Palomera está en la serranía, a diez kilómetros de Cuenca. Para llegar a esta aldea, de apenas 198 habitantes censados, hay que seguir la hoz del Huécar, una carretera estrecha que serpentea sobre el río, muy frecuentada en verano por cicloturistas y paisanos que hacen jogging. En Palomera acaba la carretera y allí empieza una senda forestal que sube a los Palancares, una zona donde la hoz se abre y la gente se baña en pozas. Allí, a tres kilómetros del pueblo, fue donde un paseante encontró el miércoles por la tarde unos pies que sobresalían del suelo. Cubiertos por una capa de cal viva, estaban los restos de Marina y Laura, las chicas desaparecidas la tarde del jueves tras ir a visitar en Cuenca a Sergio Morate, el exnovio de Marina.
La Vanguardia / A la entrada de la aldea hay una casa rural de siete habitaciones, El encanto de Palomera. Está en venta. Ya se sabe: la crisis. Su dueña conoce a la familia Morate desde que en los años noventa compró y rehabilitó la vivienda. «Sergio no es ningún chulo de gimnasio. Al contrario, era encantador. De hecho, le dejábamos el coche para que nos pasara la ITV». Sergio es, claro, Sergio Morate Garcés, el sospechoso, ya no presunto ni para su familia, que el lunes abandonó Cuenca y ayer colgó en Facebook un durísimo comunicado: «No sabemos qué diablo se apoderó de ti, pero ojalá te localicen y encierren pronto indefinidamente, y ojalá entonces tu mente perturbada se recupere para darte cuenta de que también te mataste tú» .
En Palomera vivía también un hermano de la madre de Sergio, que regentaba un bar enfrente del Ayuntamiento, La Gabriela. Allí trabajó durante dos años Marina antes de que el tío de Sergio traspasara el negocio al sufrir un cáncer. La Gabriela permanecía ayer cerrado y ante la puerta montaban guardia unidades móviles de televisión.
Para los vecinos de Palomera todo es sorprendente y a la vez muy confuso. «La familia Morate es aquí muy conocida. Son gente acomodada. El padre tiene una tienda de muebles y antigüedades en Chillarón, otro pueblo no muy lejos de la capital. Son muebles muy buenos; los traen de Valencia y de todo el mundo. Todos los muebles de nuestras casas son de allí y Sergio los montaba. Trabajaba para el padre, no como la madre, que es funcionaria, o su hermano, que montó un bar en Mérida», comenta otro de los paisanos.
Para la dueña de El Encanto de Palomera, «Sergio sólo tenía un problema. Le daba un mal aire con las mujeres que le querían dejar. Ya le había pasado antes». Tenía antecedentes penales por retener, maltratar y fotografiar desnuda y sin su consentimiento a otra exnovia. «Lo que es seguro es que no pudo haber matado a las chicas solo», prosigue: «No tenía fuerza física suficiente». En eso coinciden otros vecinos que aseguran que había perdido en el último año más de 20 kilos por culpa de un cáncer de testículos.
«Además, alguien le vio acompañado el mismo jueves por la noche», continua la empresaria de la casa rural. Fue en su barrio conquense de Ars Natura. «Iba con otro hombre y juntos paseaban a un perro. Quizás fue quien le ayudó». Nadie más le ha visto desde entonces. En Palomera creen que ya estaba en el extranjero, y llevaban razón, porque estaba en Rumanía.
El asesino también tuvo suerte. Ese senda donde aparecieron las mujeres es utilizada por los senderistas para ver las estrellas, pero ese jueves estuvo nublado y nadie subió o si subió no vio nada . Casi una semana después, el pasado miércoles, era día de Perseidas, las estrellas fugaces que se conocen como lágrimas de San Lorenzo. Pero también fue una noche nublada en casi todo el centro de la Península. Y el camino no estaba transitable desde que a las 10 la Guardia Civil cortó el acceso. Ayer no era día de estrellas fugaces y las únicas lágrimas eran las de los familiares que esperaban junto a los coches patrulla a que el juez levantara los cadáveres, con la senda de los Palancares convertida en un camino de desolación y muerte.