1. Marx, José Antonio y el profesor Sacristán
Lecturas de filosofía moderna y contemporánea (Trotta, 2007) es uno de los textos de Manuel Sacristán publicados después de su muerte en 1985. El libro recoge una gavilla de artículos diversos, en su mayoría inéditos. Manuel Sacristán ocupa un lugar sobresaliente en el pensamiento español como experto y doctrinario marxista. Nacido en 1925, se licenció en Filosofía y Derecho, estudió Lógica y Filosofía de la Ciencia en Alemania, impartió sus saberes en la Universidad de Barcelona y elaboró una muy dilatada obra. En su primera juventud Sacristán militó destacadamente en la organización juvenil falangista y conoció a fondo los textos de José Antonio. Sobre 1946 rompió con esa militancia y se fue decantando hacia el marxismo, doctrina que sería la raíz de una sobresaliente producción intelectual. Como miembro del clandestino partido comunista ostentó un papel de primer rango.
Sacristán es una muestra de la unión del intelectual y la política. Un eslabón en la cadena de la politización de los intelectuales, muy pujante desde los años de entreguerras, que ha llegado hasta nuestros días. El perfil del profesor Sacristán –su condición de intelectual y de político– es el idóneo para el análisis de la presencia de Carlos Marx en José Antonio. Éste fue un político con curiosidad intelectual que, en la España de la II República, tenía que dar cuenta y razón del marxismo.
En estas Lecturas se recogen artículos sobre Kant, Husserl, Leibniz, Marx y Sartre. Curiosamente, el cuarto trabajo está dedicado al Pensamiento político de José Antonio Primo de Rivera. Según el editor, este inédito pertenece a los primeros años cincuenta y está redactado para una nonata Enciclopedia Política Argos. Para esa misma enciclopedia se recogen en el libro otras voces del autor como Libertad, Simone Weil y Personalismo. Es muy probable que la voz José Antonio le fuera encargada a Sacristán por sus antecedentes falangistas.
El texto es una típica entrada de un diccionario enciclopédico; ocupa nueve páginas en las que resume el ideario de José Antonio a quien define «no como un filósofo político» sino como «un político con ideología propia». Por la relevancia doctrinal de Sacristán y su adscripción marxista es natural que de todos los capítulos nos llame la atención el dedicado a José Antonio, quien aparece acompañando a pensadores de prominente rango intelectual.
Lo verdaderamente interesante del trabajo es el dictamen de Sacristán al analizar la crítica de José Antonio al marxismo. Escribe que «el juicio sobre el marxismo se abre con una asimilación de sus aciertos». Y sigue diciendo que ese reconocimiento «se hace, primero, desde el punto de vista científico», conforme con lo expresado en la conferencia de José Antonio en el Círculo Mercantil de Madrid el 7 de abril de 1935 y de la que reproduce el correpondiente párrafo.
Con apoyatura en citas literales Sacristán sostiene que José Antonio «acepta sin vacilaciones el núcleo del marxismo científico, en particular, la ley de aglomeración del capital» la que afirma que se está cumpliendo. Y sigue: «Acepta también, explícitamente, las predicciones de Marx acerca del fenómeno de la proletarización, acerca del desocupamiento forzoso y, lo que es más importante, acepta la teoría marxista de la crisis» (subrayados de Sacristán).
Continúa examinando otro texto del mismo año –una conferencia de José Antonio en Valladolid el 3 de marzo de 1935– y dice: «Pero no es sólo la crítica científica marxista lo aceptable para el fundador del falangismo, sino que también suscribe el punto de partida político del marxismo militante.» Se funda en la aseveración joseantoniana de que la «propiedad, tal como la concebíamos hasta ahora, toca a su fin; van a acabar con ella, por las buenas o por las malas, unas masas que en gran parte tienen razón y que, además, tienen la fuerza. […] Tal es nuestra nueva tarea ante el comunismo ruso, que es nuestra amenazadora invasión bárbara. En el comunismo hay algo que puede ser recogido, su abnegación, su sentido de solidaridad».
Pero justamente aquí Sacristán hace una advertencia: «Ahora bien, en esta última frase se apunta una clara enemistad con el marxismo. En efecto: luego de aceptar el valor científico de la mayoría de las tesis marxistas, J. A. P. de R. se revuelve contra sus consecuencias espirituales que juzga improcedentes.» Y apoya su juicio con la cita del discurso de la Comedia en el que José Antonio, después de justificar y legitimar el nacimiento del socialismo «contra aquella esclavitud liberal», señala que «vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases».
Refuerza la enemistad con una segunda cita:
«Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un nuevo orden en lo económico, no nos asustaríamos. Lo que pasa es que la revolución socialista es algo mucho más profundo. Es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la historia; es la sustitución violenta de la religión por la irreligiosidad; la sustitución de la patria por la clase cerrada y rencorosa; la agrupación de los hombres por clases y no la agrupación de los hombres de todas las clases dentro de la Patria común a todos ellos; es la sustitución de la libertad individual por la sujeción férrea de un Estado […] Es la venida tempestuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana.»
Sacristán apostilla el párrafo diciendo que en él «se aprecia con total claridad que las razones del antimarxismo joseantoniano no son político-económicas, sino histórico-morales». La cita de José Antono pertenece a un discurso en el Cine Europa, el 2 de febrero del 36 (en el texto de Sacristán están equivocados la fecha y el lugar).
Ésta es en esencia su opinión acerca de José Antonio y el marxismo. En el resto del artículo, repasa sumariamente y de modo descriptivo los conceptos del hombre, de la libertad, de la economía sindical, de la patria y del nuevo estilo manifestados por el fundador de Falange. De esa parte tiene interés el que, en muy pocas líneas, subraya la oposición de José Antonio al totalitarismo, «pese a que los giros estilísticos totalitarios son frecuentísimos en sus escritos». El artículo destaca por la novedad del enfoque, la finura crítica y la calidad de síntesis.
2. Adiciones a Sacristán
Es evidente que Sacristán conocía a fondo los textos de José Antonio. Asimismo, por su dominio del marxismo pudo radiografiarlos, confrontarlos y redactar este sustancioso y desacostumbrado análisis, inédito medio siglo.
Como cualquier entrada de diccionario, lo probable es que al redactar la nota, contó con la servidumbre de la extensión. Nuestro caso es distinto; podemos demorarnos en algún punto y utilizar la lupa de la curiosidad. Lo hacemos fijándonos en dos de los conceptos marxianos aceptados por el fundador de la Falange de especial importancia. Son la agonía del capitalismo y la teoría de la plusvalía.
La agonía del capitalismo
El vaticinio del final del capitalismo tiene tal peso en José Antonio que obliga a subrayarlo. Para él es como un axioma. Lo acepta de plano: «Las previsiones de Marx se vienen cumpliendo más o menos de prisa, pero implacablemente», dice el 19 de mayo del 35. Hasta el punto que en la misma ocasión responde a los que sostienen que Marx se equivocó en sus previsiones argumentando que «los que se equivocan son los que le achacan ese error». Y también pocos meses después: «Os decía que el fenómeno del mundo es la agonía del capitalismo. Pues bien: de la agonía del capitalismo no se sale sino por la invasión de los bárbaros o por una urgente desarticulación del propio capitalismo. ¿Qué vamos a elegir sino esta salida?» (17 nov 35). (Resaltemos que esta rotunda opción por la urgente desarticulación del propio capitalismo la pronuncia José Antonio en la clausura del II Consejo Nacional de Falange.)
El aserto lo reitera un mes más tarde, el 16 de enero de 1936: «He aquí una grande y bella tarea para quienes de veras considerasen a la patria como un quehacer: aligerar su vida económica de la ventosa capitalista, llamada irremediablemente a estallar en comunismo.» Y horas más tarde: «La gran tarea de nuestra generación consiste en desmontar el sistema capitalista, cuyas últimas consecuencias fatales son la acumulación del capital en grandes empresas y la proletarización de las masas» (19 enero 1936).
Otra muestra; el 2 de febrero del mismo año afirma: «El capitalismo liberal desemboca, necesariamente, en el comunismo. No hay más que una manera, profunda y sincera, de evitar que el comunismo llegue: tener el valor de desmontar el capitalismo…». Y el 5 de febrero al fenómeno general de la crisis lo califica como estertor del capitalismo. Y certifica la desaparición de la propiedad privada por causa del propio capitalismo: «Así que el capitalismo no sólo no es la propiedad privada, sino todo lo contrario. Cuanto más adelanta el capitalismo, menos propietarios hay, porque ahoga a los pequeños.» En las vísperas de su condena, el 16 de noviembre de 1936, afirmó: «Falange Española ha creido desde un principio en que el sistema capitalista está en sus últimas manifestaciones.»
La plusvalía
Es muy curioso que este concepto no esté recogido en el artículo de Sacristán. Lo probable es que la ausencia se derive de las fuentes por él manejadas. La edición de las Obras de José Antonio que circulaban en los primeros años 50 –que fueron las utilizadas por el profesor catalán– eran en realidad obras incompletas. Pero, como avezado conocedor de Marx, Sacristán sabía de sobra la importancia de la plusvalía en la Crítica de la Economía Política y es seguro que si hubiera conocido su mención por José Antonio la hubiera registrado en el artículo.
La plusvalía en José Antonio comporta un salto cualitativo en su programa. De los enunciados marxianos que influyen en él ninguno tiene la entidad de la plusvalía. El hecho abre interrogantes cuya respuesta –con los datos disponibles– no conocemos. Tenemos por un lado la pregunta de cuál sería su dominio del complicado concepto y, por otro, al proyectarlo en el terreno de su aplicación real, cuáles serían las fórmulas para su articulación en el sistema productivo y su encaje con los restantes factores del mismo. De ello no dejó noticia alguna.
