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«José Antonio Primo de Rivera, condenado a muerte»

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Impresiones de una Sesión Histórica.

Ajeno al hervidero de tanta gente heterogénea, amontonada en la sala, José Antonio Primo de Rivera , lee, durante un paréntesis de descanso del Tribunal, la copia de las conclusiones definitivas del Fiscal. No parpadea. Lee como si se tratara en aquellos pliegos de una cosa banal que lo le afectara. Ni el más ligero rictus; ni una mueca; ni el menor gesto alteran su rostro sereno. Lee, lee, con avidez, con atención concentrada sin el que zumbido incesante del local le distraiga un instante. Aquellos papeles no son más que la solicitud terrible del Fiscal de un castigo severísimo para el que los lee. Para él y para sus hermanos sentados más allá, con las manos cogidas, bisbiseando un tierno dialogo inacabable  que fisgan los guardias que los cercan. Luego, apenas reanudada la sesión es ya el Fiscal quien lee aquellos pliegos monorritmicamente, sin altibajos ni matices. Primo de Rivera oye la cantinela como quien oye llover; no parece que aquello, todo aquello, tan espeluznante, rece con él. Mientras lee el Fiscal, él lee, escribe, ordena papeles… Todo sin la menor afectación, sin nerviosismo. Margarita Larios está pendiente de la lectura y de los ojos de su esposo Miguel, que atiende, perplejo, a la lectura que debe parecerle eterna. Lee, lee el Fiscal, ante la emoción del público y la atención del Jurado. José Antonio sólo levanta la cabeza de sus papeles cuando, retirada la acusación contra los oficiales de Prisiones, los ve partir  libremente entre el clamor  aprobatorio del público. Pero sólo dura un leve momento  esa actitud con la que no expresa sorpresa, sino quizás, vaga esperanza. Inmediatamente comienza a leer reposada, tranquilamente sus propias conclusiones definitivas que el público escucha  con intensa atención. – Informa el Fiscal. Es el suyo un informe difícil. Acumula cargos y más cargos deduciéndolos de las pruebas aportadas. Margot se lleva su breve pañuelito  a los ojos que se llena de lágrimas. Miguel escucha pero no mira  al Fiscal: sus ojos están pendientes del rostro de su hermano en el que se escruta ávidamente  un gesto alentador  o un rasgo de derrumbamiento. Pero José Antonio sigue siendo una esfinge que sólo se anima cuando le toca el turno de hablar en su defensa y en la de los otros dos procesados. Su informe es rectilíneo y claro. Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de oratoria forense que el público escucha con recogimiento, atención y evidente muestras de interés. -Los periodistas se acercaron al defensor de sí mismo y de sus hermanos. Eran periodistas de izquierdas y dialogaron brevemente del curso de los debates y de la política. -Ya habrán visto- dijo -que no nos separan abismos ideológicos. Si los hombres nos conociéramos  y nos habláramos esos abismos que creemos ver  apreciaríamos que no son más que pequeños valles.

Luego ha venido la tortura para todos, -público y procesados-, de la deliberación del Jurado que ha durado horas y horas de incertidumbre. Al fin, la sentencia. Una sentencia ecléctica en la que el Jurado ha clasificado la responsabilidad según la jerarquía de los procesados. Y aquí quebró la serenidad de José Antonio Primo de Rivera ante la vista de su hermano Miguel y de su cuñada. Sus nervios se rompieron: La escena surgida la supondrá el que la leyere. Su emoción, su patetismo, alcanzaron a todos.

Visto en la página web de Plataforma 2003.

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