En esta ocasión, me voy a referir a otras actitudes, en el buen sentido de que ya hemos superado la anterior. Una de ellas parte de la premisa de que ya no permanecemos encerrados, ensimismados, desconocedores voluntarios de la realidad, sino que creemos estar perfectamente enterados de ella; permanecemos atentos a lo que va sucediendo -con esa tremenda aceleración histórica que caracteriza nuestros días- , pero igualmente cerrados, aunque no en-cerrados, a ella, porque disponemos en nuestra mente de otras posibilidad, de una alternativa, que nos parece, claro está, mucho más grata, más justa o más bella, y hacia la que nos gustaría que todo tendiese con nuestro esfuerzo.
Ya no es el mundo de nuestros sueños; a este vamos a llamarlo mundo utópico, en tanto somos a la vez conscientes de que nunca podrá ser en su totalidad en ninguna parte. Es como un bello horizonte al que tender, partiendo de un paisaje conocido sobradamente y desagradable: sabemos, en primer lugar, que, como tal horizonte, es inalcanzable; en segundo lugar, somos conscientes de que no disponemos del equipo adecuado para la andadura; también reconocemos… que nos faltan las fuerzas necesarias: juventud, energía o fe.
En consecuencia, podemos adoptar una tercera actitud: con una lógica y racionalidad adultas, fijamos los ojos en un horizonte más cercano, posible, igualmente deseable, e iniciamos la marcha contando con nuestro propio equipo y material, con nuestras condiciones físicas y mentales, con el realismo que nos ha deparado la experiencia de los años. A este vamos a denominarlo mundo hipotético, porque se trata, efectivamente, de una hipótesis, de un boceto de itinerario y de meta posibles, de un futurible aunque no de un futuro cierto. Repito: ya no es el soñado, ya no es el utópico, pero no es enteramente algo probado; sigue estando a años-luz del mundo real. ¿Qué nos ocurre entonces?
Lo que nos sucede es que, de vez en cuando, tomamos también conciencia de la distancia que existe entre lo real y lo hipotético, en el que unos cuantos -pocos o muchos- hemos elegido vivir. Vamos a observar las características de este mundo hipotético:
1. Está claro que se fundamenta en nuestros valores (religiosos, éticos, políticos, sociales, estéticos…), que no son aceptados comúnmente por esa mayoría que conocemos, a pesar de lo cual, creemos firmemente en ellos.
2. Está claro que, sociológicamente, parte de unos presupuestos cambiantes, muy acelerados en este cambio, pero que no coinciden con los nuestros, que suelen haber quedado atrás en el tiempo.
3. Contamos, como refuerzos, con una serie de manifestaciones intelectuales, culturales y lúdicas, que no son compartidas por esa gran mayoría.
4. En ocasiones, nuestro mundo hipotético está distante, incluso, del círculo más próximo: familiar, laboral, vecinal, de amistades…
5. Consideramos (¿subjetivamente? Yo creo que no) que nuestra posición desde él es de certeza, de superioridad, y tendemos a menospreciar, por sistema, cuanto no coincide exactamente con él.
6. No atinamos con una estrategia que nos permita lograr que este mundo hipotético siquiera interfiera en el mundo real.
Con todo ello, solemos caer, nuevamente, en la desilusión: ni sueño, ni utopía, ni hipótesis fiables… ¿Qué podemos hacer en este caso?
La posibilidad inmediata es renunciar otra vez; olvidemos nuestras hipótesis y recaigamos en algún estadio anterior: o el ensimismamiento o la utopía. La otra posibilidad -la que sugiero como adecuada- es la de no perder ninguna oportunidad de tender puentes entre el mundo real, el que pisamos a diario y no nos gusta, y el mundo hipotético, que siempre estará en la línea del horizonte más bello. Estos puentes deben responder a las características mencionadas de nuestro mundo hipotético para que ejerzan de fuerza positiva sobre la actitud elegida por nosotros:
a) Con respecto a los valores, deben fundamentarse en ellos; por lo tanto, ni renuncia, ni abdicación, ni posturas vergonzantes o menesterosas. De lo que se trata es de buscar, de forma inteligente, puntos de contacto aun tangenciales con quienes defiendan alguno de estos valores.
b) Cabe ser más conscientes de los presupuestos sociológicos reales, para conocer el punto del que partimos, sin autoengaños.
c) Conviene atemperar los refuerzos: no se propone una renuncia en modo alguno de ellos, pero sí que sean incrementados por otros que se vayan sucediendo y que, aun en direcciones distintas, puedan ser útiles para trabajar desde nuestra hipótesis.
d) La misma actitud realista conviene adoptar con respecto a los círculos inmediatos y próximos que no coinciden con nuestra línea; tampoco se trata de cesiones, y sí de combinar afirmaciones rotundas, sugerencias, dudas y alternativas.
e) Hace falta un ejercicio de humildad, que es indispensable: nunca transformaremos el mundo real desde presupuestos mentales de superioridad o desde el menosprecio.
f) Seamos capaces de rediseñar estrategias, si es que las habituales no han conseguido el efecto deseado.
Un aspecto muy importante es el de no acometer la construcción de estos puentes desde la individualidad: el esfuerzo sería baldío, en tanto los que caminan junto a mí no serán partícipes de la construcción. Compartir es la consigna; estrechar lazos, atraer simpatías y voluntades, conciliar posturas, reanudar vinculaciones, son tareas diarias que conducen al acercamiento de lo hipotético a lo real.
Y ya que hemos propuesto un infinitivo verbal como consigna, añadamos dos más: dialogar y enseñar. El primero es propio de nuestra condición social humana; no temamos extremarlo con propios y ajenos. El segundo equivale casi a una tarea de apostolado: todos somos pedagogos de nuestras hipótesis, cuidando, eso sí, la didáctica en la expresión y los contenidos.
Como se puede deducir, tenemos mucho campo de trabajo en nuestra condición de veteranos…
Manuel Parra Celaya en Plataforma 2003