De modo sumario puede esbozarse la noción de la plusvalía aun aceptando el sentir común de su alto nivel de abstracción y dificultad. La teoría de la plusvalía es inherente a la ley del valor que dice que el valor de cada mercancía está determinado por el cuanto de trabajo materializado en su valor útil, determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Para Marx los puntos esenciales de su descubrimiento son: por un lado, el doble carácter del trabajo según se expresa en valor de uso o en valor en cambio; por el otro, el análisis de la plusvalía. Para él, en el sistema de producción capitalista, el valor de la mercancía deriva del valor de uso de la fuerza de trabajo, del tiempo socialmente necesario para producirla. El capitalista compra la mercancía fuerza de trabajo que es la que produce nuevas mercancias cuyo valor de intercambio es superior a la mercancía primera. En el valor de cambio esa mercancía tiene un valor adicional, una plusvalía, que es trabajo no pagado por el capital. La ganancia es una apropiación del tiempo de trabajo no retribuido. La plusvalía es la fuente de acumulación del capital. Su existencia es consustancial con el modo capitalista de producción, sin ella éste no puede existir y no puede abolirse más que con la abolición del capitalismo. El productor de la plusvalía es el capital variable.
3. José Antonio y las menciones de la «plusvalía»
En su corta andanza política la utilización de la plusvalía por José Antonio es tardía. Es una novedad que en su léxico aparece a finales de 1935 y que la reitera en 1936. En total, siete veces; pero a la parvedad de la cifra hay que sumarle que solamente en tres ocasiones la expuso ante auditorios abiertos. La innegable importancia teórica del concepto no se refleja proporcionalmente en el discurso joseantoniano, ni por el número de veces ni por su intensidad retórica.
José Antonio repite su propuesta con frases muy semejantes y con igual significado: la plusvalía se asignará no al capital, no al Estado, sino al trabajo; pero al trabajo constituido en sindicatos verticales. El mensaje se queda en pura enunciación sin desarrollo. Vayamos cronológicamente al detalle.
En el Arriba del 21 de noviembre de 1935, en su última página, aparece un manifiesto, Obreros españoles, sin firma, redactado por José Antonio. Dentro hay un párrafo sosteniendo que el Movimiento Nacionalsindicalista ha encontrado «una salida justa, ni capitalista ni comunista» y en la que «sobre todo, asignará la plusvalía, no al capitalista, no al Estado, sino al productor encuadrado en sus Sindicatos». Tipográficamente, el texto no muestra ningún realce.
La siguiente manifestación la localizamos en una entrevista que le hizo Montero Alonso el 12 de diciembre de 1935 y que no llegó a publicarse. Pero su contenido tiene el valor añadido de que fue el propio José Antonio quien redactó unas cuartillas para apoyo del periodista. En ellas, bajo la entradilla Paro obrero José Antonio vincula este problema y su solución a la desarticulación del capitalismo ya que éste es su causante. Y seguidamente leemos: «La Falange, contra el criterio capitalista que asigna la plusvalía al capital, propugna el criterio sindicalista: la plusvalía para la comunidad orgánica de productores.»
Después, volvemos a encontrarla en un discurso electoral, en el Frontón Cinema de Zaragoza del 26 de enero de 1936: «En el orden sindical, nosotros aspiramos a que la plus valía, como dijo Marx, sea para los productores, para los directores y para los obreros.» Y al día siguiente, en un discurso en el Teatro Pereda de Santander, repite su propuesta. Según la versión de El Sol no aparece verbatim el término pero sí su significado: «Expone que la Falange quiere desarticular el régimen capitalista para que sus beneficios queden a favor de los productores, con objeto de que éstos, además, no tengan que acudir al banquero, sino que ellos mismos, en virtud de la organización nacionalsindicalista, puedan suministrarse gratuitamente los signos de crédito.»
Vuelve a utilizar la noción el 30 de abril de 1936. En la vista del juicio contra la Falange, celebrado en la Cárcel Modelo, José Antonio, según recogió La Gaceta del Norte, dijo en su informe: «Creemos que la plus valía de la producción debe atribuirse no al capital sino al Sindicato Nacional productor, y en este sentido pensamos como millares de europeos.»
Por último, durante su encarcelamiento en Alicante –de junio a noviembre de 1936– hallamos otras dos menciones. Una, sin fecha, en uno de los Papeles póstumos, el titulado Cuaderno de notas de un estudiante europeo, en el que al hablar del fascismo –al que califica como «fundamentalmente falso»– certifica su naturaleza capitalista la cual implica, dice, el «esquema bilateral de la relación de trabajo y, atenuada o no, la mecánica capitalista de la plusvalía». El texto permaneció inédito hasta mucho después de su muerte.
La otra referencia comprende las fechas del 16 y el 17 de noviembre ante el Tribunal Popular que lo condenó a muerte. Es su último testimonio sobre la plusvalía. El día 16, a la pregunta del fiscal «¿qué propugnaba usted en su ideario político?» le responde con una explicación llena de interés para lo que aquí venimos analizando. Esta fue su respuesta:
«Las personas que suponen que el régimen capitalista está en quiebra, en sus últimas manifestaciones, entienden que este régimen capitalista tiene que dar paso a una de estas soluciones: o bien a la solución socialista o bien a la solución sindicalista. Poco más o menos, los socialistas entregan la plus-valía, es decir, el incremento del valor del trabajo humano, a la colectividad organizada en Estado. En cambio, el sistema sindicalista adjudica esta plus-valía a la unidad orgánica del mismo trabajador. Se diferencian los dos del sistema capitalista actual en que éste la adjudica al empresario, al que contrata el trabajo. Pues bién, como la Falange Española ha creido desde un principio en que el sistema capitalista está en sus últimas manifestaciones […] que precisamente ésta es la crisis de nuestra época, al decidirse por uno de esos dos sistemas optó por el sindicalista, porque creo que conserva en cierto modo el estímulo y da una cierta alegría de trabajo a la unidad orgánica del trabajador.»
El día 17, en sus conclusiones definitivas ante el Tribunal reitera sus objetivos. Precisa:
«los dos postulados del programa de Falange Española, el nacional y el sindicalista […] Por el segundo postulado, o sea el sindicalista, se tiende a sustituir la ordenanción económica capitalista que asigna la plusvalía a los empresarios y tiulares de los signos de crédito, por una organización sindicalista, que entregue la propia plusvalía a la grupación orgánica de los productores, constituidos en sindicatos verticales.»
4. Notas a la plusvalía en José Antonio
Importancia inadvertida
La plusvalía es una columna vertebral del análisis marxista del capitalismo. La inclusión de la plusvalía en el programa de la Falange se sitúa junto a otras propuestas de porte izquierdista, pero entraña una importancia suprema. A pesar de su gran calado ha quedado desvaída. Cuando se habla de la radicalización de José Antonio, que ciertamente se produjo, no se suele enfatizar la asignación de la plusvalía al trabajo. Pero es ahí en donde está la radicalización decisiva, muy por encima de la nacionalización de la banca, de la sindicalización de la economía o de la «reinstalación revolucionaria del pueblo campesino».
Los aciertos de Marx asimilados por José Antonio, que reseña Sacristán, pertenecen al terreno del diagnóstico, de la interpretación histórica y de la profecía. Pero en el caso de la aceptación y asignación de la plusvalía –como objetivo programático– entramos en el terreno de la praxis, de la acción política dirigida a transformar la realidad. El problema que se plantea entonces, la piedra de toque, se llama factibilidad: la ajudicación del superávit económico al trabajo –la asignación– exigiría conocer cómo se articula en el nuevo sistema de producción, aunque sólo se apunten sus líneas básicas. Es decir, cómo se pasa de la formulación de un deseo a la materialización en la realidad. En todo caso hay que insistir en la importancia que supone para su ideario.
Anclaje en el primer marxismo
Las categorías marxistas que asimila José Antonio pertenecen al marxismo fundacional, al de Carlos Marx, quien teorizó en el siglo XIX y ante el capitalismo del siglo XIX. Pero, desde ese marxismo originario de mediados de esa centuria hasta los días de José Antonio –los de la Gran Depresión– ni la sociedad era la misma ni el modo de producción capitalista era el mismo ni el marxismo era el mismo. Doctrinalmente ya no era únicamente el marxismo de Marx, distintas elaboraciones lo habían modificado.
Por esa razón –bien sea por deficiencia informativa, o por una carencia de maduración teórica– puede entenderse que hay un anacronismo en la percepción de José Antonio. En su tiempo la revisión crítica había matizado y rectificado las categorías marxianas; había varios marxismos en presencia, si bien el primer plano lo ocupaba el pretendidamente canónico, el fijado por la dogmática soviética que era a su vez resultado de las adaptaciones y enmiendas de Lenin a diferentes tesis de Marx.
La teoría de la plusvalía hacía mucho tiempo que estaba sometida a cuestión. Ya en 1896 y 1897, reciente la publicación del tercer tomo de El Capital, arremetieron contra ella economistas como Böhm-Bawerk o Vilfredo Pareto y las censuras continuarían ininterrumpidamente. Pero es que además de los economistas discrepantes del marxismo tenemos a los propios doctrinarios marxistas, los revisionistas, capitaneados por Bernstein junto con otros autores. Sin embargo, como veremos, ni el revisionismo de Berstein, ni el de Tugan, ni el coetáneo de Henry de Man tuvieron eco en José Antonio.
Ausencia de referencias
Ni en 1935 ni en 1936 se contaba con experiencias –fallidas o no– de la asignación marxista de la plusvalia. Era un concepto teórico, no un acaecimiento.
En principio, el área en la cual pudiera pensarse que el concepto habría jugado algún papel habría sido la Unión Soviética, fundada sobre el socialismo marxista y que oficialmente se encontraba en la fase de transición hacia el comunismo. En la realidad, el horizonte marxista de la URRS de aquella hora se quedaba en una palabrería que enmascaraba una organización totalitaria, un burocratismo asfixiante y unas carencias masivas. Los Planes Quinquenales pretendían encorsetar rígidamente la realidad económica y nociones como fuerza de trabajo y plusvalía quedaban en la lejanía teórica. Lo que allí ocurría era un experimento atípico, zigzagueante y, sobre todo, caótico. No contaban con recetas de Marx para ese momento. Ni siquiera en la adaptación de Lenin se hallaban plazos ni formas concretas para la fase del paso al socialismo. Lo que sí había afirmado éste es que subsistiría el «Estado burgués sin la burguesía» y que sacrificaría la justicia a la eficacia. Las luchas doctrinales en el Partido –Bujarin vale como muestra– intentaban encontrar caminos ortodoxos que se resolvieron con la dictadura y el terror. En ese singular sistema productivo soviético los frutos del trabajo no iban a los trabajdores.
