Por Eduardo López Pascual para elmunicio.es
Quizás España sea singularizar el concepto de Hispania, Hispanidad, podría considerarse cono lo universal de la misma idea, porque así se entiende, o entiendo, la definición que da la Falange a la palabra Imperio, y no desde luego, una versión extemporánea cuando no lesiva del sentido que inspiraba nuestra vocación. Siempre ha habido entre nosotros, una interpretación justa de la hispanidad que basa su filosofía en los valores más puros de la existencia de pueblos unidos por el imperio de la comunidad de destinos, de una cultura. Ciertamente cuando repasamos los textos de nuestros pensadores, cada vez más coincidimos en su apreciación histórica y política; de lo que representaba y representa la hispanidad; queremos recordar aquí, aquella consigna primeriza del mismo José Antonio, al resumir en acertada frase todo un pensamiento «Tenemos voluntad de Imperio” que ya, entonces, la asignaba a una comunión de intereses culturales en idioma, valores humanos o de religión. Sin duda, es una afirmación que es recogida en todo momento y lugar por los intelectuales azules, y así vemos como Rafael Sánchez Mazas en su libro “Fundación, hermandad y destino”, apuntaba en uno de sus capítulos ese sentimiento de obra en común que afectaría a toda la acción falangista, extendiéndola claro está, hacia un ejercicio universal.
Es también Sigfredo Hillers, quien en su trabajo sobre Hispanoamérica, que es Tesis doctoral, en publicación de 1981, se refiere a la acción de España en las Américas, como si toda ella fuera una ocasión moral para incorporar a aquellos pueblos a un mismo fin compartido, y así nunca serían tratados -en contra de las exageraciones del padre Las Casas-, como gentes absolutamente desligadas de la misión unificadora de la patria compartida. En la Hispanidad, sus naciones jamás fueron consideradas como colonias sino como provincias en toda la comprensión de la palabra, Eran tierras y gentes hermanas, y así en esa fraternidad fueron con la ilusión de un proyecto común Es verdad que al igual que ocurre en cualquier obra de los hombres, hubieron excesos hoy tal vez jamás aprobados, aunque consentidos, y que no aceptamos, pero aunque no se trata ahora de justificar errores, hoy no es el tiempo ni las circunstancia de aquellos años del siglo quince al diecinueve, donde a pesar de todo, fue allí en ese criterio de fraterna aventura, donde se levantaron universidades como las de Lima o Mejico, en las que por cierto, se imprime el primer libro en las Américas. (S.H).
De forma que, si esta norma de conducta se reflejó de manera permanente en los pueblos más allá de nuestro mar, si aquellas reducciones y encomiendas, querían ser la puerta para crear una comunidad integral de cultura y destino, estaremos clarificando la verdadera significación de lo que al menos para nosotros, la verdadera Hispanidad. Lo que ocurre a mi parecer, es que por parte de los españoles de acá y de allá, no se ha sabido concretar ese espíritu en algo digamos, estructuralmente sólido, pero tampoco se quiero ahora aquí añorar una atadura al estilo británico, enmarcada en su famosa Commenwalt, o la de mucha menos entidad trasnacional Francófona, que aparecen ligadas por puro interés económico, aunque de otro lado, cristalizaron en un conjunto de países con grandes obligaciones comerciales, territoriales y políticos, como correspondía a un régimen colonial con sus defectos y sus virtudes, que de todo había en la viña del Señor. Pero aun cuando no fuera aquella la razón de su creación para nosotros, la verdad es que echamos en falta la constitución de un instrumento socio político que aunara en el bien común a tantos pueblos americanos con su raíz peninsular. Esto será, desde mi punto de vista, una recuperación justa de la idea Hispana. Eso sería la Hispanidad, un conjunto homologable de naciones hermanadas en un espíritu común que, como diría el filosofo falangista Adolfo Muñoz Alonso, certero analista de nuestro fundador, hiciera que la palabra “imperio”, tornara a su verdadera.