión de los católicos como traidores a la ‘verdad’ (según la exponía cada predicador) y al Estado. En Irlanda, los puritanos acaudillados por Cromwell cometieron un genocidio contra los nativos, justificado ante sus conciencias porque se trataba de papistas. Además, se legitimó el control de las creencias y las conductas morales de los individuos por las autoridades estatales y reformadas en un grado muy superior al que pudo haber en la Edad Media. En las sociedades inglesa, holandesa y sueca se hizo habitual que los políticos y los predicadores advirtiesen contra los ‘criptocatólicos’: portar una estampa de la Virgen o ser hallado en un camino que antes recorrían peregrinos a un santuario acarraba incluso la pena de muerte.

Estados reformados, Estados policiales

La reina Isabel de Inglaterra convirtió en delito la ausencia de los oficios anglicanos, castigado con penas que incluían multas, latigazos, cárcel y muerte; también mandaba a los vecinos denunciar a los inasistentes. En Ginebra, Calvino prohibió los bailes, la música y el nombre de Claude porque estaba asociado a un santuario católico, y su policía religiosa llevaba a la gente a otros oficios (así se descubrió a Miguel Servet, al que luego quemó). Los espías y los fanáticos vigilaban el buen comportamiento.

Las conspiraciones y sublevaciones abundaron. En Inglaterra, muy distinta de la imagen de estabilidad actual, hubo conjuras católicas, puritanas… El anabaptista Thomas Venner, cabecilla del movimiento del Quinto Rey, trató de matar a Cromwell y a Carlos II. La Revolución de 1688 excluyó de la vida pública a los católicos y los cuáqueros.

Estas nuevas doctrinas las combatieron con el pensamiento, la predicación y las armas los españoles (que habían hecho una reforma católica en el siglo XV, del que es la cumbre el cardenal Cisneros) y muchos alemanes, flamencos, suizos, checos y franceses. En 1521, el rey de España, Carlos I, ya elegido emperador, se reunió en Worms para escuchar a Lutero (se negó a retractarse), y quedó tan conmocionado con la doctrina y la soberbia del antiguo monje que se comprometió a combatir al nuevo hereje.

Cuando este año se conmemorará el 500 aniversario del comienzo de la Reforma, Roma ha sorprendido a muchos al calificar a Lutero de «testigo del Evangelio» en un documento redactado por el Consejo Pontifico para la Unidad de los Cristianos. En lógica simple cabe preguntarse qué eran entonces los católicos que se opusieron a él y a sus opiniones durante décadas, incluyendo a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, orden a la que pertenece el papa reinante, Francisco I.

Los insultos contra el papado, los judíos y los campesinos

Para conocer a Lutero expongo unas citas suyas.

Sobre la Iglesia:

«Debo al papa tanta obediencia como la que le debo al anticristo»

«Destruid la Misa, y destruiréis al Papado»

«Toda la Iglesia del papa es una Iglesia de putas y hermafroditas»

Sobre los judíos:

«Ellos son nuestros principales enemigos. No dejan de blasfemar de Cristo nuestro Señor, tratando a la Virgen María de puta, a Cristo, de bastardo, y a nosotros de imbéciles o abortos. Si ellos pudieran acabar con todos nosotros, lo harían de grado. Ya lo hacen a menudo, especialmente aquellos que se hacen pasar por médicos. […] Administran veneno a personas que morirán en una hora, un mes, un año, o en diez o veinte años. Son muy duchos en este arte.»

Sobre los campesinos alzados contra sus señores:

«Los campesinos han echado sobre ellos la carga de tres terribles pecados contra Dios y los hombres; por ello, merecen la muerte en cuerpo y alma.»

«Contra las hordas asesinas y ladronas mojo mi pluma en sangre: sus integrantes deben ser aniquilados, estrangulados, apuñalados, en secreto o públicamente, por quien quiera que pueda hacerlo, como se matan a los perros rabiosos»

Sobre el pensamiento:

«La razón es la grandísima puta del diablo»

Atribución a sí mismo del pecado de Lucifer, la soberbia:

«No admito que mi doctrina pueda juzgarla nadie, ni aun los ángeles. Quien no escuche mi doctrina no puede salvarse»

Opiniones sobre los efectos de su doctrina y sus seguidores:

«Desde que la tiranía del papa ha terminado para nosotros, todos desprecian la doctrina pura y saludable. No tenemos ya aspecto de hombres, sino de verdaderos brutos, una especie bestial.»

«Expulsamos un demonio [el papado] y vinieron siete peores.»

«Le asusta a uno ver cómo donde en un tiempo todo era tranquilidad e imperaba la paz, ahora hay dondequiera sectas y facciones: una abominación que inspira lástima […] Me veo obligado a confesarlo: mi doctrina ha producido muchos escándalos. Sí; no lo puedo negar; estas cosas frecuentemente me aterran.»

¿Este teólogo puede ser llamado «testigo del Evangelio»? Cuando de Roma nos llegan noticias como la anterior, siempre recuerdo esa frase tan lucida como aterradora para un católico pronunciada por el papa Pablo VI:

«Por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el tempo de Dios»

Artículo Pedro Fernández Barbadillo publicado en el diario LD

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