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José Antonio Primo de Rivera: sus verdaderos objetivos y metas políticas

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José Antonio Primo de Rivera: sus verdaderos objetivos y metas políticas

Por Ángel Luis Sánchez Marín

José Antonio Primo de Rivera es considerado como un Jefe fascista por algunos autores; para otros, en cambio, era un líder político nimbado de un halo sobrenatural. En este ensayo de síntesis de todas las posturas intelectuales en torno de su figura e influencia, tratamos de analizar su pensamiento jurídico-político, con las únicas servidumbres de la razón y la verdad, para así descubrir sus auténticas intenciones

I. Proemio

El historiador Stanley Payne en su conocida obra Historia del Fascismo, afirma que José Antonio Primo de Rivera (en adelante, Primo de Rivera), era un fascista que sentía repulsión por la brutalidad y la violencia propia de este movimiento político, que tenía un espíritu notablemente poco sectario y poco dado a la rivalidad de grupo y que dejó de emplear el término «totalitario» en evitación de mimetismos no deseables, pero que, en todo caso, «nunca renunció a las metas fascistas en la política», lo que le convierte en un defensor de este tipo de regímenes{1}.

Por su parte, el profesor de Ciencia Política, Manuel Pastor, antiguo colaborador del antedicho profesor norteamericano, nos enseña que los objetivos del fascismo, empleando este término en sentido genérico, como manifestación totalitaria de extrema derecha, son los siguientes: panestatismo, nacionalismo radical y expansivo, antimarxismo, corporativismo económico y organización elitista y paramilitar{2}. Y añade que todos ellos se dan en Ledesma Ramos, precursor del nacionalsindicalismo, siendo el zamorano, «el primer fascista acabado en el proceso generador que se inicia en los años veinte»{3}, algo que ratificaría después González Cuevas, cuando dijo en 1996, que Ledesma Ramos fue «el máximo teorizante del fascismo español»{4}.

Como es sabido, Ledesma Ramos dio a conocer en febrero de 1931 una proclama política de naturaleza «fascistoide» con el nombre de «La Conquista del Estado»; un mes después fundó un semanario con ese mismo nombre; es el principal creador de un partido político denominado Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas (JONS), resultado de su unión, en diciembre de 1931, con el grupo conservador, católico y agrario del vallisoletano Onésimo Redondo, asociación política que después de muchas vacilaciones fusionó Ledesma Ramos en 1934 con el movimiento creado un año antes por Primo de Rivera, la Falange Española; intentó derrocar a este último, que había sido nombrado primer Jefe Nacional de Falange Española de las JONS, lo que le supuso a Ledesma Ramos su expulsión del partido en enero de 1935, para, finalmente, reconstituir las JONS ramiristas, o al menos intentarlo, fuera ya de la órbita falangista{5}.

Sin embargo, el motivo de este trabajo no es analizar ahora el pensamiento político de Ledesma Ramos, tratando de ver si realmente era un fascista puro, como afirman estos autores, o sólo un nacionalista radicalizado, o usando sus propias palabras, un «fascistizado» más de los que tuvo nuestro país en los años treinta del siglo pasado, si no tratar de comprobar si en Primo de Rivera se dan los objetivos o metas fascistas que señalamos, y tal como dice Stanley Paine que ocurre, dado además que su partido, como hemos dicho, se terminó fusionando con los jonsistas. O dicho de otro modo, intentaremos ver si las metas primorriveristas eran compatibles o no con el ideal democrático y, si así fuera, determinar el modelo de democracia que su mente clásica pudiera estar diseñando para España, al momento de morir fusilado en el patio de la cárcel de Alicante, el 20 de noviembre de 1936.

II. Los objetivos fascistas y su incidencia en Primo de Rivera. Especial referencia a la «fascistización» de Falange Española de las JONS

1. Panestatismo

Afirma Primo de Rivera: «El Estado (debe de tener) dos metas bien claras: una, hacia afuera, afirmar a la Patria; otra, hacia adentro, hacer más felices, más humanos, más participantes en la vida humana a un mayor número de hombres. Y el día en que el individuo y el Estado, integrados en una armonía total, tengan un solo fin, entonces sí que podrá ser fuerte el Estado sin ser tiránico, porque sólo empleará su fortaleza para el bien y la felicidad de sus súbditos»{6}.

En las palabras expuestas, Primo de Rivera, no parece considerar al Estado, como máximo valor político y único intérprete de cuanto hay de esencias universales en un pueblo, sino que busca una situación de equilibrio entre el individuo y el Estado, que evite la absorción de aquél por parte de éste, y que tampoco permita que la sociedad se disuelva en una amalgama de individuos insolidarios entre sí, pensamiento este más propio de la doctrina tradicional del Estado y de la política, que del hegelianismo fascista. No olvidemos que para Mussolini el Estado es un valor dominante. Dice así el Duce: «para el fascismo el Estado es un absoluto frente al cual individuos y grupos son lo relativo. Individuos y grupos son pensables solamente en cuanto que estén en el Estado»{7}.

En el pensamiento de Primo de Rivera, el Estado es un aparato de poder al que le corresponde la dirección suprema de la vida pública, contando entre sus fines los de asegurar y conservar el orden y la paz y procurar la prosperidad de sus ciudadanos. El Estado no se puede considerar de ningún modo un fin en sí mismo y debe de valorarse como un medio esencial para garantizar la convivencia y para desarrollar completamente las potencialidades humanas. Se trata de una concepción integral de la idea de la estatalidad (ordenación de las relaciones sociales de los ciudadanos atendiendo a finalidades humanas), encuadrada en el pensamiento tradicional de la política: el poder no se justifica sólo por su simple existencia en cuanto poder supremo de una colectividad, sino que está avocado a cumplir ese objetivo último temporal que es el bien común (Aristóteles, Santo Tomás de Aquino).

En esta línea que mantenemos, podemos citar al profesor Muñoz Alonso, quien repitiendo textos primorriveristas, consideraba que el Jefe de Falange Española, quería que el Estado fuera garante del bien del pueblo, que asegurara la dignidad y el trabajo, que sirviera al destino de la Patria, que coordinara los destinos particulares, que respetara y favoreciera el desarrollo de las unidades básicas de convivencia, sin ser esclavo de intereses de grupos o de clases, y que fuera depositario del poder con una misión intransferible de servicio{8}. A lo que añade actualmente Negro Pavón: «(Primo de Rivera) no ontologiza, deifica o considera al Estado como una persona moral, lo que le distingue de las concepciones nacionalsocialista y fascista entonces en boga, sino que lo ve como un medio instrumental al servicio de la Patria»{9}. Incluso tiende a considerarlo subsidiario de los grupos sociales intermedios: un Estado español fuerte, «puede ceñirse –afirma Primo de Rivera– al cumplimiento de las funciones esenciales del Poder, descargando, no ya el arbitraje, sino la regulación completa, en muchos aspectos económicos, a entidades de gran abolengo tradicional, como son los sindicatos»{10}, lo que supone la introducción en su pensamiento de este principio y, su corolario, el de solidaridad, ambos presentes también en su organicismo social y en su concepción de la distribución territorial del poder, como iremos viendo{11}. Y apostillamos con Negro Pavón: «No era precisamente José Antonio un estatista»{12}.

2. Nacionalismo radical y expansivo

Asegura Primo de Rivera: «Nosotros nos sentimos unidos indestructiblemente a España, porque queremos participar en su destino; y no somos nacionalistas, porque ser nacionalistas es una pura sandez; es implantar los resortes espirituales más hondos sobre un movimiento físico, sobre una mera circunstancia física; nosotros no somos nacionalistas, porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos»{13}.

En otro discurso dice: «Hoy todas las tierras del mundo tienen dueño y toda conquista sería un expolio y un robo a la vez. Pero el terreno del espíritu no está acotado y ahí sí que cabe llevar las conquistas al máximo…»{14}.

Los movimientos fascistas se caracterizan por una exaltación retórica de la raza o de la comunidad nacional que dio con frecuencia como resultado la aparición de un nacionalismo virulento y agresivo, de tintes imperialistas. La mayor parte de la doctrina científica sitúa la aparición de este nacionalismo, que conecta con el organicismo biológico, «en el clima del romanticismo antiliberal y de la filosofía de la contrarrevolución de los primeros decenios del siglo XIX»{15}. Para Mussolini, por ejemplo, la nación es un elemento del Estado que se da en el mismo y no fuera de él. Dice así: «Queremos unificar la nación en el Estado soberano que está sobre todos y puede estar contra todos, porque representa la continuidad moral de la nación en la historia.»{16}

Expliquemos a continuación el concepto primorriverista de nación y comparemos por nosotros mismos. Para nuestro personaje, ésta es una «unidad de destino en lo universal», vinculada a la idea de empresa común «que no es la empresa de las demás naciones». O sea, que para Primo de Rivera, la nación es hacia fuera, en el contraste con otras naciones; hacia dentro es la patria, el êthos colectivo. Esta concepción es acorde con la doctrina tradicional española, ya que siempre hemos sido escasamente nacionalistas en el sentido político, pues nuestro «nacionalismo», siempre estuvo muy mediatizado por el catolicismo, religión universal y, por consiguiente, antinacionalista, lo que no significa antinacional. De ahí la justificación de los textos expuestos al comienzo de este epígrafe, pues Primo de Rivera no quiere ser un nacionalista tribal, darwinista y biológico, y mucho menos, en política internacional, belicista. En verdad, el Jefe de Falange Española, era escasamente nacionalista, vinculado eso sí al patriotismo clásico, e incluso, Negro Pavón, ve en él un nacionalismo a la inglesa, de origen liberal no rousseauniano, y de clara influencia en nuestra tradición política{17}. Piénsese, como ya es sabido, que en el concepto expuesto, la incidencia de Ortega y Gasset en Primo de Rivera es innegable, y en el profesor de Metafísica de la Universidad Central de Madrid, se ha visto, a su vez, la misma línea de pensamiento que Edmund Burke, Tocqueville, Burckhart, &c…

Y terminamos conectando los dos apartados analizados. Primo de Rivera sueña con un Estado que fuese Nacional, puesto al nivel del tiempo histórico y al servicio de la Patria y de la Nación, porque, en su opinión, «El Estado Español no existe»{18}. Trataba de lograr la organización mínima de las funciones nacionales, para lo que se hacía imprescindible dotar al Estado, de una adecuada estructura y poder, pero no con afán de anular en él al individuo, sino con la finalidad de mejorar, reformar o actualizar, el Estado creado por Cánovas del Castillo.

3. Antimarxismo

Dice Primo de Rivera:

«Una figura, en parte torva y en parte atrayente, la figura de Carlos Marx, vaticinó todo este espectáculo a que estamos asistiendo, de la crisis del capitalismo. Ahora todos nos hablan por ahí de si son marxistas o si son antimarxistas. Yo os pregunto: ¿Qué quiere decir el ser antimarxista? ¿Quiere decir que no apetece el cumplimiento de las previsiones de Marx? Entonces estamos todos de acuerdo. ¿Quiere decir que se equivocó Marx en sus previsiones? Entonces los que se equivocan son los que le achacan ese error.
Las previsiones de Marx se vienen cumpliendo más o menos de prisa, pero implacablemente. Se va a la concentración de capitales; se va a la proletarización de las masas, y se va, como final de todo, a la revolución social, que tendrá un durísimo período de dictadura comunista.»{19}

En otro discurso dijo: «Claro está que los obreros tuvieron que revolverse un día contra (la burla liberal), y tuvo que estallar la lucha de clases. La lucha de clases tuvo un móvil justo, y el socialismo tuvo, al principio, una razón justa, y nosotros no tenemos para qué negar esto. Lo que pasa es que el socialismo, en vez de seguir su primera ruta de aspiración a la justicia social entre los hombres, se ha convertido en una pura doctrina de escalofriante frialdad y no piensa, en la liberación de los obreros»{20}.

Al analizar el antimarxismo primorriverista, creemos necesario distinguir, entre la ideología marxista y su consideración del movimiento histórico socialista y comunista.

La ideología marxista es rechazada expresamente por Primo de Rivera, al igual que hiciera todo el pensamiento conservador-liberal español. Y ello, por tres razones fundamentales, a saber: por su carácter ateo, por su dialéctica de la violencia y por su subordinación de la persona a la colectividad{21}. Sin embargo, y a tenor de los textos arriba expuestos, más otros que vamos a añadir, sí podemos decir, que a Primo de Rivera, le cabía un cierto compromiso con los movimientos históricos derivados del marxismo. Es decir, la doctrina marxista, como cualquier otra, una vez fijada y formulada, no cambia más, mientras que los movimientos que tienen por objeto condiciones concretas y mutables de la vida no pueden menos de ser ampliamente influenciados por esta evolución. Por lo demás, en la medida en que estos movimientos van de acuerdo con los sanos principios de la razón y responden a las justas aspiraciones del hombre, ¿quién rehusaría reconocer en ellos elementos positivos y dignos de aprobación?

Primo de Rivera pasa revista al movimiento histórico socialista y comunista. En contraste con el fascismo, que rechaza sin paliativos la ideología marxista y sus movimientos históricos, nuestro personaje, adopta aquí una postura más flexible. No cabe ante el marxismo una respuesta única, ni vale la alternativa radical de la adhesión o el rechazo. Desde su visión antropológica y de la sociedad de naturaleza cristiana, mantiene, ante los movimientos socialista y comunista, una distancia crítica, que le permitirá llegar a discernir el nivel de compromiso compatible con su pensamiento tradicional.

