Refirámonos ahora a la figura de Ramón Casanova, idealizada ad nauseam hasta hacer de él una suerte de mártir de la independencia catalana. Se trataba del hijo de una familia propietaria rural, dedicado a la abogacía, carrera que le abrió las puertas de la política. Habíase casado con una rica viuda de Sant Boi de Llobregat, la cual había tenido un hijo de su primer matrimonio con un linajudo personaje de apellido Campllonch, originario de Púbol. María Bosch, que así se llamaba la mujer de Casanova, le dio cuatro vástagos, de los cuales sobrevivió uno, llamado Rafael, como su padre. Casanova padre resultó elegido conseller tercero del municipio barcelonés, cargo en el cual abrazó la causa austracista. Más tarde, se convirtió en Conseller en Cap, lo que le dio acceso a la nobleza urbana como “ciudadano honrado”. En calidad de tal apoyó la continuación de la resistencia contra Felipe V a pesar del armisticio impuesto por las negociaciones de Utrecht para poner fin a la Guerra de Sucesión.
Cuando el 11 de septiembre de 1714 se desencadenó la ofensiva final de los botiflers (los ejércitos de Felipe V), Rafael Casanova tomó la bandera de Santa Eulalia (la de Barcelona, y no la cuatribarrada) y fue personalmente a animar a los defensores de la ciudad. En medio de sus correrías, fue herido levemente en una pierna, siendo llevado al hospital habilitado en el Colegio de la Merced. Aquí se pierde su pista y desde luego a la historiografía romántica catalanista le hubiera encantado que fuera definitivamente, para poder contar con un héroe nacional desaparecido en medio de la epopeya de la resistencia. Lástima –para ellos– que no fuera así, pues en 1719 encontramos a Rafael Casanova ejerciendo tranquilamente la abogacía, sin haber sido represaliado por Felipe V y perfectamente integrado en la Catalunya de nueva planta. Es más, su hijo y homónimo Rafael Casanova, se matriculó en Derecho en la flamante Universidad de Cervera, de tan ominosa memoria para los nacionalistas como creación que fue del primer Borbón de España. La vida del ex Conseller en Cap se extinguió apaciblemente en 1743, en la finca de Sant Boi de Llobregat, a donde se había retirado en 1737 y por cuya propiedad pleiteó hasta su muerte con el legítimo heredero, José Campllonch, desplazado a favor de Casanova hijo.
Aquí nos hemos limitado a consignar unos cuantos hechos y ya se sabe: contra facta non sunt argumenta (no hay argumentos contra los hechos). Ninguna leyenda áurea, por muy patrocinada desde el poder que se halle, puede modificar la Historia. Desgraciadamente, la de Catalunya, tan rica y fecunda por otros conceptos, nos la dan hoy impunemente adulterada.
RODOLFO VARGAS RUBIO