La otra posible referencia al papel de la plusvalía sería la del experimento fascista, sedicente debelador del capitalismo liberal. Pero en las dos grandes experiencias, la italiana y la alemana –las dos con raices socialistas– lo que se mantenía era el modo capitalista de producción con un fuerte intervencionismo del Estado, sin anulación del sistema de mercado, ni del empresario decisor o gestor, ni del capital y su beneficio. En ninguno de los dos fascismos se aceptó la plusvalía marxiana ni se hizo bandera programática de su validez y veracidad. Se limitaron a proclamar y programar una mejor y mayor participación del trabajo en la unidad empresarial definida como servidora de los interese nacionales.
Un vocablo inusual
El sentir común sobre el alto nivel de abstración de la teoría, y su dificultad de lectura, se hace patente al contemplar la comunicación política que circulaba en la Segunda República española. Puede verse que no era un término de utilización ordinaria. Su conceptuosidad impedía el acceso a la misma no sólo de la clase obrera sino también de las élites políticas.
En la jerga de la época, plusvalía no tenía uso en la propaganda. Su utilización por la izquierda –su campo natural– era muy raro a diferencia de otras ideas fuerza como, por ejemplo, dictadura del proletariado. La endeblez cultural de los líderes izquierdistas se reflejaba en una terminología marxista raquítica. La voz plusvalía no circulaba como motor de voluntades.
A este respecto vale recordar lo que Luis Araquistáin –piloto de Leviatán, plataforma doctrinal del marxismo español– nos ha dejado escrito: «los españoles no hemos aportado nada original al tema del socialismo moderno». Y bien es cierto que los líderes –Largo Caballero o Indalecio Prieto– estaban ayunos de formación intelectual marxista. El mismo Araquistáin, para descalificar al profesor Besteiro como teórico marxista, esgrimió con mordacidad el que éste no hubiera mencionado la plusvalía en su conferencia de ingreso en la Academia de Ciencias Morales Marxismo y antimarxismo, en abril de 1935.
Nociones conexas
Podemos indagar en otras nociones usadas por José Antonio que están íntimamente conectadas con la plusvalía. Por ejemplo, cuando declara su repudio a la relación capital-trabajo en la economía capitalista. Cabalmente ésa es la razón por la que descalifica el experimento del corporativismo económico y social del fascismo italiano –citada más arriba– ya que en ese experimento, nos dice, se mantiene la relación de trabajo «en los términos en que la configura la economía capitalista; subsiste la posición del que da el trabajo y la posición del que arrienda su trabajo para vivir» (9 abril 1935). Es en este punto en donde deberíamos encontrar su vinculación con la plusvalía, lo que no ocurre.
En la misma ocasión José Antonio echa mano de otras dos novedades de Marx también ínseparables de la plusvalía: «la de capital constante y capital variable». Dice: «… pero llega la gran industria; y la gran industria, aparte de ese elemento que se va a llamar por el propio Marx capital variable, emplea una enorme parte de sus reservas en capital constante; una enorme parte que sobrepuja, en mucho, el valor de las primeras materias y de la mano de obra…». Como es sabido, Marx sostiene que es el capital variable, comprador de la fuerza de trabajo, el que produce la plusvalía. Al traer a colación la noción marxista de capital variable parecería obligado su vinculación con la plusvalía.
Pero esa mención no aparece. Debemos recurrir a la cronología: las citas anteriores pertenecen a la conferencia en el Círculo Mercantil en abril de 1935. En esa fecha todavía no ha aparecido la plusvalía en sus propuestas. La primera vez que, salvo error nuestro, detectamos una mención de la plusvalía y su asignación al trabajo –como se ha indicado– es posterior, tiene fecha de 21 de noviembre. Es decir, que no es hasta finales de ese año 35 cuando la plusvalía entra en su discurso y la asume como objetivo de política económica y social.
Plusvalía y trabajo
Sustentar la teoría de la plusvalía implicaría, por congruencia lógica, sustentar la teoría marxista del trabajo, del valor-trabajo. Sobre la noción del trabajo despliega Marx su agudeza de filósofo, historiador y economista. Nos dice que el trabajo es lo que transforma al animal en hombre, lo que produce la palabra articulada, lo que hominiza su naturaleza material en el seno de lo social. El hombre y su conciencia son producto de la sociedad la cual es resultado de la aparición del trabajo. Con la división del trabajo –fragmentado, indiferenciado, impuesto– el hombre se cosifica, el trabajo no es suyo, es de otro. Depende de los demás, necesita de los productos de los demás, que le son ajenos, que lo enajenan. Trabajo y hombre se enajenan como mercancías. Cuando la división del trabajo desaparezca en el comunismo, el hombre podrá ser íntegramente hombre.
De la aceptación de la plusvalía por José Antonio se seguiría que éste acepta la concepción marxista del trabajo pues trabajo y plusvalía están en perfecta simbiosis. Pero esto no es así. La idea que José Antonio tiene del trabajo es antinómica con la noción de trabajo en Marx.
No hallamos en José Antonio una construcción teórica que roce la altura y densidad de la de Marx. Lo que tenemos son apuntaciones dispersas. No obstante, a pesar de la cortedad de referencias –las frases que sobre el concepto y naturaleza del trabajo que han quedado en las Obras Completas son muy pocas y circunstanciales– podemos listarlas para una mejor intelección.
José Antonio entiende que el trabajo es un título de dignidad civil (7 diciembre 1933); es un derecho y es un deber (noviembre 1934); una función humana (3 marzo 1935); no puede como función humana armonizarse con el capital instrumento económico (9 abril 1935); no es una mercancía que pueda enajenarse (9 abril 1935). Rechaza la relación bilateral trabajo-capìtal la cual será sustituida novedosamente en la economía sindicalizada que postula (9 abril 1935). En conjunto, los juicios son suficientes para afirmar que su concepto del trabajo se alberga en una órbita doctrinal ajena al materialismo histórico de Carlos Marx.
Recordemos que en Marx el trabajo-mercancía es el eje de la máquina productiva del capitalismo, es la fuente de la plusvalía, es la pieza imprescindible del sistema, y que sólo desaparecerá con la abolición del mismo y no con mejoras laborales.
En Marx la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía es la verificación de una realidad intrínseca al sistema capitalista. Es una conclusión de su análisis. Sin embargo en José Antonio, la denuncia del trabajo como mercancía no es una conclusión lógica de una teoría sino un juicio nacido de su escala de valores morales. Denuncia la injusticia y desamparo del hombre desahuciado, de los hombres –dice– que «ya no tienen nada que vender, y entonces se dan cuenta de que ellos mismos pueden ser una mercancía, de que su propio trabajo puede ser una mercancía, y se lanzan al mercado a alquilarse por una temporal esclavitud» (9 abril 1935). En la cita hay resonancias marxianas de la condición de mercancía, pero son más coincidencias nominales que sustantivas.
También hay que indicar que su censura del trabajo como mercancía es coincidente con un entendimiento de común aceptación. En la Carta Fundacional de la OIT, de 1919, se proclamaba el principio de que el trabajo no es una mercancía. Y la doctrina social de la Iglesia, concretamente en el Código de Malinas de 1927, decretaba que «el trabajo no es una fuerza instrumental, una mercancía, que se compra y se vende, que se transporta a voluntad».
La resonancia entre sus seguidores
¿Cuál pudo ser el grado de influencia entre sus seguidores? No es difícil aventurar que la noción de la plusvalía pasó inadvertida para ellos y esta afirmación se deriva de datos objetivos. No estaba recogida en la Norma Programática; no se esgrimió en los discursos de José Antonio –salvo en dos ocasiones–; no se difundió en la enteca propaganda del partido; no fue un término utilizado por la militancia falangista.
Si ojeamos el listado de menciones expuesto más arriba, concluimos que la recepción fue bajísima. Apenas se difundió. La asignación de la plusvalía al trabajo, constituido en sindicato vertical, la proclamó José Antonio solamente en dos mítines –Zaragoza y Santander, el año 1936–. Anteriormente –noviembre del 35–, ya se ha dicho, apareció dentro de un manifiesto en el Arriba. En el resto de las ocasiones, el término lo utilizó en ámbitos muy restringidos –ante los jueces– y en dos escritos inéditos. La proclamación más rotunda, la del proceso de Alicante, escapó, naturalmente, a la escucha de los falangistas. No hubo resonancia en los reducidísimos medios de difusión –Arriba, No Importa–. Podemos concluir que en aquellos meses –y en años posteriores– la plusvalía según José Antonio quedó postergada o en el olvido. Pero, para el análisis crítico, forma parte de su programa como un enunciado sorprendente y atractivo.
La paradoja de Fernández Cuesta
Dentro del círculo contiguo a José Antonio no se localizan referencias a la plusvalía. Sin embargo, curiosamente, sí descubrimos una mención en la voz de Raimundo Fernández Cuesta, Secretario General del partido y viejo amigo del jefe falangista. En una conferencia a los cuadros directivos, el 15 de abril de 1935, pasó revista a los diversos movimientos enfrentados a la crisis mundial y mencionó y describió la teoría del valor trabajo y la plusvalía. Dijo que no la admitía no sólo «por sus errores científicos que Bernstein, Henri de Man, Sombart y otros varios han conseguido demostrar, sino además por la ausencia de aquellos valores espirituales inherentes a la personalidad y a la dignidad del hombre». La alusión a Bernstein, Henri de Man y Sombart, aunque sea sumaria, nos indica que Fernández Cuesta disponía de información sobre la materia. Información que se incrementa cuando vemos que meciona también, como revisionistas marxistas, a Sorel, Lagardelle, Labriola y Enrico Leone.
El párrafo, con cierto empaque teórico, contrasta con el silencio guardado por los restantes dirigentes del partido. Pero lo llamativo de esta intervención reside en que va en contra de lo que, meses depués, va a sostener su jefe. Fernández Cuesta rechaza de plano la plusvalía. Por lo que nos encontramos con la curiosa paradoja de un desacuerdo completo, en un punto fundamental, entre José Antonio y su colaborador inmediato, el Secretario General de Falange.
