Testimonios sobre José Antonio Primo de Rivera
Por José María García de Tuñón Aza
Cuando hace algún tiempo me puse ante el televisor para ver por Telemadrid el espacio cultural Las Noches Blancas, dirigido por Sánchez Dragó y, en esta ocasión, dedicado a José Antonio Primo de Rivera, en el 70 aniversario de su fusilamiento, quedó en mi retina, por encima de todas las demás, la intervención de mi buen amigo José Antonio Martín Otín, autor de uno de los mejores libros que he leído sobre el fundador de Falange, titulado El hombre al que Kipling dijo sí. Recuerdo que Martín Otín mencionó una serie de nombres de aquella Segunda República que, en diversos escritos o alocuciones, dejaron patente su respeto por el que había sido su oponente político, José Antonio Primo de Rivera; al revés ahora de muchos políticos y demás ralea que no lo conocieron ni trataron, y que, sin embargo, se permiten encasillarlo como simple «fascista», porque sus conocimientos no les da para más. Recuerdo también que, una vez finalizado el programa, me puse en contacto con Martín Otín y después de felicitarle por su intervención, le dije: «A la lista que diste de gente que han hablado bien de José Antonio, que no participaron en sus ideas políticas, se podían añadir otros tantos, por lo menos». También podíamos añadir hoy otros nombres que no vivieron aquellos años pero que, sin embargo, han querido ver en el fundador de Falange algo positivo y no, como decía, de tacharlo simplemente y porque sí, de “fascista”, sin tener en cuenta la opinión de otras personas que lo conocieron, como Francisco Ayala, que dijo que para él José Antonio “no era hombre de temperamento fascista”». Pues bien, dicho todo esto, en este escrito es lo que me propongo: recoger una serie de testimonios de personas de afiliación izquierdista y de derechas que no compartían ni comparten los postulados, en materia política, del fundador de Falange, pero que han dejado patente que para ellos José Antonio nunca fue ese hombre que hoy, 70 años después de su muerte, algunos dedicados a la política, a la historia o al periodismo, nos quieren hacer ver falsificando su verdadero talante político tan distinto. Un José Antonio que además, sin que tampoco le quieran reconocer esta faceta, era culto y «conocedor de la historia de España», y del que el académico republicano Salvador de Madariaga llegó a decir que «fue un poeta».
Uno de los que más lo recuerda es Indalecio Prieto, el socialista que además de ver en él a «un hombre de corazón» le dedica varias páginas en el primer tomo de Convulsiones de España, donde comienza recordando cuando en junio de 1934 el Congreso aprobó el suplicatorio del Tribunal Supremo para procesar a José Antonio Primo de Rivera y al también socialista Juan Lozano, ambos por el delito de tenencia ilícita de armas. En el salón de sesiones fue Prieto el que se encargó de impugnar el dictamen referido defendiendo a los dos por igual: «Me pareció que el rasero debía ser el mismo para amigos y adversarios y defendí con igual vehemencia al fundador de Falange. Éste, terminada la votación, que le fue favorable, atravesó los bancos de los diputados de la Ceda, dirigiendo duras frases a quienes de éstos votaron en contra, y llegando a mi escaño me tendió la mano y me dio las gracias muy conmovido». Reproduce varios párrafos de su testamento, hace referencia al proyectado Gobierno nacional, al conocido discurso de Cuenca, y a otros escritos de José Antonio. En una carta que escribe a su amigo Agustín Mora, le cuenta su intervención decisiva para evitar que el fundador de Falange, su hermano y su cuñada, fuesen matados, sin juicio previo.
«El presidente de la República, don Manuel Azaña, y el jefe del gobierno, don José Giral, luchaban de modo inútil a fin de evitarlo. El gobernador se veía impotente para complacerles. Sus esfuerzos eran nulos […]. Entonces, aunque yo no formaba parte del Gobierno, se apeló a mí. Llamé por teléfono a Antonio Cañizares, prestigioso líder proletario […] y le pedí que hiciese lo posible por ahorrar a la República semejante bochorno. Cañizares, echando sobre los componentes del comité toda la fuerza de su limpia historia política y sindical, logró persuadirles que no debían interponerse en la acción de la justicia. Si no la vida de José Antonio Primo de Rivera, ejecutado luego en cumplimiento de fallo legal, se salvó la de su hermano Miguel y la de su cuñada Margot». Y Prieto termina preguntando: «¿Conocieron los falangistas aquella gestión mía». Por último, recuerda una afirmación filosófica en el sentido de que en todas las ideas hay algo de verdad, cuando le vinieron a la memoria «los manuscritos que José Antonio Primo de Rivera dejó en la cárcel de Alicante. Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizá fueran fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si ésas valían la pena de ventilarlas en el campo de batalla».
El que fue presidente del Gobierno en el exilio, Félix Gordón Ordás, cree que fue posible lograr una cooperación de José Antonio
«con la República de izquierda si, con la acción y la retórica que amaba por igual, se le hubiera sabido atraer a nuestro régimen, pues yo no he olvidado que delante de mí le dijo un día a don Indalecio Prieto, por quien sentía afecto y admiración, que él se inscribiría en el partido socialista si éste se declaraba nacional. El nacionalismo exacerbado de aquel muchacho inteligente, reflexivo y audaz, a pesar de su aparente frivolidad señoritil, y su fiero antimonarquismo, engendrado por la ingratitud de Alfonso XIII para el general don Miguel, se habrían podido atraer y aprovechar si en los momentos en que la República era todavía una gran ilusión nacional hubiese habido alguien con perspicacia y autoridad suficientes para haber comprendido lo que en su cerebro encerraba José Antonio de positivo y la utilidad que de ello podía haber obtenido el nuevo régimen, necesitado de todas las cooperaciones españolistas inquietas por el porvenir para afianzarse, sin grandes resistencias, en el alma de todos los españoles progresivos.
