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Una estupidez como la copa de un pino

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Por De la Cigoña / En primer lugar, y no poco importante, porque los mártires, todos, absolutamente todos, y con la última beatificación que ocurrirá este otoño serán ya más de 1.500 los que estén en los altares, fueron asesinados por un bando. Y todos por odio a Dios y a la Iglesia. 

Cierto que los nacionales ejecutaron a algunos sacerdotes, vascos en su mayoría. No recuerdo ahora si catorce o dieciséis. En todo caso menos de veinte. Como para compararlos con los siete mil del otro lado. Y a ninguno de ellos por odio a la religión. Sino por cuestiones meramente políticas. Creo que fueron unas ejecuciones equivocadas y excesivas. Cuando el cardenal Gomá tuvo conocimiento de ellas se entrevistó con Franco y cesaron inmediatamente las mismas. 

Puedo entender que el nacionalismo vasco les considere mártires de su causa pero no lo son de la Iglesia. Y de alguno de los ejecutados me consta su bondad personal y su entrega ministerial a los combatientes de la República. Todos del PNV pues los otros aliados de ese partido aborrecían a todo el clero. Incluso al que estaba atendiendo espiritualmente a los gudaris.

Hasta pudiera ser que alguno de los muertos vascos llegue a los altares por sus virtudes personales. Pero no por el atajo del martirio. En el otro lado llegan a raudales. Porque no hay la menor duda sobre su martirio. Fueron asesinados simplemente por ser obispos, sacerdotes, religiosos, monjas, seminaristas o laicos católicos. Y a no pocos se les ofreció la vida si apostataran de su fe. Ninguno lo hizo.

En los dos bandos hubo asesinatos absolutamente injustificables. Los primeros días fueron trágicos. Y se mató al rival ideológico. Con un simple «paseo». Me parece absolutamente reprobable. Pero en un bando una de las causas era el ser sacerdote o simplemente católico. En el otro eso no ocurrió. Y por eso no hay mártires de la Iglesia. Los habrá del socialismo, del anarquismo, del nacionalismo… Y no tengo nada que oponer a que los suyos los ensalcen y veneren. Están en su derecho. Y pueden figurar en monumentos o lápidas. Pero su sitio no son los altares de la Iglesia.

Ya después, conforme se iban liberando ciudades y pueblos, son comprensibles reacciones de aquellos que perdieron a numerosos miembros de sus familias asesinados por vecinos ahora derrotados. Recuerdo lápidas interminables en las paredes de muchas iglesias. En Orgaz, en Ocaña, en … A veces con el nombre del padre, de la madre, de varios hijos. ¿Qué los juicios fueron sumarísimos? ¿Qué no se observaron todas las garantías que hoy exigiría un procedimiento? Pues seguramente sí. Pero ¿cabía eso entonces? ¿Ante la sangre todavía fresca de tantos asesinados?

Yo soy nieto de un asesinado. Jamás en mi casa se me educó en el odio. Tenía un amigo de colegio que en ocasiones venía a jugar a casa y comíamos juntos la merienda que mi madre, hija del asesinado, nos preparaba. Meriendas de las de entonces. Dos onzas de chocolate o una loncha de membrillo entre dos rebanadas de pan. Muchos años después, tendría yo ya veinticinco o treinta años, mi madre me preguntó por aquel amigo niño que venía por casa. Le había perdido la pista pues concluida su carrera se había ido al extranjero. Carrera que realizó bajo el régimen de Franco. Y entonces me dijo que su madre había sido de las que azuzaban a las masas para que asesinaran a mi abuelo. Pues ese perdón generoso es el que yo viví. Y el que se vivió en muchas familias de España.

No hay el menor odio en las beatificaciones de los mártires. Yo tengo 73 años y no viví aquella masacre. De los doce hijos de mi abuelo ya sólo vive una hija de 95 años. Todos mis hermanos y mis muchísimos primos tienen los mismos sentimientos que yo. No odiamos a nadie. Jamás se nos ha ocurrido buscar a asesinos. Ese es un episodio de un pasado lejanísimo aunque ninguno hayamos podido gozar del amor de un abuelo asesinado.

Pues, feliz ante el reconocimiento eclesial de más de quinientos nuevos mártires, lo asumimos sin el menor rencor. Simplemente como una gloria de la Iglesia.

Pero algo más debo decir. Asesinaron a doce obispos. Nueve ya van a ser beatos. Lo son ya seis. Me parecen una vergüenza los tres que faltan. El del Doctor Irurita, una vergüenza de Barcelona. el del obispo de Sigüenza, una vergüenza de José Sánchez, y el de monseñor Serra, obispo de Segorbe, creo que ha sido un despiste que se subsanará. En la próxima hornada, que no tardará mucho, espero que los tres estén en los altares.

La Cigüeña de la Torre en Intereconomia

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