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La Hispanidad, un proyecto para disidentes

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Por José Ignacio Moreno Gómez para elmunicipio.es

¿Se imaginan que pudiéramos salvar a la fecha del 12 de Octubre de la insignificancia y languidez de las conmemoraciones institucionales? ¿Se imaginan que las noticias más relevantes de este día no fueran el desfile en el Paseo del Prado ni los pitidos al gobierno y altas magistraturas del Estado? ¿Se imaginan que, con motivo de esta efeméride, se produjeran diversas y nutridas movilizaciones populares en distintos puntos de España, de Portugal, en los países Iberoamericanos, en Filipinas y en algún país africano reivindicando que otro mundo, cimentado en otros valores, es posible?

A quienes sentimos amor a la patria del pueblo, a las patrias que forjan los pueblos, y escasa afición a esos sucedáneos patrioteros sin sustancia ni proyección alguna hacia el futuro, tan del gusto de las oligarquías nostálgicas de grandezas groseramente interpretadas; a estos, digo, nos duele y nos llega al corazón la ausencia y la destrucción de nuestra Patria. Y no me refiero solamente a la patria chica española. Considero como una declaración de principios la consigna dinámica y retadora que proclama el “plus ultra” de nuestro escudo. Me atrevo a  proclamar, por tanto, que a muchas personas dispersas por el mundo  nos duele la ausencia de una grande y común Patria Hispana: esto es, iberoamericana y filipina y también, no lo olvidemos, africana.

 ¿Rancio patrioterismo?, ¿Añoranza de grandezas imperiales? …Nada de esto: a lo que me voy a referir tiene más bien que ver con una saludable y necesaria reacción ante el colonialismo económico y mental de las grandes potencias de los pasados siglos y del actual, a la fragmentación interesada del mundo ibérico y a la potencialidad de los pueblos hispanos para ofrecer una alternativa a este mundo desquiciado.

Reivindicando aquí a la patria del pueblo, viene a pelo recordar la afirmación de Ortega cuando decía que “en España lo ha hecho todo el pueblo, y lo que no ha hecho el pueblo se ha quedado sin hacer”.  A los poderosos de uno u otro signo, especialmente a los que manejan la economía para provecho propio, no les importa la ausencia de la patria verdadera, la que ellos no hicieron. Es más, a esa mezquindad a la que las oligarquías llaman “patria”, suelen estorbar las empresas que acomete el pueblo. A lo que se invita aquí, desde los valores de la Patria Hispana es a una radical, magna y rotunda disidencia con los principios y consignas que imperan hoy  y asfixian a nuestro mundo.

Intentaré explicarlo en los párrafos siguientes, paso a paso:

Preguntémonos, en primer lugar, si hoy día es asumible el patriotismo como valor solidario y, por tanto, revolucionario, en un mundo donde prima el egoísmo.  Ni que decir tiene que la virtud del patriotismo se justifica en la exigencia amorosa de solidaridad con nuestros semejantes y que el camino hacia la Humanidad pasa inevitablemente por el de la propia nación. No se trata de exaltar lo específico, sino de   integrarlo en valores superiores. Cada pueblo aporta unas características peculiares a los mismos ideales abstractos por los que lucha, o debiera hacerlo, la humanidad entera. Y es que, de lo local a lo Universal existen unidades intermedias, ámbitos razonables, donde proyectar empresas de solidaridad creciente, que no se pierdan ni en  un localismo estéril ni en vagas abstracciones por bien intencionadas que se presenten. La Historia Universal está integrada por Historias Nacionales y las naciones han sido forjadas en y por la historia.

¿Qué significado tienen las naciones?