5. El revisionismo desatendido
Reducir el marxismo a Carlos Marx es un mengua doctrinal. José Antonio no atiende a la evolución teórica del revisionismo: la tarea de unos doctrinarios marxistas que, ante la nueva e incontrovertible sociedad novecentista, decidieron revisar, depurar y adaptar el sistema ideológico de Marx. Estimaban que medio siglo después del Manifiesto comunista, sus profecías ni se habían cumplido ni estaban en camino de cumplirse. La situación social, económica y política de Occidente rechazaba el corsé doctrinal del fundador. Por eso pretendían desde un núcleo esencial reinterpretarlo y adaptarlo a la nueva realidad. Aceptaban la herencia de Marx a beneficio de inventario. El resultado fue una extensa elaboración doctrinal.
Alrededor de 1900 cristaliza la revisión en la figura de Bernstein, amigo y albacea de Engels, cabeza de un debate teórico imprescindible para entender el marxismo del siglo XX. Bernstein ponía en cuarentena las tesis marxianas: porque las previsiones no se habían cumplido, había que evolucionar. El revisonismo de Berstein iba contra la concepción materialista de la historia; declaraba su escepticismo ante la tesis del derrumbamiento inminente del capitalismo; ante la tesis de la polarización en dos clases; ante la depauperación progresiva del proletariado. Ponía en duda la teoría de la acumulación y de la desaparición de las clases medias. En definitiva, tendía hacia la evolución, el gradualismo, y la aceptación del Estado, de la nación y de la democracia parlamentaria. No veía la catástrofe final como inminente ni pruebas de que el capitalismo no siguiera solucionando sus contradicciones. Constataba que el movimiento obrero y socialista se integraba en la sociedad capitalista democratica-liberal. Con respecto a la plusvalía su dictamen era rotundo: no era posible su comprobación, no era necesaria para explicar la explotación, sólo servía para introducir confusión.
Junto al revisionismo de Bernstein hay otros socialistas que complementan y rectifican la obra de Marx. Comenzando por las propias disquisiciones de Engels y siguiendo con los Kautsky, Labriola, Luxemburgo, Sorel, Lenin o Trosky. Con todo, acaso sea Bernstein el emblema del revisionismo que trasciende su campo propio: sin él, por ejemplo, no se entiende al Mussolini fascista.
José Antonio no toma en cuenta esa disputa; ni la menciona ni se trrasluce en su exposición. El hecho hay que mencionarlo porque entre los interesados por las corrientes políticas, bien como dirigentes o bien como curiosos, era un lugar común el conocimiento del revisionismo. Ciertamente, no se trata aquí de exigir a José Antonio la erudición académica de un profesor. Si, por ejemplo, tuvo noticia o no de la aparición de los Manuscritos económicos-filosóficos o de la obra de Lukácks. Sería un exceso impertinente. De lo que se trata es de advertir que un político con vocación intelectual e interesado por el socialismo, como era su caso, no manejara en 1935 y 1936 las ideas del revisionismo marxista. Que en esos años, se había convertido, más allá de lo académico, en programa de los socialismos marxistas europeos, con el alemán a la cabeza.
6. El caso Tugan Baranowsky
Pero sí sabemos de un revisionista que sin duda alguna llegó a su conocimiento. Se trata del economista ucraniano Mikhail Ivanovich Tugan Baranowsky, profesor en la Universidad de San Petersburgo. El causante de la información fue el catedrático don Luis Olariaga del que José Antonio fue alumno en el curso de doctorado en 1922-1923. Después del curso, Olariaga mantuvo durante algún tiempo relación asidua con el joven José Antonio. En 1924 –con José Antonio a las puertas de ingresar en el Colegio de Abogados– Olariaga le hizo llegar un libro de Tugan. Hay que decir que el envío del libro ha sido equivocadamente interpretado como señal de los saberes económicos de José Antonio. Sin embargo está claro que las tesis de Tugan no se reflejan en sus ideas. En otro lugar de esta obra comentamos con algún detalle la interesante relación de Olariaga y José Antonio.
Tugan (1865-1919), fue uno de los primeros economistas que estudió el problema histórico y teórico de los ciclos –«el fenómeno de la vida económica moderna más enigmático», dice– vinculados a los desajustes del ahorro y de la inversión. Y alcanzó una notable influencia principalmente en Alemania. (Años depués, su análisis ha sido tenido en cuenta por Keynes y Schumpeter). Pero lo que aquí se quiere resaltar es su perfil de marxista revisionista, su crítica de las teorías de Marx que, en controversia con Lenin, sostuvo desde finales del XIX y principios del XX –casi por las mismas fechas de los escritos de Bernstein–. Tugan perteneció al grupo revisionista ruso conocido como los marxistas legales, grupo al que perteneció también Berdiaev que tuvo una gran influencia en José Antonio, por lo común no advertida y que se considerará más adelante.
Cuando don Luis Olariaga le facilitó al joven José Antonio un libro de Tugan –cuya obra conocia de sus años de Berlín– tres eran los títulos disponibles en español. El más reciente, de 1921, El socialismo moderno en traducción del alemán de Ramón Carande; otro, Los fundamentos teóricos del marxismo, de 1915, también en traducción de Carande (las dos en Reus); y Las crisis industriales en Inglaterra publicada un año antes por La España Moderna en traducción de Moreno Bautell.
No conocemos cuál de las tres obras fue la proporcionada a José Antonio. Pero cabe una conjetura razonable si atendemos al contenido de las obras y el papel que para Olariaga debiera cumplir su lectura. Desde el punto de vista de la teoría política se puede indicar que las que enfocaban con mayor integridad el sistema del materialismo histórico eran las dos traducidas por Carande, o sea, El socialismo moderno y Los fundamentos teóricos del marxismo. La dedicada a las crisis en Inglaterra, con 489 páginas, tenía una orientación monográfica dirigida a expertos economistas. Si se entiende la función tutelar que ejercitaba Olariaga sobre José Antonio parece lo más probable que éste recibiera una de las traducidas por Carande, pues desarrollaban un análisis general del socialismo marxista y no tenían la tecnicidad de la dedicada a las crisis en Inglaterra. Refuerza esta tesis el que en el acuse de recibo al profesor, José Antonio le indica que al leer el libro ve «lo útil que es para equilibrar los efectos de la maravillosa dialéctica de Marx» (3 septiembre 1924).
¿Cuáles son las críticas revisionistas de Tugan a Marx? Un resumen de las mismas puede obtenerse de la mano del propio Ramón Carande Thovar, el joven economista y profesor formado en Alemania. Su prólogo a Los Fundamentos es una excelente introducción al revisionismo de Tugan y nos es muy útil para extractar del mismo sus claves principales.
Tugan acepta, con reservas, la interpretación económica de la historia, pero rechaza en cambio, terminantemente, la teoría del valor-trabajo de Marx como equivocada. Y piensa que la plus-valía es insuficiente para explicar la explotación capitalista, es superflua y no aclara por qué su totalidad cae en manos de los capitalistas.
Tugan examina la teoría de la descomposición del capitalismo y entiende que la misma marcha ascendente de la producción capitalista crea un mercado de medios productivos y todo riesgo de una superproducción resulta imaginario. El riesgo de una superproducción sólo puede aparecer como una momentánea falta de proporcionalidad en las inversiones de capital puestas en curso. Por último, cita Carande este párrafo de Tugan: «La economía capitalista no lleva consigo elemento alguno que en un momento haga su vida imposible.» Cuando diez años más tarde José Antonio habla o escribe sobre el marxismo, no encontramos rastro de las críticas de Tugan.
7. Un revisionista en Madrid
Otro revisionista entra en este análisis, si bien por razones circunstanciales. El 11 de marzo de 1933 El Socialista informaba de la «Conferencia del camarada Henri de Man» en los locales del Instituto Nacional de Previsión. El diario del PSOE recogía un resumen de la misma, centrado en la problemática laboral y política de Bélgica y Alemania.
Cuando De Man vino a Madrid su pensamiento como socialista reformista ya era suficientemente conocido en Europa. Hasta 1914 había ejercido su militancia marxista en Alemania, en contacto entre otros con Rosa Luxemburgo y Trosky, y fue primer secretario de la Federación Internacional de la Juventud Socialista. Pero acabada la Guerra Europea inició una revisión doctrinal nacida de la contradicción entre la realidad social y los dogmas marxistas, De Man abandonó la ortodoxia y reivindicó la superioridad del socialismo sobre el marxismo. El socialismo de De Man impugnaba el determinismo económico y defendía un reformismo práctico que denominó planismo y que concretó en un famoso Plan de Trabajo. (En mayo de 1935, en la Academia de Jurispridencia de Madrid, el líder monárquico Calvo Sotelo pronunció una conferencia con el título Planes y programas. El plan de trabajo de Henri de Man.)
El viraje hacia un socialismo ético lo plasmó en Au delà du marxisme (1926) y en L’idée socialiste (1933) –publicadas en español por Aguilar–. Político, publicista y profesor de Psicología Social, su propuesta revisionista tuvo una notable resonancia doctrinal. Mussolini se interesó vivamente por sus ideas y se carteó con el político belga. Aunque no sea objeto de este trabajo, es un ejemplo más de la atención que el líder italiano tuvo por el revisionismo. Tanto Henri De Man como Benito Mussolini tenían sus raíces en el socialismo marxista.
El silencio de José Antonio sobre el socialismo revisionista de De Man y de su presencia en Madrid refuerza nuestra tesis de un insuficiente conocimiento del panorama ideológico de aquella época y en el caso del socialismo, el descuido notorio por las ramas crecidas después de Carlos Marx. La presencia de De Man en Madrid tiene lugar en marzo, coincidiendo con la entrada de José Antonio en la política activa: el día 16 se lanzó El Fascio. Haz Hispano. En esa fase biográfica sería lógico suponer en él un estado de alerta a las ideas que circulaban por Europa.
8. Henri de Man en Cruz y Raya y en Olariaga
Si extremamos nuestro acecho, hay otras dos circunstancias que tienen que ver con la presencia en Madrid del revisionista belga y que podemos vincular con José Antonio. La primera está en Cruz y Raya. Precisamente en su número uno que lleva como fecha la del 15 de abril de 1933. La revista nace de la mano de José Bergamín, uno de los integrantes del círculo de orteguianos con los que recientemente José Antonio había trabado amistad. En Cruz y Raya colaboraron conocidos y amigos suyos –Alfonso García Valdecasas, Antonio Garrigues, Rafael Sánchez Mazas, Luys Santa Marina o el propio Bergamín–. Además, la calidad y el empaque de la publicación no quedaba lejos de sus aficiones.
