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Miedo a VOX

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Kiko Méndez-Monasterio
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Por Kiko Méndez-Monasterio 

Que los impulsores de Vox abandonen cualquier esperanza mínima cortesía política por parte del Partido Popular.

Estilo Jerry Maguire, en una de esas raras muestras de honradez que a veces nos regala la política, Santiago Abascal ha decidido establecerse por su cuenta. Muchos celebran el nacimiento de Vox con el entusiasmo de quien asiste a la refundación de la derecha española, precisamente ahora que el PP ya no disimula su lejanía -y en ocasiones hasta su beligerancia- con cualquier enunciado del conservadurismo. La larga marcha de Rajoy y Soraya -y Arriola- para convertir el partido en la marca blanca del PSOE, ha creado un vacío político sin parangón en Europa, y era del todo lógico pensar que pronto habría de ocuparse, porque no era posible entender que en España no existiera siquiera la posibilidad de un voto liberal-conservador.

Huyendo de cualquier estridencia o extremismo, Abascal -junto a Ortega Lara y otros- se ha limitado a indicar que existe un camino a la derecha, en buena parte empujados por el clamor de un electorado que siente una orfandad dickensiana, ya sea procedente de las expoliadas clases medias, de los abandonados a su mala suerte frente al totalitarismo nacionalista, o bien de quienes entienden que el núcleo de la crisis está en las estructuras de un sistema que ya sólo satisface a sus élites, encerradas en un nuevo búnker inmovilista, que sólo conocen la calle desde la ventanilla ahumada del coche oficial.

Para desgracia del PP, el partido de Abascal se ha presentado en la misma semana de la rendición de Burgos a la extrema izquierda, que resulta la enésima cesión de los populares ante los violentos, y en la que ni siquiera cuentan con la torpe excusa de un certificado médico -como en la liberación de Bolinaga-, o de una sentencia europea como la que ha encubierto la última amnistía otorgada al terrorismo.

Y por esta misma razón -porque a nadie le gusta que le señalen sus vicios por muy públicos que sean- que los impulsores de Vox abandonen cualquier esperanza de ser tratados con un mínimo de cortesía política por parte del Partido Popular. Ni siquiera se van a tomar con ellos el café relajante que no dudan en compartir con Bildu en Guipúzcoa o con Izquierda Unida en Extremadura. La consigna es no ofrecerles ni agua. De hecho ya han puesto en marcha a su cohorte mediática, y los que escriben sus columnas con copia y pega del argumentario que les manda Génova, se han lanzado a desacreditar a Abascal con una furia que no utilizan ni con Artur Mas ni con Amaiur.

Federico Quevedo, por ejemplo, flor y espejo del periodismo hecho al dictado, arremetía en televisión contra el político vasco, negándole cualquier legitimidad por haber disfrutado durante años de cargos públicos a la sombra del que fue su partido. La singular batalla que mantiene Federico para no caer en las garras de la decencia le hace decir estas cosas, sin reflexionar en que está dando más valor todavía al nuevo proyecto. Si es cierto que Abascal ha desempeñado cargos públicos con el PP -y que estos estaban muy bien remunerados- su aventura adquiere más legitimidad moral, precisamente porque ha renunciado a la vida cómoda y regalada que habría conseguido sólo con mantenerse callado. Así que Federico, en realidad y sin querer, a quien está criticando es a todos los que tragan sapos y serpientes enroscadas en hachas con tal de mantener la sopa boba.

Sus antiguos compañeros también le afean a Abascal el hecho de que sus primeros pasos en la política los ha dado en el PP, diciendo que eso le resta credibilidad para liderar un proyecto de regeneración. Resulta un argumento excéntrico y peligroso porque, aplicando la misma lógica, Rajoy no estaría capacitado para liderar la formación de centro izquierda que ahora dirige, ya que sus orígenes políticos están ligados a la muy derechista Alianza Popular, con quien fue flamante diputado.

En fin, el tiempo y las urnas dirán si Vox tiene espacio electoral y proyecto alternativo. En gran parte depende de ellos mismos. Pero de momento se puede saborear el miedo y la vesania que produce en el establishment el simple enunciado de su nombre.

La Gaceta

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