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EL DISCURSO DEL REY FELIPE

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Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

Cuando un Jefe de Estado no tiene competencias en la gobernabilidad de un país, los discursos que tenga a bien pronunciar carecen de interés, al saber los ciudadanos que nada de lo que diga va traducirse en acciones  políticas contantes y sonantes. Resulta casi siempre un brindis al sol y esto, para alguien como yo que no cree en las monarquías sean del tipo que sean, me confirma en la idea de su inutilidad. Por otra parte, al carecer de cualquier consecuencia, las palabras de estos altos convidados, y perdone la expresión, vienen vacías de contenido práctico, suenan como vacías, porque independientemente de lo que se aplauda por los políticos de turno -meros palmeros-, al final éstos harán lo que quieran en favor  de sus intereses, así que olvidarán el discurso del rey en cuanto no sirvan a los propósitos que defienden. Da igual el rey que sea, Felipe ahora como Juan Carlos antes, ya que todos juegan con las limitaciones que la norma constitucional impone a las monarquías parlamentaria.

Por eso, salvo los muy monárquicos a los que hay que respetar, la aparición de Felipe VI en televisión para hablarnos de las cosas de España en su mensaje de Navidad, no ha supuesto ninguna novedad, ni  ha dejado entrever grandes noticias ya que, ¿Qué iba a decir o qué podía decir?. El afirmar muy solemne que estaba contra la corrupción era algo de Pero Grullo, nadie vendría a disculpar una de las lacras más profundas de la sociedad actual, en la que por cierto ha caído su propia hermana aunque el rey no la citara de forma nominal. Era una obviedad que no necesita más explicación. Igual diríamos de su opinión sobre el problema de Cataluña, en la que de modo tan lógico como leve,- no nombró ni siquiera al presidente de la Generalitat, el inefable  Más-, donde expresó su deseo de una España unida,  advirtiendo que aquí, nadie es adversario de nadie, ¡buena noticia¡, tratando de no disgustar al rebelde e hipócrita secesionista.

Naturalmente, expresar su condolencia por los millones de parados que hay en este país, sin proponer una solución efectiva no tiene mayor trascendencia, pues eso faltaba, que un rey no se sintiera afectado por la gran tragedia del mundo laboral. Cualquier español de a pié, incluso en las zonas separatistas porque también la sufre, no diría otra  cosa; así que en definitiva, puesto que estas tres  preocupaciones son las que vive el pueblo español con más crudeza y dolor, su discurso era previsible hasta en el Polo. Sin embargo nada opinó sobre los otros separatismo, vasco y navarro y acaso gallego, donde existen graves problemas de integración, ni nada habló sobre los presos de Eta y sus sueltas. Tampoco nada dijo acerca de los acosos que sufren los católicos en sus creencias, o el drama continuado de los desahucios provocados por un capitalismo exacerbado e insolidario; ni de ese ridículo aumento del salario mínimo, que, ¡Pasmo¡, sube en dos o tres euros al mes. Todo un detalle. En fin como decía el viejo refrán ibérico, ¡para ese viaje no hacen falta alforjas¡ Como tantas veces, en estos años, el discurso del rey no ha servido, no servirá para nada, por mucho que nos repitan los fabulosos porcentajes de audiencia. Algo que pongo en duda, porque personalmente no lo he podido constatar.

Y nada de lo que escribo es por molestar a este rey, ni a ninguno.

Eduardo López Pascual. Responsable de comunicación de Falange Auténtica. Murcia.

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