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LA IMPORTANCIA DEL TONO

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

He dudado si titular el artículo de otro modo; por ejemplo, “La estrategia del Tono”, “La oportunidad del Tono” o con algún otro epígrafe, para analizar el uso que hacen algunos de manera notable y, claramente intencionado, cuando se dirigen a un público y que consiste en la “inflexión de la voz y modo particular de decir una cosa, según la intención del que habla”; definición con que el diccionario explica uno de los sentidos del vocablo tono.

Quizá de todos los títulos posibles el que mejor se ajuste al contenido de lo que voy a analizar sobre ese modo de uso del tono sea el que puede asociarse a la definición de táctica, como “habilidad o disimulo para conseguir un fin”. Por ello, el encabezamiento podría haber sido con este titular: “La táctica del Tono”; pero como ello tiene su importancia, su mucha importancia, para quien lo emplea, dejemos que esta palabra complete el título del artículo.

Es comentario general entre analistas y tertulianos de radio y televisión el tono suave, sin estridencias, casi melifluo con que Pablo Iglesias II interviene en charlas y debates públicos.

Pero esto no es nuevo. Quizá quienes nacieron después de la dictadura o ya avanzada la democracia, es decir quienes ronda los cuarenta y tantos años piensen que este joven de su generación, adornado con las formas externas que la distinguen, como la coleta, la barba, cuidada en este caso, pendientes, no sé si lleva “piercing”, trae una nueva manera de hablar, mejor dicho, un tono que es distinto al del resto para decir, denunciar o anunciar programas políticos, por otro lado tan radicales. Todo ello de un modo educado, aunque imperturbable, revolucionario si bien contenido. Vamos que es la finura, la delicadeza en persona, la mano de hierro en guante de seda, para poner la política, la economía y el sistema patas arriba sin que la sociedad vaya a sufrir ni un rasguño.

No, señores. No, jóvenes. Esta es una vieja táctica que nació del Partido Comunista allá por los años 50 a 60 del siglo pasado cuando el partido se dio cuenta de que con su terrible historia de crímenes y sangre no podría estar ni participar en futuros sistemas y gobiernos democráticos, como era el caso de la España que vendría después de la muerte de Franco. Los comunistas, duchos más que nadie en el camuflaje y en la clandestinidad, cambiaron de “look”, como se dice ahora; en definitiva, de ropajes políticos, de discursos radicales, dulcificaron la agresividad de sus símbolos, como el amenazante de la hoz y el martillo, aflojaron el puño cerrado y fueron dejando el eco tronante hasta de los himnos, como La Internacional, musicalmente bello, para aparecer al fin como mansos e impolutos demócratas de toda la vida. Era y es toda una consigna nacida en politburós, comités e internacionales del comunismo. Recuerdo aún a alguno de aquellos individuos interviniendo en las asambleas con el tono de un misionero, con perdón. Estoy seguro también del convencimiento, de la creencia a pies juntillas de algún otro, incluso de su bondad personal, cuando hacía sus propuestas asamblearias. A la memoria me viene, entre otros, Ángel Nieto, comunista convencido que de vez en cuando venía a mi casa para intentar llevarme con cierta sutileza a su redil marxista. Era una buena persona y su conducta regida por una ética personal la mantuvo hasta su jubilación años después.

Quienes lo vivimos no podemos olvidarnos de ello; porque, jóvenes también entonces y desconocedores de mucha de la historia que hoy sabemos sobre esa ideología y sus horrores, porque ahora hemos tenido ocasión de leer muchos libros y documentación, quedamos si no embaucados sí impactados por aquellos comunistas que intervenían en las grandes asambleas de las fábricas con un tono de voz correcto y convincente que invitaba al diálogo y a la acción por la justicia social, todo rematado constantemente con la apelación a la democracia y por la democracia; el mismo tono y de la misma forma con que lo emplea hoy don Pablo Iglesias II, el bien peinado y de cuidada coleta.

Es decir, nada nuevo bajo el sol de sesenta años para acá en cuanto a las formas; pero lo mismo de siempre en cuanto al fondo doctrinario, inveterado, gastado, fosilizado, sin sentido ni soluciones, que no se haya vivido ya dolorosamente por una parte de la Humanidad como una catástrofe y un holocausto de cien millones de seres humanos. Tal es el contenido y aplicación de la ideología comunista.

Ha sido uno de los miembros de la cúpula de esa nueva formación el que, quizá por una incontinencia verbal irresistible a la pasión de su propio fanatismo ideológico, el que ha corrido un poco el telón, ha asomado la cabeza por un lado y ha dicho al público el título dulcificado de la obra que vamos a ver cuando se corra del todo el trampantojo: “un leninismo amable”. Como si la amabilidad y el leninismo, condiciones demostradas políticamente incompatibles por la Historia, hubieran podido formar parte alguna vez de un mismo ser: Vladimir Ilich Uliànov, alias Lenin.

¡Ay, el tonito, el tono de don Pablo! Hace muchos años, antes de que usted viera la luz, nosotros ya habíamos intuido por qué derroteros nos quería llevar esa tonada. Como dice la parte sabia del pueblo, la que no pierde la cabeza por las palabras mitineras de “una banda de científicos locos armados con bombas nucleares”: ¡cómo para que nos la den con queso! Adquirido en los almacenes del Estado soviético.

            Pedro Conde Soladana   

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