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Un exconcejal del PP abate a islamistas como si fueran “palillos de feria”

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A Joseba le encanta escuchar las melodías imposibles de Chopin o reírse con el falso Mariano Rajoy de Vaya Semanita. También disfruta «limpiando» Siria de yihadistas con un subfusil de la Segunda Guerra Mundial que no aparece ni en el inventario del Call of Duty. Los acribilla a 1.000 metros de distancia como «si fuesen palillos de una caseta de feria». Cartones inertes. Para contar sus víctimas le hacen falta las dos manos, pero él duerme plácidamente. «Lo único que siento es un golpe en el hombro cada vez que me cargo a uno de ellos. Siento que hay un cabrón menos que pueda hacer daño a una mujer o a un niño». Son palabras de un hombre desesperado por regresar a España para cuidar de su mujer, con el corazón enfermo. Un joven de familia acomodada que lanzó esta semana una campaña de crowdfunding para reunir 750 euros que le devuelvan a su hogar…o a la Audiencia Nacional. Un ex concejal del PP vasco que pasó de luchar para que la bandera española ondease en el Ayuntamiento de su pueblo a combatir al Estado Islámico en el avispero sirio. Su vida se convirtió en un tiovivo desde que ETA le enseñase sus dientes con su mujer embarazada como testigo.

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Diario El Mundo / Corría el año 2003. Joseba García (48 años) aún no se había borrado ni su nombre españolista (Rodrigo) de su DNI. Era el hijo de un afamado escaparatista de Vitoria y se paseaba por la fría capital alavesa con su Harley Davidson y su Land Cruiser descapotable. Hasta algunas chicas pijas del club deportivo Estadio le miraban de reojo. La vida le sonreía. Se ganaba los cuartos colocando techos de pladur y su esposa era una conocida esteticista. Se habían casado años atrás con el himno de España retumbando con fuerza en uno de los sitios de postín de Vitoria. Porque Joseba se consideraba un patriota, un hombre de derechas, y no era fácil ni decirlo ni mostrarlo en aquel País Vasco silenciado por los tiros en la nuca de ETA.

Le quemaba tanto ese ambiente hostil que decidió dar un paso al frente cuando el Partido Popular vasco necesitaba hasta paracaidistas de Madrid para rellenar sus listas electorales. Y se presentó por Alegría, el diminuto pueblo alavés donde vivía. Obtuvo representación y desde el primer pleno se enzarzó a grito pelado con el alcalde nacionalista para que colocase la bandera de España en el consistorio. Se obsesionó tanto con ello que denunciaría al primer edil y le obligaría judicialmente a poner la enseña nacional. De esa sentencia favorable nacería años después la Ley de Banderas y él nunca aparecería en la foto triunfal. Joseba tampoco tenía problemas en encararse con los ediles de Euskal Herritarrok, una de las marcas blancas de Batasuna.

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No tenía miedo. Hasta que una lluviosa noche de enero de 2004 dos pistoleros de ETA estuvieron a punto de acribillarle a tiros en la puerta de su casa en Alegría. Eran las 11 y media de la noche y el edil llegó a su casa en su vehículo acompañado de su mujer embarazada y de su escolta. Aparcó y antes de bajar del coche se dio cuenta de que había un utilitario con las luces apagadas con dos personas dentro. De repente, una de ellas se bajó del interior. Joseba puso en marcha el coche rápidamente y se fue hasta Vitoria a 180 por hora. 16 kilómetros frenéticos por una carretera secundaria. Se fue directo a Arkaute (la academia de la Ertzaintza) a relatar lo sucedido y facilitó la matrícula del vehículo sospechoso. Días más tarde, los agentes le confirmaron que habían encontrado ese coche abandonado con las matrículas dobladas y que había sido víctima de un atentado frustrado.

Aquello le dejó tocado. Y también las continuas llamadas que recibía a altas horas de la madrugada pidiéndole que abandonase su pueblo. «Me decían que o me iba o se cargaban a mi familia. Pero si me iba ellos ganaban, y yo tenía que luchar por la libertad en Euskadi», cuenta Joseba. Pidió doble escolta a la dirección del PP vasco. Se mudó con su familia al centro de Vitoria para iniciar una vida más segura. Pero cayó en depresión. Tampoco ayudó que semanas después de sobrevivir a aquella encerrona etarra su jefe le llamase para informarle que le despedía «por llevar escolta». A Joseba le quedaban los 100 euros que recibía por asistir a los plenos del Ayuntamiento. Calderilla por jugarse la vida. Inició duras sesiones con un psiquiatra y le pidió que no desvelase a su familia que su depresión estaba motivada por su miedo a ETA.

