Son las 06.00h. Algunas palomas empiezan a zurear en los aleros de la basílica de la Caridad. La puerta está abierta, pero 33 camaradas (¡qué casualidad de número!) aguardan la llegada de los últimos para saludar, brazo en alto.
Dentro, la Misa, como siempre. El sacerdote reza por José Antonio, en la homilía, en las preces, en la despedida. Y nosotros, también, por todos los Caídos por Dios y/o por España.
Salimos a la calle. Empieza, apenas perceptible, la amanecida. Unos minutos de espera, con frio y emoción. Los más jóvenes se encaraman para depositar las cinco rosas con las cintas rojo y negras donde, durante decenios estaba el mármol conmemorativo, cobarde e innecesariamente retirado .
En el portal de la basílica quedan firmes, cuatro camaradas, uno portando la bandera de España; otro con el ajado libro de José Antonio, editado por la SF en 1953 . Los demás también firmes. Y empieza, solemne a leer :”Condenado ayer a muerte , pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad…”. Como siempre, también, el temblor se lo achacamos al frío, a la intemperie… Y uno de ,los cuatro, el más antiguo levanta el brazo y comienza el Cara al Sol, nuestro inigualable himno de amor y de muerte, de muerte propia, no de matar…
Y los “gritos de ritual” cierran el acto civico-religioso.
Enfrente, un pequeño bar que abre a esa hora para nosotros, acoge la jornada de camaradería, con los cafés, los “chinchones” y los “asiáticos” (ese magnífico brebaje cartagenero). Y allí, tras el emotivo recuerdo al pasado, se formulan las quejas del presente y las ilusiones y esperanzas del futuro.
Siempre por España y por los españoles de hoy y de mañana.
Carlos León Roch en elmunicipio.es
