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Cuando Hernán Cortés quebró sus naves

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El pintor Augusto Ferrer-Dalmau, asesorado por el historiador David Nievas Muñoz, acaba de concluir “La marcha a Tenochtitlán” un cuadro fidedigno como pocos de uno de los episodios más épicos de nuestra historia, protagonizado por Hernán Cortés. El pintor ha querido que Espejo de Navegantes muestre esta obra por primera vez

Se dice que para motivar a sus hombres, Hernán Cortés, el conquistador del inmenso imperio azteca, quebró sus naves. Se enfrentaba a la posibilidad de retornar a Cuba sin emprender la marcha hacia Tenochtitlán por la que pasó a la historia como una de las más grandes y complejas figuras de la historia. En el encuentro de dos mundos, frente a Veracruz, ciudad recién fundada, tomó una decisión: nunca abandonar esa ambición. Entre sus hombres había leales seguidores del gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, que instigaban al retorno. Desobedecer y aventurarse era arriesgado. No sabían lo grande que era aquella empresa, desmesurada. Eso parecía. A cualquier observador con la mente en sus cabales. No a Cortés.

«Propuso Cortés ir a México. Y para que le siguiesen todos, aunque no quisiesen, acordó quebrar los navíos, cosa recia y peligrosa y de gran pérdida». Ese es el relato de López de Gómara. Ahora, un nuevo cuadro del pintor Augusto Ferrer-Dalmau, nos muestra qué pasó después. Refriegas y alianzas, pero sobre todo la intuición de cómo los súbditos de Moctezuma se acabarían uniendo a la aventura. Que no era otra que conquistar el imperio azteca. La marcha hacia Tenochtitlán. Pero en esta ocasión, Ferrer-Dalmau ha contado con la inestimable ayuda del historiador David Nievas Muñoz, que le ha permitido elaborar una interpretación fiel de aquel momento. Así, el estilo que le ha convertido en el más afamado pintor de la historia militar de España, tiene un valor añadido, en el empeño de crear una imagen fidedigna de lo que ocurrió. Tradicionalmente se ha pintado aquella aventura con armas más avanzadas, atuendos distintos, detalles que no cuadraban. Ahora podemos asomarnos al aspecto más plausible de una expedición cuyas formas recuerdan más las armaduras tardomedievales que las del XVII.

David Nievas Muñoz es historiador licenciado en la Universidad de Granada. Master en la Monarquía Católica, el Siglo de Oro Español y la Europa Barroca. Y se ha convertido en un guía experto para el pintor. Plantea una reflexión histórica del momento. En Castilla los comuneros están en pie de guerra en ese octubre de 1519. “El joven rey Carlos se había aprestado a viajar hacia Alemania tras conocer la noticia de su elección como Rey de Romanos (paso previo a la coronación imperial) el 28 de junio”. Ferrer-Dalmau y Nievas Muñoz han trabajado conjuntamente codo con codo durante todo el proceso de creación.

Dejemos aquí hablar al relato de Nievas Muñoz, mucho más informado: “Al otro lado de la Mar Océana, un rebelde llamado Hernán Cortés, marchaba hacia al encuentro del emperador Moctezuma y hacia su capital, Tenochtitlán. No lo hacía solo. Tras de él, una heterogénea fuerza por quinientos aventureros sujetos a sus propias ordenanzas y contratos, los llamados conquistadores. Entre dieciséis jinetes y un puñado de piezas de artillería, la mayoría de las cuales eran pequeñas bombardas o falconetes que habían desmontado de los buques barrenados (que no quemados) a la vera de la recién fundada Villa Rica de Veracruz. Pero los arcabuceros, lanceros, ballesteros y rodeleros de Cortés, gente ávida de fortuna (pues no percibían paga, como los soldados del rey en Europa), no eran los únicos componentes de aquel ejército”.

“La Conquista de México, episodio controvertido y fascinante a partes iguales, no se realizó de ésta manera, los unos (españoles) contra los otros (aztecas). La Triple Alianza tenía muchos enemigos, aún entre sus naciones tributarias. Los más acérrimos eran, sin duda, los miembros de la Confederación Tlaxcalteca, formada por los pueblos otomí, pinome y tlaxcalteca. Las fuerzas de Cortés entraron en Tlaxcala, acompañadas por tropas totonacas, habían entrado en Tlaxcala a finales de agosto de aquel mismo año, y tras varios combates contra sus fieros guerreros, habían firmado con ellos una poderosa alianza”.