En ese número uno –que se abre con un ensayo de Zubiri– se incluye una extensa nota con el título Henri de Man: sus conferencias en Madrid que firma el profesor José María Semprún. Son más de once páginas en las que, con motivo de la visita se glosa el ideario del revisionista De Man. Lo importante para el análisis que venimos haciendo –el revisionismo desatendido por José Antonio– es evidenciar el interés que la nueva revista, en su primer número, demuestra por el político y doctrinario belga. De lo que no hallamos eco en el líder falangista.
La segunda circunstancia a considerar aparece un año más tarde, en abril de 1934. Se trata del artículo La doctrina socialista de Henri de Man que en la revista mensual Economía Española firma don Luis Olariaga. Por su relación de docencia, y el ascendiente intelectual sobre José Antonio, traemos a colación este sustancioso artículo que esclarece la opinión política del profesor Olariaga. El estereotipo de su influencia queda invalidado para el socialismo y el marxismo.
El catedrático viene a corroborar el crédito de De Man como ideólogo socialista, «el más interesante actualmente», escribe. Comenta la pluralidad de contenidos del rótulo marxismo «hasta el punto de que el marxismo actual no lo reconocería ni el propio Marx». Y añade que «científicamente quedó descalificado como sistema hace cerca de medio siglo, y los mismos intelectuales de la secta –los revisionistas– no dejaron en pie ninguno de sus dogmas fundamentales». Insiste también en que, aunque políticamente quedó deshecho su internacionalismo con la guerra del 14 y desahuciado democráticamente por la realidad soviética; pero que sigue viviendo como mito.
Olariaga pasa revista al ideario de Henri de Man recogiendo su opinión sobre temas como el desarrollo del fascismo y la necesidad de nuevos objetivos socialistas; el papel de las clases medias; el régimen de economía mixta con la nacionalización del crédito y de las industrias básicas; la continuidad de la propiedad capitalista para las empresas ajenas al crédito, la energía o las materias primas; y la reforma política con una Cámara única elegida por sufragio universal.
Acaba el artículo con unas observaciones al programa. Para él «Henri de Man ha comprendido los resultados contraproducentes de una política socialista de mera distribución de la renta llevada sin freno y sin sentir la responsabilidad de la producción». Pero estima que su propuesta es insuficiente: «El escritor belga se preocupa simplemente de catequizar las clases medias con una bandera de demagogia económica para que refuercen la acción demagógica proletaria y no se desvíen hacia el fascismo.» Su mensaje, piensa Olariaga, es difícil que atraiga a los obreros y «no es más probable que sugestione a las clases medias» que pensarán seguramente que «para lograr las reformas no es preciso hablar de socialismos ni de cambios fundamentales de la estructura económica».
Las líneas finales van dedicadas a la nacionalización del crédito que es para él una diversión estratégica de algunos teóricos socialistas, no sólo de De Man. Olariaga estima que esto «significa algo más grave y más digno de ser meditado que la nacionalización de tales o cuales ramas productoras. El crédito es en la economía de empresa privada la base de todo el sistema».
Al cruzarse el nombre de Olariaga con el de José Antonio, en un repaso a la ideología de éste, saltan a la vista las discrepancias de criterio. Las tesis político-económicas del antiguo profesor son muy distintas –si no antitéticas– de las mantenidas por su antiguo alumno.
9. Marxismo y antimarxismo en José Antonio
Sacristán señala la clara enemistad de José Antonio con el marxismo y concluye que «las razones del antimarxismo de José Antonio no son político-económicas, sino histórico-morales».
La percepción de Sacristán es atendible. Porque en lo político-económico José Antonio no proclama la misma clara enemistad; su posición es otra. Omite un ataque frontal al sistema decretado por la especulación doctrinal de Marx. El tono de su juicio queda plasmado en el discurso del 2 de febrero de 1936, ya citado anteriormente: «Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un nuevo orden en lo económico, no nos asustaríamos». Es decir, no le intimida, no le arredra la implantación de un nuevo orden económico socialista-marxista. Lo que le repugna es el sentido materialista que ese orden entraña, el orden instalado en la Unión Soviética. Hay en él una posición dual, por un lado, el orden teorético de Carlos Marx; por otro, el orden real de la experiencia rusa.
El marxismo fue para José Antonio, durante los tres años de su liderazgo político, cuestión principal en su expresión ideológica; era la piedra de toque de su tiempo. Desde la primera hora está presente en sus textos. En los años 30, con la Unión Soviética convertida en fuerza motriz, el socialismo marxista se exhibía como el futuro, como la nueva tierra prometida.
La recepción por José Antonio del movimiento marxista no suscitó en él una respuesta unívoca, cerrada, sino fluctuante y ambigua. Pero, en todo caso, hay que señalar la evidente atracción que la diagnosis de Marx produjo en su mentalidad. Salta por doquier su creencia en la certeza de la misma. En el discurso del 19 de mayo de 1935, tras de desdeñar tanto al capitalismo como al comunismo afirmó: «Por eso no queremos ni lo uno ni lo otro; por eso queremos evitar –porque creemos en su aserto– el cumplimiento de las profecías de Carlos Marx».
Como recurso indagatorio para la interpretar la posición ante el marxismo, podemos servirnos de dos puntos de vista. Uno sería el grado de conocimiento que José Antonio tuvo de la obra de Marx, del Marx filósofo del materialismo histórico. Éste aparece muy desvaído en sus textos. En nuestra opinión tuvo un dominio incompleto del vasto y espeso mensaje, de la dialéctica apretadísima de El Capital, por utilizar las propias palabras con las que José Antonio la calificó. Pienso que tuvo un conocimiento más tentativo y aproximativo que acabado y sistémico. Lo que no es de extrañar porque él no era un especialista en las teorías socialistas.
Otro punto de vista más en detalle sería el instalar a José Antonio, de modo parcial, en el análisis marxiano del modo de producción capitalista, en la Crítica de la Economía Política y la formulación de las leyes del capitalismo. O sea, en el flanco parcial socio-económico del análisis que, a afectos de esta interpretación, desgajamos del sistema total marxiano. Este es el plano que José Antonio, en mi opinión, en diversa medida, conoce, utiliza y suscribe.
Hay que insistir, para una mejor comprensión, en lo ya apuntado anteriormente: que no siempre se distinguen en su exposición dos momentos histórica y conceptualmente distintos. A saber, la teoría del marxismo fundacional del siglo XIX –la obra de Marx– y la realidad política marxista del siglo XX; es decir, la Unión Soviética de Lenin y Stalin. En los textos del jefe falangista las dos diferentes realidades aparecen en ocasiones en un continuum que confunde. Pero es la rusa la que recibe su impetuosa enemistad, aunque con reservas.
10. El repudio del marxismo
La afirmación de Sacristán de que «acepta sin vacilaciones el núcleo del marxismo científico» es excesiva y necesita ser matizada para no tomar la parte por el todo. José Antonio suscribe del marxismo algunos conceptos que pertenecen al núcleo del marxismo científico pero que no son todo el núcleo. No suscribe, por ejemplo, la tesis de la lucha de clases, motor de la Historia; ni la tesis medular del materialismo histórico. Por ello, lo procedente es afirmar que José Antonio no suscribe el núcleo del marxismo científico.
Hay testimonios del rechazo desde los inicios de la Falange. El 29 de octubre de 1933 señala el «descarrío» del socialismo por su «interpretación materialista de la vida y de la Historia»; por su «sentido de represalia», por su «proclamación de la lucha de clases». En otro momento –¿mayo de 1934?– escribe:
«Pero al deshumanizarse el socialismo en la mente inhospitalaria de Marx, fue convertido en una feroz, helada doctrina de lucha. Desde entonces no aspira a la justicia social: aspira a sustanciar una vieja deuda de rencor, imponiendo a la tiranía de ayer –la burguesía– una dictadura del proletariado.»
De modo preciso, la enemiga de José Antonio a las consecuencias espirituales del marxismo, por razones histórico-morales, tiene como diana al comunismo ruso. En la conferencia del 3 de marzo de 1935 explica su antimarxismo –más cabalmente su antisovietismo– al sostener que el comunismo ruso es la amenazadora invasión bárbara que prescinde de todo lo que pueda significar un valor histórico y espiritual; es la antipatria, carece de fe en Dios. Y el 19 de mayo del mismo año repite el ataque diciendo «esta dictadura comunista, tiene que horrorizarnos a nosotros, europeos, occidentales, cristianos, porque ésta si que es la terrible negación del hombre; esto sí que es la asunción del hombre en una inmensa masa amorfa, donde se pierde la individualidad, donde se diluye la vestidura corpórea de cada alma individual y eterna.» Y sigue, recalcando su repudio: «Notad bien que por eso somos antimarxistas; que somos antimarxistas porque nos horroriza, como horroriza a todo occidental, a todo cristiano, a todo europeo, patrono o proletario, esto de ser como un animal inferior en un hormiguero.»
En el mismo año, el 17 de noviembre, proclama: «El movimiento ruso no tiene nada que ver con aquella primavera sentimental de los movimientos obreros; el comunismo ruso viene a implantar la dictadura del proletariado (…) la dictadura que os hará vivir de esta suerte: sin sentimientos religiosos, sin emoción de patria, sin libertad individual, sin hogar y sin familia.»
La línea dominante se concentra en el contenido ateísta, negador de los valores morales constitutivos de la tradición espiritual del humanismo cristiano. La revolución bolchevique, la nueva invasión de los bárbaros, se le aparece como un totalitarismo destructor de valores, opresor de libertades, constructor de una moral materialista. Sin embargo, su antimarxismo no es total, es un antimarxismo incompleto.
11. El sentido de la historia
La rotunda enemistad ante la experiencia soviética debe ser matizada. Porque es fácil descubrir en José Antonio juicios –nacidos de su estilo de pensar la historia– en los que le reconoce un papel válido. Brotan del clima imperante en aquellos años de la filosofía de la historia, la onda intelectual –de larga tradición– por la que José Antonio tuvo una gran inclinación. Ortega estaba en esa onda. Y de su mano se publicó –entre 1923 y 1927– La Decadencia de Occidente de Spengler. Fue el ensayo que sirvió de catalizador entre la opinión cultivada para la difusión de la historia como objeto de reflexión filosófica. En el prólogo, Ortega calificó la obra como «la peripecia intelectual más estruendosa de los últimos años».
