Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es
Vamos a ver, en este mundo tan controvertido, ocurren cosas que desde un punto de vista objetivo no tienen justificación, y esto pasa con temas importantes y con otros menos trascendentales pero con una evidente posición en las sociedades de nuestro tiempo. Por ejemplo, hay quienes al ver a un grupo de personas que visten una camisa azul, reflejo de su condición falangista, se rasgan las vestiduras, se echan las manos a la cabeza como expresando su contrariedad, y no paran de dedicarles palabras y frases nada amables, por supuesto. Eso parece retraernos a tiempos ya pasados, llenos de confrontación y barricadas ciudadanas. Y puede que tengan algo de razón, aunque para uno, que no vivió esos años de enfrentamiento civil, solo recuerda el testimonio de una manera de servir a la patria, pero bueno, acepto que a otros, les suponga un recuerdo para dejarlo solo en eso, recuerdos.
No, yo que no siento nostalgia por determinadas costumbres, contemplo el uso de la camisa azul simplemente como señal de fidelidad a un mensaje político que, sin duda, está de acuerdo con la vigencia de nuestras leyes democráticas, pero es más, y ahí viene mi asombro ante ese rasgarse las vestiduras al ver en las calles alguna camisa azul mahón – al fin y al cabo (mono azul), ropa de obrero-, si eso está pasado de época, si llevar un ropaje diferenciador en razón de sus reivindicaciones sociales, es como si se agitara un símbolo de oposición, ya tendrán que dar muy buenas razones aquellos que, hoy, atrasando los relojes del calendario, exhiben un día sí y otro también, no unas camisas, sino unas camisetas, tipo nikemercado, como bandera bien visible de unas peticiones o exigencias muy repetidas. A ver, si no, como se interpretan las marchas y manifestaciones uniformadas con esas vestimentas, de camisetas de distintos colores, incluso para distinguir bien unas de otras, pero al fin y al cabo perfectamente preparadas para salir a las calles.
Ahora, las llaman “mareas”. Y las hay de todos los colores, marea verde, marea blanca, marea morada, etc., y se lanzan al medio de la ciudad, o frente a centros institucionales, o ante cualquier ministerio. Naturalmente, nada hay en la utilización de esa uniformidad, nada hay que reprochar, es tan legal como normal, y algunas de esas vestimentas recuerdan, es verdad, a esas formaciones paramilitares de los partidos de aquel periodo tristemente bélico. Hoy no es así, gracias a Dios, pero con la misma sinceridad que otorgamos a las nuevas camisetas, una acción normal por muy coloreadas que sean, de igual forma habría que juzgar a quienes por historia y reivindicaciones sociales utilicen la camisa azul. Claro que hay que saber cuando y como se lleva, pero nadie que se sienta seguidor del discurso joseantoniano, tiene porqué verse amedrentado y mucho menos avergonzado de ponerla sobre su corazón. De todos modos, yo suscribiría la idea de dejar la tradicional camisa azul, de los falangistas, a la celebración de actos internos, si bien podrían asistir personas invitadas, y promover el vestir también camisetas azul mahón, de la misma forma que las que utilizan las camisetas, pañuelos, las demás fuerzas políticas, generalmente de la izquierda socialista, que me considero de izquierda, pero española y humanista, claro. Los yankis, por ejemplo, no esconden sus sombreros con elefantes pintados, para proclamar su fe demócrata, y no pasa nada.
Pero bien está, como no siento nostalgia de luchas periclitadas, entiendo que sería muy conveniente el abandonar maneras uniformistas que recuerda actitudes belicosas. No es tiempo para uniformes y más si estos van acompañados de parafernalias militaristas o paramilitaristas, correajes, botas, etc., que dan una imagen ciertamente rechazable, aparte de que nos trae a la memoria las acciones absolutamente reprimibles de los aquellos “camisas azules” en demasiadas ocasiones y lugares. Yo, dejaría la camisa azul como prenda distintiva de Falange, simplemente para no verla hoy como parte de un régimen que no nos gustaba de ninguna manera. Sería un gran paso adelante para desprendernos de un lastre que aun, tras 75 años de historia todavía nos persigue, y no quiero con esto renegar de nuestra historia, es simplemente ponernos al día, arañar la modernidad, y dar una prueba de que no somos esclavos de lo accidental, sino responsables ante lo esencial. En contra de lo que se intuía en el famoso artículo de mi paisano y gran periodista Jaime Campany, no aparco la camisa porque Falange ya nada tuviera que hacer o decir, al contrario, la guardo por una simple cuestión de operatividad política. Hay una gran diferencia.