Años después, el abogado Francisco Pérez Verdú que como tal siguió ejerciendo en Valencia cuando Valencia fue capital de España durante la Guerra Civil, recuerda el episodio de Prieto y su oposición al procesamiento de José Antonio, al mismo tiempo que se hace estas preguntas:
¿Qué sucedería si en las actuales Cortes se debatiera un fenómeno semejante, para decidir sobre el suplicatorio de un único diputado ultra derechista, como ahora se llamaría a Primo de Rivera? ¿Saldría del seno de la minoría socialista una voz tan noble y tan templada como la del señor Prieto? ¿Votarían las derechas actuales el procesamiento?». Es difícil contestar a esta pregunta, pero es casi seguro que hunos y hotros, que diría Unamuno, votarían por el procesamiento olvidando lo que muchos han reconocido como un sacerdote vasco, encarcelado durante la guerra y después exiliado, que escribió: «José Antonio, poco inclinado por temperamento a hacer correr sangre. Tenía, además, el jefe de Falange la debilidad de admirar a los hombres de izquierda, especialmente a Azaña y a Prieto. Tanto que cuando en las cortes pronunciaba un discurso del que personalmente quedaba satisfecho, preguntaba a Paco Eliseda, amigo y también diputado: ¿Te has fijado si le ha gustado a Azaña?».
Otro socialista, Julián Zugazagoitia, periodista y político bilbaino, director de El Socialista de Madrid, diputado a Cortes, ministro de Gobernación en el primer gabinete presidido por Juan Negrín y, tras su cese, secretario general del Ministerio de Defensa. Al finalizar la guerra se refugió en Francia, donde fue detenido por la Gestapo alemana y conducido a España para ser entregado a las autoridades franquistas. Juzgado en Madrid por un consejo de guerra en 1940 fue condenado a muerte y ejecutado. Zugazagoita, que dejó escrito uno de los testimonios más valiosos sobre la Guerra Civil, cita varias veces a José Antonio Primo de Rivera y reproduce íntegro su testamento. Antes, escribe: «Es ahora cuando se puede medir la torpeza en que se incurrió al consentir el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, cuya muerte no ha sido oficialmente publicada por sus camaradas. Es el Ausente, adjetivo que expresa una duda esperanzada. Esperanza condenada a rápida extinción. Primo de Rivera acabó sus días el 19 (sic) de noviembre de 1936. Su testamento tiene fecha anterior. Es un documento sobrio y sereno, que no carece de sincera emoción. Aquella que le da el trance en que ha sido escrito. Juzgue el lector de la parte humana y política». A continuación reproduce el testamento, y más adelante recoge la escena que relató su hermano Miguel.
¿Por qué vais a querer que yo muera?
Los milicianos le escuchaban en silencio -escribe Zugazagoitia-. Las palabras del reo se les meten dentro y se miran unos a otros. Tratando de resolver una incertidumbre. ¿Se habrán equivocado los jueces? ¿Y si se han equivocado, pueden ellos reparar un error negándose a cumplir lo que les está ordenado? El silencio persiste. Primo de Rivera, con la acuidad de la muerte, lee en la conciencia de los milicianos e insiste, calentando sus palabras, en una acción catequista que es toda su esperanza de seguir viviendo. ¿Quién sabe, piensa, cómo lo ha dispuesto el Señor? Ya su vida está contada por minutos, pero con un solo segundo es suficiente para salvarla. ¿Cuántas resoluciones, humanas o crueles, caben en tan pequeña medida de tiempo? En principio fue el verbo… Busca en las palabras entrañables aquella que puede ir derecha, certera, como una saeta, al corazón de sus verdugos […]. Todo está dicho. El reo no tiene qué esperar. La ley de obediencia se ha interpuesto entre el verbo del reo y el corazón de los verdugos. Uno y otros tienen que llegar hasta el fin. No son enemigos. Son personajes de un drama inmenso, protagonistas que lo sufren. Si la ley de obediencia no se impusiera, se reconciliarían fácilmente; pero se frustraría la tragedia».
Juan-Simeón Vidarte estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid, como alumno de la Residencia de Estudiantes (Institución Libre de Enseñanza). En 1920, con 18 años, ingresa en las Juventudes Socialistas, más tarde en el Partido Socialista y en la francmasonería en 1923. Fue diputado a Cortes y secretario de las mismas. Fiscal del Tribunal de Cuentas y ayudante de la cátedra de Derecho Penal de la Universidad Central. Ejerció la abogacía y, en más de una ocasión, se encontró con «José Antonio como defensor. Y también nos veíamos en los casos contrarios, cuando yo actuaba de defensor y él de acusador privado». El trato profesional les permitía cambiar impresiones, pero generalmente hablaban de política. Un día Vidarte preguntó a José Antonio si la Falange se aliaría con los monárquicos para luchar por la restauración. Le contestó que él era republicano y sólo guardaba malos recuerdos de quien, injustamente, dejó caer o hizo caer a su padre, sin estimar sus servicios y sus muchos méritos, y después no permitió que el pueblo rindiera homenaje al cadáver, cuando le trajeron de París.
Además –prosiguió José Antonio–, don Alfonso me hirió una vez tan profundamente, que nunca podré perdonarle. Fue el día en que Abd-el Krim se entregó al ejército francés. Yo estaba en su despacho cuando él recibió un telegrama con la noticia. Nos la comunicó a todos los allí presentes y luego, en son de burla, me dijo a mí: Qué suerte tiene el cochino de tu padre. Y es por esto, aunque las chulerías fuesen en él habituales, por lo que no puedo perdonarle.
Y Vidarte escribe:
Creo sinceramente que José Antonio no tenía respeto ni consideración alguna por el monarca destronado. Recuerdo que en una intervención parlamentaria, en los primeros días de agosto (sic), después de elogiar las obras realizadas durante los años de dictadura, elogios que no nos pudieron extrañar en un hijo tan devoto de la memoria de su padre, y echar la culpa del fracaso de éste a los intelectuales que lejos de ayudarle le volvieron la espalda, pronunció las palabras siguientes.
Aquí Vidarte recoge, entre otras, las pronunciadas por José Antonio en el Parlamento el 6 de junio de 1934 y que decían:
El día en que el Partido Socialista asumiera un destino nacional, como el día en que la República que quiere ser nacional, recogiera el contenido socialista, ese día no tendríamos que salir de nuestras casas y levantar el brazo ni exponernos a que nos apedreen y, lo que es más grave, a que nos entiendan mal; el día en que eso sucediera, el día en que España recobrara la misión de estas dos cosas juntas, podéis creer que la mayoría de nosotros nos reintegraríamos pacíficamente a nuestras vocaciones.