José Antonio, como hijo de su tiempo vivió el entendimiento historicista, la interpretación de los procesos que vienen de atrás y se encaminan a un futuro previsible, la tarea de explicar la dinámica del acontecer histórico y de lograr conocer su sentido. Lo reflejó en muchas ocasiones. Pero, contrariamente a lo que se viene sosteniendo, no fue La Decadencia el texto básico que alimentó sus escarceos de teorización de la historia. Las tesis de Spengler eran contrarias a las que él manejó. Por ejemplo, Spengler afirma que el esquema de edades –que es el aceptado y utilizado por José Antonio– es «increiblemente mezquino y falto de sentido».
La sensibilidad por la filosofía de la historia subyace en su definición de la patria. Aceptada la noción orteguiana, José Antonio determina verla «como razón de destino […] la patria es la tradición física de un destino» (13 de agosto de 1936). No es dudoso concluir que el marco doctrinal en el que se debe insertar su idea está en la clásica filosofía agustiniana: el transcurso de los hechos hay que interpretarlo a la luz de la historia de la salvación. Acontecen en un estadio intermedio entre el comienzo y el fin de los tiempos. El destino presupone la providencia. En el Cuaderno de notas de un estudiante europeo (¿septiembre de 1936?) escribió José Antonio: «Todo proceso histórico es, en el fondo, un proceso religioso. Sin descubrir el substratum religioso no se entiende nada. La presente situación del mundo es, ni más ni menos, la última consecuencia de la Reforma». Y más adelante inicia un apartado con la frase: «La entraña religiosa de la crisis».
Los juicios de José Antonio con acentos de filosofía de la historia están, en su mayoría, motivados y vinculados con la revolución soviética como acontecimiento trascendental. Acontecimiento que condiciona el destino global de la sociedad que se extingue. [Con todo, hay un escrito que atañe únicamente a España, Germánicos y bereberes, fechado en el 13 de agosto de 1936. Se aloja en la estela de la España invertebrada de Ortega. Es como una respuesta a la pregunta del filósofo «Dios mío, ¿qué es España?». Por eso construye unas páginas que tratan de descifrar las claves del ser de España. Como Ortega, recurre a los visigodos como fundamento estructural, pero con valoración antagónica. Considera la pugna secular entre los visigodos y los bereberes. Aquellos fueron una minoría aria de gran raza, aristocrática; éstos una masa resentida que ha terminado imponiéndose sobre el resto germánico que nos ligaba a Europa.: su última victoria se materializa en la República de 1936. La interpretación es arriegada, radical y controvertible. Lo más estridente para el conocedor de José Antonio es el sentimiento dramático y el manifiesto pesimismo de las conclusiones de este trabajo: «la aportación de España a la cultura moderna es igual a cero» (subrayado suyo). Visto en perspectiva, el escrito queda como un paréntesis en el temple habitual de su discurso, acaso motivado por un ánimo depresivo ante la tragedia de la guerra y, además, por su incredulidad en un final venturoso. En todo caso, es contradictorio con su permanente visión optimista del ser español, de su orgullo patriótico, de su fe en la suprema realidad de España.]
Su percepción de los ritmos históricos la expuso en la conferencia del 3 de marzo de 1935, en Valladolid. «Las edades pueden dividirse en clásicas y medias; éstas se caracterizan porque van en busca de la unidad; aquéllas son las que han encontrado esa unidad. Las edades clásicas, completas, únicamente terminan por consunción, por catástrofe, por invasión de los bárbaros.» En el quicio están los bárbaros. Lo repite el 17 de noviembre: «Pero entre las edades clásicas y las edades medias ha solido interponerse, y éste es el signo de Moscú, una catástrofe, una invasión de los bárbaros.» Se reafirmó en esta interpretación, en el mismo discurso, cuando dijo: «Concluye una edad que fue de plenitud y se anuncia una futura Edad Media, una nueva edad ascensional.»
En el ya citado Cuaderno de notas –redactado en la soledad de la cárcel de Alicante– reitera su planteamiento:
«Edades clásicas y edades medias. Las edades medias,ascendentes, devienen edades clásicas; las edades clásicas, plenarias, no devienen edades medias, degeneran y concluyen en catástrofe. La catástrofe, el barbecho histórico, y luego la nueva edad media ascendente, en la que retoñan los valores permanentes de la edad hundida. Considerada a mil años o a cien de distancia, la catástrofe no importa; a la larga se salva todo lo auténtico; pero para la generación a la que le toca es definitiva. Nuestra generación presiente como próxima la catástrofe; ha diagnosticado su carácter de fin de edad (multitud de libros: Spengler, Berdiaeff, Carrel); pero lleva esta ventaja a las épocas gemelas: lo sabe. Y hasta quiere tender el puente sobre la invasión de los bárbaros.» (subrayados suyos.)
Casi un año antes, el 17 de noviembre de 1935, había valorado en público el papel motriz de los bárbaros: «Pero en las invasiones de los bárbaros se han salvado siempre las larvas de aquellos valores permanentes que ya se contenían en la edad clásica anterior. Los bárbaros hundieron el mundo romano, pero he aquí que con su sangre nueva fecundaron otra vez las ideas del mundo clásico.» Esta atribución genesíaca no se corresponde con una clara enemistad con el marxismo, como sostiene Sacristán.
12. José Antonio y Berdiaev
Ante el marxismo real José Antonio declara su hostilidad belicosa; pero al mismo tiempo exhibe toques de elogio. El bolchevismo contiene una virtualidad histórica, se cuenta con él como un ingrediente para la nueva edad. Es lo que subyace en su aspiración a tender un puente sobre la invasión de los bárbaros y salvar la catástrofe. Y, de manera superabundante, al usar a reglón seguido el verbo asumir: «asumir, sin catástrofe intermedia, cuanto la nueva edad hubiera de tener de fecundo.» (3 marzo 1935.)
Acaso la intervención más sugerente que frente al bolchevismo, como fenómeno histórico, acuñó José Antonio tuvo lugar el 17 de noviembre de 1935. Dijo:
«el régimen ruso no es mal absoluto tampoco; es, si me lo permitís, la versión infernal del afán hacia un mundo mejor […] Pues bién: en la revolución rusa, en la invasión de los bárbaros a que estamos asistiendo, van ya ocultos y hasta ahora negados, los gérmenes de un orden futuro y mejor. Tenemos que salvar esos gérmenes, y queremos salvarlos. Esa es la labor verdadera que corresponde a España y a nuestra generación: pasar de esta última orilla de un orden económico social que se derrumba a la orilla fresca y prometedora del orden que se adivina.»
Es en este momento del análisis cuando en nuestro comentario requerimos la presencia de Berdiaev. Poner frente a frente la visión de José Antonio con la de Nicolás Berdiaev es un ejercicio enriquecedor, seductor y, también, inusual. El estudio de Berdiaev Una nueva Edad Media. Reflexiones acerca de los destinos de Rusia y de Europa (1924), se publicó en Barcelona, en 1932. Berdiaev fue un filósofo ruso cristiano, de origenes marxistas, arrestado, desterrado y, en 1922, exiliado Su obra plasma su religiosidad mística, su visión escatológica de los hechos y los tiempos, su entendimiento de la historia sub specie aeternitatis. Vivía en París y sus ensayos sobre el sentido de la historia tuvieron un amplio eco. En España, la publicación de Una nueva Edad Media supuso un conflicto editorial entre Acción Española –que había pagado los derechos– y la firma catalana Editorial Apolo que se anticipó en la edición.
De los ensayistas y filósofos de la época en los que el bolchevismo levantó su alerta en la interpretación de la historia ninguno ofrece, desde el punto de vista de una revisión de José Antonio, tanto interés como Berdiaev. El libro fue lectura de José Antonio -aunque en las Obras sólo cita al autor en una ocasión-. Pero al acotar los rasgos más acusados del ensayo se colige cómo éstos fueron una vena de inspiración y, en ocasiones, hasta de lenguaje. El contenido de Una nueva Edad Media está empapado de providencialismo, es rico en imágenes poéticas, tiene un tono profético, y a veces sibilino.
La nueva Edad
Arranca la obra señalando el ocaso de la era iniciada en el Renacimiento. «El ritmo de la historia cambia: se hace catastrófico.» La época «es el final de los tiempos modernos y el comienzo de una nueva Edad Media» que será la revolución del espíritu, la renovación completa de las conciencias. Afirma que «El fin del capitalismo es el fin de la historia moderna y el comienzo de la nueva Edad Media». Su concepción teológica le lleva a sostener que el naufragio de la civilizaciones no se debe únicamente «a la mala voluntad de los hombres, sino que también son obra de la Providencia. Nuestra época se asemeja a la que vió derrumbarse el mundo antiguo».
Los bárbaros
El paso hacia la nueva edad, en su fase inicial, se presenta –dice– sombrío, como revela la realidad soviética. El orden caduco será derribado por las fuerzas de un caos bárbaro. A Europa le ha llegado el turno de la invasión de la barbarie. Los bárbaros penetran en la cultura caduca y vacilante: «después de la decadencia refinada que marcó el apogeo de la cultura europea, le ha tocado el turno a la invasión de la barbarie». Y también: «El comienzo de los tiempos nuevos se caracteriza por la barbarización». Pero la invasión reclama la necesidad de «una nueva asimilación del elemento bárbaro: una génesis de la luz en la oscuridad». Y para llegar a la luz «es preciso atravesar las tinieblas».
Rusia y el bolchevismo
Berdiaev veía para Rusia un destino especial originado por el esencial sentimiento religioso de los rusos. En el camino hacia la nueva Edad Media ocupará un lugar especial: «Yo sostengo que en el principio de la revolución rusa, desencadenada por fuerzas bárbaras y dentro de una atmósfera de guerra en descomposición, hay un hecho religioso relacionado con el carácter religioso del pueblo ruso.» La catástrofe de la revolución bolchevique se ofrece cargada de señales y significados. «Sólo el pueblo ruso ha mostrado todavía en la destrucción una enorme energía, e intentado realizar la más insensata de las utopías.» El bolchevismo es, en lo profundo, una expiación de los pecados, de los vicios, de todos. «En el bolchevismo ruso hay una medida rebasada, un desbordamiento, un contacto angustioso con algo supremo.» El entendimiento escatológico del bolchevismo, su sentido profundo, lleva a Berdiav a declarar que «No es posible orientarse en el comunismo ruso más que por las estrellas». Por eso su conclusión es categórica: «No se puede liquidar al bolchevismo con una buena organización de divisiones de caballería.»