Sigue el historiador Nievas Muñoz: “El objetivo de éstas tropas era llegar hasta la capital de la Triple Alianza, Tenochtitlán, donde esperaban ser recibidos por el emperador. Antes, contentaron a sus aliados tlaxcaltecas, saldando viejas cuentas con la vecina ciudad de Cholula, uno de los mayores centros religiosos de Mesoamérica. Los españoles justificaron la acción en sus crónicas acusando a los cholultecas de preparar su ciudad como una gran trampa. Sea como fuere, durante seis días la gran ciudad fue saqueada, su templo mayor incendiado y cinco mil de sus habitantes pasados a cuchillo. El ejército acampó en ella durante dos semanas, enviando a Pedro de Alvarado para explorar el camino que debía llevarles hacia la capital.

Les esperaba “el Paso de Cortés”, a cuatro mil metros de altura entre los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En torno al treinta de octubre salieron de Cholula con dirección a Huejotzingo. Cruzaron, para ello, el río Actipan.

El encargo

Ferrer-Dalmau no ha querido realizar una obra rompedora sino “marcar la diferencia por una aproximación histórica alejada de clichés”. Lejos de la visión decimonónica del conquistador arquetípico -según relata el historiador Nievas Muñoz, “provisto de colorido gregüescos, morrión de cresta y armas a la usanza de décadas posteriores (como la guarnición de cazoleta, que no aparece hasta la década de 1630), un análisis más cercano a las fuentes artísticas y documentales de la época nos presenta a un conquistador mucho más bajomedieval”. En opinión de Nievas Muñoz, “si atendemos a testimonios contemporáneos de la Castilla de 1520, como los dibujos relativos a la moda española de Christoph Weiditz o el siempre elocuente arte sacro, el conquistador castellano vestiría más como sus abuelos que como sus nietos. No obstante, conviene ponderar el fenómeno de la “moda militar” que en éstos años constituye la imitación de la moda italiana y sobre todo alemana, pues en el tapiz de la Batalla de Pavía, casi contemporáneo a éstos hechos, vemos a una infantería que vestía y armaba a la usanza de los lansquenetes. Éstas pintura quiere reflejar todo ésto, y mucho más. Vemos en ella, por poner un ejemplo, calzas antiguas hasta la cintura tanto como los primeros gregüescos a la moda tudesca”.

Los personajes

Con el mismo espíritu se han elegido a los personajes del cuadro. Guía al conjunto un guerrero tlaxcalteca, en calidad de aliado, “vistiendo su escaupil y empuñando su maquahuitl, la temible espada de madera con lascas de afilada obdisiana formando su filo”, señala el historiador.

Detrás de él, los jinetes, “que tan importantes fueron en las batallas libradas en suelo mexicano, ligeros o con armadura. Celadas con visor, adargas de cuero (préstamo, como muchos otros, de la caballería nazarí a los jinetes españoles), petos milaneses y lanzas ligeras a modo de venablo, con las que poder reñir “a la jineta”, estilo de monta del gusto de los conquistadores, más parecido al de un banderillero actual que al de la doma clásica de una maestranza”. Los detalles que aporta este gran conocedor de la época son impresionantes. Añade que “estos jinetes, terror de sus enemigos, no solían cargar en una formación cerrada, si no que hostigaban al enemigo y le privaban de su ataque mediante recortes, caracolas y otras argucias propias de la actual doma vaquera“.

Siguen arcabuceros y ballesteros, más desconocidos pero numerosos, que “tuvieron gran importancia en aquella conquista. Su número distaba mucho de convertirlos en un factor decisivo. Trece arcabuceros manejando versiones primitivas del arma de fuego portátil que ya triunfaba en los campos de batalla europeos. La estampida del arcabuz y el cañón, comparada por los guerreros mesoamericanos con el trueno, era una gran baza en lo psicológico, al quebrar la moral de aquellos guerreros. La puntería de los treinta y dos ballesteros de Cortés sería, sin embargo, más decisiva, al poder escoger bien sus blancos entre los oficiales y guerreros de mayor categoría de las tropas enemigas. Los más humildes lanceros y rodeleros formaban el núcleo de la tropa, sólidos y disciplinados. Su mayor ventaja, además de las armas y armaduras de acero, era la táctica. Llevaron a sus enemigos un tipo de guerra al que no estaban acostumbrados, basada en sólidas formaciones cerradas con gran poder ofensivo/defensivo, a la usanza de los cuadros de picas europeos, y también la guerra irregular, de la “entrada” y el golpe de mano, aprendida en la Guerra de Granada”. Es la historia que respira por la pintura.