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Comenzó a obsesionarse por su seguridad. Él, que se había aficionado al tiro olímpico cuando era un veinteañero, decidió armarse hasta los dientes. Tenía hasta «dos armeros en casa repletos de rifles», según relata su ex mujer. También empezó a ir a los plenos con una pistola debajo del cinturón.No dejaba de ir al campo de tiro de Ibaia en Vitoria. Vivía encerrado en su obsesión por afinar su puntería, por si algún día ETA le volvía a dar un susto. Perfeccionó tanto la práctica que incluso se proclamó campeón del País Vasco en carabina 3×40. Mientras tanto, su matrimonio hacía aguas. Trató de salvar la relación con un viaje en familia a Orlando (Estados Unidos). Llevó a su mujer y a su hija al parque Walt Disney y Joseba quiso montarse en el tiovivo. Subía y bajaba en el caballito azul…como en su vida real. En ese momento estaba abajo. Tan abajo que su esposa decidió dejarle.

«Él estaba obsesionado con las armas y yo decidí que tenía que alejarme de él. No le podía ver tan mal. Traté de ayudarle durante cinco años pero fue imposible», cuenta su ex esposa. El divorcio fue un camino de espinas. Lo pasó tan mal Joseba que en 2012 decidió hasta cambiarse de nombre (se llamaba Rodrigo) y euskaldinizar su primer apellido. Reiniciarse. Cambió de vestimenta, se puso dos pendientes y se tatuó los brazos. Incluso empezó a llevar la ikurriña en sus camisetas. Sí, el mismo que había obligado al alcalde peneuvista de Alegría a colocar la enseña nacional. Comenzó incluso a irse de pintxos con ex ediles de Batasuna. Él seguía siendo concejal del PP pero su discurso viró radicalmente. «Dejó de ser una persona de extrema derecha y se moderó», cuenta el alcalde actual, Joseba Garitagoitia, con el que empezó a tener una amistad por aquel entonces a pesar de su pasado batasuno. Este mismo le casaría en 2013 con Raquel, una peluquera canaria a la que conoció en las fiestas de La Blanca en Vitoria. Joseba también encontró trabajo de mantenimiento en una residencia de ancianos de Vitoria. Volvía a sonreír. Ya nada quedaba de Rodrigo. Bueno, sí, su obsesión por las armas. Joseba seguía enganchado a los foros sobre armas. En uno de ellos, conoció a Joe de Montana (Estados Unidos), un ex paracaidista que le habló de la existencia de un grupo llamado Lions of Rojava, una milicia montada por un ex marine de los Estados Unidos a los 28 años. Le contó que este grupo de voluntarios se encontraba desplegado en Siria ayudando al YPG (las unidades de protección popular del Kurdistán) a defender sus territorios de los embates de los terroristas del DAESH (IS), el autoproclamado Estado Islámico. A Joseba esos vídeos de los yihadistas ahogando a cristianos en celdas le enervaban la sangre. Y empezó a sentir envidia por esos occidentales que viajaban a Siria a luchar por la libertad. En septiembre del pasado año decidió contactar por internet con la organización. «Me exigieron que no tuviese antecedentes penales, ni que tuviese tatuajes ofensivos hacia la mujer», rememora.

Meses después de ese primer contacto, en junio, Joseba puso rumbo al infierno sirio. Entró por Irak. Aterrizó en el aeropuerto de Suleimaniya y allí estaba esperándole un madelman de Lions of Rojava. Cruzaron en un jeep 800 kilómetros minados de check points controlados por los ejércitos del Kurdistán, pero no exentos de la amenaza de los yihadistas. «Me llevaron a una especie de academia cerca de Kobane donde me enseñaron algo de turco y me explicaron el respeto que había que tenerle a la mujer. Me sometieron a un entrenamiento de 12 días», cuenta Joseba, que pudo pasar unos días en la ciudad de Kobane, en la zona kurda de Siria.Vio tanta necesidad de ayuda que decidió volver a España para decirle a su mujer que se quedaba.

«Ella no lo entendía, pero lo respetaba. Le dije que si no iba a pararlos allí, acabaríamos teniéndolos aquí», rememora Joseba. La segunda persona con la que habló fue con su jefe del geriátrico donde entonces trabajaba. «Me quiero pedir una excedencia. Me voy a Finlandia a construir casas de madera». A su familia ni siquiera le avisó. «Yo me he enterado por la prensa de que estaba en Siria, y mis padres igual», explica Belén, su hermana abogada. Tampoco avisó a su ex mujer, que le andaba persiguiendo para que le pagase la pensión de su hija.

Joseba regresó a Siria a finales de junio. «Entré otra vez a través de Irak y tras un largo periplo llegamos a una casa segura en Kobane. Me presentaron a mi comando. Estaba formado por cinco personas. Dos americanos, ex rangers, un canadiense y un británico. Nos dieron a cada uno una colchoneta, una manta y varias latas de sardinas».


Joseba entró a Siria a través de Irak. Obtuvo un permiso de 15 días. Al haber estado más tiempo está obligado a pagar una multa de 350 dólares para la que no dispone de dinero.

– ¿Y a qué se está dedicando?

– Yo ayudo a limpiar. Yo soy francotirador selecto. Nuestro enemigo es el DAESH. Sus mercenarios se meten en los pueblos cercanos a Kobane, se cargan a los hombres y violan a las mujeres. Luego agarran y se quedan en el pueblo un tiempo. Yo intento limpiar de francotiradores del DAESH para que luego entre la infantería de las milicias kurdas sin tanto peligro. El YPG nos avisa de que van a lanzar un ataque y ahí que vamos nosotros antes. Hay que ayudar a los del YPG porque son como el ejército de Pancho Villa. Le echan muchos huevos pero no tienen medios.