El fundador de Falange Española, en este sentido que mantenemos, ve positivos los valores socialistas de justicia, solidaridad y de igualdad, siendo sus limitaciones, procedentes de su misma ideología subyacente, las siguientes: la necesidad de garantizar la libertad, la responsabilidad y la apertura a lo espiritual. Dice el líder falangista: Frente a las injusticias del liberalismo económico «tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento, el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de proporcionarles una vida justa»{22}. «Ahora, que el socialismo, vino a descarriarse, porque dio en un sentido de represalia y en una proclamación del dogma de la lucha de clases»{23}.

Por otra parte, Primo de Rivera, también parece aceptar del comunismo, la crítica marxista que hace del capitalismo, la existencia de la lucha de clases, y sus valores de abnegación y solidaridad social, presentando como límites, el materialismo histórico, el que pretenda superar este enfrentamiento interclasista con la imposición hegemónica de una clase –la proletaria– sobre las otras y el sometimiento del poder político y económico bajo la dirección de un partido único que se considera –él solo– expresión y garantía del bien de todos. «Desde el punto de vista social va a resultar que, sin querer, voy a estar de acuerdo en más de un punto con la crítica que hizo Carlos Marx», dijo el Jefe Nacional de Falange Española, el día 9 de abril de 1935, para añadir, en otro momento: «En el comunismo hay algo que puede ser recogido: su abnegación, su sentido de solidaridad»{24}. Aunque él rechazaba el comunismo ruso porque «viene a implantar la dictadura del proletariado, la dictadura que no ejercerá el proletariado, sino los dirigentes comunistas servidos por un fuerte Ejército rojo; la dictadura que os hará vivir de esta suerte: sin sentimientos religiosos, sin emoción de patria, sin libertad individual, sin hogar y sin familia»{25}.

En definitiva, Primo de Rivera, trata de poner en guardia a la población española sobre los peligros del socialismo y del comunismo, tomando pie para ello del análisis teórico y de la experiencia histórica, sin perjuicio de considerar que en el fondo de su alma, «vibra una simpatía hacia muchas gentes de la izquierda»{26}, posición que, creemos, que le aleja de juzgar a los socialistas y comunistas, como «gusanos» o «alimañas» que hay que eliminar, en expresión hitleriana{27}, o al marxismo, como «enemigo fundamental», en consideración fascista.

4. Corporativismo económico

Para Primo de Rivera: «…en esta concepción político-histórico-moral con que nosotros contemplamos el mundo, tenemos implícita la solución económica; desmontaremos el aparato económico de la propiedad capitalista que absorbe todos los beneficios, para sustituirlo por la propiedad individual, por la propiedad familiar, por la propiedad comunal y por la propiedad sindical»{28}.

El movimiento nacionalsindicalista tiene, en este asunto, dos momentos diferentes que vamos a analizar. El jonsismo de «La Conquista del Estado» y el de las primeras JONS, defiende abiertamente un sindicalismo de Estado, una estatificación de la vida económica y social, de naturaleza corporativa al uso fascista. Esto es innegable. Y las influencias en él de Bakunin, Proudhon, Sorel, Hegel, &c…, son evidentes.

Leemos en La Conquista del Estado: «La sindicación de las fuerzas económicas será obligatoria y en todo momento atenida a los altos fines del Estado. El Estado disciplinará y garantizará en todo momento la producción». Y en la proclama de las JONS se recoge: «Las corporaciones económicas, los sindicatos, serán organismos públicos, bajo la especial protección del Estado» (punto 11 del Manifiesto del Movimiento Jonsista){29}.

Se trata de un sindicalismo que consideraría a los grupos sindicales y económicos como estructuras propias del Estado. Su finalidad sería la de neutralizar los elementos conflictivos, la lucha de clases en el plano social y la diferenciación ideológica en el orden político. Se caracterizaría por el establecimiento de organizaciones interclasistas, procedimientos de composición obligatorios y la subordinación absoluta de las corporaciones al Estado. A este respecto, es significativo el perfil legal que presentarían. Las corporaciones devendrían en una emanación del Estado, siendo, sin lugar a dudas, instituidas por Decreto del Jefe del Gobierno y presididas por un ministro, subsecretario, &c…

Sin embargo, el designio estatificador del primigenio nacionalsindicalismo, va a cambiar de rumbo al fusionarse el jonsismo con el falangismo primorriverista. El Jefe de Falange Española introduce en él la doctrina tradicional, cristiana, relativa a la exaltación del valor espiritual y social del trabajo en la sociedad, y la idea de la igualdad de oportunidades en el punto de partida. Así mismo, atempera su revolucionarismo, acercando su concepción sindical a la del sindicalismo reformista de Duguit, a la del anarquista español Ángel Pestaña, quien fundó el Partido Sindicalista, escisión moderada de la CNT, y a las del socialismo democrático de Bernstein, Jean Jaurés, Henri De Man, &c…, es decir, y como era propio de esa época, a la necesidad de superar el capitalismo, que se consideraba que estaba agónico, a través de una progresiva reforma social no violenta. Pasada la Segunda Guerra Mundial, el sindicalismo no revolucionario y el socialismo democrático aceptarían plenamente las reglas del juego del sistema capitalista, que como es obvio, no feneció, pretendiendo conseguir los mayores beneficios posibles para la clase trabajadora por medio de la cooperación y negociación (sindicalismo pragmático).

Veamos de forma más concreta cual es la teoría sindical de Primo de Rivera. Comienza el fundador de Falange Española criticando el sindicalismo de Derecho público de la Italia fascista. Lo califica de «buñuelo de viento»{30}, que tiene un efecto «capitalista retardatario»{31}, al ser el fascismo «una experiencia que no ha llegado a cuajar»{32}. Para pasar después a defender, como se lee en el texto que referenciamos al comienzo de este epígrafe, una economía mixta en donde coexistan diversas formas de propiedad.

En el Punto 8º de la Norma Programática de Falange Española de las JONS, de noviembre de 1934, síntesis de sus distintas ramas políticas, y obra final de nuestro personaje, se lee: «El Estado nacionalsindicalista permitirá toda iniciativa privada compatible con el interés colectivo, y aún protegerá y estimulará las beneficiosas». Y, por su parte, el punto 13º reza así: «El Estado reconocerá la propiedad privada y la protegerá contra los abusos del gran capital financiero». Primo de Rivera, para evitar el estatismo quiere, en la sindicalización del Estado que propugna, dejar margen a la iniciativa particular y a la libertad de evolución. Lo que no podemos saber es el margen de combinación, que la misma hubiera tenido, con la propiedad social no estatal que también se defiende (comunal, sindical, cooperativa, &c…), aunque su justo límite se hubiera encontrado en no impedir la organización de un orden social justo.

En el punto 9º de la Norma Programática que comentamos se dice: «Concebimos a España, en lo económico, como un gigantesco sindicato de productores. Organizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un sistema de sindicatos verticales por ramas de la producción, al servicio de la integridad económica nacional». Primo de Rivera quiere aquí corporaciones de trabajo en forma de empresas sindicales integradas en sindicatos de industria o ramas productivas (industrial unions). Se trata de un sindicalismo unitario, basado en el principio de la superación del dualismo «trabajador-empresario», a través de su síntesis en la nueva noción de productor, que abarcaba tanto a los trabajadores como a los jefes de empresa. El empresario capitalista que hace suya la plusvalía del trabajo desaparece en el esquema ideológico nacionalsindicalista, pero tal plusvalía no se atribuye al Estado, sino a los propios productores en cuanto que constituyen la Organización Nacionalsindicalista. Por supuesto, la configuración de esta especie de socialismo sindical, en el que la titularidad de los bienes de producción correspondería a los sindicatos, había de repercutir de modo esencial tanto en la concepción de la empresa –que pasa a ser considerada como una auténtica comunidad de trabajo– como en la naturaleza de las relaciones laborales –cuyo origen contractual entra en crisis, al faltar la polaridad trabajador-empresario, indispensable para que exista un verdadero contrato de trabajo–{33}.

La teorización expuesta debe de diferenciarse del sindicalismo vertical de la Era de Franco. En esta el sindicato vertical era la integración jerárquica, en un sindicato único y común, del capital, la técnica y el trabajo, mientras que, como hemos señalado, Primo de Rivera postula la desaparición de la dualidad capital-trabajo. Por último, la creación de estas empresas, orgánicamente funcionales, y de los sindicatos verticales falangistas, ¿supondría la estatificación de la vida económica? No. En este sistema la producción sería organizada en el marco de cada industria por los sindicatos verticales, correspondiéndole al Estado la disposición de algunos medios de producción, lo que necesariamente implicaría una estrecha colaboración entre sindicatos y Estado, pero no, necesariamente, la absorción en el aparato estatal de aquellos y, por ende, de las personas, dada la función de superior vigilancia, de ordenación política suprema para la garantía del bien común sobre todo interés parcial y de actuación subsidiaria que Primo de Rivera reserva al Estado en este asunto, la potenciación que quiere de las unidades naturales de convivencia y el respeto a la dignidad de la persona humana que preconiza{34}. Es factible, pues, una federación de sindicatos verticales autónomos, independientes, pero colaboradores directos del Estado en materia de legislación, planificación, gestión mixta o simples tareas consultivas. La articulación exacta de esa participación conjunta sí se echa de menos en el pensamiento de nuestro personaje{35}.

En el punto 14º de la Norma Programática de Falange Española de las JONS que nos ocupa se afirma «la tendencia a la nacionalización del servicio de Banca y, mediante las corporaciones, a la de los grandes servicios públicos». Se quiere acabar con la propiedad oligárquica de los medios de producción (capitalismo financiero) y se busca para ello que el Estado sea titular de diversas industrias o servicios, faltándole a Primo de Rivera determinar cómo se hubiera gestionado el servicio del crédito en evitación de su posible burocratización.

Una valoración actualizada de los conceptos empleados por Primo de Rivera permite deducir que el modelo socio-económico falangista era, efectivamente, de marcado sabor izquierdista, aunque salpicado de influencias tradicionales, españolas y/o cristianas. El sindicalismo reformista y el socialismo no marxista, anterior y posterior a Primo de Rivera, siempre han defendido una concepción económica que, en general, coincide con la del líder falangista. Citamos por todos los socialistas democráticos, a título de ejemplo de lo que decimos, al político francés Jean Jaurés (1858-1914), quien escribe: «Hay que considerar la transformación de la gran propiedad territorial en propiedad social con un triple carácter: nacional, comunal y sindical»{36}. E incluso referenciamos los preceptos de naturaleza económica de la Constitución Política de España de 1978, de clara influencia socialdemócrata, para así darnos cuenta de ello, aún a pesar de la evidente diferencia ideológica e histórica de un momento político y otro.

En el artículo 128 de la Carta Magna se lee que toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.

En el artículo 33 de la Constitución se dice que la propiedad privada y la herencia es un derecho, pero condicionado en cuanto a su contenido, por la función social que a aquellas se les reconoce, pudiéndose, incluso, llegar a privar de bienes y derechos por causa justificada de utilidad pública o interés social a través de la expropiación forzosa.

Para afirmarse en la norma 128 citada: «los poderes públicos promoverán las diversas formas de participación en la empresa y fomentarán las cooperativas. También establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción».

Finalmente, y en lo que a nosotros nos interesa, el mismo artículo 128, manifiesta que «se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general», apostillando el artículo 131: «El Estado, mediante ley, podrá planificar la actividad económica general para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución».

5. Organización elitista y paramilitar

En los Puntos Iniciales de Falange Española, de 7 de diciembre de 1933, propiamente primorriveristas se lee: «Falange Española quiere un Estado de todos; es decir, que no se mueva sino por la consideración de esa idea permanente de España; nunca por la sumisión al interés de una clase ni de un partido». Para decir en otro momento: «Mienten quienes anuncian a los obreros una tiranía fascista»{37}.

Una de las peculiaridades del fascismo es su apego a los fenómenos irracionales y su apelación al instinto, el misticismo, la muerte y la violencia, ejercida a través de minorías audaces y valiosas, organizadas en milicias. Por otra parte, mediante la uniformización, los desfiles, las marchas militares, &c…, se busca subrayar el principio masculino y juvenil que conforma todo el movimiento, así como su rígida estructura jerárquica; se resalta la figura del jefe a partir del cual se van marcando las distintas escalas, cada una con sus símbolos y uniformes correspondientes, hasta llegar al simple ciudadano. No es de extrañar, entonces, que la propaganda fuera utilizada como arma política básica, que, una vez más, suele dirigirse a lo instintivo.

Si bien hay en la Norma Programática de Falange Española de las JONS, ciertas concesiones verbales, o de lenguaje formal, al radicalismo jonsista{38}, no es menos acertado afirmar, que leyendo y analizando el pensamiento de Primo de Rivera en su conjunto, éste no se consideraba un Jefe fascista, no apreciaba la violencia política, ni le llamaba la atención la parafernalia fascista, ni era amante de la doctrina del hecho que defendían los fascistas italianos del primer tercio del siglo XX{39}.

Conforme a las palabras de Primo de Rivera al comienzo de este apartado referenciadas, su concepción de la sociedad no es aristocrática, al considerar que «no puede haber vida nacional en una Patria escindida en dos mitades inconciliables: la de los vencidos, rencorosos en su derrota, y la de los vencedores, embriagados con su triunfo» (principio de integración nacional){40}, amén de entender que los valores intangibles de todos los hombres por igual son su dignidad, integridad y libertad, en concepción católica, sin perjuicio de considerar en otro momento «que una minoría disciplinada y creyente será la que se transforme en eje impecable de la vida española»{41}, idea esta de raíz orteguiana que viene a admitir que las minorías tienen la misión social e histórica de dirigir y moralizar la vida social, correspondiéndole a la mayoría, conservar y desarrollar los contenidos aprendidos y la moral colectiva. Esto es algo que corresponde a la naturaleza de las cosas, no siendo este proceso dialéctico una cuestión contraria a la democracia, sino que, al revés, es el resorte fundamental, la esencia de la vida democrática, pues si las masas se hacen indóciles frente a las minorías, se produce una desarticulación de la sociedad misma, que puede acabar con esta{42}.