El mérito de Nievas Muñoz y Ferrer-Dalmau no es pequeño. El primero aporta la claridad del estudio histórico para que podamos alimentar nuestra imaginación con elementos de los que hay certidumbre y alejemos nuestra memoria de idealizaciones que no por asentadas son más aceptables. Ferrer-Dalmau ha puesto su técnica en el empeño muy similar al del historiador: la exactitud, el rigor y la técnica asombrosa, al servicio de la historia, de la que nos cuenta el cuadro y también de la que todos compartimos a ambos lados del Atlántico.

Civiles y mujeres

El historiador, entre las sabrosas descripciones del grupo armado, nos recuerda que “la hueste no la formaban solo soldados (tlaxcaltecas o españoles), jinetes, capitanes y cañones. Con ellos, y no menos importantes, iban los civiles. Los caciques totonacas y tlaxcaltecas habían dado a Cortés miles de porteadores. El “tameme” mesoamericano podía cargar un promedio de veintitrés kilos en su espalda, en largas jornadas donde podían cubrirse hasta veinticinco kilómetros diarios. Su monumental esfuerzo fue esencial. Ellos cargaban con los cañones, las vituallas, municiones e impedimenta”.

La descripción es impagable, detallada y nos ayuda a entrar en el cuadro: “Junto a ellos, las mujeres que acompañaban a la tropa, en calidad de sirvientas o mucamas, que realizaban aquellas tareas que aquellos hombres consideraban impropias de su sexo, pero no por ello menos vitales para el día a día de un ejército. Muchos españoles tomaron a éstas mujeres como compañeras, barraganas y en ocasiones esposas, incidiendo en el fenómeno del mestizaje, que se llevaba produciendo desde las primeras expediciones de Colón. No eran las indias las únicas mujeres de la hueste de Cortés, pues también le habían acompañado españolas, como María de Estrada, citada en las crónicas por su bravura en la Batalla de Otumba, donde luchó por su vida como un soldado más. A todas ella ejemplifica la silenciosa mujer tlaxcalteca que acompaña, cargada con su petate, al clérigo en el centro de la composición”.

El rostro del historiador

También fueron herreros, carpinteros, médicos y sacerdotes junto a Cortés. De éstos últimos se conoce bien su nombre e historia. Nievas Muñoz nos lo cuenta: “El único clérigo ordenado de mayores de la expedición era Bartolomé de Olmedo, del hábito de la Merced. Consejero de Cortés y heraldo, en ocasiones, del extremeño, celebró en éste territorio las primeras misas y bautizos, a los que era muy dado”. El homenaje del pintor a su compañero de fatigas trayéndole la historia más fidedigna para mezclarla como base con los pigmentos, está en esta figura de Olmedo. Tiene el rostro del historiador. Él lo agradece enormemente y “como decía el cronista Bernal Díaz del Castillo, a tenor de las causas y propósitos de la empresa, habían ido por servir a Dios y a su majestad y dar luz a aquellos que estaban en las tinieblas; y también por haber riquezas, que todos los hombres venimos comúnmente a buscar”.

“El otro clérigo, no menos importante, era Jerónimo de Aguilar, un diácono secular que había sido prisionero de los mayas tras un naufragio, llegando a ser consejero de un cacique -nos recuerda Nievas Muñoz-. Se presentó ante Cortés y sus hombres al enterarse de su llegada, y en lo sucesivo ejerció de traductor del maya chontal al castellano. Doña Marina, la famosa “Malinche”, le desbancaría en éste papel, como futura traductora, consejera y amante del extremeño. Una figura controvertida, pero esencial, que los propios soldados de Cortés consideraban valiosa “como diez cañones de bronce”.

Marchan juntos

Marchan juntos desde entonces bajo una misma bandera los tlaxcaltecas y los castellanos, soldados y civiles, “dando fe, junto a otras alianzas que contra Moctezuma se firmarán en los meses venideros, de un proceso de conquista y colonización mucho más complejo, en lo político y material, de lo que se pudiera pensar”. Era el final de una época y el comienzo de otra nueva, en la que ya nunca nada sería igual. Sangre y alianzas, guerras y mestizaje, océanos de aislamiento y naves quebradas como mensaje indeleble que expresaba como ninguna otra cosa la claridad de aquel empeño épico: No había vuelta atras.

Volver al pasado, en esta perspectiva, enriquece la mirada de quienes hoy pensamos en el maravilloso resultado de aquella aventura. Lengua y visión del mundo comunes, de la vida y la muerte parejas, los pasos del conquistador en este Rubicón tropical dejarían una huella en la historia que nos define. En 2019 habrán pasado cinco siglos. Ya casi han pasado. Como en otras ocasiones, el pintor de batallas nos recuerda la grandeza de aquellos momentos, de aquellos hombres que se aventuraron en un mundo desconocido.

Escrito de Jesús García Calero en el diario ABC.

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