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LOS MEDIOCRES Y LA REVOLUCIÓN

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Por Pedro Cantero

En una sociedad en descomposición como la española, los mediocres muestran lo peor de sí mismo: su  mezquindad, sin el menor pudor. Instalados en atalayas de poder ficticio, se aferran a su falsa valía, temerosos de que la presencia de personas con aptitudes y actitudes reales, a los que vigilan de cerca, les pueda hacer sombra y acabar con la farsa que representan.

Esto ocurre habitualmente con los puestos de mando de los partidos políticos. Individuos que en su vida cotidiana y laboral, no son capaces de sobresalir siquiera mínimamente, encuentran su hábitat natural en las filas de estos entes artificiales en los que por la similitud con compañeros de la misma catadura, pasan desapercibidos.

De esta epidemia nadie está a salvo.  Al  mediocre le trae sin cuidado la ideología que su Partido dice representar. No le intranquiliza  las cotas de poder que la formación pueda alcanzar. Él ante todo, quiere figurar. Poseer una tarjeta de visita en la que aparezca el cargo que ostenta junto a su nombre y apellidos y apartar lejos de su poltrona a todo aquel que considere un peligroso rival para acceder la misma.

Dicho esto, se podría deducir que esta ave de rapiña anida en los partidos mayoritarios: craso error. Ante lo apetitoso del bocado, para alejar la pieza de intrusos no deseados, existe una junta general a imagen y semejanza de las grandes multinacionales, que se agrupa en torno a la figura del líder de la formación y no permite la presencia de los adosados molestos. El pescado está vendido. A lo máximo que pueden aspirar es al puesto de hacer fotocopias, o al archivo de  documentos.

Pero el personaje no se da por vencido. Efectúa una ronda presencial o informativa por todo el espectro político hasta encontrar la horma de su zapato en algún partido minoritario, con precariedad de efectivos humanos, tanto en militancia como en cuadros de mando.

El depredador efectúa una evaluación de la situación y se lanza a la caza y captura del puesto aspirado. Se relaciona con todo aquel que considere con poder para facilitar sus deseos. Tarde o temprano lo consigue y como los perros marca su territorio, que defenderá con uñas y dientes del que no lo separará nadie.

Alejados de las esferas del poder los nacionalsindicalistas desearían que los españoles aceptasen como suya la revolución ética y moral, creada para ofrecer un modelo de sociedad basado en la libertad, la dignidad y la integridad. Causas externas e internas no lo han permitido y la anhelada revolución permanece a la espera de que alguien la saque del ostracismo. Por desgracia a lo largo de su existencia este movimiento revolucionario ha padecido la presencia de algunos mediocres en sus filas, que han ido creando pequeñas isletas sin otra aspiración que hacer la competencia, no a los enemigos externos sino a sus propios camaradas, que a la vez han contratacado  con las mismas intenciones.

Quien no conoce a algún caso que responda a este planteamiento. Si hacemos un somero repaso de nuestras organizaciones, nos encontraremos con cargos vitalicios que dicen servir al ideal y en verdad, su pretensión es satisfacer un ego personal mezcla de incompetencia y soberbia.

Paralelamente a estos, han desfilado por nuestras filas personas de una valía personal fuera de toda duda, que utilizaron su paso por las filas de la camisa azul, como una aventura juvenil de la que se han olvidado al finalizar sus estudios y emprender una brillante carrera profesional, acorde con su valía intelectual. Puedo asegurar, que cuando alguno de estos antiguos falangistas aparece de forma brillante en algún medio de comunicación, una sensación de rabia y envidia contenida recorre todo mi cuerpo.  ¿No os gustaría volver al espíritu revolucionario de la juventud? España y la revolución os necesitan.

Libres, Dignos e Integros

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