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FUENSALIDA Y LOS HIJOS

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Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

Hoy no voy a escribir de política, al menos de una manera directa, porque todo cuanto vivimos y hacemos aquí abajo, en el mundo, tiene siempre consideraciones de esta naturaleza. Y sin embargo quiero hacer una reflexión sobre el trágico accidente que ha ocurrido en el pueblo de Fuensalida, en la Castilla manchega. Allí, sobre las siete de la mañana de un mal día, tres chicas de 12, 15 y 16 años -flor de vida-, murieron violentamente atropelladas por un coche conducido por un joven sin saber cómo se produjo la fatal circunstancia. Pero no voy yo a hacer ningún juicio de valor, ni adjudicar sentencias que no me corresponden ante el suceso en sí, sin embargo me voy a detener en las cosas que de una forma u otra propiciaron el drama; he de decir al respecto que lo diré como padre y como maestro de escuela y profesor de instituto por muchos años, y ahora jubilado.

En esta doble condición he vivido las contradicciones que los últimos tiempos ofrecían al desarrollo, crecimiento y educación de los chicos y he notado, incluso en carne propia, los estados de confusión, desorientación y desencuentros de una gran parte de nuestros jóvenes, alumnos e hijos, vencidos por una dejación absoluta de los valores que corresponden a los jóvenes de cualquier lugar y cultura. La pérdida de referencias claras y concretas: autoridad moral, respeto ciudadano, obediencia filial, compromiso al trabajo escolar o profesional, han sido abandonados por ellos con una intensidad que, a veces, superaban las normas más elementales. Naturalmente esto no se debía a una respuesta espontánea y natural por parte de los chicos, sino a una deriva emanada desde la irresponsabilidad de un sistema educativo que permitía, demagógicamente, un rechazo a cuanto significara esfuerzo contrastado, responsabilidades individuales y colectivas, sentido de la correcta relación padres-hijos, reconocimiento del deber y autoridad de mayores, de profesores, o de educadores, llevadas a las mentes todavía inmaduras de nuestros muchachos y muchachas, hasta el punto de que todo en este sentido, se relativizó de tal modo que  se suplantó un modelo de armonía por otro lleno de desacatos, de individualismos y de egoísmos personales que favorecieron tanto el desapego familiar, como la correcta perspectiva de lo que eran y donde estaban.

Una cultura de diversión incontrolada, de la relatividad en Las obligaciones escolares y familiares, un falso deseo de emular modas y protagonistas, el equívoco sentido de la independencia paternal, ayudado por mensajes profesorales evidentes emisarios de una enseñanza torticera y vacía, impulsaron a generaciones de jóvenes a una vida fácil en la que todo estaba permitido incluso el engañar a sus padres, a los que miraban poco menos que como policías en casa. Así, la moda de las “fiestas”, que no eran sino excusas para llegar a dormir a las tantas de la madrugada después de una noche de humo y alcohol  -y no afirmo que todas fueran  de esta manera-, invitaban a salidas que quizá no quisieran los mayores pero que las admitían por no crear situaciones irreparables en la familia. Lo que pasa, es que en esta relajación impuesta por un modelo de educación sin valores, las cosas podían llegar a verdaderas tragedias

humanas y familiares, porque una “fiesta, podía hacer que los hijos e hijas mintieran hasta el punto de decir que pasarían  la noche en casa de amigas o amigos, pera con el engaño en el bolso o la bandolera, marcharan al poder de unos bailes, de unos , de un ambiente que desde luego a las tres, cuatro o cinco de la madrugada no  augurarían nada bueno. ¿Quién ha tenido la culpa de esas muertes en Fuensalida? No me atrevo a juzgar, pero seguro que no hay que correr  mucho para encontrar al verdadero culpable que, para mí, por supuesto, tiene su nombre en la horrible malversación de valores auspiciado por un sistema educativo tan materialista como rechazable. Y de sus adláteres, claro.

No hace falta exponer aquí que la opinión contra este modelo de vivencia juvenil, promovido por una falsa idea de la educación académica o familiar, traerán innumerables correos de críticas a cual más odiosas, y desde los clásicos insultos de reaccionario hasta el infalible de carroza y antiguo, lloverán por doquier. Pero no importa, al fin la verdad, como decía el otro, es la verdad la diga Agamenón o su portero. La muerte, la trágica muerte de esas tres chicas en Fuensalida, y cómo pasó, me evitan más comentarios.

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