Por Segismundo (CIFA) para elmunicipio.es
¿Habéis conocido alguna vez uno de esos libros que os cambian, que os abren la mente? Pues yo acabo de conocerlo. Hace unos meses cayó en mis manos un libro titulado El Principito se pone la corbata: Una fábula sobre crecimiento personal. Durante un tiempo me resistí a leerlo, justificando que mi vida profesional me lo impedía o que tenía otros libros que leer antes que ese, aunque la verdad fuera que no confiaba en los manuales de autoayuda, los cuales despreciaba. Sin embargo, un buen día accedí a tomarlo en mis manos… En una tarde me leí prácticamente la mitad. Es increíble la capacidad que tiene el autor, Borja Vilaseca, para engancharnos a su cuento. El argumento de la historia; que ya se revela en el prólogo que es real, a pesar de que los nombres hayan sido transformados; en realidad, es simple: El jefefundador de la consultora SAT, tras haber mirado cara a cara a la muerte, decide dar un cambio radical a su empresa. Ese cambio comienza por contratar a un director de recursos humanos, título que rápidamente se transforma en “responsable de personas y valores de la organización”. La labor cae sobre Pablo Príncipe, un curioso personaje inspirado en el Principito de Antonie de SaintExupéry, quien, habiendo primero revolucionado su existencia, acude ahora a revolucionar la de los demás. Pues bien, hacía tiempo que me había dado cuenta de que todo sistema y sociedad debe tener en la cúspide de su pirámide a la persona, diferenciando, como hacía Mounier, entre persona e individuo. Pero ahí se acababa mi “disertación”, por llamarlo de alguna manera. Sabía que había algo que cambiar en la actual sociedad de consumo en la que nos ha tocado vivir. Y también sabía que esa “revolución” debía comenzar en uno mismo. Pero ¿cómo? ¿Y en qué sentido? Pues bien, gracias a Borja creo que he dado con la solución. La primera conclusión que he sacado tras leer su libro es que somos dueños de nosotros mismos, de nuestro carácter y de nuestra actitud ante el mundo. Lo primero que debemos hacer para conseguir poner en práctica esta afirmación es deshacernos de nuestro ego, un veneno tóxico que provoca nuestra reactividad ante los acontecimientos, es decir, actuar inconscientemente, como si fuéramos animales. Frente a ello, debemos cultivar la pro-actividad, que no es sino la manera consciente de enfrentarnos a la realidad. Eso no significa que debamos acabar con nuestras emociones y sentimientos. Su labor es muy importante, pues actuando de forma pro-activa serán ellos que nos revelen la forma que tenemos de interpretar la realidad. Superaremos así las tres formas que tenemos de actuar las personas frente a la vida: el miedo, la tristeza y la ira. A través de ello conseguiremos la paz interior (ese extraña individua cuyo nombre parece ser repetido hasta la saciedad) y podremos conocernos a nosotros mismos. Pero para ello, además, hemos de cuestionar todo lo que hemos ido aprendiendo: lo que nos enseñaron nuestros padres, en la escuela, o incluso lo que leemos en este artículo. Bueno, pero, diréis, ¿qué sacamos de todo ello? Pues que así lograremos ser felices. No conseguiremos una felicidad como actualmente nos la presenta el sistema, sino la felicidad de estar de acuerdo con nosotros mismos, de poner fin a que sean los aspectos exteriores los que nos dominen… la felicidad de tomar las riendas de nuestra vida. Y es que ser feliz es lo máximo que una persona pueda aportar a la sociedad. Hagamos frente a esta época que carece de valores. Hagamos frente al sistema siendo felices.
Segismundo (CIFA)