Al parecer:
Sorprendió mucho a las derechas esta apelación de José Antonio a los socialistas. Realmente su posición, difícil y ambigua –sigue diciendo Vidarte–, no había cristalizado en un programa definido. Lo seguían personas de formación y creencias muy heterogéneas. Su amigo de más confianza, el marqués de Eliseda, monárquico y fanático religioso, no aceptaba el criterio, a veces tolerante y liberal, que él exponía en sus contradictorios discursos. Sí, estaba rodeado de aristócratas y de jóvenes que carecían de formación intelectual y política. Los militares del grupo que dirigían Ansaldo y Ruiz de Alda eran monárquicos, y los pocos obreros que habían logrado encuadrar Hedilla en Santander y Onésimo Redondo en Valladolid, como los que pudieron reclutar en el resto de España, eran de origen anarquista. No son, pues, de extrañar sus vacilaciones acerca de alianzas circunstanciales con otros partidos o al expresar su ideario.
El que fue llamado Lenin español, Francisco Largo Caballero, político y dirigente obrero, que siendo muy joven ingresó en la UGT y en el PSOE, de cuyas organizaciones llegaría a ser uno de sus más cualificados representantes, que colaboró con la dictadura de Primo de Rivera como consejero de Estado, y que más tarde sería uno de los máximos responsables de la Revolución de Asturias, siendo por ello procesado y reducido a prisión donde al parecer leyó por primera vez a Carlos Marx. Antes de las elecciones de febrero de 1936, se lanzó con toda vehemencia a predicar la revolución, amenazando a sus adversarios políticos con sacar sus huestes a la calle y a la lucha armada si no conseguía votos suficientes. En septiembre de 1936 accedió a presidir un gabinete en el que, además de la jefatura, se reservó la cartera de Guerra, hasta que a mediados de 1937 se vio obligado a presentar la dimisión siendo sustituido por el filo comunista Juan Negrín. Sobre José Antonio dejó escrito lo siguiente:
Alguien hizo circular la especie de que se había propuesto el canje de mi hijo por el jefe falangista Primo de Rivera; que el general Queipo de Llano lo había rechazado y que por esta causa se fusiló en nuestra zona a Primo de Rivera. La especie era absolutamente falsa. El fusilamiento de Primo de Rivera fue motivo de profundo disgusto para mí, y creo que para todos los ministros del gabinete. Como en todos los casos de condena a muerte por los Consejos de Guerra –y Primo de Rivera fue sometido y juzgado por uno de estos Consejos– la sentencia pasó al Consejo Supremo; éste la confirmó, y cumplido este trámite debería pasar al Consejo de Ministros para ser o no aprobada, costumbre establecida por mi Gobierno. Estábamos en sesión con el expediente sobre la mesa, cuando se recibió un telegrama comunicando haber sido fusilado Primo de Rivera en Alicante. El Consejo no quiso tratar una cosa ya ejecutada, y yo me negué a firmar el enterado para no legalizar un hecho realizado a falta de un trámite impuesto por mí a fin de evitar fusilamientos ejecutados por la pasión política. En Alicante sospechaban que el Consejo le conmutaría la pena. Acaso hubiera sido así, pero no hubo lugar. Esta es la estricta verdad respecto a este episodio, tan lamentable y que tan malas consecuencias ha tenido».
Sin embargo, a la buena voluntad, incluso arrepentimiento, que parecen expresar las palabras de Largo Caballero por «este episodio tan lamentable», tenemos que recoger lo que sobre el particular dejó escrito otro hombre que estuvo presente en aquel Consejo. El anarcosindicalista Juan García Oliver, ministro de Justicia, escribió:
«Cuando llegó a la consideración del Consejo de ministros la causa de José Antonio Primo de Rivera y la pena de muerte que le impuso el Tribunal popular de Alicante, como de costumbre, Largo Caballero, con la gravedad del caso, nos dijo: Queden ustedes enterados. Si hay alguna objeción, háganla ahora. Se produjo un silencio de plomo. –Entonces damos el enterado– concluyó Largo Caballero.
Teodomiro Menéndez, diputado socialista y uno de los responsables de la Revolución de Asturias, decía en una ocasión:
José Antonio y yo nos sentábamos juntos en la Cámara y pronto nos hicimos amigos. Comentábamos los debates del día, hablábamos de cualquier cosa. Recuerdo que siempre me decía: Teodomiro, si no fuese por sus ideas religiosas, qué cerca estaríamos usted y yo en política. En el fondo todos queremos lo mismo. Y era cierto.
Sobre este mismo personaje, el doctor Francisco Vega Díaz escribió más tarde:
Durante la estancia de Teodomiro Menéndez en el Penal del Dueso hubo dos personas cuyo noble comportamiento Menéndez no olvidó: José Antonio Primo de Rivera, que le envió una caja de botellas de Jerez en Navidad con una carta emocionante, y el P. Gafo, que le hizo dos o tres remesas de libros y le mandó un cesto de manzanas de su pueblo. Menéndez, aunque ya no conservaba las cartas, porque todo se lo quitaron después de la contienda hispana, recordaba esos datos con detalle y comentaba con cariñosa ironía algunas frases de la correspondencia de ambos, que contrastaba con el silencio de casi todos sus correligionarios.
El que fue ministro de Justicia en el Gobierno de Juan Negrín, Mariano Ansó, en su libro Yo fui ministro de Negrín, hace una cita de José Antonio Primo de Rivera, apenas conocida, y que, sin embargo, tiene interés histórico para los estudiosos del fundador de Falange. Escribe que cierto día encontró a Juan Negrín muy preocupado cuando los dos paseaban:
Anduvimos bastante tiempo antes de que el silencio se rompiese. Fui yo quien le interpeló, seguro de que pasaba algo grave y anormal:
–¿Qué? ¿Malas noticias de la guerra?
–¡Peor! –me contestó desabridamente: De nuevo se hizo el silencio, y esta vez fue él quien lo rompió–: Tengo necesidad de hablarle de algo que me angustia, pero necesito su promesa de silencio absoluto sobre lo que le voy a decir. ¡Han fusilado a José Antonio Primo de Rivera!