– ¿Y a cuántos ha barrido ya?

– Esto es como Las Vegas. Lo que pasa aquí se queda aquí.

– Pero, bueno, habiendo sido campeón del País Vasco de tiro… ¿no se le habrá dado mal, no?

– Mal no se me ha dado. Joseba, al menos, suma siete dianas. Siete cabezas humanas que hizo explotar a 1.000 metros de distancia.

– ¿Qué siente cuando ve cómo se desploma su enemigo?

– Un golpe en el hombro. No sientes nada. Sientes que te has cargado a un cabrón. Que tienes un hijoputa menos que va a hacer daño a una mujer. Yo me siento bien. Duermo perfectamente. Contra los que disparo son mercenarios chechenos a sueldo del DAESH que cobran 3.000 dólares al mes por matar civiles. Son asquerosos.

– ¿Y supongo que contará con armamento de última tecnología?

– Qué va. Yo ando con un Mosing Nagant, un subfusil de la II Guerra Mundial cuando los yihadistas cuentan con lo mejor del mundo porque están financiados por Qatar y Arabia Saudí. Ellos tienen el último modelo de fusil de francotirador de Rusia. Un fusil que a 2.000 metros te mete una bala en la cabeza. Es lo que más me molesta. Joder, si quieres que limpie bien la zona, déjame un Remington 700 para que pueda disparar a 1.600 metros.

– ¿Pero quién manda en los Lions of Rojava y los financia?

– Ni puta idea.

– ¿Hay más españoles en la unidad de voluntarios?

– Sí. Suelen ser ex militares.

– ¿Es feliz allí?- Lo era hasta que mi mujer enfermó. Ella se está muriendo. Tiene varias microgrietas en el corazón. Y quiero volver a toda costa, aunque sé que en cuanto pise España me van a detener y me van a llevar a la Audiencia Nacional para crujirme.

– ¿Teme ir a prisión?

– Yo lo que quiero es llegar a Pamplona donde vive mi esposa y después me entregaré a la Policía. Sé que me acusarán de terrorismo internacional, de uso de armas de guerra y de tráfico de explosivos, pero yo no soy como ese chaval que estaba enrolado en el PKK (Paco Arcadio, en libertad con cargos). Ese grupo es terrorista, mientras mi grupo no lo es. Lo que pasa es que algún juez estrella se querrá colgar la medallita de detenerme. Me estarán esperando en el aeropuerto.

Su vuelta está complicada. Joseba aguarda en su piso franco de Kobane esperando que la campaña de recaudación que inició tras filtrar su situación al portal Gasteiz Hoy dé sus frutos. Por ahora no lo ha hecho. Sólo ha obtenido en su cuenta de Paypal 38 euros y en su bolsillo le quedan 49 dólares. Necesita unos 700 euros para su billete de regreso puesto que su milicia no se hace cargo de ello si permaneces menos de siete meses en tierra hostil.

– No entiendo cómo en un país de 47 millones de personas no haya siete que me quieran poner 100 pavos. Nadie entiende que estoy luchando por la libertad. Ni siquiera esos meapilas que van a misa todos los domingos y que no ven que estoy defendiendo a los cristianos. Yo veo cómo mis compañeros americanos piden ayuda y en dos días están de vuelta. Son tratados como héroes.

A Joseba se le complicó su campaña de recaudación cuando su ex mujer decidió anunciar que le debía varias pensiones a su hija y que se había ido a Siria para eludir tal responsabilidad. «Eso es mentira. ¿Tú te crees que me voy a jugar mi vida porque le deba tres pensiones de 250 euros? Yo lucho por la libertad».

– ¿Cree que le ha afectado?

– Pues sí. Que vaya soltando comentarios de ese tipo me ha convertido en un ogro ante los españoles.

Joseba se viene abajo. Se pone a llorar y nos pide ayuda.

– Hay un amigo al que dejé una pistola de tiro olímpico. Vale 800 euros, pero por 350 euros la suelto. Encuéntrame un comprador y envíame la pasta, por favor…

Nuestra negativa le hunde.

– Estoy desesperado. Mi mujer se va a morir.

– ¿Y por qué no pide ayuda en su antiguo partido, el PP vasco?

– Yo ya no soy del PP. Dejé de ir a los plenos un año antes de que finalizase la pasada legislatura y no me volví a presentar. Estaba harto de que fuesen unos corruptos.

En la sede del PP vasco escuece este tema. Sobre todo porque les ha explotado en la semana horribilis de Arantza Quiroga, en la que ésta ha tendido la mano a Bildu.

«No tiene nada que ver con el partido», dice un portavoz popular.Uno de sus famosos ex dirigentes asegura que ni lo conoce.

– ¿Pero no estuvo en su boda?

– Sí -responde avergonzado.

Ya nadie conoce a Joseba. Ésa es la realidad que le espera en España. Si consigue volver del infierno sirio. Los islamistas ya le han puesto precio a su cabeza: 150.000 euros.

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