Señoras y señores, amigos y camaradas:
En nombre de Falange Auténtica quiero agradecerles su asistencia a este acto de presentación de la última novela de Josele Sánchez, que profundiza en la vida y milagros de Santiago Carrillo, uno de los personajes más siniestros y oscuros de nuestra historia mediata.
Las presuntas beldades de la II República han llegado a repetirse como un mantra recurrente en la orilla izquierda de la política española. A tres cuartos de siglo de su colapso como proyecto histórico, se nos quiere presentar hoy como una joven democracia que resiste el asedio del oscurantismo con una determinación popular digna de un boceto de Delacroix. Un oscurantismo de corte feudal, signado de mitras y espadones.
Ávidos de impostura, los mitólogos del periodo completan el aguafuerte de las furias antirrepublicanas con el fantasma de una violencia fascista al servicio de los intereses de la más añeja oligarquía. Un papel que se quiere atribuir,gratuitamente,a los hombres y las mujeres que en aquellas jornadas premonitorias de espanto y de muerte no soñaban sino con la Patria, el Pan y la Justicia para todos los españoles.
Si la fecha del 14 de abril de 1931 supuso para la Falange fundacional la efeméride de una esperanza revolucionaria trágicamente baldía, la del 16 de febrero de 1936 –que marca el triunfo del Frente Popular- se erige para los falangistas del siglo XXI en el emblema de una burda y mal hilvanadatergiversación histórica.
En este entorno de manipulación y deconstrucción de los hechos objetivos, los historiadores están llamados a restablecer (urgentemente, científicamente), la verdad frente ala falsedad de lo acaecido en aquellos meses infaustos, en la guerra civil que les sucedió y en los duros años de represión de la postguerra.
Pero es muy de temer que a los especialistas no se les permita trabajar con serenidad. Una narrativa alternativa puja por imponer un relato eminentemente emocional sobre los fríos datos históricos, llevando a la mentalidad contemporánea a aventurarse por los derroteros del mito, de la memoria subjetiva, que son tan inciertos como aparentes.
Esta interferencia de lo ideológico debe denunciarse desde la pulcritud y la honestidad intelectual, sendas virtudes refractarias a los aventureros de la ingeniería social y cultural al servicio dela ideología.
Porque la ideología no puede resistirse nunca a modular convenientemente los datos puros de la realidad fáctica para ennoblecer la vida y milagros de unos,en detrimento de todos lo demás. Éste es el esquema invariable de un infantil ejercicio de maniqueísmo elemental que reparte entre los actores del drama histórico los papeles de buenos y malos, de héroes y villanos, según la perspectiva sesgada que se quiera adoptar.A la manera de la Formación del Espíritu Nacional del franquismo, o del intento fallido de “memoria histórica” o “educación para la ciudadanía” del socialismo revanchista de Rodríguez Zapatero.
Precisamente, uno de estos dudosos héroes modernos, elevado a los altares profanos por mor de la ideología, fue el personaje que esta tarde nos ocupa: Santiago Carrillo.
Los motivos de esta hipóstasis se hallan en aquel juego de intereses y repartos que supuso La Transición del franquismo al régimen borbónico, en que la participación del Partido Comunista se estimó como un factor ineludible para la normalización democrática y la credibilidad de todo el proceso de cambio político.
Nada tenemos que objetar a este hecho. Una democracia que impone el veto a un partido o a toda una tendencia política contravendría las formas esperadas de tal régimen. El veto, la censura previa, se ejerce en la democracia liberal a través de los medios de comunicación y de las cloacas del Estado y, en este caso, sencillamente no se estimó oportuno.
Esta ocasión para restituir al Partido Comunista a la normalidad democrática reveló, como efecto colateral, la necesidad de un pacto insidioso para lavar la imagen pública y enterrar el pasado sangriento del dirigente histórico y, a la sazón, Secretario General del PCE. Y eso ya tiene muy poco que ver con los ideales de la democracia, que se reclaman –ante todo- de los Derechos Humanos.
Porque Santiago Carrillo, que va a pasar a los libros de historia cohonestado como gran adalid de la restauración democrática del 75, es también el genocida de Paracuellos, el amigo de Ceaucescu, el depurador de muchos dirigentes comunistas españoles exiliados en la Unión Soviética.Pelillos a la mar. Su participación determinante en el proyecto borbonista le valdrá un salvoconducto para participar en la cosa pública –y para vivir de la cosa pública-,exonerado de cualquier responsabilidad pendiente.