Las naciones, acaso no sean ni el plebiscito diario que expresaba Renan ni algo   absolutamente prefigurado y estático que no necesite convocar nuevas adhesiones. Las naciones son fundaciones, todo lo instrumentales que se quiera,  pero con sustantividad propia, como decía José Antonio, y con una tradición que no está para alimentar nostalgias sino todo lo contrario. La tradición ha de servir fundamentalmente para nutrir a la esperanza de un pueblo y vigorizarlo  para nuevas empresas, antes de que éste languidezca definitivamente y se entregue, no ya al particularismo centrípeto de antaño y de hogaño, sino, lo que es peor, al voraz cáncer mundializador del colonial-materialismo imperante. Se necesitan naciones que, como empresas colectivas, con objetivos de miras universales y proponiendo otros valores, reaccionen frente a la situación presente, en la que nos vemos abocados a tensiones sin fin entre países ricos y países cada vez más pobres; entre el egoísmo occidental y los fundamentalismo seudo-religiosos orientales; entre el crecimiento sin límites de unos cuantos privilegiados y la extenuación del planeta.

Ante este panorama, ¿tenemos una tarea los hispanos? ¿Es conveniente renovar nuestro patriotismo como misión ad-extra, el único patriotismo legítimo, dicho sea de paso?

Somos, ciertamente, herederos de una España turbulenta pero genial, cuyo pueblo marcó  hitos fundamentales en el escenario universal y que realizó, como ningún otro, la empresa fraterna del mestizaje. Y esta gran verdad hispánica del mestizaje, óiganlo claramente los  apologetas del racismo, la pureza y los particularismos; esto sólo ya nos justifica como nación y nos marca un camino a seguir en el futuro. Pero no ha sido sólo este hecho, con ser importantísimo, lo que ha trazado nuestro peculiar perfil en el concierto de las naciones. De entre nuestros escombros, aún quedarían por rescatar una diversidad de materiales muy aprovechables, por escasos y fecundos para la tarea que nos proponemos.

¿Existe pues una personalidad hispana, de cuyas características podamos recuperar valores actuales con que disentir eficazmente de aquellos otros que nos ha impuesto el aparato económico del colonial-imperialismo? Consideremos algunos de ellos:

La poesía que promete.- La España que el pueblo hizo es la España que convirtió al apóstol Santiago en el Anti-Mahoma medieval y a Compostela en la anti-Meca europea. Y nadie mal interprete esta referencia. Que no estamos reivindicando aquí al poco evangélico  Santiago “matamoros” de la batalla de Clavijo. Exaltamos la lucidez de un pueblo que comprendió que para vencer a un símbolo había que oponer otro símbolo más seductor aún. Lo mismo que la historia de Europa habría sido bien distinta sin este ideal batallador frente al poder del Islam, el mundo actual puede ser diferente si acertamos a encontrar, en clave poética y espiritual, un móvil poderoso y movilizador, que haga frente a los grandes mitos  deshumanizadores que mueven la batuta en el chirriante concierto de la política mundial.

La voluntad aglutinante.- La España que el pueblo hizo es la España de la figura legendaria del Cid. Libre de localismos la empresa del Cid es de autentica solidaridad hispana, como señalaba Menéndez Pidal. Al lado de caballeros castellanos marcha ya el asturiano Muño Gustioz, marchan los caballeros aragoneses de Sancho Ramírez y Pedro I, y los portugueses del Conde de Coimbra y Montemayor. El Cid, aparte de aglutinar esfuerzos, encarna el triunfo de la voluntad; del querer, que arrolla todas las dificultades, incluidas las previsiones más razonables.

La prevalencia de lo espiritual frente al éxito material.- La España que el pueblo hizo es la España que engendró a Isabel la Católica. Fue la reina de Castilla quien tomó la decisión de anteponer la conquista de Granada a la recuperación del Rosellón por su voluntad de “acelerar la conversión de los musulmanes”. Tuvo la reina Isabel el deseo de que la expansión ultramarina hacia Canarias y América tuviese más sentido misional que económico.

