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Carta de un profesor universitario acusado de homófobo: “Mi condición de católico me lleva a tratar con el máximo respeto a los homosexuales”

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«Durante estos días, a raíz de la noticia del 20minutos, otros medios, sin con­trastar para nada la realidad de los hechos, me han acusado de homófobo. Y esto es lo que más me ha dolido, porque no es verdad.

Yo no soy homófobo, ni nunca lo he sido, ni en mis publicaciones he es­crito nada en contra de los homosexuales. Tengo bastantes amigos gays a los que quiero mucho y ellos a mí (pueden avalar lo que digo; algunos son estudian­tes de la universidad, con los que me he ido varios días de excur­sión). Obviamente, esta amistad no significa que yo sea homosexual ni que aplauda la práctica homosexual.

Lo único que he dicho y he escrito, y todavía sostengo, es que la adop­ción por parte de las parejas homosexuales, aunque esté permitida legal­mente, engendra una desigualdad entre los niños por ellos adoptados y los adoptados por parejas heterosexuales. Que es una desigualdad es evidente; que sea perjudicial para los niños, puede ser discutido. Y yo lo discuto. Pero nada más. Aunque quizá me equivoque, también discuto que un grupo de amigos y, en determinados casos, una persona soltera heterosexual pueda adoptar, porque creo que el hijo no es un objeto de derecho, que se pueda reclamar sólo por propio interés. La adopción es una institución jurídica dise­ñada en primer lugar en beneficio del menor, y es su interés lo primero que hay que considerar. Insisto que puede que me equivoque, lo mismo que puede equivocarse la totalidad del Parlamento ruso. Sólo pido que me dejen expresar esta opinión en la Universidad y que me permitan justificarla.

 Los homosexuales merecen el mismo respeto que cualquier persona, pero el fundamento de ese respeto no es tanto su homosexualidad, como su personali­dad, que tienen en común con todos los hombres. Creo que es un exceso tachar de homófobo a todo el que cuestiona cualquier reivindicación de un homosexual, porque a veces, igual que los heterosexuales, puede recla­mar cosas injustas.

Por otra parte, se me ha acusado de «ultracatólico». No sé qué entienden por ultracatólico. No sé si es porque hago referencia a Dios en mis apuntes. Creo que no hay un filósofo medianamente serio en la historia de la filosofía, y también en la filosofía del Derecho, que no se haya referido a Dios en algún momento de sus reflexiones, empezando por el propio Kelsen (véase lo que él escribe sobre el juicio de Jesucristo en el tema sobre el relativismo). O quizá me llaman «ultracatólico» por la referencia que he hecho a la adop­ción por parte de los homosexuales. Yo creo que es al revés de lo que pien­san: mi condición de católico me lleva a tratar con el máximo respeto a los homosexuales, porque en ellos veo personas con una dignidad inmensa, precisa­mente porque como cristiano que soy los veo como hijos de un mismo Dios, y por tanto como hermanos míos. Ojalá que muchos homosexua­les me vieran a mí con el mismo respeto.

La semana pasada leí este pasaje de un conocidísimo católico que decía «Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición». Quien escribió esto era el mismo Papa Francisco, que sin contradecir lo que ha enseñado siempre la Iglesia, quiere que nos preocupemos más por el res­peto, el cariño y el diálogo, que por la condena y el enfrentamiento.

No quiero terminar esta carta sin dar las gracias a todos los profesores y alumnos, incluidos algunos amigos míos gays, que me han escrito durante estos días ―son casi un centenar de cartas e emails― para apoyarme en de­fensa de la libertad, de la mía y la de todos».

Diego Poole

Religión Confidencial

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