Inicio Cultura e Historia Ochenta años del bombardeo al Pilar. ¿Qué pasó realmente?

Ochenta años del bombardeo al Pilar. ¿Qué pasó realmente?

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bombardel El Pilar de Zaragoza
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Este año se cumplen 80 años de uno de los acontecimientos más recordados de la historia reciente de Zaragoza: Agosto de 1936, corrían los primeros días de la Guerra Civil, y el mayor símbolo de la ciudad, su basílica del Pilar, estuvo a punto de desaparecer víctima de un bombardeo. Pero la historia quiso otro destino… Aquí intentaremos arrojar un poco de luz a este hecho que al mismo tiempo es conocido y desconocido por los zaragozanos. Comenzemos por el principio.

18 de julio de 1936, el ejército se ha levantado contra la República. Al comienzo de la contienda, Zaragoza queda bajo el mando de los sublevados. Inmediatamente, se lanza por radio un ultimátum para que la ciudad se rindiera a las autoridades legales de la República o de lo contrario sería bombardeada.

Aeropuerto del Prat, Barcelona, 3 de agosto de 1936, 1 de la madrugada. Tan solo hace dos semanas del aviso a nuestra ciudad. Nos encontramos en una calurosa noche de verano con luna llena, de visibilidad perfecta. El alférez Manuel Gayoso Suárez, piloto del bando republicano, se monta en su Fokker trimotor F VII EC-PPA de las Líneas Aéreas Postales Españolas que ha sido rápidamente militarizado por la República, cargado con 4 bombas de 50 kilos de peso cada una. Los mecánicos habían construido un colector que recogía los 9 escapes de humo en uno solo, para hacer más difícil su detección. Pone rumbo a Zaragoza con determinación, a una velocidad de 200 km/hora.

El aparato, que tenía la orden de bombardear la capital aragonesa, siguió el curso de un río Ebro iluminado por la luna llena.

Mientras tanto, a muchos kilómetros de allí, el cabo de milicias Jesús Francsico Perisé -tal y como recordó el mismo muchos años después- se encontraba de servicio en la explanada del cuartel del regimiento de Caballería de “Castillejos”, acompañado por otro miembro de este regimiento. –“Estábamos hablando y cambiando impresiones de la guerra cuando, de pronto, hacia el Este, nos pareció apreciar el ruido en aumento de un avión que se nos iba aproximando; ello nos puso en estado de alerta ante el peligro que pudiera acarrear su paso por la ciudad y su posible acción ofensiva, si se trataba de un avión enemigo, como en principio sospechábamos, a juzgar por la ruta seguida de su ruido itinerante: de Este a Oeste.”

Jesús Francisco prosigue: –“El avión, de cuya relativa situación nos daba fe únicamente el ruido de sus motores, era invisible para nosotros hasta que su desfile frente a la luna, nos permitió verlo –en silueta- por un instante. Su proyección en la luna nos hizo concluir que el avión volaba bajo y entonces, si era enemigo, ¿con qué reacción antiaérea contábamos? Pues parece ser que nuestros medios de reacción eran más bien precarios, a apenas quince días del comienzo de la guerra, lo cual permitía a la tripulación enemiga moverse con bastante libertad en aquella operación de ataque. Entonces guardamos un silencio espectante, temiéndonos lo peor; pero, tras un tiempo prudente, ante el silencio de la ciudad supusimos que el avión era amigo y cesamos en nuestros temores.”

Hacia las 2 y media de la madrugada, el zumbido de los motores del avión ya se dejaba oír en pleno centro de la ciudad, creando confusión entre los vecinos más próximos a la zona… y es que era algo poco frecuente hasta entonces, sobre todo a estas horas. El avión volaba bajo, a unos 150 m. Al no disponerse de fuerzas antiaéreas en ese momento, el piloto pudo sobrevolar tranquilamente el templo y la plaza del Pilar esperando el mejor momento para lanzar su carga. El Fokker rojo dio unas pasadas, llegando incluso a rozar las torres del Pilar, como llegó a comentar algún testigo.

En ese momento, empezó a lanzar su mortífera carga. La primera cayó en plena Plaza del Pilar, frente a la Calle Alfonso, donde quedaría incrustada de pie en el suelo, sin explosionar. Se dice que la segunda de las bombas (quizás destinada destruir el paso del Puente de Piedra) cayó en el río Ebro y las aguas se la tragaron para siempre, dato no confirmado nunca.