Por otra parte, su explicación de la Historia, tampoco se hace sobre la base de la «circulación de las élites» (cuando una élite ha perdido su dinamismo, cae: al punto es reemplaza por otra, que sin duda ya presionaba antes), sino en la contraposición de edades clásicas (plenarias)-catástrofe, barbecho histórico (invasión de los bárbaros)-edades medias (ascendentes), en un ciclo evolutivo spengleriano, que se centraba en ese momento histórico en el declive de una edad clásica y el posible advenimiento de una nueva invasión de los bárbaros, cuya única forma de superar era tendiendo un puente sobre esta, de tal forma que «…sin catástrofe intermedia, (aproveche) cuanto la nueva edad hubiera de tener de fecundo, y salv(e), de la edad en que vivimos, todos los valores espirituales de la civilización»{43}, ya que para Primo de Rivera, el recobro de la armonía del hombre y su entorno, pasaba por una solución religiosa, o sea, por unificar el mundo a través del cristianismo, y no por medio de la patria o de la raza, lo que le aleja de Oswald Spengler y le acerca a las ideas que sobre la Historia tenía Edmund Burke{44}.

Por último, frente a las sociedades militaristas de corte fascista, y su consideración de que la guerra es un elemento sublimador de las voluntades, Primo de Rivera, opone la búsqueda de «una vida en común no sujeta a tiranía, pacífica, feliz y virtuosa»{45}, que «haga de España un país tranquilo, libre y atareado»{46}, en coincidencia con el concepto ideal de democracia.

* * *

Primo de Rivera no tenía, conforme acabamos de ver, objetivos fascistas. Sin embargo, Falange Española nace en una época en que las autocracias autoritarias y/o el fascismo predominan en el mundo, como reacción pretendidamente sustitutiva del Estado liberal abstencionista y como muro de contención del comunismo. Este hecho histórico terminó incidiendo en el nacionalsindicalismo y en su primer Jefe Nacional, al igual que le ocurrió a distintos personajes públicos, tales como los socialistas Marcel Deat, Henri de Man o Henri Spak{47}, al padre-fundador de la actual República democrática de Irlanda, Eamon De Valera{48}, a Winston Churchill{49}, Juan Domingo Perón{50}, Norberto Bobbio{51}, &c. Sin embargo, a estos últimos gobernantes y al filósofo italiano mencionado, la vida les permitió evolucionar en sus ideas, soslayar la moda autocrática y continuar su actividad pública por otros derroteros más deseables, a través del tiempo y de una dilatada experiencia política, algo que se le pide a nuestro personaje que hiciera antes de morir, con prácticamente tan sólo tres años de acción política plena y treinta y tres años de edad, exigencia esta que hay que decir en su favor que casi logra, tal como iremos viendo que ocurrió en las próximas líneas, pues como no pretendía instaurar en España un Estado policíaco y violento, fue condenando conforme evolucionaban los acontecimientos el fenómeno fascista, trató de soslayar sus influencias en el nacionalsindicalismo y señaló objetivos, de distinto carácter, que no eran de esta condición.

De forma específica, en Falange Española de las JONS, y dado que estamos ante un emergente movimiento político populista constituido por pensamientos heterogéneos, creemos, que el fascismo influyó en aquélla de la manera que explicamos a continuación.

La «fascistización» del nacionalsindicalismo consistió, en sentido estricto, en tener dentro de este grupo político una línea claramente de esa naturaleza, cual fue la ramirista, y en idea amplia o genérica, además del uso de uniformes, saludos, milicia, lenguaje, elaboración de utópicos y excepcionales planes de acceso violento al gobierno, &c…, propios de la época y comunes a todos los partidos políticos de la derecha española{52}, habrá que referir que Primo de Rivera, cometió, a comienzos de su carrera pública, un error intelecto-emocional, al llegar a formular consideraciones «positivas» del fascismo italiano que luego se demostrarían erróneas o falsas (establecimiento del mismo en España sin violencia política, con respeto al catolicismo y para la defensa de los derechos de los trabajadores, &c…), debidas si acaso a la inmediatez y a la urgencia de su acción política, a la admiración sentimental de origen filial de la experiencia mussoliniana, a su inexperiencia de la cosa pública y a los efectos de una moda deslumbrante difícilmente soslayable, como acabamos de señalar que le ocurrió a diversos políticos e intelectuales de la derecha y de la izquierda ideológica, que le condujeron, a su vez, a un error político, cual fue el permitir que por un tiempo – hasta abril de 1934 – se asimilara falangismo con fascismo, y el usar un término como «totalitario», de fuerte semántica, pero impreciso en aquella época{53}, hasta finales de ese mismo año, razones y motivos todos ellos que han venido a turbar, oscurecer o empañar, su pensamiento político. El resto, hasta convertirlo en un auténtico fascista o en un mito de aires cuasidivinos, lo hicieron sus adversarios políticos, o sus seguidores de la postguerra civil, que interpretaban, y aún lo siguen haciendo, de forma literal su textos políticos, por razones dogmáticas, de protagonismo personal y/o propaganda{54}.

En todo caso, Primo de Rivera iba tirando por la borda todos los elementos más «fascistoides» del nacionalsindicalismo: echó del movimiento a distintos elementos radicales{55}, Ledesma Ramos fue expulsado del partido, como señalamos, a comienzos de 1935, evitó personalmente los atentados contra Indalecio Prieto y Largo Caballero que ya se preparaban, rechazó las autocracias{56}, repudiaba la violencia política{57}, &c., pudiéndose decir que si en España no hubo un fascismo auténtico en el período republicano, fue, desde luego, en parte, gracias a Primo de Rivera, además de por razones socio-culturales y políticas propias del pueblo español, pues al liderar el grupo político que, tal vez, estaba más llamado a ello por contar con una rama radical de este signo, abortó de raíz esta posibilidad llevando a Falange Española por otros caminos. Veamos a continuación cuales.

III. Los verdaderos objetivos ético-políticos y técnicos de Primo de Rivera

Primo de Rivera propone, en primer lugar, unas bases mínimas imprescindibles para que la convivencia, rota por el extremismo de la derecha y de la izquierda política, fuera posible en la España de los años treinta del siglo pasado. Trataba de recrear el espacio público necesario para que la paz colectiva pudiera alcanzarse, como paso previo a cualquier reforma que se afrontara después. Estos contenidos los estuvo repitiendo desde 1931 a 1936, y no son incompatibles con la democracia, entendida esta, en sentido orteguiano, como norma de derecho político; al contrario, sin los mismos, aquélla no puede sobrevivir.

Primo de Rivera, en segundo lugar, va concretando, en aspectos técnicos, y bajo su propia perspectiva, cómo lograría reajustar y revisar el régimen republicano, en una evolución sin saltos al vacío ni rupturas traumáticas, descartada su sustitución por un régimen autocrático. Diría Primo de Rivera: «Todas las juventudes se afanan por reajustar el mundo. A algunos se nos ocurre pensar si no será posible una síntesis: de la revolución – no como pretexto para echarlo todo a rodar, sino como ocasión quirúrgica para volver a trazar todo con un pulso firme al servicio de una norma – y de la tradición – no como remedio, sino como sustancia, no con ánimo de copia de lo que hicieron los grandes antiguos, sino con ánimo de adivinación de lo que harían en nuestras circunstancias»{58}. Para añadir en otra ocasión: «La unidad católica: sentido total de la vida religiosa en la Edad Media, es decir, ni sacrificio del individuo a la colectividad ni disolución de la colectividad en individuos, sino síntesis del destino individual y el colectivo en una armonía superior, a la que uno y otro sirven»{59}.

1. Los objetivos ético-políticos

A) unidad

Para Primo de Rivera la superación de la evidente división del pueblo español pasaba necesariamente por superponer el interés general del país, o bien común colectivo, a los intereses particulares o de grupo, de tal manera que la tarea más importante del régimen político que soñaba sería conseguir subordinar los segundos al primero. Si los participantes en la discusión política reconocen que los contrarios tienen un interés superior en común que pueden buscar, se hará más factible la posibilidad de llegar a acuerdos colectivos. Esto es algo perfectamente compatible con la democracia, pues como decía el conservador Edmund Burke en 1790, defensor de las instituciones liberales inglesas: «Ningún grupo puede actuar con eficacia si falta el concierto; ningún grupo puede actuar en concierto si falta la confianza; ningún grupo puede actuar con confianza si no se halla ligado por opiniones comunes, afectos comunes, intereses comunes»{60}, apostillando recientemente los norteamericanos Norman Stamps y Jeffrey Prager que el colapso de la democracia se debe precisamente a la falta de esa unidad y a la incapacidad de los partidos políticos para conseguirla. La democracia sin esta unidad básica es meramente un intervalo caótico que desembocará en el despotismo{61}.

B) El respeto a la tradición

Al leer las Obras Completas de Primo de Rivera se observa de inmediato que éste cree, con razón, que un régimen político no puede asentarse sin tener en cuenta los valores más profundos de los ciudadanos, pues si así hiciera, tal régimen no contaría con la cooperación popular y sólo lo mantendría la fuerza bruta, cayendo, antes o después, por falta del apoyo necesario. O dicho de otro modo, nuestro personaje culpa del fracaso de las democracias del momento a la inestabilidad causada por la falta de respeto a las tradiciones.

¿Es esta opinión una opción política autoritaria? Veamos. El ya citado Edmund Burke, en el siglo XVIII, odiaba la abstracción, elogiaba la naturaleza y las sujeciones, o sea, las tradiciones (matrimonio, religión, instituciones), y esto nunca le impidió oponerse a los abusos de autoridad y rechazar el sangriento revolucionarismo francés de 1789, precisamente, por ser contrario a toda tradición civil y política. En nuestros días, el profesor Boris Mirkine-Guetzevitch, en un libro de 1951, demostraba cómo la falta de respeto hacia las costumbres nacionales en las Constituciones escritas después de 1919 contribuyó a la debilidad de los estados democráticos{62}. Por su parte, el politólogo Jeffrey Prager insiste, ahora, en que las naciones donde la élite política no se ha acomodado a las normas culturales habituales, han tenido inevitablemente instituciones políticas inestables{63}.

Las pautas tradicionales promueven la convivencia política y, en definitiva, la democracia.

C) Necesidad de limitar el poder mayoritario

Primo de Rivera rechazó la teoría general de la voluntad de Rousseau. Su explicación es esta: la legitimación de la decisión política y jurídica en base, sólo y exclusivamente, al principio democrático de la soberanía popular implica un voluntarismo radical en donde la mayoría popular sería la creadora de los valores, lo cual, al suponer la desaparición de todo objetivismo ético, entraña una grave amenaza para los valores fundamentales de la persona y para la democracia misma, puesto que la voluntad mayoritaria, oportunamente manipulada, puede pronunciarse, en cualquier momento, contra la igualdad, la libertad y la democracia, poniéndose al servicio de la arbitrariedad y de la fuerza. Es decir, Primo de Rivera, no se opone per se al principio democrático, en consideración ahora estricta, que sabe que existe en todo régimen político bien constituido, junto al aristocrático y al monárquico, sino que señala uno de los límites del mismo, el filosófico-jurídico, y dice –repetimos otra vez– que la legitimidad de una decisión política o de una norma no depende sólo del hecho de emanar de una autoridad democráticamente constituida, sino, además, de la licitud de su contenido. Quiere, además, que la significación de la presencia de la mayoría y de la minoría en el proceso de creación de la decisión política y de la norma jurídica no se plantee de modo alternativo ni excluyente{64}.

El establecimiento de límites filosófico-jurídicos a la idea de la voluntad mayoritaria y su pretensión de que la minoría y la mayoría deben de constituir los factores que recíprocamente se integren dentro del proceso de elaboración de la decisión política y jurídica, no es algo nuevo. Sus orígenes son clásicos e iusnaturalistas, y la escritora norteamericana de origen hispano, Adriana Inés Pena, nos ha recordado recientemente, que también se encuentran estos presupuestos en la obra de Edmund Burke, quien en este sentido, defendía la limitación del derecho del soberano a usar su poder y la capacidad de los ciudadanos de ejercitar su consentimiento, para afirmar esta autora que al fundamentarse la tradición liberal inglesa en ellos, y haber sido fundamento de democracias estables, por este mismo razonamiento, las ideas primorriveristas expuestas, podían haber sido perfectamente válidas para alcanzar la estabilidad política, la convivencia y el tan necesario espacio público con el que lograr una democracia sólida{65}.

D) La necesidad de una base ética sólida

Ya hemos visto en el apartado anterior que Primo de Rivera postula un objetivismo ético a tener en cuenta en la toma de decisiones políticas y en la elaboración de la norma jurídica. Ahora, añadimos, que de sus textos doctrinales leídos de buena fe, se deduce que asienta los valores éticos de la sociedad en la cosmovisión cristiana, inherentemente democrática, porque la misma se fundamenta en el dogma de la dignidad intrínseca de cada persona. «El mundo occidental –dice Norman Stamps– le debe a la Cristiandad la creencia en la hermandad de los hombres, la idea de que cada persona tiene un alma inmortal y la noción de que todos son iguales frente a Dios.»{66}

Primo de Rivera quiere, pues, basar el régimen político que se instaure en el respeto a la personalidad humana y en la dignidad moral del hombre. Esto daría a la población una fe colectiva de la que carecía, una esperanza en el futuro. Y así se recrearía el espacio público necesario que nos dotaría de la tan deseada estabilidad política. Esto es lo propio de una democracia.