Después, en medio de la oscuridad, los dos siguieron caminando despacio. Apenas podían verse las caras, pero Ansó estaba seguro de que ambos estaban perturbados por el crimen cometido en la persona del fundador de Falange. Juan Negrín «prosiguió hablando aceleradamente, movido por un doble sentimiento de pena y de indignación, por lo que consideraba un error de gobierno inexplicable». Por otro lado, el comunista Santiago Álvarez, biógrafo de Negrín, escribe: «Tampoco estuvo de acuerdo [Negrín] con el fusilamiento de J. Antonio Primo de Rivera, preso en la cárcel de Alicante». Podíamos añadir también el testimonio de otro de sus biógrafos, cuando dice:
Juan Negrín, Indalecio Prieto o Julián Besteiro podían haberse entendido perfectamente con José Antonio Primo de Rivera, antes que con un Joaquín Maurín, un García Oliver o con Andrés Nin. Las simpatías de Negrín y Prieto hacia José Antonio eran innegables a pesar de que no compartían su ideario, pero sí el amor a España por encima de toda contingencia política.
Este mismo biógrafo, también de Buenaventura Durruti, escribe en otra ocasión sobre los contactos habidos entre José Antonio y Ángel Pestaña recogiendo cuando el primero se lamentaba
…de que los obreros no afiliados al naciente movimiento falangista, se resistieran a seguirle en sus propósitos de justicia social, actitud que le dolía al jefe de la Falange, pues aspiraba a arrastrar tras de sí, algún día, a las grandes masas obreras, y le preguntó a Pestaña los motivos, a lo que el dirigente de los Treinta, respondió, suavizando en lo posible las palabras: Porque los obreros ven en ti a un señorito y no a uno de ellos». (A continuación el biógrafo reproduce algunos párrafos del discurso que José Antonio pronunció en el Frontón Betis de Sevilla el 22 de diciembre de 1935).
El anarquista Diego Abad de Santillán se hace eco también de esa fallida relación política entre Pestaña y Primo de Rivera:
…pudo haber y no lo hubo, un diálogo del anarquismo y del falangismo en su primera hora. Pero consciente de los vínculos ideológicos entre sus aspiraciones y las del sindicalismo libertario español, Primo de Rivera tuvo entrevistas con Ángel Pestaña pocas semanas después de la fundación de Falange, en el curso de una visita a Barcelona, y no pudo establecerse ningún acuerdo, en parte por la distancia que había entre uno que había nacido en cuna pobre y se había desarrollado en el trabajo constante, y el que había nacido en cuna dorada y no había tenido ningún inconveniente en su carrera por la vida, con el pan de cada día seguro. Se hicieron otros intentos de acercamiento a través de Ruiz de Alda y de Luys Santa Marina, pero Pestaña no tuvo confianza en la posibilidad de una cooperación con ese sector nuevo y juvenil de la vida políticasocial española.
Pero no es la única vez que Abad de Santillán cita a José Antonio. Lo hace en otro momento de forma amplia y que reproducimos en toda su extensión dado el interés que nos merece el texto:
A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con José Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir del país. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros. Mientras toda la Policía de la República no había descubierto cuál era nuestra función en la FAI, lo supo Primo de Rivera, jefe de otra organización clandestina, la Falange Española. No hemos querido entonces, por razones de táctica consagrada entre nosotros, ninguna clase de relaciones. Ni siquiera tuvimos la cortesía de acusar recibo a la documentación que nos hizo llegar para que conociésemos una parte de su pensamiento, asegurándonos que podía ser base para una acción conjunta a favor de España. Estallada la guerra, cayó prisionero y fue condenado a muerte y ejecutado. Anarquistas argentinos nos pidieron que intercediésemos para que este hombre no fuese fusilado. No estaba en manos nuestras impedirlo, a causa de las relaciones tirantes que manteníamos con el Gobierno central, pero hemos pensado entonces y seguimos pensando que fue un error de parte de la República el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera; españoles de esa talla, patriotas como él, no son peligrosos ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivindican a España y sostienen lo español, aun desde los campos opuestos, elegidos equivocadamente como los más adecuados a sus aspiraciones generosas. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiese sido tácitamente posible, según los deseos de Primo de Rivera!.
Y sin salirnos de lo que algunos anarquistas hicieron para salvar la vida a José Antonio, la biógrafa de la emblemática Federica Montseny que fue ministra de Sanidad y Asistencia Social en los gobiernos de Largo Caballero, Antonina Rodrigo, dice que los ministros anarquistas se opusieron al fusilamiento de José Antonio.
Quien llegó a organizar la Juventud Comunista de Alicante y que más tarde llegaría a intervenir como fiscal en la misma ciudad, José María Sánchez Bohórques, aunque no llegó a intervenir en la causa contra José Antonio, y al que le reconoce «su indiscutible inteligencia» y habilidad que hicieron prodigios para conseguir «si no la simpatía al menos una cierta condescendencia de sus carceleros» y que reconocía también «su ejecución precipitada» y «su preocupación, e incluso sufrimiento» que parecía aumentar a medida que la guerra se prolongaba y que a diferencia de su hermano Miguel que parecía tratar siempre a sus carceleros como unseñorito, José Antonio «sin llamarles camaradas (designación habitual tanto entre comunistas como entre falangistas) o compañeros(designación corriente entre cenetistas o anarquistas) les había hablado siempre de una manera afable y dándoles la impresión de tratarles de igual a igual». Años después, la revista falangista Nosotros recogía, por mediación de uno de su colaboradores, las palabras que en su residencia de París había pronunciado Sánchez Bohórques refiriéndose a José Antonio: «Nosotros hemos reconocido haber sido injustos, mejor dicho, fueron los demás injustos con él, porque no se merecía lo que pasó».
El que en política ostentó los cargos de diputado, embajador, ministro de Estado y presidente del Gobierno Republicano en el exilio, el historiador Claudio Sánchez-Albornoz, recuerda a José Antonio cuando éste pronunció un discurso en las Cortes de la República sobre la Reforma Agraria. Al terminar y al volver a su escaño, Sánchez-Albornoz, que se encontraba sentado en un escaño vecino al de José Antonio, le dice a éste:
Si continúa por el camino en que le he visto avanzar esta tarde va a desilusionar a las derechas españolas que le siguen. Albornoz –me replica– lo sé y hasta he podido comprobarlo. Desde que he girado hacia la izquierda me han suprimido la subvención con que antes me favorecían mis camaradas. Doy fe de la autenticidad de este diálogo y de estas palabras de José Antonio.
