1º. Hay que prescindir de todo aquello que a él le exigió su tiempo pero a nosotros el nuestro nos lo prohíbe. “No importa que el escalpelo haga sangre. Lo que importa es estar seguro de que obedece a una ley de amor” (26 marzo, 1935, Edición del Centenario, p. 908), nos dijo. Hay que prescindir, en su recuperación para nuestro hoy, por ejemplo, del José Antonio no parlamentario, partidario de la supresión de los partidos políticos, propugnador de una democracia orgánica y de unos sindicatos verticales, vertebradores de una economía nacional y recaudadores de la “plusvalía”. Todo eso, además, entendemos que no fue lo esencial de su pensamiento…
2º. Hay que incorporar, para poder así prolongar su ideario hasta nuestro tiempo, las necesarias nuevas soluciones a los problemas nuevos, no existentes en su tiempo. Y ello, “no con ánimo de copia de lo que hicieron los grandes antiguos, sino con ánimo de adivinación de lo que harían en nuestras circunstancias” (agosto, 1935, Edición del Centenario, p. 1099). Siempre desde la fidelidad y la lealtad a José Antonio; pero considerado ahora ya no como jefe sino como maestro. En la estela de su ejemplo pero con la eficacia de pretender nosotros ser actuales y fieles a nuestro tiempo, como él lo fue, entonces, al suyo. No somos monos, que sólo imitan los gestos; ni somos loros, que sólo repiten las palabras…
3º. Hay que insistir, ampliar y desarrollar lo que en el ideario de José Antonio sólo existe como atisbo emergente y germinal de una concepción total, que de habérsele permitido hubiera tenido, en él y por él, sin duda, su pleno desarrollo intelectual cabal. Esto es lo más permanente, vigente y válido de su inacabado pensamiento, aunque su corta vida, violentamente truncada, no le permitiera a él culminar su formulación definitiva, y plenamente elaborada. Y este es nuestro deber, si de verdad queremos ser sus discípulos. Con todo el riesgo que ello significa, hay que correr el peligro de equivocarnos pero, a cambio, ganaremos la oportunidad de acertar. Hay que llevar hasta sus últimas consecuencias unas ideas-fuerzas escasamente desarrolladas por él, pero ya inicialmente por él propuestas, como son: la plena hegemonía de lo espiritual; la suprema realidad de España; el imperativo categórico de la unidad en el hombre, entre los hombres, las clases y las tierras de España; su patriotismo crítico, la devolución de la alegría y del orgullo de ser españoles; la necesidad de instaurar en España una verdadera conciencia nacional todavía inexistente… Sobre todo, hay que tener el valor de llevar hasta sus últimas consecuencias su concepción del hombre como portador de su libertad, su dignidad y su integridad, valores eternos. Todo ello como fundamento último de un imperativo de justicia social al nivel histórico de nuestro tiempo, más allá de nostálgicas demagogias y letales ingenierias sociales y económicas.
Palabras de Jaime Suárez en el libro “El legado de José Antonio”. Visto en Plataforma 2003.