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“Santidad, su pontificado parece estar marcado por una confusión crónica”

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Thomas Weinandy
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Thomas Weinandy, capuchino y uno de los teólogos más importantes del mundo, ha sido cesado de la Conferencia Episcopal estadounidense tras escribir una carta abierta al Papa Francisco pidiéndole que termine con el “caos en la Iglesia”. Una “señal del cielo”, dice, le impulsó a escribir el texto.

Infovaticana / Thomas G. Weinandy es uno de los teólogos más conocidos del mundo. Vive en Washington, en el Seminario de los Capuchinos, la orden franciscana a la que pertenece. Es miembro de la comisión teológica internacional, la comisión que Pablo VI puso al lado de la congregación para la doctrina de la fe para que pudiera valerse de los mejores teólogos de todo el mundo. Es miembro de esta comisión desde 2014, lo que significa que fue nombrado por el Papa Francisco.

Según relata Sandro Magister, el pasado mes de mayo, mientras estaba en Roma para una sesión de la comisión, surgió en él la idea de escribir a Francisco una carta abierta para confiarle la inquietud, no sólo suya, sino de muchos creyentes, por el creciente caos que hay en la Iglesia, que considera causado en buena parte por el propio Papa.

Rezó mucho, también en la tumba de Pedro. Le pidió a Jesús que le ayudara a decidir si escribir o no la carta y que le diera una señal… Y ésta llegó el día después, idéntica a la que él había invocado en la oración, y que ahora relata así:

El pasado mes de mayo estuve en Roma para una reunión de la Comisión Teológica Internacional. Me estaba alojando en la Casa Sanctae Marthae, y como llegué temprano, pasé la mayor parte del domingo por la tarde antes de la reunión del lunes en oración en San Pedro, en la Capilla Eucarística.

Estaba orando sobre el estado actual de la Iglesia y las inquietudes que tenía sobre el presente Pontificado. Suplicaba a Jesús y María, a San Pedro y a todos los santos papas que están enterrados allí que hicieran algo para rectificar la confusión y la agitación dentro de la Iglesia hoy, un caos y una incertidumbre que sentí que el mismo Papa Francisco había causado. También estaba reflexionando sobre si debía o no escribir y publicar algo que expresara mis preocupaciones y mi ansiedad.

El miércoles siguiente por la tarde, al finalizar mi reunión, fui otra vez a San Pedro y oré de la misma manera. Esa noche no pude dormir, lo cual es muy inusual para mí. Fue debido a todo lo que estaba en mi mente perteneciente a la Iglesia y al Papa Francisco.

A la 1:15 AM me levanté y salí afuera por corto tiempo. Cuando volví a mi habitación, le dije al Señor: “Si quieres que escriba algo, tienes que darme una señal clara”. Esto es lo que el signo debe ser. Mañana por la mañana iré a Santa María la Mayor para orar y luego iré a San Juan de Letrán. Después de eso, volveré a San Pedro para almorzar con un seminarista amigo mío. Durante ese intervalo, debo conocer a alguien que conozco pero que no he visto en mucho tiempo y que nunca esperaría ver en Roma en este momento. Esa persona no puede ser de los Estados Unidos, Canadá o Gran Bretaña. Además, esa persona tiene que decirme en el curso de nuestra conversación: “Sigue escribiendo bien”.

A la mañana siguiente hice todo lo anterior y para cuando encontré a mi amigo seminarista para el almuerzo, lo que le había pedido al Señor la noche siguiente ya no estaba en primer plano en mi mente. Sin embargo, hacia el final de la comida un arzobispo apareció entre dos autos estacionados justo en frente de nuestra mesa (estábamos sentados afuera). No lo había visto durante más de veinte años, mucho antes de que se convirtiera en arzobispo. Nos reconocimos de inmediato. Lo que hizo que su apariencia fuera aún más inusual fue que, debido a sus recientes circunstancias personales, nunca habría esperado verlo en Roma o en otro lugar, excepto en su propia archidiócesis. (No era de ninguno de los países mencionados anteriormente). Hablamos sobre su llegada a Roma y nos pusimos al día sobre lo que estábamos haciendo. Luego lo presenté a mi amigo seminarista. Le dijo a mi amigo que nos habíamos conocido hace mucho tiempo y que, en ese momento, acababa de leer mi libro sobre la inmutabilidad de Dios y la Encarnación. Le dijo a mi amigo que era un libro excelente, que lo ayudó a resolver el problema y que mi amigo debería leer el libro. Luego se volvió hacia mí y me dijo: “Sigue escribiendo bien”.