E) La participación política sin partidos políticos

Esta propuesta de Primo de Rivera es la más controvertida de todo su pensamiento político y la que lleva a calificarlo directamente de fascista. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el gobierno de partidos, de aquel momento histórico, no era ni sólido ni coherente. Se trataba de bandos exaltados que se increpaban e injuriaban entre sí; defensores de un interés de clase; generadores de rencores y de promesas que no se pueden cumplir y que vivían bajo un sistema electoral corrupto. Había un gran número de partidos, que aparecían y desaparecían, con programas escasamente depurados y sin una organización estable{67}. Bajo este sistema partitocrático es obvio que los grupos políticos eran un peligro para la convivencia social que no había más remedio que extirpar, o cuando menos reformar, por ir contra las exigencias de la justicia legal, criterio supremo de actuación política. Por eso los rechazaba, por contrarios a esta modalidad de justicia, al actuar siempre con un carácter parcial, no porque adolecieran de una »maldad intrínseca« que les hiciera inaceptables per se. Cualquier persona en su sano juicio pensaría de esta misma manera. Así, por ejemplo, las críticas al sistema parlamentario liberal inorgánico eran comunes a autores de izquierdas y de derechas en aquella época. El socialista Fernando de los Ríos, mentor del término democracia orgánica, calificaba en 1917 al Parlamento como «vacua estructura cuya incompetencia movería a risa si no fuese tan costosa y perturbadora»{68}. Y, por su parte, Salvador de Madariaga, republicano liberal, decía en 1934, que «el sistema parlamentario conduce fatalmente a la demagogia; no es verdaderamente representativo y se ha manifestado técnicamente inaplicable y, en ocasiones, obstáculo para el buen gobierno.»{69}

Llegados a este punto, nos preguntamos en seguida que si desaparecen los partidos políticos, considerados ahora como institución política, ¿de dónde saldrán los dirigentes políticos? La respuesta es sencilla. Han de obtenerse de la sociedad civil, de los lugares extra-institucionales. ¿Es esto democrático? La sociedad civil es considerada hoy en día fuente de democracia para la mayor parte de la doctrina científica, y así, el municipio es, para Alexis de Tocqueville, una verdadera escuela de democracia que dio robustez a la democracia norteamericana{70}; la familia, para Montoro Ballesteros, es factor de moderación y de equilibrio dentro del proceso de desarrollo político de un país{71}; el sindicato, es para el laboralista Montoya Melgar, no sólo una asociación profesional de naturaleza reivindicativa, sino colaborador principal del Estado, tanto en funciones consultivas como de gestión{72}.

En fin, la introducción del organicismo social primorriverista en la vida política del país, siempre que se hiciera con autenticidad, podía haber contribuido a la estabilidad política y, por ende, a la democracia, además de ser motivo de una reducción importante del aparato estatal. No obstante, la falta de partidos políticos hubiera limitado esta democracia orgánica pura, pues éstos aportan visiones de carácter general o colectivas siempre necesarias, aunque si pensamos que Primo de Rivera no tenía nada contra la división ideológica civilizada, proclamó la dignidad de la persona humana, como eje de su política, tal como hemos dicho, y si hubiera conocido la evolución de los partidos políticos a asociaciones interclasistas, interprovinciales e interprofesionales, que renunciaron a la violencia política, no es de extrañar que hubiera terminado aceptando su existencia ordenada, aunque, esto, como es lógico, es una suposición nuestra{73}.

F) La búsqueda de la justicia social en un esquema no marxista

Ya vimos que Primo de Rivera rechazaba la teoría marxista de la lucha de clases por el enfrentamiento interclasista que se deducía de la misma. En lo que a nosotros nos interesa ahora, añadimos, que para nuestro personaje, el desafío social que preconiza el marxismo, lleva a considerar a nuestros semejantes como enemigos que se han de combatir y con los que no hay nada que dialogar, lo que supone residenciar la idea de lograr las más elevadas cotas de igualdad posible, no en una justa aspiración social, sino en el resentimiento de esta clase. Evidentemente, esta teoría, es contraria a la convivencia que busca Primo de Rivera, para quien, sólo a través de la tradición cristiana de la propiedad y su adaptación a las necesidades colectivas, se puede alcanzar una adecuada justicia social. En este sentido, el Papa Pío XI, ya escribía en 1931, que la propiedad tenía un doble carácter, cual era el de servir a la vez a los individuos y al bien común, dado que el capitalismo evolucionaba inquietantemente hacia una escandalosa acumulación de riquezas y poder en favor de unos pocos{74}.

Por otra parte, el escritor francés Albert Camus, luchador contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, y Premio Nobel de Literatura en 1957, al escribir su obra El Hombre Rebelde (1951), supo distinguir, en sorprendente coincidencia con Primo de Rivera, entre la justicia y el resentimiento. La primera, para aquél, conduce a la rebelión, mientras que la segunda sólo tiene una salida: la revolución, la cual, a su vez, suele desembocar en la tiranía{75}. Y apostillamos con Norman Stamps, en la misma línea que el líder falangista: «La posición del cristianismo sobre la propiedad viene a mitigar la lucha de clases y a reducirla a proporciones que no ponen en peligro el proceso democrático, porque la Iglesia siempre ha mantenido que la naturaleza humana exige la propiedad privada sobre los bienes materiales, pero reconociendo también que su concepción agresiva requiere un control por la sociedad.»{76}

2. Los objetivos técnicos

A) El frente nacional y las necesarias reformas sociales

Falange Española de las JONS era un partido muy minoritario. En las elecciones de febrero de 1936 obtuvo tan sólo unos 45. 000 votos en todo el país, es decir, en torno al 0,4 por ciento de los votantes. Primo de Rivera, hombre pragmático, sabía de la debilidad electoral de su movimiento político. Por eso, siempre defendió, a estos efectos, la necesidad de constituir un Frente Nacional que se opusiera en las urnas a un posible Frente Popular e, incluso, que tuviera una «vocación de permanencia» y, pasada la jornada electoral, persistiera en «una larga labor colectiva». No está mal, recordar, una vez más, el principio de integración nacional que le animaba, y no precisamente de mera agregación al uso fascista.

Ya en el primer Consejo Nacional de Falange, de 5 de octubre de 1934, hizo esta propuesta, aunque, habrá que esperar a la reunión de la primera Junta Política de Falange Española en Gredos (16 de junio de 1935) y, sobre todo, al discurso de clausura del segundo Consejo Nacional de Falange, el día 17 de noviembre de 1935, para que aquella se fuera concretando aún más.

Básicamente, dicho Frente Nacional, lo constituiría Primo de Rivera con partidos políticos que no estuvieran integrados en el Frente Popular, junto a fuerzas de diverso orden, no incluidas en ninguna agrupación política, y eso sí, con exclusión, de los grupos reaccionarios y/o partidos o grupos acusados de corrupción.

Las exigencias de este Frente Nacional serían devolver al pueblo español la fe en su unidad de destino y una resuelta voluntad de resurgimiento (revitalización de los valores espirituales a través de una base ética sólida, tal como señalamos en su momento), junto a una elevación a «términos humanos de la vida material del pueblo español», para lo que se haría necesario: a) una reforma industrial, aligerando a la industria de consejos onerosos y acciones liberadas abusivas; b) reforma bancaria, con la nacionalización del servicio del crédito; c) una ley de reforma agraria, que resolviera los problemas económicos y sociales del campo español. Se trata, en palabras del profesor González Cuevas, de un moderado proyecto de reforma y de modernización social, aunque, eso sí, «en sentido fascista»{77}, lo cual, es una contradicción en sí misma, porque el revolucionarismo fascista, no era ni moderado, ni reformista, ni modernizador, sino la salvaguarda del gran capital, algo a lo que Primo de Rivera se opuso siempre.

Como es sabido, esta propuesta no fue tenida en cuenta por la derecha política, que constituyó alianzas electorales para las elecciones de febrero de 1936, y al margen de Falange Española, la cual, como hemos dicho, obtuvo en solitario el parco resultado electoral meritado, lo que impidió a este partido la posibilidad de obtener algún acta, quedando Primo de Rivera sin inmunidad parlamentaria, situación esta que facilitaría su detención posterior de 14 de marzo de 1936, la ilegalización del partido y su traslado en junio de ese año a la cárcel de Alicante. En prisión, aún tuvo tiempo nuestro personaje, de retomar la idea que estamos aquí exponiendo, ya que Primo de Rivera postulaba, a través de sus escritos, un Gobierno de reconciliación o salvación nacional que acabara con la guerra civil que nuestro país vivía en esos momentos. Era este ejecutivo de signo conservador, con concesiones a la izquierda moderada, y de marcado carácter economicista{78}.

A la luz de este Frente Nacional, y de su análisis político de Alicante, es claro que, en consideración técnica, Primo de Rivera, piensa en nacionalizar la vida española a través de importantes reformas sociales, las cuales sólo se podrían llevar a cabo por medio de un ejecutivo fuerte, decididamente intervencionista, activo, con capacidad de legislar frente al Parlamento clásico, demasiado lento y poco especializado. Dice así Primo de Rivera: «…el hombre no puede ser libre, si no se le asegura un mínimo de existencia, y no puede tener un mínimo de existencia si no se le ordena la economía sobre otras bases que aumenten la posibilidad de disfrute de millones y millones de hombres, y no puede ordenarse la economía sin un Estado fuerte y organizado, y no puede haber un Estado fuerte y organizador sino al servicio de una gran unidad de destino, que es la Patria»{79}. Obviamente, este ejecutivo fuerte no sería un ejecutivo incontrolado, que es el propio de los regímenes autocráticos, ya que el mismo debería actuar según ley. Afirma Primo de Rivera: « (Hacen falta) leyes que con igual rigor se cumplan para todos. (También se necesita) una extirpación implacable de los malos usos inveterados: la recomendación, la intriga, la influencia. Justicia rápida y segura, que si alguna vez se doblega no sea por cobardía ante los poderosos, sino por benignidad hacia los equivocados»{80}, y, por supuesto, sin «intervención política en la Administración de Justicia. Esta dependerá del Tribunal Supremo»{81}. En otro momento, dirá Primo de Rivera: «…el liberalismo tiene su gran época, aquella en que instala todos los hombres en igualdad ante la ley, conquista de la cual ya no se podrá volver atrás nunca»{82}, lo que supone su oposición a las prerrogativas y privilegios de clase y las que pudiera pretender mantener el Estado.

Por otra parte, la existencia de este ejecutivo no supondría ni la anulación de los derechos y las libertades públicas de los ciudadanos, ni la absorción del pluralismo regional español bajo los dictados de un centralismo unitario, ni la intromisión del Estado en temas propios de la religión.

B) Reafirmación de los derechos y libertades públicas

Levantada la vida material de los españoles sobre bases humanas le tocaría el turno a los derechos y libertades públicas.

Sobre los derechos individuales dijo Primo de Rivera que habían sido «ganados con siglos de sacrificio» y que «la aspiración a una vida democrática, libre y apacible (era) el punto de mira de la ciencia política, por encima de toda moda»{83}, oponiéndose en octubre de 1933 a que «se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos»{84}, lo que no quiere decir que niegue la validez de los mismos, sino que el disfrute real de aquellos –en su opinión– sólo será posible cuando primero se logre dotar al país de una adecuada infraestructura cultural, económica y social en la línea del Frente Nacional expuesto, pues en caso contrario se está ante meras declaraciones formales de derechos y libertades que no se cumplen. Esta idea es permanente en sus discursos y escritos, tal como aseguró también ante el Tribunal Popular que lo juzgó{85}, no dudando en mayo de 1934 el calificar a aquellos de «maravillosos» –adjetivo que no sabemos utilizara Mussolini para designarlos–. En este sentido, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, ya señalaron que la conveniencia e idoneidad de la democracia depende, en gran medida, de las específicas condiciones de cada sociedad.

En relación a la libertad individual de la persona humana también se manifestó en varias ocasiones. El 28 de marzo de 1935, en un curso de formación organizado por Falange Española de las JONS, dijo: «Frente al desdeñoso Libertad, ¿para qué?, de Lenin, nosotros comenzamos por afirmar la libertad del individuo, por reconocer el individuo. Nosotros, tachados de defender un panteísmo estatal, empezamos por aceptar la realidad del individuo libre, portador de valores eternos»{86}. «Y, ciertamente, negar esta realidad primaria del hombre como ser libre contradice todo el sentido de nuestra civilización occidental y todo el entendimiento cristiano del mundo»{87}, lo que entronca su concepto de la libertad dentro del magisterio eclesiástico, y no como quiere Stanley Paine en el germanismo{88}.

El catolicismo entiende que la libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas, siendo el derecho al ejercicio de la libertad una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana que debe ser reconocido, amparado y auspiciado por la autoridad pública, lo cual, no implica por otra parte, el pretendido derecho de decir o de hacer cualquier cosa, ya que este derecho debe de encontrar su justo límite en las exigencias del bien común y del orden público, mientras que la libertad germánica de la que se nos habla, supondría que aquélla se encuentra únicamente en la obediencia de unas normas objetivas, dentro de un orden jerárquico.

C) La descentralización territorial del poder

En el pensamiento de Primo de Rivera no estaba la posibilidad de que fuera únicamente la Administración del Estado la que asumiera la responsabilidad de satisfacer todas o la mayor parte de las necesidades generales. Si bien era partidario a ultranza del principio de unidad territorial, no lo era del uniformismo centralista al que nos había llevado, primero, el absolutismo monárquico del siglo XVIII y, después, el liberalismo afrancesado del siglo XIX.

La descentralización es una solución organizatoria que pretende, en primer término, una mayor eficacia en el desempeño de las funciones administrativas, y en segundo lugar, presenta una dimensión de democracia al lograrse con ella que diversos entes, territoriales y sectoriales corporativos, se rijan por los propios administrados interesados en su mejor gestión.

Veamos algunos textos ilustrativos del pensamiento de Primo de Rivera sobre esta cuestión.

