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CATALUÑA, PARA SIEMPRE

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Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

No hace falta ir a la Historia para saber que Cataluña ha sido siempre española no por decreto de emperadores  o reyes, sino por una afinidad peninsular que escapa de otras razones innecesarias. Desde tiempos pre romanos, esa región  perteneció, con sus características particulares, como las otras partes que formaron España, en una realidad común que se denominó por todos los estudiosos, Iberia. E iberos fueron prácticamente todos los pobladores de aquellas tierras bañadas por el Mediterráneo, adentrándose en la Meseta hasta confluir con el otro pueblo diferenciado, los celtas, que acabó fundiéndose con ellos para formar lo que se llamó después la Celtiberia. No hace falta ser un especialista para entender que los Iberos de entonces, que acogían a multitud de tribus y culturas dispersas, acabaron en el crisol hispano. Cataluña, que se sepa, luego del periodo romano, como provincia de Hispania  no separada, sería parte importante de la administración en la configuración territorial de los visigodos, los cuales extendieron su legislación a todo el territorio peninsular aunque, ciertamente, coexistiera con determinadas áreas que mantenían una sensible personalidad particular y específica, pero, la verdad histórica hace que España fuera unitaria en todas o casi todas las circunstancias, una continuidad de pueblo definido. Más tarde, la presencia invasora de los musulmanes, reforzaría todavía más, la idea de un país plenamente unificado en la defensa de sus tradiciones y culturas enlazadas bajo una convicción religiosa compartidas por todas las comunidades peninsulares, y así, esta realidad se mantenía desde la geografía húmeda de Galicia, desde el paisaje bravo de Asturias y Cantabria o pasando por las casi inaccesibles aldeas vascas, las tierras fuertes de Aragón, del  Levante,  o Andalucía; y qué decir de las Castillas. Impulsoras de la España que conocemos.

Naturalmente Cataluña participó en el proceso constitutivo de nuestra país aún llevando en su corazón sus notas particulares (recordar que los pueblos indoamericanos todos; Sioux, Navajos, Cheroquis, arapajoes, apaches, seminolas, iroquíes, comanches, Cheyennes etc., se denominan como naciones Indias, pero  todas,  bajo el denominador común de pueblo con un destino compartido y defendido en aras de una integración superior). Ejemplo que argumentaría también la situación española que, partiendo de vivencias particulares, devienen por justa evolución histórica, en un referente nacional superior.  Cataluña, quizá con menos argumentos hagiográficos que otras regiones hispanas, aunque sean respetables, no tiene más razón que cualquiera, para amenazar de nuevo con una sombra de inquietud e incertidumbres a una nación de siglos como la nuestra. Fue siempre española, y las breves temporadas en la que buscó una separación de la patria común, – el protectorado francés o las intentonas de las dos Repúblicas españolas-, no fueron sino experiencias muy desafortunadas que terminaron de mala manera. La Gerona de Palafox, la Cataluña del Bruch, la Barcelona de Montserrat y Gaudí, la Tarragona Imperial romana, no resisten oportunistas hagiografías insolidarias y rupturistas por mucho que ahora, una especie de  fiebre secesionista en manos de, al parecer, intereses espúreos (los casos de Banca catalana, del Palau, de los Puyol, y más. confirmarían esta interpretación), que de entrada deslegitimarían cualquier demanda separatista. Claro que hay que hablar con los catalanes, claro que hay que mantener los puentes que nos unen, y claro que hay que respetar hechos y derechos regionales pero, guardando en todo momento, la fidelidad a una vertebración nacional que es ya, sin excusas  de ningún tipo, patrimonio de casi cincuenta millones de españoles en pleno siglo veintiuno. Así sea.

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