Apenas podía creer que esto acabara de suceder en cuestión de minutos. Pero ya no había ninguna duda en mi mente de que Jesús quería que escribiera algo. También creo que es significativo que fue un arzobispo lo que Jesús usó. Lo consideré un mandato apostólico.

Entonces, reflexionando sobre esto y después de escribir muchos borradores, decidí escribir directamente al Papa Francisco acerca de mis preocupaciones. Sin embargo, siempre tuve la intención de hacerlo público, ya que sentía que muchas de mis preocupaciones eran las mismas que tenían otras personas, especialmente entre los laicos, por lo que públicamente quería expresar sus preocupaciones también.

El padre Weinandy, de 71 años, ha enseñado en los Estados Unidos en numerosas universidades, en Oxford durante doce años y en Roma en la Pontificia Universidad Gregoriana. Ha sido durante nueve años director ejecutivo del secretariado para la doctrina de la conferencia episcopal estadounidense.

A continuación, la carta abierta al Papa del teólogo capuchino Thomas Weinandy:

Santidad:

Escribo esta carta con amor por la Iglesia y sincero respeto hacia su ministerio. Usted es el Vicario de Cristo en la tierra, el pastor de su grey, el sucesor de San Pedro y, por lo tanto, la roca sobre la que Cristo construirá su Iglesia. Todos los católicos, clero y laicos por igual, deben dirigirse a usted con lealtad filial y obediencia fundamentadas en la verdad. La Iglesia se dirige a usted con espíritu de fe, con la esperanza que usted la guíe con amor.

Sin embargo, Santidad, su pontificado parece estar marcado por una confusión crónica. La luz de la fe, la esperanza y el amor no está ausente, pero demasiado a menudo está oscurecida por la ambigüedad de sus palabras y acciones. Esto hace que entre los fieles haya una cada vez mayor inquietud, comprometiendo su capacidad de amor, alegría y paz. Permítame poner unos ejemplos.

El primero atañe a la disputa en relación al Capítulo ocho de “Amoris Laetitia”. No necesito compartir mis propias preocupaciones acerca de su contenido. Otros, no sólo teólogos, sino también cardenales y obispos, ya lo han hecho. La preocupación principal es su manera de enseñar. En “Amoris Laetitia”, su guía a veces parece ser intencionadamente ambigua, invitando tanto a una interpretación tradicional de la enseñanza católica sobre el matrimonio y el divorcio, como a una interpretación que parece conllevar un cambio en la enseñanza. Como usted mismo, con gran sabiduría, observa, los pastores deben acompañar y animar a las personas que se encuentran en matrimonios irregulares; pero la ambigüedad persiste con respecto al significado real de ese “acompañamiento”. Enseñar con una tal falta de claridad puede, inevitablemente, llevar a pecar contra el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad. El Espíritu Santo es entregado a la Iglesia y, sobre todo, a usted, para disipar el error, no para fomentarlo. Además, sólo donde hay verdad puede haber verdadero amor, porque la verdad es la luz que libera a las mujeres y a los hombres de la ceguera del pecado, un oscuridad que mata la vida del alma. Sin embargo, usted parece censurar e incluso mofarse de quienes interpretan el Capítulo ocho de “Amoris Laetitia” según la tradición de la Iglesia, tachándolos de fariseos apedreadores representantes de un rigorismo inmisericorde. Esta clase de calumnia es ajena a la naturaleza del ministerio petrino. Parece que algunos de sus consejeros se dedican, lamentablemente, a este tipo de acciones. Dicho comportamiento da la impresión que sus puntos de vista no puedan sobrevivir a un escrutinio teológico, por lo que deben ser sostenidos mediante argumentos “ad hominem”.