El 19 de enero de 1936, en el discurso pronunciado en el Teatro Norba, de Cáceres, afirmó: «…Que la Administración esté más o menos descentralizada es cuestión de pura técnica, en la que no se cruza ninguna consideración esencial; lo que importa, cuando se quiere conceder a una región facultades descentralizadoras, es comprobar que no hay en ella el menor germen de separatismo.»{89}

Si bien en Primo de Rivera esta descentralización es administrativa, también puede llegar a ser ésta, política y legislativa. Dijo en el Parlamento el 30 de noviembre de 1934: «…en la posición que estoy sosteniendo (se refiere a la defensa de la unidad territorial del Estado español) no hay nada que choque de una manera profunda con la idea de una pluralidad legislativa. España es así, ha sido varia, y su variedad no se opuso nunca a su grandeza; pero lo que tenemos que examinar en cada caso, cuando avancemos hacia esta variedad legislativa, es si está bien sentada la base inconfundible de lo que forma la nacionalidad española…». En julio de 1934 ya había escrito en el periódico FE: «Cuando la conciencia de la unidad de destino ha penetrado hasta el fondo del alma de una región, ya no hay peligro en darle Estatuto de autonomía. La región andaluza, la región leonesa, pueden gozar de regímenes autónomos, en la seguridad de que ninguna solapada intención se propone aprovechar las ventajas del Estatuto para maquinar contra la integridad de España. Pero entregar Estatutos a regiones minadas de separatismo…es, ni más ni menos, un crimen»{90}.

Su planteamiento del problema regional es tan claro como el de Ortega y Gasset, idéntica su actitud y coincidente su expresión. «La unidad de España es un transcendental de su ser; la variedad, una de sus riquezas y manifestaciones…El pensamiento de Primo de Rivera reconoce la individualidad de las regiones españolas, individualidad con características peculiares, individualidad que, en algunas regiones, goza de lengua propia y conserva rasgos indelebles de una raza configuradora y en otras se enriquece con un acervo de costumbres que las tipifica… Reconoce la posibilidad de una pluralidad legislativa en atención a la variedad de sus características… Reconoce la posibilidad real de una autonomía regional, de modo que cada región organice su vida interna»{91}.

En perspectiva técnico-jurídica, el anhelo de descentralización administrativa, puede conducir a la búsqueda de un Estado unitario descentralizado, en donde hay varias instancias resolutorias plurales que, siempre dentro de la esfera administrativa y para la ejecución de normas y disposiciones estatales, ostentan cierta capacidad de decisión propia en ámbito de competencia delimitados y muy concretos (tienen simple libertad de ejecución). En aquel momento histórico, supuesto un proyecto primorriverista de esta naturaleza, la descentralización referida hubiese recaído en los municipios y provincias, sin olvido del interés que nuestro personaje demostró por la creación de las comarcas autónomas{92}.

Si el régimen republicano no hubiera tenido que hacer frente a un separatismo radicalizado, Primo de Rivera, tal vez, y siguiendo siempre sus palabras, podría haber aceptado un Estado regional, que es aquel en el que el núcleo de la nueva forma es la región, ente político-administrativo constituido por un territorio que, formado por una o varias provincias, tiene unos rasgos históricos, socioeconómicos y culturales propios, que hacen patente a su población su identidad diferenciada y la conveniencia de demandar cierto grado de autonomía para la resolución de sus asuntos privativos.

El grado de autonomía logrado en este tipo de Estados es concedido por decisión de los órganos del Estado, y en el marco de la distribución de competencias que la Constitución del Estado hace entre materias que son del Estado y materias que los entes autonómicos pueden asumir, no pudiendo saber si Primo de Rivera, hubiera aceptado o no, el sistema de distribución de competencias que concedía la Constitución de 1931 a las regiones autónomas por crear en una situación de normalidad política, no obstante, resaltar por ser de interés para nuestro estudio lo siguiente: a) Que, a diferencia de lo que sucedía con la descentralización administrativa en los Estados unitarios, ahora se trata también de una descentralización política por la que determinadas materias y ámbitos de decisión quedan en manos de órganos políticos no estatales, sino regionales, que actuarán con plena capacidad decisoria. b) Que para el ejercicio de sus competencias dichos órganos regionales gozan de una estructura asemejable a la del Estado (tendrán, por tanto, un órgano legislativo con capacidad para dar leyes, otro ejecutivo y un órgano judicial superior), pero todo ello dentro del ámbito de las competencias limitadas que se les haya atribuido y, por tanto, el poder de los órganos regionales lo tienen de la Constitución del Estado, que sigue siendo la organización jurídica suprema y donde radica la soberanía, que ostenta el pueblo en general entendido como un todo sin divisiones territoriales (Prelot, Ferrando Badía).

La asunción por Primo de Rivera, de un Estado unitario descentralizado o un Estado regional, constituidos uno u otro, bajo la inspiración del principio de subsidiariedad y su corolario el de solidaridad, no es algo descabellado a la luz de los textos primorriveristas expuestos, y al trato respetuoso que siempre dispensó a los problemas vasco y catalán. Esto le distingue, una vez más, del Estado unitario centralizado de la Italia fascista. Ante el Parlamento, Primo de Rivera dice sobre la autonomía catalana: «Pero también es torpe la actitud de querer resolver el problema de Cataluña reputándolo de artificial. Yo no conozco manera más candorosa, y aún más estúpida, de ocultar la cabeza bajo el ala, que la de sostener que ni Cataluña tiene lengua propia, ni tiene costumbres propias, ni tiene historia propia, ni tiene nada. Si esto fuera así, naturalmente, no habría problema de Cataluña ni tendríamos que molestarnos ni en estudiarlo ni en resolverlo; pero no es eso lo que ocurre, señores, y todos lo sabemos muy bien. Cataluña existe con toda su individualidad, y muchas regiones de España existen con su individualidad, y si queremos conocer cómo es España, y si queremos dar una estructura a España, tenemos que arrancar de lo que España en realidad nos ofrece»{93}.

D) La separación iglesia-estado

El punto programático Veinticinco de Falange Española de las JONS reza así: «Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico –de gloriosa tradición y predominante en España– a la reconstrucción nacional. La Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional». El mismo ha sido interpretado de varias formas. El falangista Moreno Herrera, Marqués de la Eliseda, vio en él una situación de cierto laicismo incompatible con su concepción monárquico-tradicionalista de la sociedad y del Estado, lo que le condujo a apartarse del movimiento nacionalsindicalista en 1934. Otros, como el también falangista Cantarero del Castillo, han querido reconocer en este texto una posición análoga a la mantenida por el izquierdismo liberal con respecto al problema religioso. Sin embargo, para nosotros, su interpretación es que el meritado artículo es conforme con la doctrina social católica del período de entreguerras del siglo XX, posteriormente perfeccionada o completada, que no corregida, por el Concilio Vaticano II y los Papas de nuestra época.

La Iglesia católica, ha venido desde los tiempos del pontificado de León XIII, postulando que el Estado debe de reconocer a Dios como Padre y Autor y darle culto público, profesando la religión verdadera y dando a sus súbditos todas las facilidades para el logro de la salvación eterna{94}, es decir, ha venido defendiendo como ideal la confesionalidad del Estado, aunque, de hecho, admitiera otras situaciones diferentes según las circunstancias lo exigieran, aprobando en este sentido la situación en la que el Estado, aunque no se le reconozca una función de la dirección de la vida religiosa de sus ciudadanos, sin embargo, respeta y favorece la vida religiosa, en particular asegurando a todas las personas la eficaz tutela de la libertad religiosa y procurando las condiciones favorables para el desarrollo de la vida religiosa. Se trata de un «sano laicismo», como se dice en la hora presente, que busca conciliar la independencia y autonomía de ambas potencias en sus esferas respectivas, sin perjuicio de su concordia y de su colaboración en los campos de las llamadas res mixtae, donde sus actividades y competencias se encuentran y se entrecruzan{95}. No hay unión íntima de ambas sociedades, ni separación simple o beligerante, sino distinción sin separación{96}.

Primo de Rivera, parece aceptar esta última posibilidad descrita en el punto programático que comentamos, aún todavía excepcional si se quiere en los años treinta del siglo XX, y hoy convertida en regla general en el seno mayoritario de la Iglesia católica, pues aunque no se excluye en la actualidad la confesionalidad del Estado, ya no se exige con la misma intensidad como se hacía a comienzos de la última centuria pasada. En los puntos iniciales de Falange Española de diciembre de 1933, en el apartado VIII, se lee: «…toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico. Esto no quiere decir que vayan a renacer las persecuciones religiosas contra quienes no lo sean. Los tiempos de las persecuciones religiosas han pasado. Tampoco quiere decir que el Estado vaya a asumir directamente funciones religiosas que correspondan a la Iglesia con daño posible para la dignidad del Estado o para la integridad nacional». Es decir, nuestro personaje está admitiendo la no confesionalidad de su hipotético Estado nacionalsindicalista, aunque, ello no es óbice para que el Estado que está por venir sea indiferente respecto a la religión mayoritaria del pueblo español, la católica, pues aunque su función no será directamente religiosa, sí facilitará en este sentido la práctica de la religión y reconocerá y garantizará a todos la libertad de su ejercicio. Ya en el discurso de octubre de ese mismo año que sirvió de creación de Falange Española, en el Teatro de la Comedia, de Madrid, había dicho Primo de Rivera: «Queremos que el espíritu religioso…sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias ni comparta funciones que le corresponden realizar por sí mismo».

Otras palabras del fundador de Falange Española, parecen avalar la tesis que aquí estamos defendiendo. El escritor falangista Foxá le dijo a Primo de Rivera en una ocasión que le acompañaría a unos ejercicios espirituales si se lo ordenaba como subordinado falangista, a lo que le contestó nuestro personaje: «Yo soy misionero de España, no misionero de Dios, como le digo a veces a Mateo…». O sea, para Primo de Rivera, la misión política que ejercía era temporal y aconfesional, no una «cruzada» por el «imperio hacia Dios», letras que por cierto también se le atribuyen y que no hemos encontrado que pronunciara nunca, siendo más propias del nacionalcatolicismo posterior a la guerra civil que de la agitación de la Segunda Republica española. Finalmente, a Francisco Bravo le dijo el 24 de junio de 1934: «Yo soy católico convencido. Pero la tolerancia es ya una norma inevitable impuesta por los tiempos. A nadie puede ocurrírsele perseguir a los herejes como hace siglos, cuando era posiblemente necesario. Nosotros haremos un concordato con Roma en el que se reconozca toda la importancia del espíritu católico de la mayoría de nuestro pueblo, delimitando facultades. La infancia será educada por el Estado; más los padres que quieran dar a sus hijos una instrucción religiosa podrán utilizar los servicios del clero con plena libertad. El culto será respetado y protegido»{97}.

Qué diferentes son sus pretensiones de la política religiosa que practicara el régimen fascista italiano y el nacionalsocialismo alemán. La idea principal de ambos totalitarismos con respecto a esta cuestión era la de controlar estatalmente la religión y la enseñanza educativa, con la finalidad última de sustituir aquella por una estatolatría pagana. Aunque la Iglesia católica firmó con el régimen mussoliniano el Pacto de Letrán de 1929 y con el régimen nazi el Concordato de 1933, el incumplimiento de los mismos por estos regímenes políticos, concluyó con una tajante crítica papal del uso fascista de la fuerza, de la negación que se practicaba de los derechos humanos para obtener fines políticos, del racismo nacionalsocialista y, en lo que a nosotros nos interesa ahora, de la pretensión de monopolizar por completo la juventud en favor absoluto y exclusivo de un partido, de un régimen, sobre la base de una ideología que se resolvía en un evidente paganismo, lo que le llevó a Pío XI a denunciar la situación creada por ambos sistemas políticos en la Encíclica «Non Abbiamo Bisogno», en relación al fascismo italiano, de 1931 y la «Mit Brennender Sorge», relativa a la Alemania hitleriana, de 1937.

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IV. Primo de Rivera y su democracia de contenido

El Jefe de Falange Española había dicho en 1931 que la ciencia política «tendrá que buscar, mediante construcciones de contenido el resultado democrático que una forma no ha sabido depararle»,{98} en clara alusión al fracaso que para él suponía la democracia liberal individualista y abstencionista, y a la necesidad de tener que buscar un nuevo contenido a la política, que él concreta en los objetivos ético-políticos y técnicos descritos, los cuales, a su vez, no son incompatibles con el ideal democrático, ni con el concepto genérico de democracia, es decir, con la consideración de que ésta es la forma de gobierno más adecuada y conforme con la dignidad y la libertad de la persona humana, que institucionaliza la participación activa de los ciudadanos en la gestión de la cosa pública, pudiéndose decir que hay una solución de continuidad entre las palabras que referenciamos, la creación de Falange Española en 1933 y su posterior evolución{99}.

Esta democracia de contenido, consciente o inconscientemente pensada como tal por Primo de Rivera, tiene como objetivo general, el intento de fundir tradición y modernidad en una síntesis política y jurídica lo más perfecta posible, característica común de nuestra mejor historia, y que permite adjetivar a la democracia nacionalsindicalista como integral, total, mixta, individual y social a la vez, mezcla de diversos elementos democráticos y autoritarios, basada en una ideología flexible, y cuyos presupuestos básicos serían los siguientes:

• El Estado debe de garantizar la paz y el orden público, así como el bienestar general, siendo un medio y no un fin en sí mismo, actuando para ello conforme a Derecho; ha de ser subsidiario en cuestiones tales como el sindicalismo, organicismo social y la distribución territorial del poder; tener una pluralidad de órganos con diversas funciones, sin perjuicio de que los mismos mantengan relaciones mutuas; y por último, ha de mantener una adecuada separación con respecto a la Iglesia católica y a otras confesiones religiosas, como única forma de evitar intromisiones inaceptables y ser garantía de la libertad de conciencia.