El andaluz y Gran Maestro Supremo del Gran Oriente Español Diego Martínez Barrio, que ostentó la jefatura del Gobierno para llevar a cabo las elecciones de 1933, que presidió las Cortes de la II República, que se hizo cargo interinamente de la Presidencia de la República y que terminaría siendo nombrado presidente de la República en el exilio en 1939 y 1945, reprodujo en sus memorias una carta que el 28 de junio de 1936 José Antonio escribe a su amigo Miguel Maura, que había sido ministro de Gobernación en el Gobierno Provisional, donde aquél «poeta que llevaba dentro» (en palabras de Miguel Maura sobre José Antonio) termina diciéndole: «Pero ya verás: ya verás cómo la terrible incultura, o mejor aún, la pereza mental de nuestro pueblo (en todas su capas) acaba por darnos o un ensayo de bolchevismo cruel y sucio o una representación flatulenta de patriotería alicorta a cargo de algún figurón de la derecha. Que Dios nos libre de lo uno y de lo otro». Y, por su parte, Maura, en su contestación, termina la misiva con estas palabras: «Conozco bien tu patriotismo, tu desinterés y tu valía y sé, porque las he pasado, todas las amarguras que sufres». En una conferencia que Martínez Barrio pronunció en el Centro Español de México el 23 de abril de 1941, se refirió ampliamente a José Antonio y a un escrito que éste le había dirigido cuando estaba preso en Alicante:
«Una tarde llevaron al Gobierno civil una carta dirigida a mi nombre. La firmaba el organizador e iniciador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera. José Antonio Primo de Rivera estaba por aquel tiempo, preso en la cárcel de Alicante. Esta carta decía lo que voy a leer, y que en el primer momento me produjo perplejidad:
Alicante, 9 de agosto de 1936
Excmo Sr. Don Diego Martínez Barrio
Presidente de las Cortes
Respetado señor Presidente:
Después de una detenida deliberación en conciencia y con la mira en el servicio de la España de todos, tan gravemente amenazada en los presentes días, me decido a solicitar una audiencia de usted. No sería difícil llevarla a cabo; podría trasladárseme una noche al Gobierno civil, como si fuera a ser interrogado por el gobernador y allí ser recibido por usted sin que se enterase nadie. La audiencia podría quizás ser útil y en ningún caso sería perjudicial. De todas maneras usted será quien decida; yo creo que he cumplido con mi deber al escribirle estos renglones.
Le da las gracias anticipadas por la atención que le preste, su respetuoso s.s. y amigo q.e.s.m.
José Antonio Primo de Rivera
Resolví –escribió más tarde Martínez Barrio– el estado de incertidumbre de mi ánimo lo que cualquier otro hubiera hecho en mi caso, pero que a mí se me presentó inmediatamente como un deber ineludible: hablé por teléfono con el jefe de Gobierno, señor Giral, le indiqué, en palabras veladas, que había recibido un documento que estimaba de importancia y que procedía a enviar a una persona de mi absoluta confianza para que le diera cuenta del contenido. Le añadí mi opinión favorable a que se escuchara al señor Primo de Rivera, pero haciendo la salvedad de que no era yo la persona indicada para oírle, por razones múltiples, que inmediatamente pesaron en el ánimo del presidente del Consejo de Ministros. El señor Giral me contestó a seguida, después de haber consultado con sus compañeros de Gobierno, que creía también conveniente oír al señor Primo de Rivera y que pensaba, como yo le había manifestado, que no debía el presidente de las Cortes celebrar esa conferencia. Entonces, de común acuerdo, se designó para que se trasladara a la Prisión provincial de Alicante, el secretario de la Junta Delegada de Levante, don Leonardo Martín Echevarría.
Conozco en todos los detalles la entrevista del señor Primo de Rivera con el señor Martín Echevarría, entrevista que, independientemente del objeto principal que la motivaba, que era una proposición concreta del jefe de Falange Española al Gobierno de la República, podría tener –tiene– a los efectos históricos, unas derivaciones de las cuales luego hablaré. Supe que el señor Primo de Rivera había propuesto al señor Martín Echevarría, para que éste, a su vez, lo trasladara al Gobierno, que se le permitiera salir de la prisión, donde se reintegraría al cabo de cierto tiempo, para la cual daba su palabra de honor, con el fin de realizar una gestión en el campo rebelde orientada a la terminación de la guerra civil y al sometimiento de los militares y civiles rebeldes contra la República, al gobierno legítimo. Hablaba también de unas soluciones intermedias que podrían ser base de esa negociación; pero recalcaba, insistía, en la necesidad de que se pusiera término a la contienda que se había iniciado, porque creía él, como español, que la contienda sumiría en el caos y en la ruina a la patria. El gobierno conoció esta proposición del señor Primo de Rivera y no la aceptó porque, evidentemente, no era posible aceptarla. Fuere cual fuere el propósito que animara al proponente –y yo no tengo por qué sospechar de que la palabra de honor que prometía la dejara incumplida– es lo cierto que en la situación de España por aquel tiempo no había posibilidad de arrancar a la acción de la justicia la persona del jefe de Falange Española. La proposición, por tanto, fue desechada. Añado, justificando que el gobierno no la tomara en cuenta, que mi convicción de entonces y la de hoy, es la que el señor Primo de Rivera, no hubiera logrado de la gente sublevada en armas que las depusiera, y menos que las rindiera ante el Gobierno legítimo de la República.
Pero la propuesta del señor Primo de Rivera deja bien establecidas dos cosas y éstas son las que yo brindo como aporte a la historia de la República. Una, que el 9 de agosto de 1936, el jefe de Falange Española se dirigía a mí, con todos lo respetos y acatamientos al cargo que yo ocupaba y que, reconociendo la legitimidad del Gobierno de la República, presentaba a éste unas proposiciones que él creía útiles para el restablecimiento de la paz. Y otra, que en la conciencia de uno de los directores de la rebelión –quizás el más inteligente y por ende el más peligroso– se manifestaba el remordimiento puesto que, desde la soledad de la celda, decía que era preciso realizar un esfuerzo para contener el peligro que gravemente amenazaba a la España de todos.
