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REINA PERO NO GOBIERNA

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

Entonces ¿qué hace? Ésta es la pregunta que los simples ciudadanos, poco o nada versados en constitucionalismo, podemos hacernos y seguro nos haremos la mayoría ante ambas formas de expresar la función institucional del rey.

Los expertos y sabios en la materia vienen a definir tal función regia como la de un poder moderador en la cumbre del Estado.  Pero no conforme, ese simple ciudadano puede seguir interrogándose: y ¿qué modera? Aquí el sabio, el experto, con una sonrisa condescendiente, con asomo de suficiencia ante tanta plebeya ignorancia, quizá conteste: Modera la acción política del resto de las instituciones y de,  fundamentalmente, los partidos, que son los que entran en la liza de gobernar la nación.

¡Ah! Con esta interjección, la ciudadanía cerró la boca hace cuarenta años como un papamoscas después de tragarse unos cientos de esos dípteros cuando se la informó de que esas eran las funciones que le atribuía la Constitución. Mas, han pasado esas cuatro décadas y esa misma ciudadanía, al menos aquellos ciudadanos de ésta capaces de pensar por sí mismos, más allá de prensa subvencionada y programas telebasurientos, verdaderos lavativas del cerebro, ve con pasmo, desengaño y hartura que tal atribución y de tan elevado rango –EL REY REINA PERO NO GOBIERNA- ha quedado en una especie de mueca constitucional. Unas veces por omisión, como cuando el pueblo esperaba que el rey dijera la última palabra ante un hecho amenazante para la existencia de la nación, el separatismo como ejemplo, y otras por acción, que con esta dinastía toma nombre propio, “borboneo”, que nadie esperaba ni tenía por qué esperar. Ejemplo de esto último fue apoyar de manera total la acción de gobierno del más tonto y mentecato Presidente del Gobierno que ha tenido nunca España, con aquello de él sabe lo que quiere y adónde va. Con lo que la magna y específica función constitucional atribuida al monarca, REINA PERO NO GOBIERNA o NO GOBIERNA PERO REINA, ha quedado absolutamente desacreditada. Además de la sospecha de que el rey ha gobernado, ha “borboneado”, en la sombra, que no a la sombra, en la cara oculta de esta Constitución. Mientras ha reinado poco o nada donde tenía la autoridad suprema constitucional para hacerlo, como era velar y guardar la indisoluble unidad de España como nación.

Después de esos cuarenta años en los que los resultados, siempre en los resultados está la clave, son tan descorazonadores, se produce la abdicación a la corona de Juan Carlos I y la llegada de su hijo, Felipe VI, para el que la Constitución mantiene las mismas atribuciones de reinar pero no gobernar.

Creo que la experiencia y enseñanza para la ciudadanía española de cómo no deben hacerse las cosas, obliga a ésta a intervenir, pues ella, que forma el pueblo, es la titular de la soberanía nacional. Debe hacerle llegar al nuevo rey que aunque reina pero no gobierna, el reinar tiene y contiene unos obligaciones inalienables como es mantener la unidad de esta nación frente a los separatistas, y no digamos frente a descerebrados que por una débil y desnortada democracia, puedan llegar a Presidentes de Gobierno diciendo aquello de que “el concepto de nación es discutido y discutible”. El tipo que tal dijo aún sigue por ahí suelto, nada más y nada menos que como miembro de un sedicente Consejo de Estado, con ochenta mil euros de sueldo al año, más la paga de expresidente, en vez de estar en una mazmorra por traición a la Patria. La Constitución dixit, no lo de la mazmorra, digo, sino lo de mantener la unidad de España.

Reinar. Algún contenido, y no de menor categoría, ha de tener esta dignidad y encargo. Si fuera pura fachada, espectáculo y panoplia, saldría muy caro al presupuesto nacional; más en tiempos en que, a gran parte del pueblo soberano, la economía lo ha llevado a tal grado de penuria que la soberanía le sirve de poco. Éste tipo de soberanía es como el puñado de migas echadas sobre la capa con que los clásicos de nuestro Siglo de Oro describían al hidalgo hambrón, que  salía de casa simulando haber comido aunque no tenía qué. Reinar es también levantar la voz contra esto.

Pero no sólo eso. Reinar es empuñar el cetro y señalar con él, como un dedo acusador, aquellos vicios y errores graves que los que gobiernan cometen contra la nación. Reinar no puede ser verlas pasar desde el trono, mientras esta nación, España, se desintegra. Sería una contradicción, una inexplicable paradoja, tener un reino y no tener un terreno donde asentarse.

Ejercer de rey en la era moderna no será gobernar pero si ser ejemplo de conducta, como lo exige su consideración de primer ciudadano de la Patria común.

La frase, REINA PERO NO GOBIERNA, también se podría formular a la inversa, NO GOBIERNA PERO REINA, que al invertirla tendría algunos matices diferentes. Bien podría este nuevo rey, si esa es su verdadera voluntad, convertirla en una seria advertencia dirigida a esta mezquina, avarienta y miserable clase política; los buenos que se salven dando la cara. Podría decirles: “Reinaré, aunque no gobierne. Os lo advierto”.

Cuidado, rey Felipe VI, con esos cortesanos, políticos y gobernantes de baja estofa y de oficio la estafa. Querrán hacerle ver que reinar es sólo figurar mientras ellos cerdean en la política partidaria en beneficio de sus intereses personales y de partido. Pida a su lado hombres Estado. Lleva sobre su cabeza la gloriosa y milenaria corona del reino de España, crisol de sus viejos reinos medievales. Y esto le obliga a mantener su unidad contra todas las asechanzas de enemigos internos y externos. Se lo señala como altísima tarea la Constitución que usted  ha jurado guardar y hacer guardar. Qué nobilísima y entusiástica encomienda, majestad.

Título este último que hace mucho tiempo me parece arcaico y obsoleto; pero que uso ahora por mostrarle la mejor voluntad de un simple ciudadano dispuesto a unir su entrega y esfuerzo al suyo para sacar a nuestra Patria de este atolladero; unidos al resto de los españoles de buena voluntad, que son la mayoría.

Se lo dice un republicano auténtico. Ni cortesano ni de partido. Español a secas.

Pedro Conde Soladana

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