Inicialmente, la denuncia de este estado de cosas fue patrimonio exclusivo de los sectores derechistas más radicales, muchas de cuyas familias fueron alcanzadas en el pasado por el zarpazo homicida de Carrillo. De ese mismo personaje que, por exigencias del guion, estaba siendo reconvertido en un demócratade los de toda la vida. Para mayor escarnio, el descrédito general acordado contra esa derecha de genealogía franquista provocó un efecto colateral favorable a la rehabilitación del líder comunista: su responsabilidad en el Madrid que fue del terror rojo podía zanjarse al insinuar una malintencionada exageración proveniente de sus enemigos más viscerales, una insidiosa acusación sin pruebas oun coletazo nostálgico del régimen moribundo.
El propio Josele Sánchez podrá explicarnos hasta qué punto esta lógica continúa operando plenamente y con qué facilidad el investigador, el novelista, intenta ser desactivado al atribuírsele el vergonzante calificativo de ultraderechista. Sin ni tan siquiera serlo.
Este enaltecimiento pactado de Carrillo resulta más dramático, si cabe, porque necesita ocultar a la opinión pública la gesta de los verdaderos héroes de aquellas jornadas infaustas. Gentes como Melchor Rodríguez, apodado «El Ángel Rojo», que sin renunciar a su fe anarquista dedicó todos sus esfuerzos a salvar vidas durante la represión comunista, sin reparar en la filiación política de los perseguidos. O como Félix Schlayer, diplomático alemán al servicio de Noruega en el Madrid de la guerra, que descubrió las matanzas de Paracuellos y las denunció ante las autoridades republicanas y ante el cuerpo diplomático.
En el caso de Carrillo, de nada sirvieron los hechos probatorios. Todo el sistema borbonista (el institucional, el político, el mediático, el académico y el judicial a partes iguales) se conjuró en la defensa de aquel icono encarnado por un fumador empedernido de dudosa higiene corporal, que destilaba por los micrófonos radiofónicos un aplomo cínico y engolado que ya hubiese querido para sí cualquier despiadado comandante de Gulag, a la hora de dirigirse a sus aterrados prisioneros a través de la megafonía interna del campo de concentración.
A título anecdótico, fue esta defensa a ultranza de la irresponsabilidad de Carrillo lo que condujo al exjuez Baltasar Garzón a una prevaricación de libro, que debería exponerse en cualquier Facultad de Derecho del mundo. De la irresponsabilidad, que no de la inocencia.
Un último reducto de dignidad y vergüenza impidió al poder político promoverel homenaje póstumo al viejo criminal, como ya ocurriera con su partenaire de toda la vida, Dolores Ibárruri, que lo precediera un tiempo en el descenso al infierno de los comunistas. “Pasionaria”: nunca se ponderará suficientemente el ingeniodel pueblo español a la hora de fraguar apodos.
¿Habría, pues, que dejar las cosas en este punto? La muerte del perro, ¿acaso no acaba con la rabia? Y, sobre todo, ¿hay necesidad de hurgar en un pasado donde toda España tiene un muerto que velar, tal vez un muerto que ocultar?.
Sólo comprenderán el proceder de Josele Sánchez al escribir su novela quienes sientan la responsabilidad de transmitir a las generaciones venideras una historia veraz, depurada en la medida de lo posible de toda parcialidad, subjetividad y juicio de valor. En una palabra, quienes se sientan interpelados por la verdad. Y la verdad, en el asunto que esta tarde nos ocupa, no es otra que la de una democracia que hipostasió a un genocida inconfeso a la calidad de sus Pares fundadores.
Si la razón funcional dicta que el fin (en este caso, la instauración de la democracia en España) justifica los medios (la impunidad del asesino de Paracuellos), Falange Auténtica dice no; proclama una vez más su fe inquebrantable en la verdad histórica;renueva su compromiso con la justicia; y acompaña en el dolor a las víctimas de aquel holocausto que la mal dicha “memoria histórica” ha pretendido ningunear.
Por su formación académica y profesional, por la extensión y variedad de los campos de interés y reflexión que practica, Josele Sánchez es un digno cultor de esa objetividad e imparcialidad que tanto necesitamos. Licenciado en Periodismo y en Ciencias Empresariales, Máster en Dirección de Empresas y, también, en Dirección de Marketing es, además, novelista, poeta y ensayista. Con una decena de obras en su haber, ya fue ganador del concurso literario de las Fuerzas Armadas. Además ha publicado cerca de trescientos artículos, siendo colaborador habitual de medios de comunicación de España e Hispanoamérica.
Falange Auténtica se complace en presentarles a Josele Sánchez, autor de “Con la piel de Cordero”, una obra sobre el genocida de Paracuellos que, desde su lanzamiento, se convirtió en la novela más vendida en AMAZÓN, la librería digital más famosa del mundo.