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Islam, Europa y Cristianismo. II Parte

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Por Raúl Fernández González

Los aspectos religiosos:

El cristianismo no es una ideología; en él, sus valores no son lo esencial, sino Cristo, el Verbo de Dios que se encarna en la historia. Si los valores fueran lo esencial del cristianismo, podría suprimirse sin perjuicio el elemento propiamente religioso, adoptando la forma de un new age postcristiano. Posiblemente un cristianismo sin Cristo y un islamismo sin Mahoma pudieran cantar recíprocamente sus excelencias en armonía. La religión mahometana parece la más próxima a la cristiana por sus dogmas, su moral, su naturaleza histórica, la posesión de una escritura titulada sagrada y sus pretensiones de continuidad de los judíos y cristianos. Sin embargo, los bienes que a ojos cristianos se encuentran en el islam no son las características de su religión, sino ciertos bienes genéricos. El islam es una visión del mundo y de las relaciones con la Divinidad y entre los hombres que pretende fundarse en una religión revelada, y por tanto debe ser juzgada atendiendo a su núcleo: El Alá del Corán no es el Dios de la Biblia, y eso se revela en sus ‘rasgos de conducta’ (de qué modo se nos dice que actúan un Dios y otro, y qué moral nos dictan). El dios de Mahoma no es esencialmente Amor.

“Al Dios del Corán se le dan unos nombres que están entre los más bellos que conoce el lenguaje humano, pero en definitiva es un Dios que está fuera del mundo, un Dios que es sólo Majestad, nunca el Emmanuel, Dios-con-nosotros. El islamismo no es una religión de redención. No hay sitio en él para la Cruz y la Resurrección. Jesús es mencionado, pero sólo como profeta preparador del último profeta, Mahoma. También María es recordada, Su Madre virginal: pero está completamente ausente el drama de la Redención. Por eso, no solamente la teología, sino también la antropología del Islam, están muy lejos de la cristiana”. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza.

En el paganismo se manifiesta deformada la religiosidad natural del hombre porque es una construcción desviada de la verdad original: que existe una Divinidad superior al hombre. El islamismo es una de las pocas religiones que se presenta como fruto de una directa revelación divina. La cuestión del islam depende de si Mahoma recibió una visión procedente de Dios. Si lo fue y su predicación viene de Dios, hay que aceptar todo su testimonio, incluiyendo su negación de la divinidad de Jesús. Para los cristianos la Resurrección de Cristo es la clave de nuestra religión. Podemos por tanto reclamar lo mismo respecto de Mahoma, pues la veracidad de su testimonio es la clave del Corán y del Islam. Jesús resucitó de entre los muertos. Mahoma no resucitó, aunque alguno de sus seguidores pensó al principio que su muerte era temporal. No existe pues posibilidad lógica de que un cristiano conceda a Mahoma el papel de profeta. No hay por tanto posible compatibilidad entre la veracidad de Cristo y la de Mahoma.

La moralidad musulmana concede un fuerte predominio al cumplimiento externo de los preceptos. Es en cierto aspecto una regresión a la moral farisaica en que degeneró el judaísmo. Y una moralidad fundada en una lista de preceptos va acompañada de la mayor rigidez y de un intrincado casuismo. En cuestiones de vida matrimonial, la cultura islámica cosifica a la mujer y consagra el repudio fácil, el matrimonio temporal y la poligamia. Los sunnitas reprochan a los chiítas que justifiquen la mutaa o matrimonio de placer (que se contrae por una duración determinada, incluso muy breve) basándose en el Corán. Pero los sunnitas justifican el misyar, matrimonio por el que la mujer renuncia a determinados derechos, como el de que su marido la sostenga y conviva con ella, con lo que en la práctica tal ‘matrimonio’ se vive ocultamente. Cierto que hay musulmanes que repudian una y otra práctica, pero el islam da pie a ellas, y nadie puede desautorizar el criterio de unos más que el de otros.

El musulmán vive bajo su ley específica de origen religioso, que es muy diferente de las prohibiciones taxativas -pero escasas- del derecho natural y de la exhortación a la perfección propia de los cristianos. Un mahometano está sometido a ingente cantidad de prescripciones y prohibiciones, que abarcan desde el momento y las posturas exactas de la oración, hasta los alimentos y su preparación. El mahometano concibe su moral bajo la forma de ‘ley’, y la forma más característica y desarrollada del pensamiento religioso islámico es su derecho. La ley islámica es concebida inseparablemente como ley social y política, que debe imponerse a todos (incluyendo el estatuto de los dimmíes o sometidos a su protección –protegidos a la fuerza-), e incluye el concepto de jihad o guerra santa. El islamismo tiene por programa la conversión de la sharía en única ley civil. La posibilidad de conversión es muy difícil, porque es tajante sobre la pena de muerte al musulmán que pudiera convertirse a otra religión. Un islamista contempla la más mínima diferencia con las numerosas prohibiciones y prescripciones de su ley, algunas de contenido trivial para nosotros, como directamente opuesta a la explícita voluntad divina.