• Se trataría de un Estado prestador de servicios públicos, sustentado en un sano laicismo, con una Administración Pública descentralizada, administrativa e incluso políticamente hablando –asegurado, claro está, el principio de unidad territorial–, capaz de intervenir en la economía a través del sector público y en concurrencia con el privado –aunque no podemos saber el grado de compatibilidad de ambos– , y que afrontara la transformación del país por medio de importantes cambios en el sector agrícola, bancario, industrial, hidráulico, educativo, militar, &c.

• La democracia de contenido nacionalsindicalista también dejaría un importante ámbito de autonomía al ciudadano, titular siempre de un patrimonio personal (propiedad privada, derechos legales, &c…) y público (iniciativa privada; empresas sindicales; sindicatos verticales; reconocimiento de los derechos y libertades públicas de los ciudadanos, una vez creada una ancha clase media; limitación de la voluntad popular; igualdad ante la ley; ventajas sociales; valores éticos; acercamiento de las ideologías políticas, lo que necesariamente traería consigo una disminución en la pasión por la lucha política; participación pública a través de los cuerpos sociales intermedios y aceptación de los grupos políticos en una situación de normalidad democrática, &c…).

Algunos de estos postulados los aprovecharía Primo de Rivera de la antigua democracia liberal que había que superar, por lo que su rechazo de ésta tampoco es total, o propia de una obcecación psicológica anormal, posición análoga a la que mantenía con el marxismo. Creemos que el Jefe Nacional de Falange Española, vivía el tránsito del Estado liberal de Derecho al Estado social de Derecho, bajo su propia perspectiva, y la de su tiempo, porque tanto el organicismo social como el sindicalismo, eran moneda de curso corriente en aquel tiempo e, incluso, con los primeros europeístas, consideraba necesaria la unidad de Europa bajo el basamento de la tradición política occidental y cristiana.

Trata Primo de Rivera de armonizar el Estado y el ciudadano reasignando sus funciones, sus tareas, y es evidente que esta pretensión hubiera quedado más clara, al aire, si superado el virus fascista, el líder falangista hubiese podido soslayar definitivamente la «fascistización» falangista de la que hablamos. Como esto último no lo pudo hacer totalmente por su temprana desaparición, corresponde a sus exégetas, tratar de deslindar convenientemente los elementos democráticos de los «fascistoides» del movimiento falangista, y comprobar si los primeros superan a los segundos, como nosotros creemos que ocurre, ya que si no hacemos todo esto, corremos el riesgo de quedarnos en un aleteo sin importancia sobre lo que realmente quiso y proyectó el hombre que quizá hubiera podido cambiar la Historia de España, como dijo de él en su día Salvador de Madariaga{100}.

V. Epílogo

El nacionalsindicalismo ha atravesado momentos históricos diferentes tras la muerte de su principal fundador. Prácticamente quedó diluido en una amalgama de fuerzas conservadoras con el Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937 del General Franco y, con la Transición política, el falangismo residual, se nos aparece dividido e interpretado de distintas formas.

No nos corresponde a nosotros establecer las líneas futuras de actuación del nacionalsindicalismo. Éstas han de fijarlas los mismos falangistas. No obstante lo cual, sí es un hecho cierto que con la Constitución de 1978, nuestro país, ha avanzado considerablemente en el logro de la democracia integral que buscaba Primo de Rivera. La misma Carta Magna es el resultado del acercamiento ideológico del conservadurismo-liberal y el socialismo democrático, se sustenta en un personalismo respetuoso con la ley y los derechos fundamentales de los ciudadanos, con una economía mixta, sanidad y educación de esta naturaleza, descentralización político-administrativa, separación Iglesia-Estado y una acertada división de poderes, siendo sus pilares fundamentales, los individuos, los partidos políticos, los sindicatos de trabajadores, las organizaciones empresariales y las Fuerzas Armadas. De hecho, al ser el organicismo social un fenómeno natural, también encontramos su presencia en el texto constitucional a través de la llamada representación consultiva y negociada de intereses, que se plasma en la aparición de Consejos Económicos y Sociales, la institucionalización de los grupos pluralistas dentro de la Administración, los acuerdos interconfederales y la terminación convencional de los procedimientos administrativos. Se trata, en definitiva, de una Constitución mixta resultado de una combinación adecuada de los principios monárquico, aristrocrático y democrático.

En estas circunstancias, es evidente que los grupos políticos falangistas no podrán nunca alcanzar representación parlamentaria, estatal o autonómica, si no aceptan el orden constitucional, soslayando uniformes, saludos y milicias propias de un tiempo en el que la lucha política se residenciaba en las calles; si no encuentran un líder carismático que los una y que les haga ahondar en los límites de la democracia política actual de una forma moderna y, sobre todo, si no se da una grave crisis nacional que los justifique, pues como decía el primer Jefe Nacional de Falange Española, «lo nuestro en un período de calma burguesa no es donde alcanza su mejor cultivo».

Desgraciadamente, aquélla ya se vislumbra, por culpa de la partitocracia, el enchufismo administrativo y la corrupción creciente; el uso de la democracia, como una mera forma mecanicista de alcanzar el poder; el enfrentamiento Estado-Comunidades Autónomas que se observa por causa de un mejorable artículo 2 constitucional; la inmigración descontrolada que soportamos, &c. Pues bien, tal vez, haya llegado el momento de que vuelva a surgir un nuevo movimiento de protesta social, un renovado populismo, español y democrático, pero abierto a otras razas y culturas, que denuncie y ponga freno a estas deficiencias estructurales del sistema. Y aquí es donde los grupos falangistas, que se renueven internamente, podrán aún jugar un papel político importante, asumiendo esta función, para lo cual, nosotros, sí podemos dejar escrito que hay algunas consideraciones teóricas de Primo de Rivera, que bien podrían ser rescatadas de su mensaje doctrinal por estos partidos falangistas. En caso contrario, ese populismo surgirá con otro nombre y con otras personas, el nacionalsindicalismo desaparecerá ahogado en las nuevas ideas del mundo futuro y, entonces, no nos quedaría más remedio que darle la razón a la familia de Primo de Rivera cuando dice que «la Falange, como proyecto político concreto, murió con su fundador en noviembre de 1936»{101}.

Veamos resumidamente cuales serían esos presupuestos aprovechables. La sincera vocación reformadora de las necesidades sociales españolas de Primo de Rivera, unida a su ejemplaridad ética en los años en que participó de la cosa pública, pueden servir de guía a una clase política parca en ideas y, a veces, detentadora de escasos valores morales; su pretendida síntesis doctrinal, parece ser el objetivo último al que aspiran las ideologías políticas; su idea de la unidad de destino, recobra sentido con el proyecto de unificación europea y los aires regionalistas radicales que azuzan a España y, por último, su advertencia de la invasión de los bárbaros, debiera ser tenida presente en el momento en que los problemas de la inmigración y el terrorismo internacional nos acucian.

Por otra parte, en perspectiva práctica, la pretensión primorriverista de ahondar en las cuestiones sociales exige, ahora, controlar el bienestar alcanzado, en evitación de su pérdida, lo que evidencia la obligación de atender cuestiones tales como los problemas de la familia en una sociedad consumista y hedonista, hacer lo propio con el medio ambiente, el control del gasto sanitario y de la seguridad social, el fomento de las cooperativas y de las sociedades anónimas laborales, la cogestión en la empresa privada, el impulso de los sistemas de autogestión, la defensa de que se regulen jurídicamente los recursos hídricos en base al principio de solidaridad interterritorial, &c., e incluso, en el plano político, creemos, que Primo de Rivera no vería nada mal, la necesidad de reformar el Senado a favor de la introducción en el mismo de la representación orgánica, la elección profesional de los miembros del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, los presupuestos participativos a nivel local, la democracia digital, la descentralización administrativa a favor de los municipios y las provincias, el reforzamiento de la independencia judicial, la potenciación del asociacionismo, la reforma del régimen electoral a favor del sistema mayoritario y de listas abiertas, la revisión de la legislación abortista, los límites de todo tipo que hay que establecer a la especulación urbanística, la oposición a la legislación anticristiana, &c., &c.

Notas

{1} Op. cit., Editorial Planeta, traducción de C. Boune y Víctor Alba, Barcelona 1995, pág. 331.

{2} Los orígenes del fascismo en España, Tucar Ediciones, Madrid 1975, págs. 79 y ss.

{3} Op. cit., pág. 62.

{4} «Ledesma Ramos y el Fascismo», en Razón Española, 80, noviembre, 1996, pág. 295.

{5} Sobre el pensamiento de Ramiro Ledesma Ramos, puede verse con provecho, la obra de José Cuadrado Costa, Un romanticismo de acero. El pensamiento político de Ramiro Ledesma, Ed. Barbarroja, Madrid 1998, págs. 112.

{6} Textos de Doctrina Política, recopilación de Agustín del Río Cisneros, Delegación Nacional de la Sección Femenina del Movimiento, Madrid 1974, pág. 511.

{7} Spirito della Rivoluzione fascista, Editorial U. Hoepli, Milán 1940, pág. 370.

{8} Un pensador para un pueblo, Editorial Almena, Madrid 1974, pág. 158.

{9} «José Antonio y el Estado», en el libro conjunto, Homenaje a José Antonio en su Centenario, Asociación Cultural Plataforma 2003, Madrid 2006, pág. 602.

{10} Op. cit., pág. 426.

{11} El principio de subsidiariedad supone que «…no es lícito quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden realizar y ofrecer por sí mismas, y atribuirlo a una comunidad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, en virtud de su propia naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero nunca destruirlos ni absorberlos», tal como lo formulara el Papa Pío XI, en la Encíclica Quadragesimo anno, de 15 de mayo de 1931.

El Estado tiene, pues, que intervenir para favorecer el ejercicio de la libertad, pero no suplirla: es la doble dimensión de este principio (positiva: hasta donde sea preciso; negativa: no más allá de lo preciso).

{12} Op. cit., pág. 607.

{13} Op. cit., pág. 720.

{14} Discurso de Villagarcía de Arosa, 17 de marzo de 1935, recogido en Agustín del Río Cisneros y Enrique Pavón Pereyra, Epistolario y Textos biográficos, Ediciones del Movimiento, Madrid 1968, pág. 402.

{15} Elías Díaz, Estado de Derecho y sociedad democrática, Editorial Taurus, Madrid 1985, pág. 58.

{16} Spirito della Rivoluzione fascista, Op. cit., pág. 370.

{17} Op. cit., pág. 606.

{18} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 443.

{19} Textos de Doctrina Política, Op. cit., págs. 561-562.

{20} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 192.

{21} Dice el fundador de Falange Española: «El socialismo vio (la injusticia liberal) y se alzó, con razón, contra ella. Pero al deshumanizarse el socialismo en la mente inhospitalaria de Marx, fue convertido en una feroz, helada doctrina de lucha. Desde entonces no aspira a la justicia social: aspira a sustanciar una vieja deuda de rencor, imponiendo a la tiranía de ayer – la burguesía -una dictadura del proletariado. Para llegar ahí, además, el socialismo extirpa en los obreros casi todo lo espiritual, porque teme que, dejándolo vivo, tal vez los proletarios se ablanden al influjo de los valores espirituales burgueses. Y así se aniquila en los obreros la religión, el amor a la Patria…». Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 236. En otro lugar asegura: «Y esta dictadura comunista tiene que horrorizarnos a nosotros, europeos, porque esta sí que es la terrible negación del hombre; esto sí que es la absorción del hombre en una masa amorfa donde se pierde la individualidad…». Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 562.

{22} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 63.

{23} Textos de Doctrina Política, Op. cit., págs. 63-64.

{24} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 424.

{25} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 708.

{26} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 855.

{27} Esta calificación hitleriana de sus enemigos políticos, podemos encontrarla, en el libro del ex nacionalsocialista Hermann Rauschning, The Voice of Destruction: Hitler Speaks, Hijos del G. P. Putnam, Nueva York 1940, passim.

{28} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 563.

{29} Este Manifiesto Político se puede consultar en el libro de Miguel Artola Gallego, Partidos y programas políticos, Aguilar de Ediciones Grupo Santillana, 1977, págs. 404-407.

{30} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 510.

{31} Interrogatorio a Primo de Rivera del día 16 de noviembre de 1936. Se puede consultar en www.rumbos.net

{32} Conferencia pronunciada en Zaragoza, en el cine Alhambra, sobre el tema «El nuevo orden», 17 de febrero de 1935. Se puede leer en www.rumbos.net

{33} Cfr. Alfredo Montoya Melgar, Derecho del Trabajo, Editorial Tecnos, Madrid 1987, págs. 124 y 125.

{34} El mismo Primo de Rivera así lo dejó escrito: «Frente a la economía burguesa individualista se alzó la socialista, que atribuía los beneficios de la producción al Estado, esclavizando al individuo. Ni una ni otra han resuelto la tragedia del productor. Contra ella levantamos la sindicalista, que no absorbe en el Estado la personalidad individual ni convierte al trabajador en una pieza deshumanizada del mecanismo de la producción burguesa». Textos de Doctrina Política, Op. cit., págs. 737-738. También se puede ver sobre este asunto, Chozas Bermúdez, Antonio, »La Organización Sindical Española», El Legado de Franco, Fundación Francisco Franco, Madrid 1992, pág. 672.

