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The Trumanes Podemo’s show

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Por Laureano Benítez Grande-Caballero para elmunicipio.es 

Yo, como Neruda, podría escribir también los versos más tristes esta noche, a pesar de que en apariencia estemos en la festiva Nochevieja. Podría escribir, por ejemplo, que España ha entrado ya en el código 5 de alerta antiterrorista, que nos aventuramos con estas festividades en la democracia de los bolardos y las jardineras, que cualquier camión puede ser un arma cargada de futuro para el terrorismo yihadista, mientras en la fachada del Ayuntamiento seguramente ondeará durante todo este año el cartelito de «refugees welcome», con el cual estamos invitando a un número indeterminado de terroristas a que, pese disfrutar de nuestro jugoso estado del bienestar, hagan de nuestra patria el imperio de los bolardos.

También podría hablar de la penúltima mamarrachada tuitera podemita, a cargo de Espinar «black», quien vino a demostrar su absoluta paranoia y su manía persecutoria al politizar la muerte de la actriz Carrie Fisher, la princesa Leia de «La guerra de las galaxias», afirmando que la causa de esta guerra era una rebelión anti-monárquica, con lo cual quería dar entender que Darth Vader era el mismísimo Felipe VI. Qué quieren que les diga, yo siempre había pensado que el único parecido de esa saga con la realidad española es el asombroso parecido del Jedi con nuestro Jordi Puyol. En este enloquecido ataque a la monarquía española yo veo más psicólogo de guardia que gilipollez, para ser sinceros.

Pero toca volver al tema del «show de Truman», ya que en España, como en todas las sociedades presuntamente civilizadas, vivimos en un estado policiaco, que nos aplasta despóticamente con cámaras que vigilan nuestros movimientos, con supercomputadoras donde figuramos como archivos donde constan todas nuestras circunstancias, con códigos de barras donde se nos asigna un número de esclavitud para la Bestia del Apocalipsis ―cuyo número es el 666, representado por tres 6 diseñados en forma de dos estrechas barras negras separadas por un espacio en blanco mayor al comienzo, en medio y al final de todos los códigos de barras―, monitorizados por implacable radares, seguidos de reojo por policías, y ahora rodeados de murallas defensivas con bolardos y todo. A esto le llaman «mundo feliz». Como ven, se me coló otro verso triste esta noche.

Pero, aunque todos estemos formando parte de este tiránico «show», hay muchas clases de «Trumanes», que se pueden reducir fundamentalmente a tres: los que no se enteran de nada ―la inmensa mayoría―; los que son conscientes de esta conspiración tecnocrática y cibercrática que nos manipula a su antojo; y los que disfrutan de ella, aprovechándose alevosamente de sus enormes beneficios publicitarios, pues son Trumanes imbuidos de una enfermiza necesidad de chupar cámara, salir en la foto, copar titulares. Su tribu más selecta es, por supuesto, la de los podemitas, cuyo único programa político consiste en hacer lo que sea, como sea y donde sea, con tal de haya por allí alguna cámara que inmortalice sus «performances», las cuales les darán la posibilidad de hacer propaganda en los titulares y en la tertuliacracia.

Son los Trumanes conocidos como chupa-cámaras, que viven perpetuamente en un escenario chiripitifláutico «haven» construido a base de mentiras, con una tramoya tras él atiborrada de escándalos, corruptelas, chanchullos y trapacerías que, mire usted por dónde, son las que menos cámara chupan. ¿Mala suerte?

Esta tribu trumanesca pertenecería por derecho propio a lo que mi padre llamaba «chupópteros», insectos de larga lengua con la que extraen gratuitamente el néctar de las flores, es decir, de la «gente» a la que dicen querer rescatar de los recortes de la derechona. Gran mentira, pues, puestos a chupar, también son chupasangres, ya que su programa político consiste en masacrar impuestos a la «gente» con el fin de «rescatar» a familias en riesgo de indigencia ―ciertamente―, pero también a un numeroso cortejo de pícaros, tramposos, trapaceros y mafiosillos, que pretenden vivir de la sopaboba sin dar un palo al agua viviendo a costa del dinero de los que se han esforzado más que ellos; y también, por supuesto, con el objetivo de mantener a los inmigrantes ilegales y a todo aquel que entre libremente nuestro país, por aquello de los derechos humanos. Por ejemplo, la Generalitat valenciana ya ha otorgado a este grupo una asignación mensual de 532 euros. Cosas veredes, amiga Oltra.

Aunque entre esta tribu de Trumanes haya algún chupatintas, lo que más abunda entre ellos son los que chupan rueda de Pablete el Coletudo, aunque cada vez destaca más con luz propia el cenáculo de los obsesos con el «chupamingas», fundado por el ínclito Echenique, que igual no es de la Pampa, como todo mundo supone, sino que alguna raicilla de su árbol genealógico tiene franquicia en la famosa Archidona, famosa por un legendario cipote, según afirmaba Camilo José Cela.

Y hablando de cipotes, hay que decir es esta una palabra mágica para estos Trumanes chupashows ―vaya, qué parecido con los chupachups, caramelito del que igual la caterva podemita también es obsesa―, desde luego, muy reveladora de sus obsesiones, que podrían hacer de su líder, parafraseando su ser macho-alfa, un Truman Cipote de categoría Nobel, porque es evidente que aquello de Truman Capote no le va nada bien, dada su cruzada anti-taurina.

Y es que hace ya mucho tiempo que he descubierto esta jauría de radicales no son antisistema porque odien la monarquía, la derecha, al catolicismo, los valores sociales establecidos, la constitución, la Transición, etc. No, ya que lo que odian, lo que les enerva y les hace «indignados» es la aplastante rutina de una vida donde no sucede nada, donde no hay descargas de esa adrenalina aventurera y revolucionaria a la que son tan adictos; donde la burocracia gris y anodina de la vida política ―¡qué comisiones tan aburridas, por Dios!― y personal no es material para chupar cámara, para salir en la tele. El sistema al cual se oponen es una vida marcada por el anonimato, y por eso buscan con ahínco las cámaras, montando ridículos y esperpénticos shows que trumanicen su insignificancia, su ineptitud; que satisfagan su egolatría, su grotesca petulancia de payasos de circo, su pestilente pretensión de ser los reyes de la casa y del mambo.

Si España fuera republicana, ellos serían monárquicos; si todo el mundo estuviese en contra de los toros, ellos se pondrían cuernos; si los diputados fueran con camisetas de «Iron Maiden» al Congreso, ellos irían con esplendorosos y rutilantes «smokings»; si vestales Femen blasfemaran en capillas, ellos se harían monaguillos; si la gran mayoría rompiera la Constitución, ellos empapelarían sus pisos VPO con ellas; si se hiciera habitual procesionar coños insumisos, ellos serían costaleros de la Macarena y el Gran Poder… siempre llevando la contraria, siempre dando la nota, siempre montando numeritos circenses porque saben que así tendrán su show trumanesco en los medios de comunicación.

Llegamos así a la apoteosis del «show de los trumanes podemo’s», pues es prácticamente imposible que no haya algún podemita protagonizando una tertulia o una noticia en algún canal de televisión a todas horas. Su omnipresencia, abusiva a la vez que sospechosa, es de tal calibre, que nos transmiten su vida en directo, ridiculizando al mismísimo Jim Carrey en la película «El show de Truman».

Sí, yo, como Truman, puedo escribir los versos más tristes esta noche: España, código 5; España, el «show de los trumanes podemo’s».

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