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Excremento del diablo

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Enrique-Aguinaga
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La abominación del dinero es tan dislate como su idolatría.

En las madrugadas del periódico, el filosofo Pedro Sardina (Madrid, 1920-1992) predicaba que un hombre sin dinero es un cadáver que anda. En nuestro desaforado afán de andar vivos, el dinero es un artículo de primera necesidad, no solo para los individuos, sino también para todas sus formas de asociación, desde la mínima empresa mercantil hasta la empresa universal de la gran nación.

La existencia del dinero es inherente al derecho de propiedad (artículo 33 de la Constitución, articulo 17 de los Derechos Humanos) de modo que, instituido este como fundamento de la sociedad, la abominación del dinero es tan dislate como su idolatría, a no ser que, por encantamiento, retrocediéramos a los dichosos siglos dorados en que se ignoraban las palabras tuyo y mío, según el bello discurso de Don Quijote, con un puñado de bellotas en la mano, a unos cabreros ( capitulo XI).

Hay un dinero que entiendo y un dinero que no entiendo. Entiendo que en una casa los gastos no deben superar a los ingresos. Que una cosa es el dinero, ni bueno ni malo, y otra , el uso del dinero. Que el dinero no tiene olor. Que el dinero es el excremento del Diablo (Giovanni Papini) Que de esta mierda nacen corrupciones, corruptos y corruptores. No es mucho, las generales de la ley.

No entiendo que el dinero que sirve para adquirir mercancías sea a su vez mercancía de precio variable. Que, leído en un periódico, haya 21 billones (billones, repito) de dólares en paraísos fiscales. Que, leído en el mismo periódico, con la mitad de aquel tesoro se podrían resolver los problemas económicos de la Humanidad. Que la dinerizacion de la sociedad moderna y la subsiguiente concentración de poder originan un servilismo superior al del feudalismo.

La ley moral dentro de mí, como nos enseña Kant, es el remedio de la fiebre del oro, remedio que nos acomoda en la economía cristiana, de tan fácil pregón como de difícil practica. Dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios (Mateo, 22.21) desde un providencialismo compartido. Algo que no tiene precio. No habría dinero para comprarlo.

*Decano de los Cronistas de la Villa de Madrid.

Enrique de Aguinaga en Intereconomía

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