Por Kiko Méndez-Monasterio
La peor prosa del franquismo -también la hubo buena, muy buena- era aquella que alargaba los iconos falangistas en metáforas interminables. Pasaba sobre todo con la primavera, dotada de poderes taumatúrgicos, invocada hasta el extremo por aquella legión de chaquetas blancas en sus discursos repetidos. La primavera se reía, ondeaba banderas victoriosas y acunaba margaritas, rosas y amapolas que reemplazaban a la vez los hielos y las penurias. No era una estación, era todo un rompimiento de gloria.
Los prosistas de entonces no lo decían, pero a veces -como ahora- llega la primavera y todavía hace frío. Incluso en Andalucía han votado con abrigo, presintiendo que allí no cesa el invierno socialista, como si fuera todo el sur de España -en lo político- el jardín del gigante de Oscar Wilde. Eso ya lo sabíamos todos, por eso la verdadera noticia de estas elecciones era contemplar la resistencia del bipartidismo y las nuevas formas de los recién llegados, quienes por fin tendrán que dejar sus postureo alternativo y juguetón para retratarse en la política de los mayores.
Lo cierto es que, a partir de ahora, en los problemas de los andaluces no va a pensar nadie. Ellos tampoco han pensado que el partido más corrupto de Europa mereciera un castigo. En realidad esto era un ensayo general para mayo y lo que venga y Susana Díaz no ha encontrado el respaldo que deseaba. Ahora tendrá que reivindicarse más como política capaz de pactos interesantes que como conseguidora de mayorías. Quizá no sea suficiente para su asalto a la secretaría general. El Partido Popular en Andalucía no está, pero tampoco se le esperaba. De hecho puede que por fin los populares tengan alguna oportunidad de influir aunque sea mínimamente en san Telmo. ¿Con quién otro podría pactar Susana? O al menos pedir una abstención de cortesía que le permita gobernar en minoría.
Entre los neófitos es más difícil que encuentre apoyo, porque no es probable que Podemos o Ciudadanos quemen su eslóganes de regeneración y ruptura apoyando la continuidad del inagotable régimen del PSOE. Izquierda Unida lo hizo, y ahora es una partido anecdótico. A Díaz sólo le queda el Partido Popular. Los dos protagonistas del bipartidismo parecen condenados a entenderse, mejor dicho, a fusionarse para mantener los resortes del poder. Les importará bien poco que esta alianza sea percibida por la sociedad española como la más evidente confirmación de que no hay diferencias entre PP y PSOE, dando alas al discurso más revolucionario, que podrá empezar a hablar de que hay que derrotar al partido único.
Y en fin, que sigue el hielo, el viento y la nieve. El frío cadavérico y corrupto de la vieja política no deja un resquicio para la primavera.
Artículo de Kiko Méndez-Monasterio publicado en el diario La Gaceta.