Con estas excusas (condición de la mujer, ley islámica,…) y otras, está sembrándose una concepción liberal, descafeinada y a la carta de la religión, que repudia tanto las pretensiones monoteístas de suyo absolutas (única religión verdadera, enseñanza revelada, moral objetiva), como la vivencia integral y radical de la religión (reduciéndola a una faceta aislada y privada). Se arguye que todas las religiones monoteístas son en el fondo iguales, insistiendo especialmente en su carácter intolerante, que sería la causa de oscurantismo y guerras. Pero religión y moral no son lo mismo. Reemplazar lo religioso por lo moral es una de las tareas del pensamiento único. Fingiendo apuntar al islam, se tira por elevación contra el cristianismo. Tras el falso ataque al Islam encontramos al panteísmo, en el que la consideración filosófica abstracta es compatible con el politeísmo popular, que ve en cada pequeña creatura un diosecillo. Los cristianos no podemos unirnos a esas denuncias antiislámicas que rechazan todo Dios personal y trascendente.

Con cierta frecuencia nos encontramos ante la tentación de encubrir la realidad del islam con el recurso a que “el verdadero islam es …”, y no como parece manifestarse a diario. El Islam no posee una autoridad central unánimemente reconocida que permita discernir a los auténticos mahometanos de los falsos muslimes, por lo que en la práctica hay muchos y diferentes islames. Cuando el Islam, que no es un bloque monolítico, pero sí una realidad político-religiosa extensa, responde o desafía a Occidente, muchos occidentales simpatizan con él por el deseo de que el ‘Sistema’ (conjunto de instancias, sobre todo liberales, que corrompen y dominan Occidente) reciba su merecido de otras manos, ya que no puede ser por las suyas… De la contraposición existente entre el relativismo occidental y el islamismo han nacido esos “filoislamismos”. Como la hegemonía liberal es atea, nihilista, relativista, y sumamente inmoral se da la bienvenida a la resistencia islámica, que cree en verdades indiscutibles y tiene sentido de Dios. Esa resistencia es una llamada de atención a la tibieza de la mayoría de los cristianos. Es un recordatorio, pese a ser una mala copia, de lo que debería ser la primacía de Dios y de la Religión en nuestras vidas. El espejo del Islam nos indica a veces una verdadera actitud religiosa que nunca debimos olvidar. Se piensa así que los cristianos deberíamos apoyar a los islámicos para salvaguardar del laicismo una libertad religiosa que a ambos ampara y beneficia. Vendría a ser una alianza defensiva de los creyentes frente a los antidiós. Pero en los tratos y diálogos con el mundo islámico organizado, deben evitarse indebidos optimismos y concesiones. La palabra clave es reciprocidad. Las conversaciones auténticas están siendo las que lleva a cabo El Vaticano.

La libertad religiosa del liberalismo oscila entre las promesas de tolerarlo absolutamente todo y las pretensiones de dictar una moral pública laica obligatoria. Cuanto más insistan las minorías islámicas en Occidente en establecer su jurisdicción religiosa entre nosotros, más se excitará la tentación de dictar un laicismo rigorista que también perjudicará al cristianismo.

Occidente es muy complejo. No es ya la Cristiandad, por supuesto. Pero tampoco corresponde plenamente a ninguno de los varios proyectos contrarios a ella. No todos somos iguales: Occidente es hoy un residuo de raíz y herencia cristianas; de población en buena parte todavía cristiana, aunque con frecuencia solamente sociológica; de leyes y gobiernos con bases liberales laicistas; se encuentra, en conjunto, en un equilibrio inestable entre principios y realidades ampliamente contradictorios entre sí. En esta situación, es difícil que prospere una resistencia al laicismo liberal sobre la base de principios indiferentistas: toda religión es buena, lo importante es lo que nos une en la moral más allá de los credos concretos. Porque entonces, habiendo prescindido de toda referencia divina en la confirmación del derecho natural, sólo puede ser el estado quien se erija en árbitro de la moral ciudadana obligatoria. La táctica de reducir la libertad religiosa al mínimo político exigible no suprime el conflicto que se pretendería evitar. Y una libertad religiosa limitada por el orden moral objetivo sólo puede darse cuando se reconoce su propia existencia. Por tanto, una profesión expresa de principios y ser consecuente con ellos es lógica ineludible en la vida pública.

Artículo publicado en Ágora Hispánica el 16 de noviembre del 2011

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