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Un soldado herido en Afganistán: Cuando un 42% de discapacidad es insuficiente

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«Yo antes era una persona feliz, alegre. Con lo que me han hecho, mi sonrisa se ha borrado», dice Iván Ramos en su presentación. El 13 de abril de 2011 comenzó el calvario de este legionario «por vocación», que vio cómo su vida cambiaba para siempre tras un accidente en Afganistán, donde estaba destinado. En aquel momento, Ramos tenía 28 años y llevaba ya una década en el ejército, cuatro de esos años en la Unidad de Operaciones Especiales. A su regreso a España ha tenido que luchar por recuperarse de sus lesiones -se sometió a su última operación a principios de mes- y también por que Defensa reconozca sus «derechos».

El Mundo / El día del accidente, 14 después de haber llegado a la base situada en la zona del Herat, había alerta por peligro de coche bomba. El ahora ex legionario decidió salir en la patrulla en la que tenían previsto trasladar material al norte del país, a pesar de que ese día no le tocaba viajar en el convoy, porque «no quería que le pasase nada a otro compañero». A poca distancia de la base, los dos primeros vehículos con los que viajaban adelantaron a un camión, pero cuando ellos se disponían a hacer la misma maniobra, el vehículo se les echó encima. El conductor del Lince -el blindado en el que se encontraba Ramos- intentó esquivarlo debido a la amenaza de bomba y el resultado fue que dieron varias vueltas de campana por la inestabilidad característica de este vehículo antiminas. El español fue el peor parado de todos porque estaba en la posición del tirador y la parte superior del carro de combate se desprendió. Tuvo que ser operado de urgencia por médicos estadounidenses que intentaron salvar su vida, pero que no pudieron hacer nada por un riñón y el bazo. Ramos, además, se rompió un total de 17 huesos, perdió audición y tiene amnesia a corto plazo.

Durante los tres días que permaneció ingresado en Afganistán, asegura que se sintió «muy bien cuidado»; los problemas llegaron a su regreso a España. Una vez en Madrid, sufrió severos dolores durante su recuperación, lo que le llevó a pasar por tres hospitales en busca de la mejor atención. A eso se le sumó la búsqueda del reconocimiento oportuno por parte de la institución militar, que denuncia que todavía no ha llegado.

La primera vez que pasó por el Tribunal Médico Militar, éste le otorgó un 24% de discapacidad, lo que significaba que no tenía derecho a pensión por un 1% de diferencia y que el tratamiento médico se lo tendría que financiar con sus medios. Sin embargo, Ramos ya «sabía» que no iba a estar conforme con esta valoración, por «antecedentes de otros compañeros», así que optó por pasar por el examen médico de la Comunidad de Madrid con anterioridad al militar. Así, la institución pública le dio el 10 de agosto de 2012 un 65% de discapacidad.

Este fue el momento en el que el ex legionario se dio cuenta de que «sólo era un número» y de que querían que se fuera del ejército «porque ya no servía», aunque él sostiene que podría haber continuado en el cuerpo ejerciendo otras funciones, como la de instructor. «Lo que más me hundió fue haber perdido mi destino, no me dieron opción a decidir porque todo es confidencial», asegura. Asimismo, entendió que, a su juicio, era el momento de pelear para que desde Defensa reconocieran el grado de discapacidad que «realmente» tenía, puesto que de lo contrario le pasaría lo que al resto de sus compañeros: «Palmadita en la espalda y a la calle, es lo que nos hacen a todos».

Reunió muchísimos documentos, además del de la Comunidad de Madrid, e informes periciales que le llevaron a gastarse más de 10.000 euros. Así, consiguió una nueva valoración, esta vez por parte de la Junta Médico Pericial Superior, que le subió el porcentaje de discapacidad a un 42%, «insuficiente», en su opinión. Esto supone que no llega al 50% necesario para que se considere una discapacidad grave y tenga derecho a la máxima pensión. «A todos les suben un poco cuando se quejan para callarles la boca», lamenta. Durante este segundo proceso, la Comunidad de Madrid ya le había subido el grado a un 75% (en marzo del año pasado). Ramos asegura que él, por aquella fecha, ya no quería seguir en el ejército, aunque «lo amaba», porque estaba sumido en una depresión y un estado de ansiedad muy fuerte, que se unía a los dolores que padecía, y que todavía no han remitido.

Desde la familia afirman que van a pedir una revisión del último peritaje elaborado por Defensa, aunque «probablemente la desestimarán porque no se la suelen dar a nadie». Se basarán en la operación de espalda a la que se sometió el 3 de marzo y en que nunca le han valorado la pérdida de audición que sufrió tras el accidente. Ramos considera que su situación es injusta y espera que su denuncia sirva para que más compañeros en su lugar pierdan el miedo a dar la cara y defender sus derechos. Por eso, está pensando en crear una plataforma para afectados junto a su madre.

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