Inicio Opinión Invitada ¿LA SOLUCIÓN DE ESPAÑA? O ¿ESPAÑA SIN SOLUCIÓN?

¿LA SOLUCIÓN DE ESPAÑA? O ¿ESPAÑA SIN SOLUCIÓN?

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

Vivimos uno de esos momentos en que muchas de las opiniones que se dan sobre el futuro de España acaban en el pesimismo; con muy pocos resquicios para lo contrario.

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¿Es el sistema? ¿Es el pueblo, sujeto de la soberanía? ¿Es la entidad del hombre público, este tipo de político actual? ¿Es la calidad del individuo, titular y protagonista del voto?… ¿Qué falla, qué elementos básicos de la arquitectura política y social de esta nación se están quebrando hasta generalizarse el ominoso presentimiento de una ruina y desintegración cercanas? Esta es la conclusión más corriente a que se llega en los comentarios de calle. Con un “esto no tiene remedio” y un sarcasmo o una maldición contra esta casta política, las personas que han mantenido un breve parlamento sobre el asunto, marchan cada cual por una esquina dejando un vacío en tu corazón de español.

La cosa es mucho más grave como para despacharla con el sumario juicio en que acaba la conversación callejera. Al salir cada uno por su lado, queda la dolorosa impresión de que aquí todo el mundo sabe lo que pasa; pero no sabe cómo arreglarlo. Lógico por otro lado porque un parlamento de calle nada puede componer;  lo peligroso es que te deja también la sensación de que nadie quiere saber nada de cómo solucionarlo. En fin, que vuelves a casa con la inquietante sensación de que todo el mundo acaba acogiéndose a la modorra sabiduría del avestruz; como si nadie quisiera comprometerse con lo que le va sobre su propia supervivencia, que al final está unida de manera inextricable a la de tu propia nación y patria. Algo así como si se diera el pasotismo de un botellón colectivo.

Naturalmente que en las causas apuntadas arriba: el sistema, el pueblo, el político, el individuo, etc., como motivos de la evidente decadencia de esta España está su origen y merecen un análisis singular, una por una, aunque a su vez unas motiven a otras y sean causa de la causa.

¿El sistema? Veamos: la democracia. ¿Es esta  feble, nebulosa e indescriptible tramoya democrática de la que se pueda predicar que es una verdadera democracia? No; en absoluto. Si queremos engañarnos y, sobre todo, si nos quieren camelar con ella quienes la disfrutan en la parte de estipendios y beneficios que les produce, la respuesta es: rotundamente no. No puede haber ni ser una democracia auténtica la que se construye como si lo hiciéramos con un gran edificio cuyas vigas maestras fueran cañas del río. Los partidos políticos que se tienen por el esqueleto de este sistema son tan falsamente democráticos como la consistencia de esas cañas con que se pretende sostener la gran arquitectura del sistema. Es decir que éste, el sistema, falla porque está falseado en sus cimientos y armazón.

Gobierno-Ciudadanos-Banca

¿El político? Con el paso del tiempo, desde su nacimiento, la vigente democracia ha producido una purriela de políticos que como una disentería ha puesto el mapa de esta Piel de Toro que no hay por dónde cogerlo. La fetidez asfixia. La degeneración intelectual y moral de esta clase en estos casi cuarenta años de presunta vida democrática ha sido tal que se ha trasmutado en una pululante casta de mercaderes de bienes públicos; en definitiva, de desfalcadores de la hacienda nacional. De las excepciones, que las hay, que sean ellos lo que se salven apartándose de sus pestilentes correligionarios.

No me resisto a remitirme a los orígenes. De aquellos políticos de la tan cacareada Transición, sin duda con más envergadura en general que los actuales, me pregunto siempre cuántos de ellos tuvieron la talla de hombres de Estado, esos que ponen sobre la insegura satisfacción del presente la inquietud sobre los acertados o desacertados efectos de sus actos en el futuro. A la vista de los resultados de hoy, consecuencia de los acciones políticas de entonces, ni uno solo de aquéllos logra la puntuación ni la banda de honor de un hombre de Estado; ni siquiera aquel del que alguien dijo un día que le cabía todo el Estado en la cabeza, Fraga Iribarne. De sus actos y pactos políticos nació una Constitución que hoy se muestra como un traje cogido y cosido con hilvanes, que a España le revienta por las costuras. ¿Hombres de Estado? No pasaron de aprendices de sastre. No hablo de aquellos separatistas camuflados, nacionalistas sin nación, que, esos sí, se mantuvieron fieles a su ascendiente Bellido Dolfos, como un tal Miguel Roca Junyent. ¡Qué ejemplar! Abogado de parte, hoy, en un proceso de corrupción de una infanta de España. Átenme por el rabo a ese millón de moscas escapadas de un montón de bosta coronada.

banco-gobierno-pueblo

Al pueblo podemos definirlo por el tipo de ciudadano que lo compone. El individuo, titular y protagonista del proceso electoral, un hombre un voto, ¿qué responsabilidad  le cabe en esta deriva hacia la desintegración y, si no se evita, la debacle? Toda, realmente toda, porque sin su voto, las urnas estarían en silencio y no cantarían los nombres de la mayoría de estos sedicentes  y proclamados representantes del pueblo que antes tuvieron un cartel electoral y ahora se han ganado otro que dice: ¡WANTED! ¡SE BUSCA!

Para que haya una gran y auténtica democracia, aquí y en todas la partes, tiene que existir una gran y auténtica cultura. ¿Nuestro pueblo la tiene? Pero ¡hombre!, si empieza por desconocer su propia, impresionante y trascendente historia y se está enterando ahora por una serie de televisión que hace 500 años tuvimos una gran reina y un gran rey, Isabel y Fernando, Fernando e Isabel, qué tanto monta. Es un ejemplo para terminar este artículo y seguir con otros muchos en los próximos.

Pedro Conde Soladana.

elmunicipio.es

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