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Fuerte de Santiago (Manila)

Por Carlos León Roch para elmunicipio.es

Cuando Ramiro de Maeztu publicó su “Defensa de la Hispanidad”, la Historia había arrollado los esfuerzos seculares de España de mantener, en los cinco continentes la visión teocrática a la que se consagraron vidas y haciendas durante cuatro largos siglos.

Y es en el ámbito de las postrimerías de nuestro patético “98” cuando Maeztu nos hace ver que aquella gesta  imperial  tenía muy poco que ver con  los otros imperios coloniales, deseosos de expandirse “ellos” sobre  “los otros”.

La gesta española fue proclamada -va a hacer un siglo-  como de índole espiritual, aunque realizada con las debilidades, imperfecciones y pecados de los hombres. Siempre, la motivación y el encargo que los reyes hicieron a conquistadores, colonizadores y evangelizadores fue esa: llevar la Fe a aquellas poblaciones indígenas que no la habían conocido… y, en el caso de Europa, devolver a la Fe a los que se habían “extraviado”. Eso sí, éstos deberían ser buenos católicos a las buenas o a las malas…

Si en el continente europeo la Hispanidad, con su marchamo católico sufrió  desde el césar Carlos el acoso de protestantes y mahometanos, en África se intentó cumplir el legado de Isabel, aunque el Tratado de Tordesillas -tan beneficioso- fue un obstáculo que  solo Portugal pudo brillantemente superar.

En la lucha de las ideas y de las formas, la Hispanidad está siendo derrotada por Latinoamérica, ese subterfugio francés para limar el protagonismo que legítimamente le corresponde. Latinoamérica en la que, curiosamente, no incluye a su legítima prolongación americana: Canadá y Quebec.

Quinientos millones de personas hablando español, rezando en español y aspirando a conseguir una unidad lastrada por los intereses foráneos, obligan a España, aún en trance decadente, a colocarse, humildemente, entre esas docenas de países que todavía le reconocen como “madre Patria”.

En Hispanoamérica siempre está abierta a la esperanza.

Y la lejana ilusión, la utopía de una aventura increíble que también perduró durante cuatro siglos es la  Hispanoasia, esa gran desconocida.

En los años setenta de nuestro siglo XX , en la Armada  Española había un destructor denominado Legazpi. Era uno más entre otros muchos: Marqués de la Ensanada, Oquendo, Roger de Lauria, Lepanto, Jorge Juan, Valdés… Los que amamos a la Armada y hemos servido en ella, conocíamos, más o menos, los méritos y motivos de esas denominaciones pero, sinceramente, yo sabía muy poco de Legazpi. Apenas que era un navegante vasco que “visitó” el Pacífico… Solo la apasionante lectura de “El lago español”, de Federico Sánchez Aguilar me descubrió la hazaña de Legazpi y del cura guipuzcoano Andrés de Urdaneta que fueron los que incorporaron a Filipinas a la Corona de España, aunque fueron descubiertas cuarenta años ante por Magallanes. Y que Legazpi, en contra de lo que pensaba, no era un atrevido marino, sino un escribado mayor, de 54 años, asentado en Méjico…

Y Legazpi el escribano-marino y Urdaneta el soldado-dominico arribaron a aquella infinitas islas para cumplimentar la estricta orden de Felipe II: “Deberán arribar a cuantas isla estén bajo la dominación española con un sentido meramente evangelizador; entregarán objetos a caciques y régulos con cartas personales de Nos y procurarán establecerse dentro de la mayor armonía y amistad”.

Y en aquella inmensa lejanía la labor evangelizadora consiguió que, ahora, cien millones de filipinos sean católicos. Sin embargo, esa lejanía, la existencia de 7000 islas  y la mínima presencia de españoles peninsulares (apenas cuatro o cinco mil) impidieron que la lengua fuera, nunca, la de uso masivo, quedando solamente en las grandes islas y en la clase dominante donde ,aún hoy, es un signo de distinción.

Solamente la derrota en la batalla de Cavite, ante la armada USA, expulsó a España de aquel “lago” en el que  navegó durante siglos.

Y ahora, a través del esfuerzo de Sánchez Aguilar, en España estamos pidiendo perdón al pueblo filipino por una gran injusticia cometida al fusilar en 1896 al médico, poeta y filósofo hispano-filipino José Rizal, adelantado de su tiempo y que solo quería que Filipinas fuera una provincia más de España, así como libertad de expresión… La Orden de Rizal, en Filipinas y en España  lo reivindica frente al separatismo y al centralismo.

Si Rizal estuviera aquí, ahora, estaría en los altares de la democracia.

Carlos León Roch

elmunicipio

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1 COMENTARIO

  1. Precioso artículo de mi comprovinciano, EL doctor Carlos León que muestra su amor a la Hispanidad, su pasión por España y su compromiso con la verdad. No podía esperar menos de él. Legazpi, vasco español y Urbaneta, fueron testimonio de una nación con destino. Gracias Carlos.

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