{35} Fernando de los Ríos, del que Primo de Rivera tuvo, en alguna ocasión, palabras de elogio, al igual que hizo con Indalecio Prieto, propuso una federación de corporaciones autónomas que nos recuerdan la propuesta del líder falangista. Pues bien, para evitar el estatismo, Fernando de los Ríos, defendía que cada guilda autónoma se gestionara por una Junta integrada por representantes elegidos por los obreros, técnicos y administrativos de la misma. En la cúspide estaría la guilda nacional, identificada con el sindicato de industria, que tendría un Consejo Rector con representantes del Estado y de los consumidores. Citado por Baonza, José Antonio, José Antonio Primo de Rivera. Razón y mito del fascismo español, Editorial Ciencia 3 Distribución, Madrid 2003, págs. 93 y 94.

{36} Estudios Socialistas, Editorial ZYX, Madrid 1967, pág. 48.

Sobre la aproximación de Primo de Rivera al socialismo democrático, Cfr. Cantarero Del Castillo, Manuel, Falange y Socialismo, Editorial Dopesa, Madrid 1973, págs. 271 y ss; Baonza, José Antonio, Op. cit., págs. 92 y ss; Imatz, Arnaud, José Antonio. Falange Española y el Nacionalsindicalismo, Plataforma 2003, Madrid 2003, págs. 185 y ss.

{37} Textos de Doctrina Política, Op. cit., págs. 88 y 93.

{38} En la Norma Programática de FE de las JONS leemos: «Tenemos voluntad de Imperio» –punto 3º–, «Es misión esencial del Estado, mediante una disciplina rigurosa de la educación, conseguir un espíritu nacional, fuerte y unido» – punto 23º – , el estilo de la Falange Española «preferirá lo directo, ardiente y combativo» –punto 26º–. Todo este lenguaje hay que analizarlo según el contexto histórico y sociológico del momento, no cabiendo una interpretación literal del mismo.

{39} Sobre estos temas, Cfr. mi libro, José Antonio Primo de Rivera: la teoría y la realidad, Plataforma 2003, Madrid 2006, págs. 43 y ss.

{40} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 319.

{41} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 416.

{42} Sobre esta cuestión, puede verse con provecho, la obra de Alberto Montoro Ballesteros, Derecho y Moral, Universidad de Murcia, Secretariado de Publicaciones, Murcia 1993, págs. 31 y ss.

{43} Textos de Doctrina Política, Op. cit., págs. 425-426.

{44} Decía el escritor y político anglo-irlandés del siglo XVIII: «Un Estado sin los resortes para cambiar no tiene resortes para preservarse. Sin estos resortes puede perder hasta aquella parte de su constitución que quería más devotamente conservar. Los dos principios de conservación y de corrección operaron con gran fuerza en los dos periodos críticos de la Restauración y la Revolución, cuando Inglaterra se encontraba sin Rey. En ambas instancias la nación había perdido la ligazón con el viejo edificio; sin embargo, no se disolvió todo el entramado. Por el contrario, en ambos casos se regeneró la parte deficiente de la vieja constitución mediante las partes que seguían sanas. Conservaron esas partes tal como estaban, para que la parte reformada se acomodase a ellas». Se trata de una noción conservadora liberal de la política y de la historia que podemos rastrear en su obra fundamental, Reflexiones sobre la Revolución francesa de 1790. Aquí se ha utilizado la prologada por el profesor Tierno Galván, Madrid 1978. Y apostillamos con Marco Respinti: «El centro de la filosofía política burkeana es la defensa del ethos clásico-cristiano, fundamento de la normatividad, que el pensador adivina en las tradiciones jurídicas y culturales de su país». En la siguiente página de Internet: www.alleanzacattolica.org

{45} «La forma y el contenido de la democracia» (16 de enero de 1931), en Agustín del Río Cisneros y Enrique Pavón Pereyra, José Antonio, abogado, Ediciones del Movimiento, Madrid 1969, págs. 233-237.

{46} En Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Papeles póstumos de José Antonio, Plaza & Janés, Barcelona 1996, pág. 144.

{47} Sobre la influencia del fascismo en el socialismo francés y belga, Cfr. Adolf Sturmthal, La Tragedia del Movimiento Obrero, Editorial Huella, Buenos Aires, 1956, págs. 217 y ss.

{48} Cfr. Kieran Allen, Fianna Fail and Irish Labour: 1926 to the present, Pluto Press, Chicago 1997, págs. 23 y ss.

{49} Cfr. El prólogo alabatorio de la obra de Otto Forst, Dictatorship on trial, 1930, págs. 16 y ss.

{50} Cfr. Torcuato Luca de Tena y otros, Yo, Juan Domingo Perón. Relato Autobiográfico, Editorial Planeta, Barcelona 1976, pág. 47.

{51} Este intelectual llegó a enviarle una carta a Mussolini expresándole su total devoción por la causa fascista, para después alejarse de este movimiento político, y buscar una posición ecléctica entre el liberalismo y el socialismo. Cfr. la siguiente dirección de Internet anunciando su muerte y lo que decimos: www.noticias.ya.com/mundo/2004/01/09/5774000.html

{52} Falange Española de las JONS utilizaba camisa azul mahón, se organizaba en milicias, sus militantes levantaban el brazo derecho con la palma de la mano abierta y elaboró proyectos de toma del poder extremistas por si la situación político-social se desbordaba, ante el empuje revolucionario del izquierdismo más ortodoxo, ya que la Segunda República nunca se recuperó verdaderamente de la insurrección marxista y separatista de 1934. Sin embargo, hay que tener presente que esta fascistización genérica era común, como decimos, a otros grupos políticos. Veamos.

La derecha conservadora, a través de las Juventudes de Acción Popular, se constituyeron en milicias, aclamaban al «Jefe» y no veían en la democracia más que un «medio», y no el único, para la conquista del Poder. En abril de 1934 se concentraron en El Escorial para jurar fidelidad al programa derechista y a su jefe supremo, Gil Robles, amén de vestir camisa de color verde y utilizar como saludo alzar el brazo derecho a medias y doblado contra el pecho. Las Juventudes de Acción Popular defendían un Estado confesional y corporativo parecido a la dictadura del canciller Dollfuss en Austria. Cuando esta fascistización quedó olvidada, Gil Robles, volvió a su verdadera línea de pensamiento que ya mantuvo hasta su muerte: la democristiana.

La extrema derecha, constituida principalmente por los miembros del Bloque Nacional, o sea, por Renovación Española, el Tradicionalismo y Albiñanistas, pretendían la instauración de una monarquía conservadora y autoritaria de tintes medievales. Entre la fascistización que sufrieron todos ellos destaca el uso de atuendos de tipo paramilitar; la creación de la milicia, las Guerrillas de España; el saludo romano de los legionarios del doctor Albiñana y sus manifestaciones de que había que ir a un gobierno fuerte a través de la guerra civil, algo que no impediría su posterior calificación politológica de haber sido un «reaccionario», pero no un fascista puro; el lenguaje filofascista de Calvo Sotelo, &c…

Es evidente que estos monárquicos exaltados buscaban subvertir la República a través de formas golpistas. Y, es que, el 31 de marzo de 1934, en Roma, hubo un acuerdo secreto entre representantes de Renovación Española y la Comunión Tradicionalista con mandatarios del fascismo italiano, en el sentido de que este último apoyaría a los monárquicos con dinero, armas y equipamiento militar para derrocar a aquélla, algo que no impidió que, tras la guerra civil, los monárquicos se democratizaran.

{53} El vocablo «totalitario» no quedará fijado, científicamente hablando, hasta 1950, fecha en la que Hannah Arendt lo definiría como sinónimo de oprobio y persecución política y policial, llegando a decir, que en este sentido, la dictadura de Mussolini no era totalitaria, al ser muy bajo el número de sentencias dictadas por ofensas políticas. Cfr. The origins of totalitarism, Harvest Book, 1986, págs. 308-309. En lo que a nosotros nos interesa, Primo de Rivera, lo entendía como equivalente a Estado integrador de todos los españoles, un Estado para todos, Cfr. en este sentido, José Luis Arrese, El Estado totalitario en el pensamiento de José Antonio, Vicesecretaría de Educación Popular, Madrid 1945, pág. 50.

{54} En esta línea de mera interpretación gramatical y formal de los textos del líder de Falange Española encontramos la obra de José Luis Jerez Riesco, José Antonio, fascista, Editorial Nueva República, Barcelona 2003, págs. 509, quien considera que el ideal de este partido era establecer un Estado totalitario, semejante al existente en ese momento histórico en Italia y Alemania, lo que trata de probar su autor, insistiendo desmesuradamente en la «fascistización», estricta y genérica, de la que hablamos en el trabajo, con olvido de que la concepción antropológica, estatal, política, jurídica y de la organización del trabajo, de la guerra o del Imperio en Primo de Rivera, encuentran su raíz en la doctrina tradicional española y no en el hegelianismo fascista, amén de soslayar convenientemente que tampoco podía ser totalitario por razones de personalidad, por su origen social y familiar, por su formación humanística, por sus hábitos sociales, por sus gustos literarios, pictóricos, &c…Por otra parte, JEREZ RIESCO, no distingue entre ramirismo y falangismo primorriverista, y sí insiste en que Falange Española era un partido fascista porque Primo de Rivera estuvo en la reunión internacional de este carácter, de 11 de septiembre de 1935, que se celebró en Montreux, recibió dinero del Estado italiano y fue miembro fundador de los C. A. U. R en su sección española. Sin embargo, no tiene en cuenta que nunca hubo, formalmente hablando, una Internacional Fascista, sino que más bien se trataba de reuniones de «invitados políticos, sindicalistas, periodistas y empresarios de los que se presumían simpatías por el fascismo» (Gil Pecharromán), y en concreto, en la que se supone que acudió Primo de Rivera, este se limitó a decir unas palabras de cortesía internacional, no participando de sus reuniones ni adhiriéndose a la misma, frente a Ledesma Ramos, que sí mandó su adhesión escrita a la cita de Amsterdam de 29 y 30 de marzo de 1935 (Giancarlo Rognoni), además de acudir a este tipo de financiación, temporalmente, por razones de sobrevivencia política, para al final colaborar con los C. A. U. R. enviándole a Mussolini, a quien conocía personalmente, un telegrama de felicitación por su acceso al Poder, cosa que también hizo medio mundo. Este es el interés de Primo de Rivera por el fascismo universal.

En esta misma forma de pensamiento neofascista, encontramos el reciente trabajo de Erik Norling, titulado «José Antonio, un mito europeo», quien considera que a partir de los años sesenta del siglo pasado comenzó el neofascismo a intentar redefinir el papel político de Primo de Rivera, entrando este nuevamente a formar parte de los mitos del nacionalismo radical europeo. Y apostilla: «el neofascismo se reconocerá en él». Varios autores, Homenaje a José Antonio en su Centenario, Op. cit., pág. 624. Sin embargo, estas manifestaciones parecen un tanto precipitadas si tenemos en cuenta que en el libro La Cultura de la «otra» Europa, Ediciones Bausp, Edición patrocinada por la neonazi CEDADE, Barcelona 1979, págs. 201, no se cita a Primo de Rivera, como autor en el que deba inspirarse el movimiento nacional-revolucionario, y sí en Ledesma Ramos. E incluso, al primero, no se le menciona más que de pasada en la introducción de esta obra colectiva.

{55} En julio de 1934 le tocó el turno a Juan Antonio Ansaldo, Jefe de Milicias, y a Arredondo. También sería expulsado el monárquico radical Groizard y Ernesto Giménez Caballero se fue en 1935 para convertirse en «pupilo de la patronal madrileña» (Julio Gil Pecharromán, José Antonio Primo de Rivera. Retrato de un visionario, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 1996, pág. 420).

{56} La dictadura comisoria o constitucional, de origen romano, consistente en otorgar plenos poderes a determinada autoridad en casos de urgencia para hacer frente a una situación crítica que se presume pasajera, posibilidad esta prevista en diversas Constituciones liberales, es rechazada expresamente por Primo de Rivera. El 16 de marzo de 1933 escribe: «Nosotros no propugnamos una Dictadura que logre el calafateo del barco que se hunde, que remedie el mal de una temporada y que suponga sólo una solución de continuidad en los sistemas y en las prácticas del ruinoso liberalismo…No abogamos por la transitoriedad de una Dictadura, sino por el establecimiento y la permanencia de un sistema. El distingo es muy importante, y no hay que olvidarlo».

En las autocracias autoritarias, se pretende la instauración de un nuevo orden político y social invocando la necesidad pública; el país está sumido en una crisis social y política no transitoria y ocasional, sino permanente y de fondo, y es preciso acudir a un poder concentrado, por tiempo indeterminado. Esta forma dictatorial también es rechazada por Primo de Rivera, quien el 15 de diciembre de 1933 afirma en las Cortes republicanas en polémica con el líder de la derecha conservadora española: «El señor Gil-Robles entiende que aspirar a un Estado integral, totalitario y autoritario, es divinizar el Estado, y yo le diré al señor Gil-Robles que la divinización del Estado es cabalmente lo contrario de lo que nosotros apetecemos… Nosotros queremos que el Estado sea siempre instrumento al servicio de un destino histórico, al servicio de una misión histórica de unidad; encontramos que el Estado se porta bien si cree en este alto destino histórico, si considera al pueblo como una integridad de aspiraciones, y por eso nosotros no somos partidarios ni de la dictadura de izquierdas ni de la de derechas, ni siquiera de las derechas y las izquierdas, porque entendemos que un pueblo es eso: una integridad de destino, de esfuerzo, de sacrificio y de lucha que ha de mirarse entera y que entera avanza en la Historia y entera ha de servirse» (las cursivas son nuestras). O sea, nuestro personaje, no busca, como diría más específicamente en su conferencia de 3 de marzo de 1935 titulada «España y la Barbarie», un «dictador genial» que sirva para sustituir al Estado, lo cual era imposible en España porque «el mismo no existía», sino un Estado, que por encima de la lucha de clases y la de los partidos políticos, garantice la libertad de los individuos interviniendo hasta donde sea necesario en el orden económico-social, y ello en contraposición con el Estado liberal abstencionista, puesto que el hombre que tiene que ser libre, no lo es sino dentro de un orden, y el económico es el primero a reorganizar. De ahí entendemos que viene su idea del Estado como aparato autoritario.