Las otras dos, que fueron las que produjeron el mayor efecto psicológico sobre la población, habían impactado directamente sobre la cubierta de la mismísima Basílica del Pilar.

Ambas bombas produjeron más daño artístico que material. Una de ellas entró a la basílica por el coreto del Cabildo y la cámara Angélica y dañó ligeramente una pintura de Goya, y la segunda chocó con una de las pechinas de una cúpula, pero no llego a penetrar en el templo.

La bomba caída en la plaza –la única que quedó entera para su estudio- quedó incrustada de pie en el pavimento, haciendo saltar los adoquines, y creando en el suelo la caprichosa forma de una cruz. Hoy una placa todavía rememora la fecha y el lugar exacto donde cayó el misil, que fue desmontado por artificieros del Regimiento de Zapadores de la 5ª División. Después de analizarla y de comprobar que tenía al menos 20 años de antigüedad, el director del Parque de Artillería de Zaragoza habló de un error de fabricación: “La espoleta funcionó, su aguja hirió y dio fuego a la cápsula fulminante, principio de la cadena… que estaba completa (pólvora, cebo y multiplicador), pero su orden cuando la vimos, no era el debido, ya que a continuación de la pólvora venía el multiplicador y a la mitad de éste, el cebo de nitro, que aparecía intacto”.

Otros expertos han asegurado que las bombas se lanzaron a unos 150 o 200 metros de altura y no a más de 300 metros, que era el mínimo para que hicieran explosión. ¿Milagro? ¿Fallo deliberado?. Lo cierto es que bombas como éstas requieren una altura determinada de lanzamiento para efectuar su “armado”, es decir, que la disposición interna de los elementos que intervienen en la explosión estén libres para su acción en el instante de la percusión de la bomba sobre el objetivo. El resultado, pues, del bombardeo fue la no explosión de ninguna de las bombas, ya que el avión volaba demasiado bajo.

Pero la palabra “¡Milagro!” estaba en boca de los zaragozanos quienes, bien creyendo en la intervención divina o bien en la mano humana encargada de preparar las bombas, creían a pies juntillas que se había producido un hecho prodigioso: Los “rojos” habían querido destruir la Basílica del Pilar y un milagro de la Virgen Capitana, quien había prometido protección a Zaragoza en su visita, había convertido las bombas en objetos inertes.

La misma mañana del 3 de agosto fue llevada una de las bombas a la empresa Talleres Mercier, especializada desde muchos años antes en la fabricación de material bélico, para su estudio y desarmado. Es de suponer que se elegiría aquella que se encontrase en mejor estado general tras el ataque. Talleres Mercier sería militarizado dos días después, el 5 de Agosto. Y se estableció en sus dependencias la Comisión Regional para la Fabricación de Material de Guerra en Aragón, bajo la coordinación general y jefatura del coronel de Artillería e ingeniero industrial don Antonio de Diego García quien, como teniente coronel retirado, había sido incorporado al servicio activo con esta misión. Pero Talleres Mercier no sólo encabezó estas tareas, sino que ejerció también la coordinación del trabajo en el resto de las fábricas de la zona.

Con una plantilla más que adiestrada, y habituada a realizar trabajos de precisión y especial dificultad técnica, se procedió a copiar íntegramente la bomba, puesto que su modelo era inexistente en el lado nacional, y a su posterior fabricación en serie. Las dos bombas restantes, restauradas y niqueladas, se exhiben en una pilastra de la Santa Capilla con una leyenda que dice: “Dos de las tres bombas, arrojadas contra el S.T.M. DEL PILAR, el día 3 de agosto de 1936”

En la actualidad las dos bombas, restauradas y niqueladas, se conservan dentro del templo, exhibiéndose en una pilastra de la Santa Capilla con una leyenda alusiva. Todavía pueden verse lo daños causados por estas bombas en el techo de la basílica, a simple vista con alzar la mirada.

La Iglesia exhibe las bombas orgullosamente, aunque no quiere opinar al respecto de un hecho del que hoy dice que “jamás lo ha considerado como un milagro”, ni desea “explotar la historia ni utilizarla para hacer propaganda”.

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