Ejemplo de esto  podemos encontrar, incluso, en lo más negro de la leyenda de nuestras encomiendas del Nuevo Mundo, donde los teólogos de la Liberación han tenido que reconocer  que, por tentador que pudiera resultar el considerar a los primeros misioneros como cínicos agentes del expansionismo colonial, hay que reconocer que a los encomenderos encargados de “cristianizar” a los nativos no les cupo otra que cumplir con su misión. Y hubieron de permitir el acceso del clero para que llevara a cabo su labor evangélica, sin interferencia y sufriendo, en algunos casos, la denuncia profética que sus abusos provocaban. La gran influencia de la Iglesia Católica en América Latina atestigua el éxito de esos misioneros, de tal manera que si no hubieran estado motivados por la fe cristiana no hubieran podido dejar una marca indeleble en una cultura enteramente diferente.

Siguiendo con el mismo punto: con aquel rey sobre cuyos dominios nunca se ponía el sol, Felipe II, quien parecía, ciertamente, obedecer  a un Dios más parecido al Jehova del Antiguo Testamento que al Dios del Padre Nuestro, al genio de España no le importó jugárselo  todo a la carta de los valores religiosos, subordinando intereses políticos, económicos y militares.  Si la estima de lo religioso hubiese perdurado, nunca se habría considerado que con el austero rey comenzó a fraguarse la decadencia que vendría después. Es percibida la decadencia cuando se da prioridad a esos otros patrones y se admiten los juicios de valoración impuestos por otros países de estándares mucho más utilitaristas.

Un ideal de justicia e igualdad del género humano frente a la cultura del “apartheid”.-  Juan Sánchez Galera, en su libro “Vamos a contar mentiras”, establece que Isabel la Católica fue la primera persona que se preocupó por los derechos de los indios y puso los cimientos para un nuevo derecho que reconocía que las libertades de los hombres y de los pueblos eran algo inherente a ellos mismos, y que, por tanto, les pertenecen por encima de las consideraciones de cualquier príncipe o Papa. Aquellas normas supusieron el punto de partida de las Leyes de Indias.

La actitud de los monarcas españoles contra la esclavitud fue decidida. Isabel la Católica y el Emperador Carlos V promulgaron decretos que vedaban esa práctica y, si bien es cierto que Felipe II se deja presionar por los colonos del Caribe haciendo concesiones especiales para Puerto Rico y La Española, poco más tarde vuelve a dejar clara su repulsa hacia este tipo de institución, prohibiendo una vez más la esclavitud, e incluso, haciendo extensiva dicha prohibición a la incipiente importación de esclavos negros.

La España que el pueblo hizo es la España que consolidó su imperio sobre la base de su clero y sus maestros. Tal y como defiende Juan Sánchez Galera, y mal que les pese a los seguidores de la propaganda antiespañola, los monarcas hispanos no consolidaron la conquista de América a sablazo limpio, sino gracias a un ejército de maestros y curas. Frente a quienes presentan a los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo como crueles genocidas, el historiador afirma que Leyes de Indias que reglaron la vida en aquellas colonias supusieron el origen de lo que hoy conocemos como Derechos Humanos.

La empresa continuada del mundo hispano es la consideración de la unidad esencial del género humano que quedó patente con el hecho del mestizaje, nada que ver con la colonización anglosajona que aniquiló a los indígenas, delimitó reservas para los supervivientes y marginó hasta nuestros días a los descendientes de sus esclavos.

El Universalismo hispano.- En su “Defensa de la Hispanidad”, Ramiro de Maeztu proclama: «Si ahora vuelven algunos espíritus alertas los ojos hacia la España del siglo XVI es porque creyó en la verdad objetiva y en la verdad moral. Creyó que lo bueno debe ser bueno para todos, y que hay un derecho común a todo el mundo, porque el favorito de sus dogmas era la unidad del género humano y la igualdad esencial de los hombres, fundada en su posibilidad de salvación». Y ahí tenemos, como fruto maduro, a la Escuela de Salamanca y a las figuras de un Francisco de Suárez, hidalgo jesuita y de origen judío –escandalícense los antisemitas patrioteros- y un Francisco de Vitoria quienes fundamentarían la, hasta entonces inexistente, disciplina del Derecho Internacional.