A la vista de estos mensajes no es arriesgado certificar que el estilo de pensar el cambio histórico y la función del bolchevismo tienen en José Antonio resonancias de Berdiaev. Pudo conocer otras fuentes, pero la de éste autor visionario, existencialista cristiano, aparecen como un nutriente innegable.
13. Caminos de utopía
El catálogo de las influencias de Marx en José Antonio y la ubicación de éste en el universo marxista no se agota con lo expuesto. Hay que aludir también a un trasfondo de coincidencias y de analogías en el estilo de abordar la política como doctrina. La estatura doctrinal de José Antonio no admite parangón con la de Carlos Marx, pero eso no quita para advertir inesperadas y curiosas señas similares. Este es el caso del papel que en ambos desempeñan los aspectos utópicos de su discurso. Y junto a ello una subyacente dimensión poética. En la voluminosa obra marxiana hay una carga de utopismo y un impulso poético. En la corta obra de José Antonio hay también elementos de utopismo junto con un un aliento poético.
En sentido canónico la utopía –Moro, Campanella, Fourier– es un modelo emplazado en un futuro imaginario, armónico, realmente humano. Nace de un anhelo de perfección social y entraña una descalificación del presente y una desvalorización de lo acontecido. Propone la realización de un proyecto radical, insólito, reglamentado y estático de una nueva sociedad perfecta.
El utopismo es como hijuela de la utopía; es una tendencia que no baja a precisar los detalles de su materialización como en las utopías clásicas. Este componente de utopismo anima la obra de Marx y se revela en algunas parcelas de José Antonio.
Aunque Marx utilizó el término utópico para descalificar a los otros socialismos –los socialismos utópicos, que no eran científicos como el suyo– es obvio que su obra está impregnada de utopismo, especialmente al referirse a la fase final de la sociedad comunista. No conviene silenciar que, históricamente, esos rasgos utópicos del marxismo han jugado un primerísimo papel en su primacía innegable en la movilización de voluntades a lo largo de un siglo.
Curiosamente, la faceta utópica de Carlos Marx es negada por José Antonio. De manera expresa llegó a ironizar ante quienes presentaban al pensador alemán «como una especie de urdidor de sociedades utópicas». Y reafirmó su juicio censurando a los que le atribuían «sueños utópicos». Siguió diciendo en la misma ocasión:
«Incluso en letras de molde hemos visto aquello de Los sueños utópicos de Carlos Marx. Sabéis de sobra que si alguien ha habido en el mundo poco soñador, éste ha sido Carlos Marx: implacable, lo único que hizo fue colocarse ante la realidad viva de una organización económica, de la organización económica inglesa de las manufactiras de Manchester, y deducir que dentro de aquella estructura económica estaban operando unas constantes que acabarían por destruirla.» (9 abril 1935.)
Ante las páginas en las que Marx pergeñaba la sociedad comunista, a José Antonio se le escapó la carga de utopismo. Esa miopía recorta su visión del factor de seducción de los mensajes de Carlos Marx. A la meta final comunista se llega científicamente. Pero la meta se sitúa en el reino de lo utópico y no en el de lo científico, rebasa la investigación y salta a la visión profética. En el fondo, es una escatología secularizada. Los rasgos de ese utopismo pueden ser recapitulados.
Marx se limitó a describir las características generales de la futura sociedad comunista; no elaboró una concepción detallada de la misma. Pero nos dejó las notas dominantes. Tras la dictadura del proletariado, ya en la fase superior de la sociedad comunista, existirá un mundo sin propiedad privada y sin clases: toda propiedad y todos los recursos se poseerán y controlarán en común. Habrán desaparecido la mercancía, el dinero, el capital y el Estado. Será la verdadera libertad objetiva y el triunfo del hombre sobre cualquier opresión. Se habrá dado el salto a la libertad. Entonces «podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades!».
14. Utopísmo y poesía
El utopismo va de la mano del lenguaje mítico, del conjunto de imágenes motrices capaz de suscitar intuitivamente emociones. Y en ese lenguaje, como potenciador de lo político, aparece lo poético. El gusto por acrecentar la eficacia del discurso político con resonancias poéticas acerca las dos figuras. En Marx y en José Antonio se descubren afinidades en sus aficiones literarias: en la vocación poética. Los dos fueron poetas frustrados.
La obra poética de Marx a sus años veinte años fue considerable. Por un tiempo fue una entrega apasionada. En el caso de José Antonio, su obra poética fue ocasional y escasa; pero proclamó el decisivo papel de la poesía en la política y esmaltó sus intervenciones con impulso lírico. En los dos nombres existió un aliento que cristalizó en la creatividad para el aforismo, para el eslogan.
[José Antonio desconoció esa faceta, la del Marx poeta. Hasta el punto de que se mofó de quien así lo calificaba: «Marx se fue al otro mundo –dice– ajeno por completo a la sospecha de que algún día iba a salir algún antimarxista español que le encajara en la línea de los poetas» (9 abril 1935).]
15. Brotes de utopismo en José Antonio
Si en Marx el utopismo abarca la nueva sociedad comunista en José Antonio el utopismo se ciñe solamente a una parte de sus propuestas. ¿Cuáles son los brotes utópicos que se detectan en José Antonio? ¿Cuáles tienen afinidades con la mentalidad utópica? Como, en buena medida, la sociedad postcapitalista por él imaginada es resultado de su diálogo con la crítica marxista, los puntos sobresalientes de esa nueva sociedad –que caen dentro de lo económico y lo social– constituyen los brotes de utopismo.
Un orden nuevo
La nueva sociedad postcapitalista se alojaría en el horizonte de un «orden nuevo» y su implantación constituiría «una alta tarea moral» que si España la cumpliera la colocaría «a la cabeza del mundo» por haber dado «con las palabras de los nuevos tiempos» (2 febrero 36). Ese horizonte ideal significa superar la «pérdida de la armonía del hombre con su contorno» gracias a «la reconstrucción de esos valores orgánicos, libres y eternos, que se llaman el individuo, portador de un alma; la familia, el Sindicato, el Municipio, unidades naturales de convivencia» (17 noviembre 35). Ese orden nuevo exige conquistar para España «una base material de existencia que eleve a los españoles al nivel de seres humanos» y «la fe en un destino colectivo» (17 noviembre 1935).
Su orden nuevo se enfrenta con el de los marxistas, pero –la observación es obligada– con matices. Su oposición tiene un carácter propio ya que expresa una condescencendia parcial:
«Los marxistas creen que ese orden es necesariamente el suyo; nosotros conformes en gran parte con la crítica marxista, creemos en la posibilidad de un orden nuevo sobre la primacía de lo espiritual.» (27 junio 1935)
La plusvalía
Es el punto de mayor calado porque juega como el gozne sobre el que pivotan los restantes. Sus notas fundamentales ya han sido analizada en páginas anteriores.
Capital y trabajo
José Antonio predice, aunque de manera vaga, una futura y superadora relación capital-trabajo:
«En un desenvolvimiento futuro que parece revolucionario y que es muy antiguo, que fue la hechura que tuvieron las viejas corporaciones europeas, se llegará a no enajenar el trabajo como una mercancía, a no conservar esta relación bilateral del trabajo, sino que todos los que intervienen en la tarea, todos los que conforman y completan la economía nacional, estarán constituidos en Sindicatos Verticales, que no necesitarán ni de comités paritarios ni de piezas de enlace, porque funcionarán orgánicamente como funciona el Ejército, por ejemplo, sin que a nadie se le haya ocurrido formar comités paritarios de soldados y jefes.» (9 abril 1935)
En definitiva, lo que pretende en este párrafo es quebrar las posiciones de empleador y empleado, abolir la enajenación del trabajo como una mercancía. Y como modelo de referencia vuelve la mirada a las viejas corporaciones europeas, es decir, a los gremios de la Europa preindustrial. (Esa instancia estaba contemplada por el socialismo gremial del grupo de pensadores integrado en The New Age –en el que Maeztu jugó un importante papel, cristalizado en su Crisis del humanismo–. A lo que hay que añadir la postura propicia de los tradicionalismos organicistas y la de la doctrina social de la Iglesia reiterada en mayo de 1931 en la Quadragessimo anno.)
Al comentar la plusvalía se vió su desacuerdo con la relación bilateral del trabajo. Pero como es un criterio nuclear conviene no escatimar su cita:
«Para nosotros el capital no [es] sino un instrumento al servicio de la producción; no concebimos la estructura de la producción como relación bilateral entre capital y trabajo. El capital, en cuanto instrumento para el logro nacional de la producción, debe pertenecer a los productores mismos –en sus formas individuales o sindicales– o a la integridad económica nacional.» (12 diciembre 1935)
Sindicalismo vertical
Es la expresión insignia de todo este ámbito de propuestas joseantonianas. Su significado evolucionó a lo largo de los meses y fue ganando en atributos definitorios. Las tesis sostenidas se entienden sin dificultad con las citas textuales que aquí se recogen.
En el punto 9 de la Norma Programática de la Falange de noviembre de 1934 podemos leer:
«Concebimos a España, en lo económico, como un gigantesco sindicato de productores. Organizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un sistema de sindicatos verticales por ramas de producción, al servicio de la integridad eonómica nacional.»
En 1935 y 1936 José Antonio enriqueció la definición. Propuso unos sindicatos distintos a los conocidos, innovadores, con función directa en las tareas del Estado y en los que primaría este aspecto más allá del tradicional de la representación. Los textos son muy elocuentes.