Pero no sería con Diego Martínez Barrio donde se terminan las citas a José Antonio de los que ostentaron la presidencia del Gobierno durante la II República. Lo hace también Alejandro Lerroux, del Partido Radical, una de las figuras clave en el panorama político de España y que también llegó a ser presidente del Gobierno. Lerroux, aunque nunca lo había tratado, sintió por Primo de Rivera cierta simpatía llegando a ver en su rostro un sello especial de melancolía que más tarde llegó a definirse como el índice de su trágico destino. Cuando los dos coincidieron en el Congreso, una tarde José Antonio pronunció un discurso que no dejó bien parado al partido al que pertenecía Lerroux. Le parecieron sus palabras crueles e injuriosas, llegando años más tarde a recordar aquel día expresándose así:
…tuvo que cruzar el hemiciclo y también estaba yo en el banco azul. Le miré con la mirada severa del reproche mudo; me miró un instante, con un destello de tristeza en los ojos, bajó la cabeza y al pasar me dijo: Con usted no va nada. Me apena recordarlo porque no fue justo ni con la acusación ni con la explicación. No volví a verle. Cuando le recuerdo no puedo reprimir una contracción de angustia que me oprime el corazón. No he guardado rencor a la memoria de aquel muchacho que llevaba en el corazón un volcán de patriotismo. Pienso en su destino, en su final de mártir, en su juventud frustrada por un odioso, implacable crimen político; en su dolorosa soledad de la cárcel de Alicante, lejos de sus familiares y de sus amigos; en el Calvario oscuro e ignorado de sus últimos días, en la hora suprema de la muerte en que no tuvo el consuelo de una mano amiga, de una mirada afectuosa, ni siquiera la compensación de culminar en una cumbre como un ejemplo de sacrifico […]. Se sumió en la oscuridad, en la inseguridad, en la incertidumbre del cuándo, del dónde y del cómo, sin hora, sin fecha, sin lugar […]. Sí; en el semblante llevaba José Antonio el índice de su trágico destino como todos los redentores.
En plena crisis ministerial en diciembre de 1935 Manuel Portela Valladares, afiliado a la masonería, recibe el encargo del presidente de la República Niceto Alcalá-Zamora de formar nuevo Gobierno que asumiese la responsabilidad de disolver las Cortes y convocar elecciones legislativas. Al estallar la guerra civil huyó de España y después de finalizar la guerra mundial se instala en la localidad francesa de Bandol donde escribe sus memorias. En las mismas recuerda a José Antonio con estas palabras:
Mas ¡qué diferente habría sido la política española si se hubiese sentado en el congreso! No habría secundado los ataques corrosivos y demagógicos de Calvo Sotelo; caminaría con rumbo propio; no habría sido detenido arbitrariamente, y no habría sufrido la prisión y la sentencia de muerte. No se avendría nunca a ser plegadizo portavoz de la rebelión militar, si es que ésta llegaba a producirse, y pondría su pensamiento en aquella altura en que lo situó su testamento político de buscar –igual que yo– una conciliación entre las dos Españas, una colaboración ministerial con republicanos probados.
Intentó evitar la injusta muerte de José Antonio enviando «telegramas a Blum, a Delvos, a Merc, hasta a Eden».
El catedrático de la Universidad de Salamanca, el político José María Gil Robles que durante la Segunda República fue uno de los líderes más cualificados de la derecha española como jefe indiscutido de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), cita varias veces, en sus Memorias a José Antonio Primo de Rivera al que consideraba hombre de extraordinaria claridad de juicio y de profundo sentido crítico:
El fundador de la Falange –decía Gil Robles– manifestaba en casi todos sus actos una cierta timidez, confesada por él mismo, que le hacía recluirse muchas veces en el círculo reducido de unos amigos. De ahí, tal vez, su falta de ambición política. No la tuvo, ni la demostró nunca […]. De lo que se trataba, en rigor, era de una falta indudable de vocación política. Alguna vez, también llegó a insinuarlo: Cuando un padre ama la política, sus hijos suelen aborrecerla. En efecto, al primogénito del dictador no pareció interesarle demasiado la cosa pública durante los años en que gobernó don Miguel; ni siquiera cuando más tarde se decidió a actuar públicamente. Lo hizo sólo movido por un noble afán de reivindicar, frente a la ingratitud humana, el nombre y la obra de su padre.
Fuera de los juicios de los políticos, tenemos también los que formularon los hispanistas poco inclinados al fundador de Falange, la mayoría de ellos, como Hugh Thomas que se dio a conocer en España con una importante obra sobre la Guerra Civil, y que llegó a escribir que José Antonio era «un hombre cultivado de sensibilidad y encanto a quien incluso sus enemigos respetaban». Ahora deseo referirme al «golfo» de Ian Gibson que si es cierto que no siempre ha tenido buenas palabras a la hora de citar a José Antonio, no es menos cierto lo que declaró un día al periodista Antonio Astorga: «Si José Antonio Primo de Rivera hubiera estado en Granada, a Lorca no le matan. Porque Primo era un hombre con cultura, un poco poeta y con él se podía razonar. Yo hasta le tengo cierto cariño». El catedrático Paul Preston que parece que en vez de dedicarse a la investigación histórica se dedica a la venganza histórica cometiendo además errores históricos como, por ejemplo, cuando escribe que José Antonio estuvo «en una cárcel republicana en Alicante desde que fuera arrestado el 14 de marzo de 1936», saltándose su paso por la Cárcel Modelo de Madrid. Sin embargo, en unas declaraciones dijo: «Aunque no comulgo con la ideología, sí creo que José Antonio Primo de Rivera era una persona honrada, con ideales, y que intentó actuar en bien de la sociedad y de España». Otro inglés, Gerald Brenan que vivió en tierras de la Alpujarra granadina y la Churriana malagueña y que también se dio a conocer por otra obra sobre la Guerra Civil que él mismo vivió y completó en la biblioteca del Museo Británico, escribió:
Su dirigente, José Antonio, como se le llamaba siempre, era un joven andaluz dotado de encanto personal y de imaginación. Hasta sus enemigos, los socialistas, no podían por menos que tenerle cierto afecto. En las discusiones de café acostumbraba a insistir en que estaba más cerca de ellos que de los conservadores. Apostrofaba a la República porque no socializaba los bancos y los ferrocarriles y por tener miedo de emprender la reforma agraria con energía.