Continúa Maeztu: “En los siglos XVIII y XIX han prevalecido las creencias opuestas. Por negación de una verdad objetiva se ha sostenido que los hombres no podían entenderse. En este supuesto de una Babel universal se ha querido fundamentar  la libertad para todas las doctrinas y, así postulada la incomprensión de todos, ha sido necesario concebir el derecho como el mandato de la voluntad más fuerte o de la mayoría de las voluntades, y no como el dictado de la razón ordenada al bien común”.  “Ello ha conducido al mundo a donde tenía que llevarle: a la guerra de todos contra todos. En lo interno, a la guerra de clases; en lo exterior, a la guerra universal, seguida de la rivalidad de los armamentos, que es la continuación de la guerra pasada y la preparación de la venidera. Y como la España del siglo XVI, frente a este caos, representaba, con su Monarquía católica, el principio de unidad –la unidad de la Cristiandad, la unidad del género humano, la unidad de los principios fundamentales del derecho natural y del derecho de gentes y aun la unidad física del mundo y la de la civilización frente a la barbarie–, los ojos angustiados por la actual incoherencia de los pueblos tienen que volverse a la epopeya hispánica y a los principios de la Hispanidad, por razones análogas a las que movieron a la Iglesia durante la Edad Media, a resucitar, en lo posible, el Imperio romano”.

La Unidad hispánica.- La España del pueblo es la España también de Simón Bolívar y de José de San Martín. Se trata, en este caso, de una España americana en lucha contra los “españoles europeos” cuando la vieja  España europea se encontraba sumida de lleno en irreparable proceso de desintegración. Bolívar había expuesto la idea de conformar un país que debía hacer realidad un proyecto aglutinante de los distintos pueblos de la América Hispana como garantía de la independencia frente a las oligarquías económicas disgregadoras. En el siglo XX se hicieron varios intentos de unificación en el continente, uno de los cuales fue la formación de la Organización de Estados Americanos. Sin embargo, este organismo ha estado controlado por Estados Unidos, que, a partir de la Doctrina Monroe, ha tratado de dirigir el desarrollo político y económico de los países del continente, confundiendo “América para los americanos” con “América para los yanquis”.

La España quijotesca.-  Joaquín Costa, en su “Crisis Política de España”, percibe a España como la “representación de un ideal de piedad, de humanidad, de justicia, de viva y efectiva solidaridad, que ha salvado a las razas indígenas de América, de la Malasia y de la Micronesia, librándolas de desaparecer; es aquel espíritu romántico, y aún místico, que en la declinación de su Edad de Oro, la llevó a erigirse temerariamente en brazo  armado de una idea espiritual, después de todo elevada,  sacrificándole, sublime Quijote de las naciones, su presente y su porvenir”.

Y continúa proféticamente:…” las razas negras contarían una probabilidad de no ser exterminadas por la raza inglesa. Y los Estados Unidos no se habrían apresurado tanto a dar a su viejo lema el odioso giro “América para los yanquis”, amenaza a un tiempo para los indígenas y para los iberoamericanos. Ni se habrían dejado desvanecer por la prosperidad material, entregándose en brazos de un ideal imperialista. El que fue equivocado campeón de una idea religiosa en Europa podría, del mismo modo, haberse erigido en adalid de una idea inmanente, tal como la justicia, alma y motor de su epopeya. Las devastaciones, expoliaciones y exterminios de gentes que se están incubando por no existir una España viva y potente que influya con su voto y con su espada en la suprema dirección de los destinos humanos”.