El 11 de abril de 1935 dijo: «Los sindicatos no son órganos de representación, sino de actuación, de participación, de ejercicio. En ellos se logra armonizar al hombre con la Patria al través de la función, que es lo más auténtico y profundo.» También:
«Los sindicatos son cofradías profesionales, hermandades de trabajadores, pero a la vez órganos verticales en la integridad del Estado. Y al cumplir el humilde quehacer cotidiano y particular se tiene la seguridad de que se es órgano vivo e imprescindible en el cuerpo de la Patria. Se descarga así el Estado de mil menesteres que ahora innecesariamente desempeñan. Sólo se reserva los de su misión ante el mundo, ante la Historia.» (28 marzo 1935)
De igual modo:
«Y el Estado español puede ceñirse al cumplimiento de las funciones esenciales del Poder descargando no ya el arbitraje, sino la regulación completa , en muchos aspectos económicos, a entidades de gran abolengo tradicional: a los Sindicatos, que no serán ya arquitecturas parasitarias, según el actual planteamiento de la relación de trabajo, sino integridades verticales de cuantos cooperan a realizar cada rama de producción.» (3 marzo 1935)
En este designio programático sobresale un carácter innovador: la naturaleza y función del nuevo sindicalismo desborda la de los conocidos hasta ese momento. El sindicato es pieza básica de la organización del Estado con función directa en sus tareas. El Estado le entrega la regulación completa en muchos aspectos económicos. Esto comporta no sólo una transformación de la organización socioeconómica sino una transformación medular en la misión, estructura y función del Estado.
Un correlato de estas propuestas consiste en el hecho de que el sindicato vertical será sujeto de propiedad sindical, de la unidad productiva, de la unidad empresarial. Forma de propiedad que no excluye otras como la individual, la familiar o la comunal. (19 mayo 1935, 17 noviembre 1935). Además, este sindicato de productores –receptores de los beneficios– dispondrá de financiación propia. Lo proclamó el 27 de enero de 1936:
«la Falange quiere desarticular el régimen capitalista para que sus beneficios queden a favor de los productores, con objeto de que éstos, además, no tengan que acudir al banquero, sino que ellos mismos, en virtud de la organización nacionalsindicalista, puedan suministrarse los signos de crédito.»
Dos juicios autorizados
Por su calidad académica y su ecuanimidad política mencionamos aquí dos juicios decisivos sobre el intento socioeconómico de José Antonio.
En un artículo publicado en junio de 1963 –Revista de Trabajo, nº 2– el profesor Fernando Suárez diseccionó magistralmente las diferentes proposiciones de José Antonio en el espacio sindical. Los párrafos más esclarecedores del estudio son los que siguen: «Obvio es decir que la atribución al sindicato de la propiedad de los medios de producción y de la plusvalía, supone una transformación radical y profunda de todo el sistema económico y laboral.» Y concluye: «La sindicación vertical es, pues, la consecuencia lógica e inmediata de la desaparición de la propiedad capitalista y de su sustitución por la propiedad sindical.»
Más adelante el profesor Suárez dedujo las notas esenciales de las propuestas de José Antonió y escribió:
«En definitiva, la sociedad sindicalista propugnada por el Movimiento que fundó José Antonio, debería conducir a los siguientes postulados básicos: I. Los medios de producción no pueden estar en manos del capitalismo privado, ni en manos del Estado, sino en manos de los trabajadores organizados en Sindicatos. II. Las empresas son comunidades de trabajo, son propiedad mancomunada, común participación en beneficios y gestión común, en lo posible. III. Tales empresas se organizan en Sindicatos por ramas de la producción. IV. Los Sindicatos regulan la producción y financian su desarrollo, mediante sus propios sistemas de crédito.»
A pié de página anotó: «No se pueden ignorar las dificultades técnicas que presentaría el llevar a la práctica esta doctrina, y que la convierten en algo cercano a la utopía.» Esta nota del profesor Suárez avala la vecindad del sindicalismo vertical con el utopismo.
Unos años más tarde, con lucidez y llaneza, el profesor Efrén Borrajo en su Introducción al Derecho del Trabajo (1968), dejó una muy acabada interpretación de la novedosa propuesta sindicalista:
«…cuando la expresión ‘sindicato vertical’ se acuñó por Primo de Rivera (José Antonio) se refería a una pretendida organización socio-económica en la que no cabía el carácter ‘mixto’ o de dualidad de partes (empresarios y trabajadores) por cuanto se partía dogmáticamente de una afirmación de unidad, al refundir a dichos empresarios y trabajadores en la figura del ‘productor’, cualificado funcionalmente como trabajador directivo o trabajador ejecutivo, pero no por su posición económica y social.» (subrayados de Borrajo.)
La utilización por el profesor Borrajo del término pretendida apoya nuestro parecer sobre el utopismo de este punto del ideario.
16. La figura de Carlos Marx
Llegados al final de estas notas puede retomarse el cabo inicial de las mismas, Carlos Marx en José Antonio. Pero ahora podemos agregar otro apunte: el repaso, desde el punto de vista del fundador de la Falange, de la figura de Marx como personaje. Aunque implique escindir persona y obra. Y aunque se cuente con un exiguo material –apenas unos atisbos– es una veta con aliciente.
La primera huella de un parecer de José Antonio sobre Marx la localizamos en 1924. Tenía entonces 21 años. Está en la ya citada carta a don Luis Olariaga, del 3 de septiembre. Recordemos que escribe:
«En cuanto al libro de Tugan, aún no he acabado de leerlo, pero ya veo lo útil que es para equilibrar los efectos de la maravillosa dialéctica de Marx.»
Esa inicial calificación de maravillosa encierra un parecer admirativo que, con algún intervalo, terminará imponiéndose sobre el de menosprecio y repulsión. El adjetivo que aplica a la dialéctica marxista señala una tendencia que se confirma diez años más tarde, ya líder político.
El juicio de José Antonio sobre el personaje Marx no necesita de pesquisas eruditas, lo tenemos en sus propias palabras. El 19 de mayo de 1935, lo retrató como «una figura, en parte torva y en parte atrayente». La frase –de indudable viveza plástica– resume su percepción entrecruzada de la figura de Marx, de Marx como personaje. Es muy rica en matices porque el uso de en parte mitiga la rotundidad de la descripción, rebaja su dureza. En Marx advierte un perfil dañino que provoca la repulsa y un perfil atractivo que suscita el encantamiento.
Si en la parte torva anotamos los juicios adversos –a la figura– caemos en la cuenta de todos ellos se emiten a lo largo de 1934 y solamente en ese año.. En el mes de marzo, en su discurso de proclamación de la fusión de Falange con las JONS de Ramiro Ledema y Onésimo Redondo, José Antonio vertió varias críticas ácidas sobre la figura de Marx. Recalcó –hasta tres veces– su condición de judío; señaló su impasibilidad –insensibilidad– ante el drama social, su desprecio por los obreros y su materialismo que enlazó con el adoctrinamiento a los niños en Rusia. Cerró el párrafo con una pregunta: «¿Creéis que si los obreros lo supieran sentirían simpatias por una cosa como ésa, tremenda, escalofriante, inhumana, que concibió en su cabeza aquel judío que se llamaba Carlos Marx?». (La condición judía de Marx –en aquel contexto, sin duda, peyorativa– es una mención ocasional en José Antonio pues él era manifiestamente antiracista. Acaso fue un guiño retórico hacia Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, allí presentes, que sí tenían y manifestaban una porfiada postura antisemita).
También en ese año –¿en el mes de mayo?– escribió un artículo, que permaneció inédito, en el que atribuye la deshumanización de la respuesta socialista a «la mente inhospitalaria de Marx». Como indicamos, las críticas a la figura desaparecen en los dos restantes años de su vida. Y la condición racial de judío no vuelve a utilizarla ni directa ni indirectamente. Después de ese año, ni en 1935 ni en 1936, encontramos acritud en las menciones de la figura de Marx.
En 1935 contamos con un comentario que podemos asignar a la parte atrayente de la figura, aunque por vía indirecta. Es un elogio a su categoría como autor de El Capital.
«Esto dijo Carlos Marx en un libro formidablemente grueso; tanto, que no lo pudo acabar en vida; pero tan grueso como interesante, esta es la verdad; libro de una dialéctica apretadísima y de un ingenio extraordinario…» (9 abril 1935)
Con ese mismo aire de estima, en la misma ocasión, recoge José Antonio el fenómeno de la proletarización previsto por Marx: los artesanos, los pequeños productores y comerciantes «van siendo aniquilados económicamente por este avance ingente, inmenso, incontenible, del gran capital y acaban incorporándose al proletariado». Ese acontecimiento está narrado para José Antonio con una pasión comprometida porque dice que «Marx lo describe con un extraordinario acento dramático» (subrayado mío). Presenta un Marx distinto de la figura implacable de frío analista con el que lo ha retratado en otras ocasiones ha retratado.
Coda
El influjo directo de Carlos Marx en José Antonio ha quedado largo tiempo en la penumbra. Hace medio siglo, Manuel Sacristán recogió en un artículo las tesis marxistas aceptadas por José Antonio, aunque no mencionó la plusvalía. Su trabajo ha permanecido inédito hasta el 2007.
Las influencias de Marx en José Antonio se revelan especialmente en la crítica al capitalismo. De las tesis aceptadas, la de mayor calado fue la de la plusvalía, noción nuclear de las iniciativas propugnadas por José Antonio para una nueva y revolucionaria organización socioeconómica. Fue una decisión singular, resultado de la intención joseantoniana de superar el dilema capitalismo-marxismo, capital y trabajo, por medio del sindicalismo vertical. Decisión doctrinalmente arriesgada porque la validez de la plusvalía era dudosa, estaba profundamente cuestionada por los expertos. Y no había pasado por ningún banco de pruebas. Hipotéticamente, la oposición de intereses entre capital y trabajo quedaría cancelada al atribuir su titularidad al sindicato vertical. Ello entrañaría un cambio sustancial en el sistema productivo hasta entonces conocido. Pero no hay mención alguna sobre su factibilidad ni insinuación sobre los modos de implantación. La complejidad técnica de la articulación en el mundo real es tan ardua que la proposición se desliza hacia el utopismo.
En otro terreno, el del sentido de la historia, su teoría de las edades está ligada con las tendencias imperantes y roza el historicismo de Marx. Y, a la vez, es obligado destacar la inexistencia en sus textos del revisionismo marxista, tan rico en lo doctrinal como vigente en la realidad política coetánea.
Puede cuncluirse que este mensaje programático de José Antonio fue una intención que se plasmó en una expresión en agraz, inconclusa. Sin embargo, y quizá justamente por ello, el hecho brinda un especial acicare a los estudiosos aplicados al análisis crítico de sus ideas.
Adriano Gómez Molina
Revista El Catoblepas
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