El embajador norteamericano Bowers, que apoyó firmemente a la República, dejó escrito:
Aquella tarde, en un té danzante celebrado en la quinta de un amigo, conocí a un joven interesante que estaba destinado a tener un fin trágico. José Antonio Primo de Rivera, hijo mayor del general dictador, era un joven moreno y guapo […]. Sus ojos, también negros y agudamente inteligentes […]. La pasión de su vida era revindicar la memoria de su padre. El viejo dictador, que habría contribuido a prolongar la vida de la monarquía en una de sus crisis, fue destituido bruscamente una vez había terminado su obra […]. Aquel recuerdo inflamaba el corazón de José Antonio […]. Muy pronto sería elegido diputado a Cortes, donde había de convertirse en una espina al costado de muchos hipócritas con los que estaba aliado.
De todos los hispanistas quien más escribió sobre José Antonio fue, sin duda, el también norteamericano Stanley G. Payne que, por ejemplo, le dedicó también este párrafo:
Cuando José Antonio hablaba en la Comedia de un movimiento poético, no era simplemente para hacer una frase, sino que estaba decidido a proporcionar a la Falange un estilo literario y estético. Desde la creación del primer semanario oficial del movimiento, FE,en diciembre de 1933, José Antonio pareció más preocupado por encontrar el tono adecuado al órgano de su partido que por los urgentes problemas de carácter práctico, y en los turbulentos años posteriores jamás abandonó esta preocupación estética.
Heleno Saña, escritor libertario y, por tanto, nada sospechoso de seguir las ideas del fundador de Falange pero sumamente objetivo con la historia, ha escrito estas palabras:
Lo que quería José Antonio era convencer, de ninguna manera imponer, como ocurría con una gran parte de sus correligionarios y seguidores. En sus raíces era un seductor, no un dictador. Él creía en la dialéctica del puño y las pistolas como recurso supremo, pero estas bravuconadas hay que entenderlas como concesiones a la época y no como manifestaciones esenciales de un modo de ser. La violencia y el pistolerismo eran un instrumento común en su tiempo, empleado por todos los partidos radicales, no sólo por Falange. En rigor, José Antonio se opuso siempre a la violencia que en España habían introducido las bandas del Sindicato Libre, los pistoleros anarcosindicalistas, los alabiñanistas y los mismos estudiantes ultras de la FUE. Antes de organizar ella misma sus cuadros represivos, la Falange fue víctima de represalias físicas de la extrema izquierda. Todo el que no tenga en cuenta ese hecho decisivo se descalifica a sí mismo para enjuiciar con honestidad el proceso evolutivo. Fue la moderada actitud de José Antonio ante las eliminaciones de varios militares y falangistas lo que motivó en el seno de la Falange el surgimiento de un grupo que exigía el terror contra la izquierda […]. Fueron Ansaldo y Manuel Groizard quienes abogaron por la táctica del terror como instrumento de lucha. José Antonio demoró cuanto pudo estos métodos vindicativos; el terror practicado por los ultraizquiedistas no favoreció la inicial templaza joseantoniana. Las turbias escuadras de la Falange de la Sangre fueron aceptadas al final por José Antonio, como pura necesidad pragmática pero no por convicciones interiores.
Y es cierto lo que nos ha dejado escrito Heleno Saña y su opinión de que José Antonio se opuso siempre a la violencia. Opinión que también comparte un hombre que sufrió el exilio viéndose obligado, tras nuestra guerra civil, a rehacer su vida en Argentina, Brasil, Puerto Rico, y que en sus memorias recuerda cuando algunos estudiantes católicos universitarios quisieron pegar a un catedrático:
…¿ustedes saben –pregunté yo– quién salvó a Jiménez de Asúa de un golpe que bien pudo haberle constado la vida o, cuando menos, graves lesiones? Pues…¡José Antonio Primo de Rivera! Y aclaré que, en medio del entrevero de puñetazos, con moratones y alguna herida, pude darme cuenta de que, mientras Asúa forcejeaba con un fornido mocetón, otro tal, a su espalda, amagaba con una de aquellas pesadísimas sillas, dispuesto a romperle la crisma a nuestro ilustre penalista; y en aquel momento se alzó un brazo, y una mano sujetó por el respaldo el contundente asiento: brazo y mano pertenecían a José Antonio.
Victoria Kent, política y abogada que en 1930 fue elegida diputada por Madrid en las Cortes Constituyentes de la República (Partido Radical Socialista) y nombrada directora general de Prisiones. Al estallar la guerra civil prestó apoyo a la causa republicana y al término de la misma se exilió terminando sus días en Nueva York donde a lo largo de más de veinte años dirigió la revista políticaIbérica. La escritora cubana Zenaida Gutiérrez Vega, residente en aquella capital americana, ha escrito una biografía de esta mujer en la que, entre otras cosas, dice:
«Televisión Española la grabó [a Victoria Kent] una entrevista que fue emitida cuando ella ya estaba ausente, el 28 de enero de 1979, en el programa A fondo de Soler Serrano. Habló de algunas notables figuras de su época por lo que recibió cartas elogiosas de personas de diferentes matices políticos. Pilar Primo de Rivera le escribió: Muchas gracias por su equitativo y sereno juicio sobre la personalidad de José Antonio, mi hermano; no todos tiene ahora la honradez de reconocer sus cualidades como Vd. lo ha hecho(Madrid, 3.II.79). Victoria le contestó: La justicia fue y será siempre la norma de mi vida (New York, 12.II.79).
La vallisoletana Rosa Chacel, que una vez finalizada la Guerra Civil tuvo que exiliarse para vivir entre Río de Janeiro y Buenos Aires y a quien, años más tarde, en 1987, se le otorga el Premio Nacional de las Letras, nos dejó un largo escrito hablando de José Antonio que por su interés histórico y literario merece la pena reproducir casi en su totalidad. Lo escribe en la ciudad de Buenos Aires en el mes de diciembre de 1956 y dice así:
Ayer, al pasar por los puestos de libros del Cabildo, vi unos cuantos libros españoles, de la España actual… ¡Lagarto, lagarto!… Sin embargo, me compré nada menos que las Obras Completas de José Antonio. Hacía mucho tiempo que quería leerlas y ayer era verdaderamente inoportuno porque tenía que terminar lo de las Mujeres Ejemplares, pero llegué a casa y me leí de un golpe trescientas páginas. Es increíble. Dos cosas son increíbles; una que todo eso haya podido pasarme inadvertido a mí, en España, y otra que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien. Porque no me extraña que llegaran a matarle: estaba hecho para eso, para que después de muerto se haya hecho el silencio sobre su caso… Era difícil y expuesto por la gran confusión en torno. Por el contrario, los gitanillos, las faldas de volantes, los toritos bravos y todo el puterío sublimado extendiendo por el mundo una España histriónica era vivificante para la cosecha de turismo. Es cierto que su simpatía por los fascismos europeos, tan macabros, le salpicó con el cieno en que ellos se enfangaron, pero leyéndole con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento, que es enteramente otra cosa. Fenómeno español por los cuatro costados […]. Despertad, sacudid a uno de esos ciegos y será capaz de mayor abnegación, pero mientras viva ofuscado por su propio brillo, activado por su propia hambre, no esperéis que dialogue con el prójimo, conformaos con poder evitar que lo devore. Hay que estudiar esto en Unamuno, en Ortega, en José Antonio, su reflejo o espectro. En lo que quedó de ellos, en quienes les fueron afectos y en quienes les execraron sin comprenderlos o, lo que es peor, comprendiéndolos y temiendo –por pereza, por miedo o por inepcia– lo que ellos exigían.
