Por José Javier Esparza
Por razones científicas. Por defender al débil frente al fuerte. Por sentido de la comunidad. Por defender los derechos públicos frente a privilegios privados.
Por razones científicas: un embrión es un ser humano. La izquierda presume de atenerse a un patrón de pensamiento científico, objetivo, ¿no? Bien. Hoy sabemos sin ningún género de duda que desde el mismo momento de la concepción aparece un código genético diferenciado. Es decir, que ahí hay una vida humana. Esto no es opinable: es una evidencia científica. A posteriori podrá discutirse si eso es enteramente “persona”, si no lo es en absoluto o si es medio pensionista, pero semejantes bizantinismos se parecen demasiado a los artificiales debates de antaño sobre si los negros eran personas (un debate que siempre gustó mucho a los traficantes de esclavos). El hecho objetivo es que abortar, en cualquier plazo, significa sacrificar una vida humana. Negarlo es permanecer en un estadio de pensamiento pre-científico, primitivo.
Por defender al débil frente al fuerte. La izquierda siempre ha blasonado de defender el interés del débil, del desprotegido, frente al fuerte, el privilegiado. Pues bien, en este caso el débil, sin duda alguna, es el niño por nacer, que no puede defenderse por sí mismo, mientras que el fuerte es el vientre que lo alberga. Tomar partido por la mujer que quiere abortar (o por el hombre que la empuja, o por la clínica que se lucra con la operación), sin más consideraciones, es tanto como privilegiar la voluntad del fuerte frente al derecho del débil.
Por sentido de la comunidad: la sociedad no puede desproteger a sus hijos. El joven Marx escribió en algún lado que “la sociedad es quien piensa en mí”. Y cuando alguien constata que no puede decir eso, que la sociedad no piensa en él, entonces esa sociedad no es justa. Pues bien: ¿Pueden los niños no nacidos decir que la sociedad piensa en ellos? En una sociedad abortista, no. Esa sociedad sólo piensa en unos y olvida a los otros.
Por defender los derechos públicos frente a los privilegios privados. En un célebre pasaje de “Sobre la cuestión judía”, Marx reprobó la ideología de los derechos humanos con el argumento de que en realidad eran los derechos de una clase (la burguesía) erigidos como ley. En efecto, el derecho de propiedad no significa gran cosa cuando uno se olvida de los expropiados. La crítica de Marx no siempre es justa, pero vale como molde: un derecho concebido para beneficiar a una parte y perjudicar a la otra no puede ser justo. Del mismo modo, esos “nuevos derechos” de los que habla hoy la izquierda posmoderna son en realidad derechos de clase erigidos como ley: el supuesto derecho de la mujer a abortar, como el supuesto derecho de la pareja homosexual a adoptar niños, no son sino la transformación de un interés privado en norma legal de obligado cumplimiento. Con esta filosofía, la izquierda se ha convertido en defensora de unos nuevos privilegiados. ¿No sería más coherente que pensara al contrario?
Artículo de José Javier Esparza ofrecido por el diario La Gaceta