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Perdón y Justicia

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Por Pedro Conde Soladana en Hispaniainfo.

Ambos conceptos se enraízan en el tronco de la ética. Sin embargo, uno tiene más que ver con los sentimientos, el perdón; el otro, la justicia, con las leyes. El primero reside en el corazón del hombre; la segunda, en el ágora pública. Sentir perdón es una categoría que pertenece al acervo de las cualidades y calidades humanas; pedir justicia es una acción, un impulso individual y social por el derecho lesionado.

Ha sido una interpretación jurídica de reciente, triste y dolorosa actualidad, la doctrina Parot, la que ha puesto en trance de enfrentamiento al perdón con la justicia y a la justicia con el perdón. Todo por una clara inducción sobre las víctimas de una miserable y mercantilista acción política.

La premisa de la que ha partido esta digresión, disensión o diferencia, es muy simple. No hacen falta muchas capacidades intelectuales, jurídicas, éticas, morales o metafísico-teológicas, para, del mero enunciado de la tal premisa, deducir la más sencilla, irrebatible, veraz y justa respuesta: NO. Porque esta es la pregunta que da razón de ser a la premisa: ¿Es lo mismo asesinar a una persona que a treinta? NO. Esta sumaria respuesta tiene, sin embargo, tan alta categoría de razón que hasta las ciencias exactas, como las matemáticas, se ponen de su lado. Uno más uno no puede ser nunca uno; ni dos más dos pueden ser uno, ni dos ni tres, sino cuatro. Cuatro asesinatos no pueden salir por el importe de una sola condena; como sería injustísimo que uno solo saliera por el montante de cuatro. Lo contrario, lo ocurrido realmente en España con la eliminación de la doctrina Parot, a indicaciones, que no obligaciones ni vinculaciones de un tribunal europeo, es una invitación a individuos con alma de asesinos a repetir sus lunáticas y criminales hazañas en nombre de descabelladas e irracionales ideas políticas; si es que se pueden llamar ideas políticas a ese batiburrillo de socialismo, independentismo, nacionalismo, igualitarismo, racismo, etc., que les bullen en su tronada mollera.

En un recurso a la ley de mercado  hay que exclamar: ¡Qué barato sale en España matar a veinte seres humanos! Si se echan cuentas, el precio es de ganga. Es más, al que ha matado uno le sale más caro que al que lo ha hecho con veinte. Las cuentas son claras. Valga el ejemplo basado en la presente realidad de España. Al asesino de una persona le han caído 30 años; entre pitos y flautas, entre redenciones de penas y otras mandangas, puede salir a la calle con veinte o menos años de condena cumplida. ¡Ah!, pero ¿y el que ha matado a veinte? Dividamos: 30 ó 40 años de cumplimiento real de la sentencia, a pesar de esos hiperbólicos miles que se contienen en el fallo, entre 20 asesinatos, ¿a cuánto sale? Echen la cuenta ustedes, porque a mí me da nauseas, y comprobarán lo que digo: matar a uno sale muchísimo más caro que hacerlo con veinte. Estremézcanse ahora ante esta otra pregunta: ¿Y si las cuentas se las echa uno de estos canallas?

Perdónenme los lectores la amarga dosis de ironía que contienen mis cálculos aritméticos cuando los momentos son sólo para llorar por nuestras víctimas. No olvidemos que estas son víctimas de España. Es decir, de todos.

Justicia y perdón. Perdón y justicia. No son incompatibles; pero ninguno de ambos puede imponerse al otro. Ni como ley ni como sentimiento. Si una víctima perdona, será digna de admiración y respeto; pero si otra pide que se apliquen la justicia y la ley hasta sus últimas consecuencias no sólo merece ese mismo respeto sino que además le acompaña el derecho natural, el universal y el legislado. ¿Quién es ese tribunal internacional para trizar la doctrina y decisiones de los tribunales españoles sobre criminales y crímenes sentenciados? ¿De qué derechos humanos se ocupa tal tribunal que no contempla que todo asesinado, y en este caso por ser español, deja un testamento implícito en la defensa del mayor derecho, que es el de la vida, a sus familiares y compatriotas.

Si las leyes y los tribunales que las aplican, se vuelven atrás, se desdicen, si se corrigen a sí mismos en sus redacciones y sentencias, el país donde ocurra está condenado a la anarquía, y con ésta a la desorientación, la indisciplina y camino de la autodestrucción.

¿Es este país España?

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