Segundo. Demasiado a menudo sus formas parecen menospreciar la importancia de la doctrina de la Iglesia. Una y otra vez usted retrata la doctrina como algo muerto, algo útil sólo para ratones de biblioteca, que está lejos de las preocupaciones pastorales de la vida diaria. Quienes le critican han sido acusados – y son palabras suyas – de hacer de la doctrina una ideología. Pero es precisamente la doctrina cristiana – incluyendo las sutiles distinciones relacionadas con creencias fundamentales como la naturaleza Trinitaria de Dios, la naturaleza y finalidad de la Iglesia; la Encarnación; la Redención; los sacramentos – la que libera al hombre de las ideologías mundanas y le garantiza que está predicando y enseñando el Evangelio verdadero, dador de vida. Quienes infravaloran la doctrina de la Iglesia se separan de Jesús, autor de la verdad. Y lo único que les queda, entonces, es una ideología; una ideología que se conforma al mundo del pecado y la muerte.

Tercero. Los fieles católicos están desconcertados por su elección de algunos obispos, hombres que no sólo están abiertos a quienes tienen puntos de vista contrarios a la fe cristiana, sino que también los apoyan e incluso los defienden. Lo que escandaliza a los creyentes, e incluso a algunos hermanos obispos, no es sólo el hecho que usted nombre a estos hombres como pastores de la Iglesia, sino que permanezca callado ante su enseñanza y práctica pastoral, debilitando, así, el celo de muchos hombres y mujeres que han defendido la auténtica enseñanza católica durante mucho tiempo, a veces arriesgando su propia reputación y bienestar. El resultado: muchos fieles, ejemplo del “sensus fidelium”, están perdiendo la confianza en su pastor supremo.

Cuarto. La Iglesia es un cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, y el Señor le ha encargado a usted promover y fortalecer su unidad. Pero sus acciones y palabras parecen dedicarse, demasiado a menudo, a hacer lo opuesto. Alentar una forma de “sinodalidad” que permite y fomenta varias opciones doctrinales y morales dentro de la Iglesia sólo puede llevar a una mayor confusión teológica y pastoral. Dicha sinodalidad es insensata y, en práctica, contraria a la unidad colegial de los obispos.

Santo Padre, todo esto me lleva a la última preocupación. Usted a menudo ha hablado acerca de la necesidad de que haya transparencia dentro de la Iglesia, exhortando frecuentemente, sobre todo en los dos últimos sínodos, a que todos, especialmente los obispos, hablen francamente y sin miedo a lo que pudiera pensar el Papa. Pero, ¿se ha dado usted cuenta que la mayoría de los obispos del mundo están sorprendentemente silenciosos? ¿Por qué? Los obispos aprenden rápido. Y lo que muchos han aprendido de su pontificado es que usted no está abierto a las críticas, sino que le molesta ser objeto de ellas. Muchos obispos están silenciosos porque desean serle leales y, por consiguiente, no expresan – por lo menos públicamente; otra cuestión es si lo hacen privadamente – la preocupación que les causa su pontificado. Muchos temen que si hablan francamente, serán marginados. O algo peor.

A menudo me he preguntado: “¿Por qué Jesús deja que todo esto ocurra?”. La única respuesta que consigo darme es que Jesús quiere manifestar cuán débil es la fe de muchas personas que están dentro de la Iglesia, incluso de muchos, demasiados, obispos. Irónicamente, su pontificado le ha dado a quienes tienen un punto de vista pastoral y teológico perjudicial la licencia y la confianza para salir a la luz y exponer su maldad, que antes estaba oculta. Reconociendo esta maldad, la Iglesia humildemente necesitará renovarse de nuevo y, así, seguir creciendo en santidad.

Santo Padre, rezo constantemente por usted. Y lo seguiré haciendo. Que el Espíritu Santo le guíe hacia la luz de la verdad y de la vida de amor, para que pueda dispersar la maldad que, en estos momentos, está ocultando la belleza de la Iglesia de Jesús.

Sinceramente en Cristo,

Thomas G. Weinandy, O.F.M., Cap.

31 de julio de 2017

Festividad de San Ignacio de Loyola

La carta fue hecha pública ayer, día de Todos los Santos. Pocas horas después, la conferencia episcopal estadounidense anunciaba la inmediata dimisión del teólogo como consultor doctrinal de los obispos norteamericanos.

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1 COMENTARIO

  1. ¡Vaya palo, Santidad! En mi opinión, humilde opinión de simple feligrés, este teólogo tiene no sé si más razón que un santo, pero sí, la de un analista de los hechos evidentes. Por otro lado, contrastados con una opinión muy extendida universalmente de que su Santidad mezcla a veces churras con merinas.

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