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RAFAEL GARCIA SERRANO DESDE MI ADOLESCENCIA

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Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

Se cumple el centenario de Rafael García Serrano, un falangista y de un escritor verdaderamente excepcional. No ya por su fidelidad a una idea política tan comprometida como el nacional sindicalismo, que ya es mérito, sino por la incuestionable calidad literaria objetivamente ubicada entre las grandes figuras de la novela española. Con un dominio del lenguaje común empleado por los españoles en su cotidianidad, Rafael García Serrano fue uno de los responsables (no me gusta decir culpables por las connotaciones peyorativas que contiene el vocablo), de que el “Titi”, o sea el que suscribe, haya encontrado su vocación de escritor, aficionado y malo, pero escritor, y su convencimiento ideológico. Todo se debe a un breve y hermoso librito publicado en años de adolescencia titulado- como creo que suponéis, y es verdad, “Eugenio y la proclamación de la primavera” 1948, un relato de Estallante belleza, como afirma el escritor Juan Manuel de Prada, en un profundo artículo publicado por el diario ABC este sábado 25 de febrero. A quién literariamente le doy las gracias más sinceras. Eugenio, al leerlo, me traía aquellas virtudes del hombre, del joven Kum de la India que nos ofreciera Ruyand Kipling, honor, fidelidad, amistad, heroicidad, patriotismo… valores que califican nuestra conducta.

Tengo en casa dos versiones editoriales de esa obra de juventud: y he de confesar que ahora a mis más de setenta años, me sigue produciendo los mismos sentimientos de idealidad (bien entendida), de heroicidad (sin interpretaciones groseras), o de integridad humana y personal que, en absoluto indicaría más que un sentido de principios compartidos. Y todo ello, aprendido a través de un relato que si bien, se apoya en un talante de literatura juvenil, aparece con la suficiente fuerza como para dejarse llevar por su espíritu de verdad y compromiso. Eugenio, fue para mí un modelo que yo mismo intenté recoger en un pequeño poemario que escribí hace mucho tiempo, al que llamé “Esta noche recuerdo el Eugenio”, queriendo trasladar en sus versos toda la carga emotiva que me dieron las páginas de la novela de Rafael García Serrano

Tengo la suerte de tener en casa dos versiones de esta pequeña gran novela, guardadas como un tesoro, porque acaso estén ya descatalogadas y sea muy difícil una nueva adquisición. Pero ahí están ocupando un lugar destacado en mi biblioteca. Del Eugenio, a prueba de lectura, me gustaban sus historias, que siempre las veía como estampas muy reales de la vida nacional, de la sociedad española, del pueblo español, algo que se vio de modo definitivo en esa enciclopedia impagable, del lenguaje popular que el escritor falangista y español nos regaló en Diccionario de un macuto; obra que por sí sola ya merecería vivir en el paraíso de las letras. Pero García Serrano era mucho más, como lo demuestra en una de las novelas emblemáticas de la época, “Plaza del Castillo”, que incardina como nadie la imagen de una gente que lucha y ansía justicia y libertad. El poder narrativo de este escritor parece insuperable, y se refleja en toda su creación literaria, que abarca también la poesía, porque tengo la fortuna de tener en casa, quizá los únicos versos publicados de Rafael García Serrano; lo hizo Poesía que promete (una aventura joven del joven Onrubia Revuelta), que yo conservo con el mayor de los respetos.

Y luego, y sin orden de prelación, vienen los textos de un auténtico maestro de las letras, como bien señalan autores de la categoría de Francisco Umbral, que se reflejan en obras como La fiel Infantería o Los Ojos perdidos, que vienen a ser prólogo vital del premio Espejo de España, La gran esperanza (1982), que nos trae en intensidad y en convicción, el leif motif de su vida política: su fidelidad al mensaje y la actitud de su modelo humano, José Antonio. de lo que no renunciará nunca. Sin duda un libro que deberían de conocer todos los falangistas. Hay quien dice que era un tanto franquista, y puede que sea verdad, pero Rafael a los 18 años se enrolaba voluntario en el ejército nacional, fue Alférez Universitario y a los veinte años participaba en la batalla del Ebro, 1938, cuando fue evacuado del frente debido a una enfermedad grave. quiero decir que esa vivencia marca para toda la vida, pero que no impidió creer y luchar por el nacional sindicalismo durante sus largos años de profesión como periodista y escritor, y de camarada. irreductible e irrevocable.

Para mí, y acabo con este recordatorio, Rafael García Serrano, compadre de otro Rafael, Sánchez Mazas, y de Ángel María Pascual, y de tantos que fueron escritores, poetas y falangistas, solo me queda afirmar mi admiración, mi eterna deuda por darme, desde mi juventud, una razón de ser y no un motivo de estar. Gracias, camarada.

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