Los valores de la España tradicional y comunalista.- La España del pueblo es, finalmente, la España que sigue presente en los riscos y los vericuetos de nuestra geografía y nuestra historia, y donde los regeneracionistas se lanzaron a buscarla.  Menéndez  Pidal reprocha a las izquierdas el que siempre se mostraran tan poco inclinadas a estudiar y afirmar en las propias tradiciones históricas, aspectos coincidentes con su propia ideología. En su insolidaridad con el pasado, no fueron capaces de reencontrarse con aquello perdurablemente histórico, siempre re-asimilable y fecundo para todos los tiempos. También las derechas han buscado las fuentes de la renovación en lo extranjero

Actitud bien distinta la de Ganivet, Costa, Giner de los Ríos o Unamuno que niegan la tradición en superficie y la afirman en la base, buscándola y rastreándola en sus visitas de pueblos, estudio de tradiciones jurídico-políticas y poesía popular, así como en la reivindicación del sentido colectivista de nuestras estructuras agrarias. Buscan el elemento nutricio en el subconsciente del país. Lo castizo eterno frente a lo castizo histórico, como señala Unamuno.

También en la Nueva España, se promueven organizaciones de la propiedad de la tierra mestizas entre tradiciones españolas e indígenas, recuperando , las tierras de comunidad, institución típica del siglo XVI, las que, además de integrar un patrimonio para  aliviar las necesidades de los pueblos indígenas, y de estimular el trabajo entre los tributarios, constituyeron un elemento de solidaridad para los indios, que habían visto desaparecer  parte de aquellas instituciones prehispánicas que les daban cohesión como pueblo

El régimen de propiedad era mixto, aceptando la propiedad individual privada y la propiedad colectiva. La propiedad individual permitía que cada jefe de familia dispusiera de una chacra con la extensión necesaria para sembrar en ella todo el cultivo indispensable para el sustento anual familiar. La propiedad colectiva o «tierra de Dios» se utilizaba para el cultivo de algodón, trigo y legumbres para el sustento común y para hacer frente a los tributos.

Así pues: mística de un ideal de civilización y justicia para todo el género humano; voluntad para acometerlo, concitando adhesiones; religación del hombre con los valores auténticos del espíritu frente a la idolatría del dinero; dinámica de la donación, desinteresada y quijotesca y valor de lo comunitario frente al mero interés personal y racional del “homo economicus”; igualdad esencial del género humano y valor del mestizaje; ideal de unidad; un nuevo concepto de propiedad que satisfaga las necesidades de todos los individuos y de los grupos; garantías para el ejercicio de la libertad profunda del hombre, inalienable y trascendente, compatible con el interés de la comunidad y con la justicia; un pueblo organizado y militante en lucha para realizar estos ideales. Y todo ello frente al imperio del egoísmo y el individualismo, frente al racismo y las desigualdades, frente al materialismo y al utilitarismo moral, frente al crecimiento ilimitado y asimétrico de las economías privilegiadas y la extenuación del planeta.  Claramente, esta no es tarea para un pueblo solo y aislado; es la misión, ¿por qué no?, de nuestra Hispanidad entera. Sería, acaso,  necesaria para ello una gran confederación política y económica de Estados fuertes hacia el exterior y hacia el interior, con clara conciencia de su misión, comprometida con un destino más humano para los hombres y mujeres de este planeta.

¡Ojalá se despertara pronto esta conciencia de destino Universal hispánico y cristalizara en múltiples movimientos políticos nacionales! ¡Ojalá la garra hispánica, de abrazo sincero, firme y justiciero, acertara a sustituir a esa meliflua y rapaz “mano invisible” de los mercados que, lejos de dar equilibrio al mundo, nos roba la esperanza y nos expolia a todos! ¡Arriba los valores hispánicos!

             José Ignacio Moreno Gómez

 

Nos quedan todavía muchas cosas por hacer.

En el azul de los mapas, balcones de poesía.

Ventanas en las naranjas de áspera geografía.

¡Aires de estepa en la Tierra! ¡Todo es cuestión de querer!

…….

Ajedrez del mundo entero

para que España le otorgue

un jaque mate al tablero

……

Nos quedan muchas cosas por hacer. Todo es cuestión de querer.

( Rafael García Serrano.  Geografía Imperial)

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