En las autocracias totalitarias, se quiere abrir, amparándose en una filosofía política de alcance general, una nueva era histórica: renovación del Estado bajo la sugestión del antiguo Imperio romano en el caso fascista, hegemonía mundial de la raza aria en el caso nacionalsocialista, o sociedad homogénea y sin clases ni Estado en el caso soviético.

Para Primo de Rivera «el Estado totalitario no puede salvarnos tampoco de la invasión de los bárbaros, además de que lo totalitario no puede existir», dijo en febrero de 1935. De hecho consideraba que este modelo político no era una solución definitiva. «Su violento esfuerzo –dice en noviembre de 1935– puede sostenerse por la tensión genial de unos cuantos hombres, pero en el alma de esos hombres late, de seguro, una vocación de interinidad; …a la larga, se llegará a formas más maduras en que tampoco se resuelva la disconformidad anulando al individuo», de tal forma que los fascismos –asegura ya en 1936–, o cambiaban su política interna tratando de alcanzar la unidad de Europa bajo el basamento doctrinal cristiano, o tendrían corta vida, premoniciones todas ellas que con el tiempo se comprobarían acertadas. Para declarar formalmente: «El fascismo es fundamentalmente falso».

{57} Falange Española de las JONS soportó estoicamente la muerte de once camaradas antes de decidirse a utilizar la violencia. La aceptación de esta por Primo de Rivera fue siempre excepcional y temporal, con evidentes reticencias estéticas y éticas. »Todas las juventudes conscientes de su responsabilidad – decía en agosto de 1935 – se afanan en reajustar el mundo. Se afanan por el camino de la acción y, lo que importa más, por el camino del pensamiento, sin cuya constante vigilancia la acción es pura barbarie». Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 646.

{58} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 647.

{59} En Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Papeles póstumos de José Antonio, Op. cit., pág. 172.

{60} Esta cita la podemos encontrar en la siguiente dirección de Internet: www.proverbia.net/citasautor.asp?autor=3D144

{61} Cfr. Norman L. Stamps, Why Democracies Fail: a critical evaluation of the causes for modern dictatorship, University of Notre Dame Press, 1957, págs. 148-149; Jeffrey Prager, Building Democracy in Ireland: Political Order and Cultural Integration in a Newly Independent Nation, Cambridge University Press, 1986, pág. 4 y ss.

{62} Cfr. su libro Les Constitutions Europeénes, París 1951, I, págs. 14 y ss.

{63} Op. cit., págs. 6 y 8.

{64} Aquí interesa consultar su artículo titulado «Orientaciones hacia un nuevo Estado» de 16 de marzo de 1933 y su conferencia «Derecho y Política» de 11 de noviembre de 1935.

{65} Cfr. su artículo, «José Antonio Primo de Rivera: testigo y analista del colapso de la democracia», en la revista El Catoblepas, 44, octubre 2005, págs. 12. Este ensayo fue objeto de recensión por Pío Moa en la revista libertaddigital.com con el título «A propósito de José Antonio Primo de Rivera. Un ensayo sugestivo» de 1 de noviembre de 2005.

{66} Op. cit., pág. 159.

{67} Adriana Inés Pena ha sabido analizar perfectamente la situación en la que viven los partidos pequeños y marginales que, en la Segunda República, eran los que dominaban la escena política, tras la desaparición de los grandes partidos de la Restauración, el Liberal y el Conservador. Dice esta autora: »Los partidos pequeños, cualquiera que sea su ideología, son presa de varias patologías de grupo: embriaguez por la retórica, planes grandiosos que nunca se llevan a cabo, luchas internas por nimiedades, fantasías, extremismos, paranoia, &c…La raíz de estos comportamientos, muy a menudo, es la conciencia de la imposibilidad de llegar al poder, que permite a sus miembros dar rienda suelta a su irresponsabilidad y mimar sus propias neurosis en vez de hacer política seria. Eso produce la migración de aquellos miembros dotados de talento y sentido de la realidad. Cuando esos miembros se van, los puestos de responsabilidad caen en manos de los miembros restantes, o sea, aquellos sin talento o sentido de la realidad. Lo que exacerba los comportamientos rayanos en la locura. Lo que exacerba la migración de los talentosos en un círculo vicioso». »José Antonio Primo de Rivera, testigo y analista del colapso de la democracia», Op. cit., pág. 3.

{68} Crisis actual de la democracia, en Obras completas, Editorial Anthropos, tomo III, 1997, pág. 183.

{69} Anarquía o Jerarquía, 1970, 3ª ed, pág. 213. Sobre la democracia orgánica como formulación teórica «inventada» por el krausismo y el izquierdismo de socialistas tales como Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, &c. Cfr. Gonzalo Fernández de la Mora, Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica, editorial Plaza y Janés, Barcelona 1985, págs. 30 y ss.

{70} Cfr. Su conocida obra, La Democracia en América, traducción de Dolores Sánchez de Aleu, Universidad Autónoma de Centro América, Costa Rica, vol. II, 1986, passim.

{71} Cfr. Representación Pública Familiar y Desarrollo Político, Universidad de Murcia, Murcia, 1975, págs. 128 y ss.

{72} Op. cit., pág. 116.

{73} Primo de Rivera, teóricamente hablando, defendía al momento de morir, un modelo de democracia orgánica sin partidos políticos. Su diseño constitucional no fue fijado por nuestro personaje, aunque hay indicios que nos hacen pensar que posiblemente el líder falangista no hubiera visto nada mal un bicameralismo orgánico de elección popular. Por un lado, y conforme señala el punto 6º de la Norma Programática de Falange Española de las JONS, «todos los españoles participarán (en la vida pública) a través de su función familiar, municipal y sindical», aunque «nadie participará a través del Parlamento del tipo conocido», o sea, que lo harían por medio de otro tipo de Parlamento o Cortes, de naturaleza orgánica sin duda, con representantes familiares, municipales, &c…, . Por otra parte, en el Discurso de Corrales (Zamora), de marzo de 1935, dijo: «Habrá una Asamblea de hombres de diferentes profesiones y oficios, donde defenderán sus intereses, y de esa forma se quitarán los intermediarios, verdaderos explotadores de la miseria» (reseñado por Julio Gil Pecharromán, Op. cit., pág. 388). Con estas últimas palabras, y dada la organización del trabajo que pretendía Primo de Rivera, nuestro personaje, parece apuntar a la existencia de una Asamblea Corporativa Nacional formada por las corporaciones de propiedad mixta estatal y privada (banca, luz, agua, energía, &c…), y las corporaciones de propiedad privada y de propiedad social no estatal. Evidentemente, este hipotético poder legislativo hubiese sido con el paso del tiempo retocado para dar entrada en el mismo a los grupos políticos que se reconocieran.

Sobre las razones y límites de la representación pública integral, Cfr. mi libro, Supuestos y principios fundamentales de la representación pública mixta, Septem ediciones, Oviedo 2001, págs. 130. Este trabajo se completa con estos estudios: el artículo, »representación orgánica», en Razón Española, 112, marzo-abril, 2002, págs. 133-153, y el libro, Leyes fundamentales y proyectos políticos de representación pública mixta de España en el siglo XX, Liberlibro, Albacete 2003, págs. 124.

{74} En la Encíclica Quadragesimo anno se puede leer: «…por la naturaleza o por el Creador mismo se ha conferido al hombre el derecho de dominio privado, tanto para que los individuos puedan atender a sus necesidades propias y a las de su familia cuanto para que, por medio de esta institución, los bienes que el Creador destinó a toda la familia humana sirvan efectivamente para tal fin, todo lo cual no puede obtenerse, en modo alguno, a no ser observando un orden firme y determinado» (nº 45).

{75} Cfr. L’Homme Revolte, en la editorial Gallimard, 1951, págs. 29 y ss.

{76} Op. cit., pág. 171.

{77} Historia de las Derechas Españolas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 2000, pág. 344.

{78} Cfr. Ian Gibson, En busca de José Antonio, Editorial Planeta, Barcelona 1980, pág. 271.

{79} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 512. Sobre la necesidad de intervenir públicamente en el sector laboral y del trabajo dice el punto 15º de la Norma Programática de Falange Española de las JONS: «Todos los españoles tienen derecho al trabajo. Las entidades públicas sostendrán necesariamente a quienes se hallen en paro forzoso. Mientras se llega a la nueva estructura total, mantendremos e intensificaremos todas las ventajas proporcionadas al obrero por las vigentes leyes sociales». Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 342. Tales leyes eran fundamentalmente las siguientes: la Ley de Contratos de Trabajo de 21 de noviembre de 1931, la Ley de Jornada Máxima Legal de 9 de septiembre de 1932, la Ley de Colocación Obrera de 9 de septiembre de 1931, la Ley de Jurado Mixto de 27 de noviembre de 1931, el Seguro de Accidentes de Trabajo en la Industria y el Comercio de 8 de octubre de 1932, &c….

Sobre el intervencionismo en el sector cultural, dice el punto 24º de la Norma Programática, que comentamos: «La cultura se organizará en forma de que no se malogre ningún talento por falta de medios económicos. Todos los que lo merezcan tendrán fácil acceso incluso a los estudios superiores».

Sobre el intervencionismo en el sector agrícola se pretende asegurar a todos los productos de la tierra un precio mínimo remunerador, organizar un verdadero Crédito Agrícola Nacional, difundir la enseñanza agrícola y pecuaria, ordenación de las tierras por razón de sus condiciones y de la posible colocación de los productos, &c… (Punto 18º de la Norma Programática de FE de las JONS).

{80} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 843.

{81} Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Papeles póstumos de José Antonio, Op. cit., pág. 144.

{82} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 492.

{83} «La forma y el contenido de la democracia», en Agustín del Río Cisneros y Enrique Pereyra, José Antonio, abogado, Op. cit., págs. 233-237.

{84} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 67.

{85} Dice Primo de Rivera: «A un pueblo como al español, al que se ha tenido sumido en la miseria, no se le puede hacer la burla de soltarle y decirle: arréglate con tus propias disponibilidades. Eso es burlarse…». «en tanto que los (movimientos políticos) que tienen un sentido revolucionario…sabemos que en vez de hacerlo (se refiere a proclamar meramente los derechos formales) hay que trabajar algunos años para darle sentido. Desde ese punto de vista, yo soy demócrata. En el sentido de decirle (al pueblo): arréglate como puedas y ven un domingo cada cuatro años a votar, yo no soy democrático…». Palabras recogidas en el libro de José María Mancisidor, José Antonio frente al Tribunal Popular, Editorial y Gráficas Senen Martín, Madrid 1963, pág. 58.

{86} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 473.

{87} Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Papeles póstumos de José Antonio, Op. cit., pág. 176.

{88} Cfr. Stanley Payne y Enrique Aguinaga, José Antonio Primo de Rivera, Ediciones B, Cara & Cruz, Barcelona 2003, pág. 226.

{89} Textos de Doctrina Política, Op. cit., pág. 846.

{90} Textos de Doctrina Política, Op. cit., págs. 385 y 287.

{91} Adolfo Muñoz Alonso, Un pensador para un pueblo, Op. cit., pág. 394.

{92} En el año 1931, Primo de Rivera, estuvo muy interesado por el proyecto de democracia orgánica y social del político radical-socialista Gordón Ordás a las Cortes constituyentes de la Segunda República. Este diputado y otros, entre los que se encontraba Victoria Kent, defendían que el Estado español se dividiera en regiones, provincias, comarcas y municipios. Al frente de la comarca estaría, como ejecutivo de la misma, una corporación compuesta por representantes de los empresarios y de los trabajadores, presidiéndola un magistrado social, investido de autoridad pública, elegido por el Presidente de la República. Estas corporaciones comarcanas podrían, a su vez, constituir mancomunidades regionales autónomas para todos o algunos de los fines que les fueran propios. A nivel estatal existirían las Cortes y un Consejo Económico Federal, que elaboraría planes económicos nacionales que tendrían que ejecutar las comarcas a través de su corporación. Cfr. Fernando Varela, «Algunas precisiones sobre España», en Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, 16, París, enero-febrero, 1956, pág. 93.

{93} Textos de Doctrina Política, Op. cit., págs. 383-384.

{94} Cfr. León XIII, Encíclica Libertas de 1888.

{95} Cfr. sobre este tema la Encíclica de León XIII Immortale Dei de 1885, la alocución constitucional de 21 de noviembre de 1921, número 3, de Benedicto XV o la Encíclica Divini Illius Magistri de Pío XI de 31 de diciembre de 1929.

{96} Cfr. Martín Martínez, Isidoro, Sobre la Iglesia y el Estado, Fundación Universitaria Española, Madrid 1989, passim.

{97} José Antonio, el hombre, el jefe, el camarada, Ediciones Españolas, Madrid 1939, pág. 70.

{98} «La forma y el contenido de la democracia», en Agustín del Río Cisneros y Enrique Pavón Pereyra, José Antonio, abogado, Op. cit., págs. 233-237.

{99} El historiador Gil Pecharromán, a pesar de considerar que Primo de Rivera fue un fascista puro, sobre todo, a partir de 1935, no duda también en entender que el líder falangista tenía «la convicción personal de que estaba creando algo nuevo y original, identificable con el fascismo sólo en algunos rasgos muy generales». Op. cit., pág. 367.

{100} En Octavio Victoria, Vida de Salvador de Madariaga, Fundación Areces, Madrid 1990, págs. 236-237.

{101} Miguel Primo de Rivera y Urquijo, No a las dos Españas. Memorias políticas, Plaza y Janés, Barcelona 2002, págs. 34 y 215.

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