Estas eternas hiladas de sillares
que sobrios bronces y mármoles severos
encierran, sin dejar de ser austeros
sus infinitos muros seculares,
y estas estancias mil cuadrangulares,
lúgubres para espíritus ligeros,
hacénse callados mensajeros
del alma que soportan sus pilares.
Cuando, ante ti, sagrado monumento,
mi planta paro y siento tu grandeza,
nunca jamás cansado de mirarte,
de la tierra en la que posas tu cimiento,
no el imperio lloro, ni la fuerza,
sino el alma que supo levantarte.
Carlos Muñoz-Caravaca
Colabora con el periódico digital El Municipio con un donativo para seguir informando con un periodismo combativo en libertad
Pincha en el boton Donar. Muchas gracias por tu ayuda y colaboración.