Otra mujer que también padeció el exilio, la comunista María Teresa León, invoca a José Antonio en Barcelona cuando era muy joven y ella hace un recuerdo de aquel día que lo vio por primera vez, y, posiblemente, última:
Los balcones de la casa daban a los cielos de la catedral donde el arquitecto Salvador Gaudí levantó sus extrañas agujas. Todos los arquitectos modernos aprendieron de él a rebelarse contra las reglas establecidas. La muchacha está feliz de colgarse del brazo de su padre para salir de paseo hasta las Ramblas, el Paseo de Gracia… ¡Qué jovencita es y ya casada! Eran los tiempos del golpe militar de Primo de Rivera. Los hijos de Primo de Rivera estaban entre los soldados del regimiento. Uno de ellos era muy rápido, muy inteligente. A la muchacha le parecía absurdo no poderles sonreír porque estaba casada y qué diría el teniente coronel del segundo si la viese. Era un buen mozo. ¿Quién cerraría los ojos de aquel soldado que yo no volví a ver? ¿Y por qué cayó si tal vez…? Sí, tal vez fue una equivocación política. ¿No hubiera sido más acertado mandarlo a morir a otra parte, por ejemplo, a Burgos? Años de guerra civil. Aquel soldado que yo nunca más volví a ver estaba preso, preso político. ¿Qué efecto hubiera producido José Antonio Primo de Rivera en Burgos, frente a frente con el Caudillo? Seguramente no hubiera sido trasladado a hombros por toda España para ser enterrado con una sonrisa de triunfo en El Escorial porque… el eliminador que mejor eliminare, buen eliminador será.
Una de las escritoras más galardonadas de nuestra literatura, Carmen Martín Gaite, recuerda en uno de sus libros esta copla: Échale amargura al vino / y tristeza a la guitarra, / camarada, que se ha muerto / el mejor hombre de España. Y sigue escribiendo:
Esta copla, que al parecer nació en las trincheras, se propagó mucho por Salamanca a partir del 20 de noviembre de 1936, y el general Franco, que el 3 de octubre había instalado su Cuartel General en el Palacio del Obispo de aquella ciudad, seguro que tendría que oírla más de una vez, porque no había nada que no llegara a sus oídos alertas y suspicaces. Pero, a pesar de lo dura que era de tragar la última estrofa, nunca la prohibió. No sabemos si se miraría al espejo alguna noche, como la madrastra de Blancanieves, y vería dibujarse al fondo del azogue la sonrisa de aquel abogado joven, guapo y de encendido verbo, con el pelo peinado para atrás, cuya muerte lloraban las guitarras de la zona nacional en el umbral del primer duro invierno de la guerra. En todo caso, se encogería de hombros, respiraría con alivio y se iría a la cama, complaciéndose una vez más en su buena estrella. El oportuno fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en el patio de la cárcel de Alicante le quitaba de en medio al único líder con carisma que tal vez hubiera podido discutirle años más tarde, desde su mismo campo, la supremacía de un mando único, asentado sobre las componendas y la manipulación. Bien es verdad que le dejó la espinosa faena de lidiar con el mito del Gran ausente, expresión mediante la cual se estuvo aludiendo durante mucho tiempo al fundador de Falange Española.
Y no quisiera terminar este artículo sin citar lo que ha escrito la viuda de Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubi, en su Diario del 5 de noviembre de 1939:
…Después, el regreso con Ethel al volante y ya lista para descansar, la noticia de que venía Fred. No me puedo olvidar de que sentenció a P(rimo) R(ivera), y aunque sólo Dios sabe lo que uno haría si lo presionaran mucho, me desaparecí para no tener que darle la mano.
También es necesario, para poner punto y final a estos testimonios, traer aquí lo que más recientemente declaró el molt honorable ex president Jordi Pujol a una revista:
Mire, sé que la cita es un riesgo, pero uno de los que entendió mejor, y en circunstancias muy difíciles –se está refiriendo el Estatuto Catalán–, fue José Antonio Primo de Rivera.
JOSÉ MARÍA GARCÍA DE TUÑÓN AZA
Menuda lección de historia Joseantoniana nos ha regalado el maestro García de Tuñón Aza, nos deja apabullados, por la amplitud e importancia de las citas que nos deja, justo para conocer más y mejor al fundador de Falange, en un día como este 2o de noviembre, y del que muchos -seguramente-, no estaban muy enterados. Un digno artículo para una fecha imborrable.
Impresionante. Que leccion tan magistral de historia. Esta claro y queda reflejado con sus citas que sus contrarios politicos hablaban con gran respeto de Jose Antonio. Sin embargo desde los años 70 a partir de la transicion cuando se quiere insultar a algun politico se le llama despectivamente » joseantoniano » incluida la derecha cobarde. Que mas quisieran parecerse a el. Llos articulos de Garcia de Tuñon me hacen admirar mas al fundador aunque siempre he tenido un gran respeto por el. Y que vamos a comentar sobre su testamento antes de morir. solo un ser subleme reaciona de esa manera. Sobre su poca simpatia por la moranquia es muy logica y mas si son borbones. los describe perfectamente Ggonzalo Fernandez de la Mora en Rio Arriba-Memorias premio Espejo de España. Una peticion a Garcia de Tuñon : Siga escribiendo asi.